Estoy corriendo. Mis pies golpean el suelo con fuerza, rápido, como si estuviera volando, pero no lo hago. Ella está a mi lado, siempre tan rápida, tan fuerte. —Vamos, corre más rápido—, me dice, riendo, como si todo fuera un juego. Yo la sigo, porque no quiero quedarme atrás. No quiero perderla.
De repente, un ruido. Un boom tan fuerte que el aire parece quebrarse. Mi corazón da un brinco. Las paredes tiemblan y todo se siente raro, como si el mundo estuviera desmoronándose.
Ella me agarra de la mano y me tira hacia atrás. —¡Corre!— grita, y lo hago. No sé por qué, pero corro, tan rápido como puedo. Corremos lejos, muy lejos, hacia el otro lado del orfanato. ¿Qué está pasando? ¿Por qué estamos corriendo? No puedo oír nada.
Al fondo, veo algo. Personas caídas. Sus cuerpos... no se mueven. Quiero preguntar, quiero saber qué está pasando, pero no puedo. Ella sigue corriendo, no me suelta. Yo la sigo.
Y de repente, los veo: hombres, con cuchillos, con caras frías, como si no les importara nada. Están matando a las personas. Ella me agarra con más fuerza, me apura, pero en sus ojos ya no hay calma. Ahora hay miedo. ¿Por qué tiene miedo? Ella nunca tiene miedo.
—¡Corre más rápido!— me dice, pero su voz ya no es la misma. Hay algo diferente, algo oscuro en ella. Yo quiero preguntar, quiero saber qué está pasando, pero no puedo.
Al final del pasillo, ella se detiene. Me mira con esos ojos grandes que siempre me han protegido. —Escóndete—, dice, casi en un susurro. —No salgas. Quédate allí.
Quiero decir algo, quiero gritarle que no me deje, pero no me sale. Mi garganta está tan seca. —No me dejes, por favor—, le suplico.
Ella me empuja suavemente hacia una pequeña puerta en el suelo. Es una puerta secreta, nunca la había visto antes. —Quédate quieto. No salgas. No te muevas.— La puerta se cierra y me quedo solo, atrapado en la oscuridad.
El silencio me rodea, pero es un silencio que grita. Estoy temblando. Quiero salir, quiero correr con ella, pero no puedo. No me atrevo.
Desde mi escondite, miro por una pequeña rendija. Veo a los hombres entrar. Puedo escuchar sus voces, sus pasos pesados. Se acercan. La mujer está atrapada. Ella intenta moverse, pero no puede. ¿Por qué no puede moverse? ¿Por qué está tan quieta? ¡Corre! ¡Por favor, corre!
Pero no lo hace. Un grito, un sonido horrible. El cuchillo. La veo caer. No puedo apartar la mirada. Estoy paralizado, mi cuerpo no se mueve. Ellos la sujetan, la inmovilizan. —¿Es esta la última?— dice un hombre, su voz fría, vacía.
—No encontramos a nadie más—, responde otro.
El líder, el que está al frente, recorre la habitación con la mirada. No estoy seguro, pero siento que me está mirando, aunque no debería poder verme. Es como si sus ojos atravesaran la pared, como si supiera que estoy aquí, escondido, observándolo. Mi pecho se siente pesado, como si algo me aplastara desde dentro. No puedo dejar de pensar en su cara. Es aterradora, y aunque cierro los ojos, sigue allí, grabada, como una mancha que no se va.
De repente, lo veo moverse. Él y los otros hombres comienzan a irse, pero cada paso que dan hace que mi corazón lata más fuerte. Quiero asegurarme de que se han ido, pero no me atrevo a moverme. Escucho sus voces alejándose, sus pasos haciéndose más débiles, hasta que solo queda el silencio.
Ding-dong.
El sonido del tren me arrastra de vuelta al presente. Un anuncio resuena por el altavoz: el tren está por partir. Me doy cuenta de que estoy apretando los puños con tanta fuerza que me duelen las manos. Intento respirar, pero mi pecho sigue sintiéndose como si algo lo aplastara. Poco a poco, el ruido a mi alrededor comienza a entrar en mi mente: las conversaciones de la gente, el rugido de los motores. Estoy aquí. No allí. Estoy aquí. Estoy a salvo. Al menos, eso me digo mientras intento calmarme.
Miro alrededor. Estoy de pie, justo al lado del tren. Mis manos están apretadas. Mi cuerpo tenso. La puerta está frente a mí, y el sonido del tren se mezcla con el latido de mi corazón. Tomo una respiración profunda, intentando calmarme. Pero la imagen del rostro de ese hombre sigue clavada en mi mente.
Entro al tren y me siento junto a la ventana, buscando distraerme. El ruido del tren y las conversaciones de los pasajeros se desvanecen mientras miro al espacio vacío enfrente de mí. Murmuro en voz baja:
—Sistema.
Nombre: Dante Delacroix
Rama: Rama Evolutiva
Nivel: 2
Estadísticas:
Fuerza: 55
Velocidad: 50
Agilidad: 52
Estamina: 50
Defensa: 51
Habilidades:
Visión Nocturna: pasiva
Sentidos Aumentados: pasiva
Artes Marciales:
Pelea a Puño Limpio: Nivel 3
Una ventana transparente aparece frente a mí con los detalles de mis estadísticas y mi Rama. Mientras la observo, noto que alguien me mira. Al principio, no hago caso, pero su mirada es intensa, diferente. Levanto la vista y veo a un joven sentado frente a mí, observándome con interés.
Un par de segundos pasan antes de que me salude con una leve inclinación de cabeza:
—Hola.
Lo miro y respondo, sintiendo que hay algo peculiar en su presencia.
—Hola.
El silencio entre nosotros no es incómodo, pero sí hay algo en su mirada que no puedo descifrar. Es como si estuviera evaluando cada detalle.
—Dante Delacroix —digo, extendiendo la mano.
Él la toma con firmeza.
—Lian Voss Arista.
Su nombre me hace captar algo. Hay algo en él que no es común. Aunque no lo comento, algo me dice que no es un encuentro ordinario.
La conversación no continúa mucho más. Hay una pausa breve, cargada de algo no dicho, antes de que ambos nos perdamos en nuestros pensamientos. Pero esa sensación de que hay algo más en Lian no se me va.
Miro nuevamente la ventana que muestra mis estadísticas, pero esta vez con más enfoque. La Rama Evolutiva, mi habilidad, la que siempre ha estado conmigo, la que ha determinado mi vida. Básicamente, mi habilidad me permite completar tareas cotidianas y obtener puntos por ellas. Los puntos se asignan a las estadísticas como fuerza, velocidad, agilidad... lo que sea necesario para mejorar. Si me esfuerzo más, logro conseguir mejores resultados.
Las habilidades, en cambio, no son tan comunes. He obtenido solo dos hasta ahora: visión nocturna y sentidos aumentados. Son útiles, pero son raras, muy raras. La mayoría de las veces, lo que obtengo son puntos. ¿Es eso lo que necesito? Probablemente. No lo sé. Lo que sí sé es que no me voy a quedar de brazos cruzados mientras personas como las que me hicieron sufrir sigan existiendo. Tengo el poder de cambiar mi situación. Tengo las herramientas para enfrentar lo que venga. Y no voy a permitir que todo lo que ocurrió quede sin justicia.
Tengo que ser más fuerte, más capaz, más rápido. Mis estadísticas tienen que subir, mis habilidades tienen que mejorar. No hay tiempo que perder. Esto no es solo para sobrevivir, es para asegurarme de que algo como lo que ocurrió no vuelva a pasar. Cada tarea, cada misión, es una oportunidad para avanzar.
Unos minutos pasan y noto que la quietud a mi alrededor empieza a cambiar. La atmósfera del tren parece volverse más densa, como si alguien estuviera observando. Me giro de golpe, y ahí está Lian, de pie frente a mí.
Me mira con esa calma que me desconcierta, pero hay algo diferente en su mirada. No es la misma mirada tranquila de antes. Esta vez, hay algo más. Algo serio. Algo que me hace pensar que lo que está por decirme no es algo trivial.
—Dante —dice con voz firme, como si ya hubiera tomado una decisión—. Necesito tu ayuda.
Las palabras no me sorprenden del todo, pero hay algo en su tono que me inquieta. No parece una solicitud común ni algo que pueda tomarse a la ligera. La forma en que me mira... sabe que no voy a rechazarlo, pero aun así, espera una respuesta.
Antes de que pueda reaccionar, aparece una ventana transparente frente a mí, acompañada del característico sonido del sistema:
[Nueva Misión: Ayuda a Lian Voss Arista]Descripción: Apoya a Lian en su objetivo y asegúrate de que logre completarlo con éxito.
Recompensa: Nueva habilidad activa: Sobrecarga.
Mis ojos se fijan en la palabra clave: Sobrecarga. Una habilidad activa. Esto es diferente. Las habilidades que he ganado hasta ahora, como Visión Nocturna y Sentidos Aumentados, son pasivas. Habilidades que están ahí, siempre presentes, pero que no requieren intervención directa. Esto, en cambio, es algo nuevo. Algo con lo que nunca he tenido que lidiar antes.
Miro a Lian de nuevo. No sé exactamente qué está planeando, pero el sistema no asigna misiones sin razón. Hay algo en él que el sistema ha visto, algo más grande de lo que parece.
Tomo aire, recordando todo lo que he pasado, todo lo que aún queda por hacer.
—¿Qué necesitas? —respondo, sin apartar la mirada. La respuesta es obvia. No solo por el sistema, no solo por la recompensa. Algo en mí sabe que esto va más allá de mi propia misión.
Lian se sienta frente a mí, un poco más cerca ahora, y por un momento el tren parece desaparecer a nuestro alrededor. Solo existe el espacio entre nosotros.
—Hay algo que debo hacer, algo que no puedo hacer solo. —Sus palabras son bajas, pero firmes. Sabía que venía algo grande, pero ahora no puedo evitar preguntarme qué tan grande es lo que tiene entre manos.
—¿Qué es lo que quieres hacer? —pregunto, manteniendo la calma.
Lian asiente, como si ya hubiera tomado la decisión, como si no hubiera otra opción más que la que está a punto de exponer.
—Una misión. No será fácil, y no te voy a mentir, podría ser peligrosa. Pero creo que con tu ayuda, podemos lograrlo.