El silencio de la madrugada envolvía mi habitación mientras permanecía sentado frente al escritorio. Mis ojos estaban fijos en la hoja de papel donde había bosquejado las conclusiones finales sobre los hologramas. Había logrado algo que antes me parecía imposible: comprender cómo sería posible recrear una tecnología tan avanzada como la que había visto en la película. Pero lo que más me impresionaba no era el logro en sí, sino el camino que me había llevado hasta él.
Mi habilidad… mi Rama, había alcanzado un nuevo nivel. Lo sentía con claridad. Era como si mi mente hubiera roto una barrera invisible, permitiéndome ir más allá de los límites que antes percibía. ¿Así es como se siente avanzar al nivel 2? Tamborileé los dedos contra la mesa, dejando que la idea se asentara en mi mente.
A pesar de la satisfacción que sentía, una pregunta rondaba mis pensamientos: si existían otras personas con Ramas mentales, ¿por qué nadie había llegado tan lejos como yo? ¿Por qué nadie había realizado descubrimientos como este? Decidido a encontrar respuestas, encendí mi computadora y comencé a buscar información sobre habilidades similares.
Los resultados pronto formaron un patrón claro. Las habilidades mentales registradas parecían limitarse a cálculos rápidos, memoria perfecta o resolución de problemas con una lógica implacable. Habilidades impresionantes, sí, pero todas seguían un esquema fijo: entre mayor era el nivel de la Rama, más rápido y eficiente era el procesamiento de información, como si fueran supercomputadoras humanas.
Pero lo mío era diferente. A medida que leía, la respuesta comenzó a tomar forma en mi mente, como si mi habilidad trabajara en segundo plano, conectando puntos dispersos. No se trata solo de procesar información… mi habilidad va más allá, murmuré para mí mismo.
Las piezas encajaron lentamente. Mi Rama no era simplemente una máquina que procesaba datos; era un constructor, un artesano. Cada fragmento de información que adquiría era una pieza de un rompecabezas más grande. Incluso si las piezas no encajaban a la perfección, podía descomponerlas, ajustar sus bordes y encontrar la forma de unirlas. Esa era mi verdadera fortaleza: reconstruir, reorganizar y completar lo que otros no podían ver.
Es como construir algo desde cero… algo que nadie más ve hasta que está terminado, reflexioné. Y esa capacidad era lo que me había permitido completar la idea de los hologramas. Apenas estaba arañando la superficie de mi potencial, y lo sabía.
Mis pensamientos se interrumpieron cuando la voz de mi madre me sacó de mi ensimismamiento.
—¡Lian! Es tarde, vas a llegar tarde a la escuela. Apresúrate.
Parpadeé, confundido, y miré el reloj en la esquina de mi computadora. Había perdido completamente la noción del tiempo. Me puse de pie con calma, pero distraído, recogiendo mi uniforme y mi mochila mientras mi mente seguía girando en torno a mi descubrimiento.
Mientras me alistaba, mis movimientos eran automáticos: abrochar la camisa, revisar la mochila, todo en piloto automático. Mi mente seguía trabajando, incapaz de soltar la claridad que había alcanzado. ¿Hasta dónde podría llevarme esta habilidad? Esa pregunta me perseguía.
Bajé las escaleras y me despedí de mi madre con una sonrisa distraída antes de salir. El mundo exterior me llamaba, pero en mi mente, un nuevo camino comenzaba a formarse.
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Los días transcurrieron como siempre: clases, tareas y ratos libres que dedicaba a explorar el potencial de mi habilidad. Pero ahora todo tenía un propósito más claro: la evaluación de Ramas que se acercaba rápidamente. No me sentía nervioso, ni siquiera un poco. Cualquier pregunta teórica que hicieran sería fácil gracias a mi habilidad. Mi capacidad para aprender y analizar me daba una ventaja significativa.
Sin embargo, tenía mis dudas. Sabía que las pruebas para habilidades mentales solían centrarse en cálculos, resolución de problemas y estrategia. Todo eso estaba bien, pero no reflejaba el verdadero núcleo de mi habilidad: la capacidad de completar y construir conocimiento a partir de piezas dispersas. Sospechaba que las pruebas subestimarían lo que podía hacer, pero no me preocupaba. De hecho, prefería que fuera así por ahora. No estaba listo para mostrar completamente el alcance de mi habilidad hasta que yo mismo entendiera hasta dónde podía llegar.
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El día de la prueba llegó antes de lo que esperaba. Me levanté temprano, desayuné bien y revisé los documentos necesarios antes de salir. El sol de la mañana bañaba las calles mientras caminaba hacia el lugar de la evaluación, un gran edificio gubernamental de arquitectura moderna y minimalista. La ciudad parecía más viva que de costumbre, como si el aire reconociera la importancia del día.
Al llegar, observé la multitud reunida. Aspirantes de todas las edades llenaban la entrada del edificio. Algunos estaban visiblemente nerviosos, otros intentaban aparentar seguridad. Me mantuve al margen, observando con calma mientras hacía fila para registrarme. Mi mente, como siempre, seguía activa, procesando todo a mi alrededor sin darle importancia al nerviosismo ajeno. Aunque sabía que las pruebas no mostrarían todo lo que podía hacer, este era solo un paso más en mi camino.
La sala estaba impregnada de un silencio expectante mientras me sentaba junto a otros aspirantes que esperaban su turno. El ambiente era tenso, pero no sentía ninguna inquietud; sabía que esta prueba era solo un trámite. Frente a mí, una pantalla y varios sensores cobraron vida cuando uno de los evaluadores se acercó con una sonrisa profesional.
—Vamos a medir tu capacidad mental, Lian. Solo sigue las instrucciones que aparecerán en la pantalla —dijo.
Asentí en silencio mientras las primeras preguntas aparecían en la pantalla. Eran problemas de patrones y lógica, nada que no pudiera resolver en segundos. Mis dedos se movían sobre el teclado de manera casi automática, las respuestas fluyendo con naturalidad. Cada tarea se sentía más sencilla que la anterior, y aunque las preguntas estaban diseñadas para medir la rapidez y precisión, sabía que esto apenas rozaba la superficie de mi capacidad.
De reojo, vi cómo uno de los evaluadores anotaba algo en su tablet. Aunque no dijeron nada, sus expresiones eran neutras, lo que significaba que no habían encontrado nada particularmente sorprendente. No me importaba. La prueba estaba diseñada para medir habilidades mentales de una forma genérica, pero yo sabía que mi Rama no era común.
Tras unos minutos, el evaluador levantó la mirada.
—Interesante. Has superado la prueba con un tiempo superior al promedio para tu grupo de edad. Has alcanzado el nivel 2 de tu Rama. Es un avance notable —comentó sin mucha emoción.
Me limité a asentir. No me sorprendía en absoluto. Esto era lo que esperaba y, aunque el resultado era satisfactorio, sabía que no reflejaba todo lo que podía hacer.
Me invitaron a pasar a la siguiente fase, que prometía ser más interesante. Esta parte no se trataba de velocidad ni de precisión, sino de resolver problemas complejos, algo más alineado con mi habilidad. Al sentarme nuevamente frente a la pantalla, el escenario cambió. Ahora tenía que enfrentar una situación ficticia: una crisis en la que debía coordinar un equipo para manejar logística, estrategia y decisiones rápidas.
Analicé el problema con calma. Mientras otros aspirantes parecían apresurarse a escribir o marcar opciones, yo tomé un momento para procesar la información. Era casi como si mi mente trabajara en segundo plano, reorganizando las piezas del problema y construyendo una solución sólida. Consideré los recursos disponibles, las amenazas potenciales y las rutas de evacuación, distribuyendo las tareas en mi mente de la manera más eficiente posible.
Cuando terminé, presenté mi solución sin dudar. Los minutos que pasaron mientras los evaluadores revisaban mi trabajo se sintieron irrelevantes; ya sabía que mi respuesta era funcional.
Uno de ellos finalmente habló, con una inclinación leve de cabeza:
—Tu solución es eficiente. Era el nivel esperado para alguien con una Rama mental avanzada. Sin sorpresas.
Ese comentario me hizo reflexionar. Por supuesto, mi solución era eficiente, pero no era más que una de muchas posibles. No había mostrado todo lo que podía hacer, y eso estaba bien. Estas pruebas no estaban diseñadas para evaluar el verdadero alcance de mi Rama, y por ahora, prefería mantenerlo así.
Mientras los evaluadores continuaban con su análisis, sentí una extraña satisfacción al saber que todavía no habían visto lo que realmente podía hacer. Había cumplido con el requisito, nada más.