Capítulo 31: El Poema
Narra Alan
La vi besándose con él y sentí cómo algo me quemaba por dentro. Tenía una inmensa ganas de llevármela y alejarla de él, pero no pude hacerlo. En lugar de eso, decidí abandonar la cafetería y esperar a que ella me siguiera. Sin embargo, se dio cuenta de mi salida y no me siguió.
Narra Brenda
No quería que el beso pareciera forzado, pero me sentía extraña besando a Tito. Él parecía disfrutarlo, ya que no me soltaba, hasta que sonó la campana y finalmente se alejó de mí. Estaba más que sonrojada y miré a mi alrededor, pero Alan ya se había ido.
- WOW - dijo Tito emocionado - Eso fue inesperado
Yo solo sonreí mientras él tomaba mi mano. Sabía lo que eso significaba: acababa de empezar una relación con Tito.
Llegamos juntos al salón sin soltar nuestras manos. Era la clase de Alan, así que lo vi cuando Tito me acompañó hasta mi salón. Noté que se puso nervioso e intentó ocultar sus celos, o al menos eso pensé.
Sé que no estaba bien jugar con los sentimientos de Tito, pero toda mi vida había hecho lo correcto. Creo que era hora de empezar a divertirme.
Después de la clase, Alan y yo nos evitamos el resto del día.
Cuando terminaron las horas de clase, salí al estacionamiento y me encontré con mis dos amigos, Ian y Anabela.
No sé cómo, pero Ian siempre se entera de todo lo que pasa en la escuela.
- ¿Qué está pasando entre tú y Tito? - preguntaron ambos al mismo tiempo.
- Tito es un buen chico... Es grandioso, me hace reír, disfruto pasar tiempo con él, me hace feliz... Estamos usando esta oportunidad para conocernos - dije sin titubear.
- ¿Estás segura de que no lo haces solo para darle celos a Alan? - preguntaron al mismo tiempo.
Parecía que estaban sincronizados en serio.
- Ustedes saben que estoy enamorada de Alan, pero tiene una actitud del demonio. Odio su comportamiento. Desde que se fue, no contestaba mis llamadas y ahora regresa y se comporta como un verdadero idiota. Si salir con Tito hace que Alan cambie, seguiré haciéndolo. Lo siento si mi respuesta no es lo que quisieran oír, pero es lo que hay. Nos vemos mañana - dije y subí a mi auto.
Antes de irme, vi cómo los dos se quedaban en shock por mi respuesta. Los entendía, ni yo misma me reconocía.
Estaba a punto de arrancar mi auto cuando vi a Tito venir hacia mí. Sentí que le debía una explicación, así que bajé de mi auto y decidí hablar con él.
- ¿Ya te vas? - preguntó Tito.
- Sí, hoy fue un día largo - respondí.
- Me encantaría llevarte a casa, pero trajiste tu auto - dijo, tomando mi mano.
Nos quedamos hablando en el estacionamiento por un momento. Vi que todos se iban, excepto un auto: el de Alan. Estábamos conversando con Tito y él me hacía reír con lo que decía. Hasta que vi a Alan salir. Nos vimos, pero fingimos que no existíamos. Él se fue y nosotros nos quedamos en el estacionamiento.
- Lo que pasó hoy... ¿Qué fue? - preguntó Tito.
Suspiré y lo miré un momento, buscando las palabras correctas. Al ver que no contestaba, siguió hablando.
- Sé que preguntar es una tontería... Pero no quiero ilusionarme - dijo.
Ahí estaba mi oportunidad de arreglar todo, de decirle que había sido un error, un arrebato y de quedar solo como amigos, pero no lo hice. Quizás era el hecho de que Tito era dulce y que no quería lastimarlo, o quizá también porque mientras nos besábamos o mientras caminábamos juntos en la escuela, una parte de mí se había sentido tan bien de no tener que esconderme y de poder actuar sin miedo a que me criticaran. O tal vez solo fue un arrebato de demencia. Entonces contesté:
- Lo que pasó hace rato... Fue el inicio de lo nuestro - dije tomando su mano.
- Bien - dijo con una sonrisa - ¿Entonces? ¿Ya puedo llamarte novia? - preguntó.
- Sí... Novio - dije sonriendo.
- ¿Qué te parece si te acompaño a dejar el auto a tu casa? Y después salimos - dijo tomando mi mano.
- Me parece bien - dije sin soltar su mano.
Subí a mi auto y Tito hizo lo mismo con el suyo. Cuando llegué a mi casa, dejé mi auto y subí a mi cuarto para dejar mi mochila. Luego salimos juntos y me divertí mucho con él. Después, Tito me llevó a mi casa y me sentí aún mejor porque no tuvo que dejarme a tres cuadras de mi casa. No tenía que inventar una coartada para verlo. Después de todo, solo se trataba de un chico de mi edad.
- Hoy fue un gran día - dijo Tito sonriendo.
- Gracias por ser así, Tito. Te veo mañana - respondí.
Nos despedimos con un beso y subí a mi cuarto.
Pasaron varios días así. Se suponía que yo era la novia de Tito. Todo el mundo lo creía y se notaba que Tito realmente me quería. Me sentía un poco culpable. Me encantaría corresponderle el sentimiento. Sabía que estaba mal salir con él para darle celos a Alan, pero no se me ocurría nada más que hacer. Alan mostraba indiferencia como si realmente yo ya no le importara. Llegué a pensar que realmente me había olvidado. Por otro lado, eso era lo que yo hacía en la clase de Alan: mostrar que su clase no me interesaba. Últimamente entregaba mis tareas con indiferencia. Ya ni siquiera le preguntaba nada.
- ¿Aún no te has cansado de esto? - dijo Anabela con tono de reproche mientras nos preparábamos para la clase de Alan.
- Ana... lo siento, pero no estoy para discursos baratos sacados de internet - respondí.
Alan llegó, se sentó en su escritorio y comenzó a hablar sobre la materia que íbamos a ver ese día.
- Jóvenes, les quiero informar acerca de la tarea de este periodo - dijo en un tono solemne -. Consiste en que todos deberán escribir un poema donde reflejen qué es por lo que están pasando en este momento, que reflejen su interior o donde quieran decirle algo a alguien, con el fin de que practiquen lo aprendido en clase. Este trabajo se entrega el viernes y vale el 50% de su calificación.
Escribir un poema era pan comido para mí, aunque no quería escribir sobre nadie en particular. Pero por otro lado, ya faltaba poco para que terminen las clases y no volver a ver a ese idiota.
Después de la clase, el profesor Alan me llamó por mi apellido.
- Señorita Brown, ¿puedo hablar con usted? Es sobre sus calificaciones - dijo con tono serio.
Me sorprendió que Alan me llamara por mi apellido. Me acerqué a su escritorio con indiferencia.
- Dígame, profesor - respondí.
- Mira, los trabajos que entregas están bien hechos - cambió su tono serio a uno más dulce - pero ya no participas en clase, no me preguntas nada, prácticamente te estás enseñando a ti misma.
- Gracias por la advertencia, pero si mis trabajos están bien realizados, cómo lo haga no debería ser su problema… a menos que quiera que hable con el director y le acuse de abuso de poder - dije enojada.
Estaba por irme cuando Alan me tomó de la mano.
- Sé que lo nuestro no funcionó, pero... - comenzó a decir.
- ¿Lo nuestro? - lo interrumpí - no hay nada nuestro, adiós profesor - dije con indiferencia antes de salir del salón.
Afueras del edificio, me encontré con Tito, quien me saludó con un beso.
- Hola, hermosa - me dijo - Pensé en ir a comer juntos ¿Qué dices?
Realmente no tenía muchas ganas de salir.
- Tito, eres muy dulce, pero hoy no es un buen día, me siento un poco mal, prefiero ir a casa, si no te molesta.
- No me molesta... yo te llevaré a tu casa en tu auto y después vendré a buscar el mío - dijo.
No quería rechazarlo dos veces en un día.
- Está bien - dije sonriendo.
Al llegar a mi casa, me sentí mal por Tito, quien en realidad quería pasar tiempo conmigo, así que lo invité a pasar. Estuvimos en mi cuarto por un par de horas, hasta que se fue. Yo no podía dejar de preguntarme si estaba haciendo lo correcto, aunque realmente conocía la respuesta.
Al día siguiente teníamos que entregar el dichoso poema, pero no se me ocurría nada, solo podía pensar en Alan y sin darme cuenta comencé a escribir.
Un día especial
Te acercaste sin más, con una sonrisa en tus labios y un brillo en tus ojos que me cautivó al instante. Me preguntaste por un libro especial, y yo te hablé de Jane Austen, una autora que siempre me había fascinado. Me sorprendió que tú también la conocieras, y cuando mencionaste Orgullo y Prejuicio, supe que había algo especial en ti.
Pero ahora nuestros mundos parecen ir en otro sentido. Me siento tan distante de ti, y al mismo tiempo te siento a mi lado. Me encuentro en un conflicto con mis sentimientos, porque sé que esto es algo nuevo y desconocido para mí.
Siempre pensé que ese libro era especial, pero nunca imaginé que me llevaría a ti. Su magnetismo hizo juntar tus manos con las mías, y sentí que estábamos destinados a conocernos. Mis ojos dejaron de verte un instante, y mi corazón notó más lejos su sueño anhelado: estar contigo.
Aunque ahora estamos separados, el recuerdo de ese día especial sigue vivo en mi mente. Recuerdo cómo descubrimos nuestra conexión inexplicable, cómo me sentí atraída por tu inteligencia, tu sentido del humor y tu personalidad única.
Quizás algún día nuestros mundos volverán a cruzarse, y entonces sabré que ese día también será especial. Porque aunque ahora estemos separados, el libro que nos unió sigue siendo un símbolo de nuestra conexión, de nuestra historia compartida, y de la posibilidad de un futuro juntos.
Cuando llegué a la escuela, entregué el poema con indiferencia.
- ¿Sobre quién escribiste? – preguntó Anabela con curiosidad.
- Sobre nadie – respondí cortante, sin querer revelar la verdad.
- Te conozco… ¿escribiste sobre Alan, verdad? – insistió ella, leyendo entre líneas.
Me quedé en silencio, incapaz de negarlo. Anabela pareció entenderlo y me dijo con tono serio:
- Tienes que arreglar esto.
- Es lo que estoy tratando de hacer – respondí, intentando calmarla.
- Ok, ven vamos a ver los poemas que publicaron en el mural – propuso, tratando de distraerme.
Comencé a ver los poemas expuestos en el mural, algunos eran sacados de internet y carecían de originalidad. Luego encontré mi poema, que había dejado de manera anónima para no revelar que era mío.
De repente, levanté la mirada y vi que Alan me estaba observando. Sabía que se había dado cuenta de que el poema era sobre él, y me sentí incómoda.
Decidí ir a la biblioteca para distraerme y encontré un libro de poesía cuyo título me llamó la atención: "Amor Eterno". Al abrirlo, descubrí que el autor era nada más y nada menos que Alan Freeman.
Sus letras lograron alterar todos mis sentidos y me quebraron por dentro. No pude evitar llorar al leer su poema de amor. Cuando terminé de leer, me dirigí hasta su salón, decidida a hablar con él y arreglar las cosas de una vez por todas.
Narra Alan
Estaba sentado en mi escritorio cuando vi a Brenda acercarse con cautela, con lágrimas en los ojos. Me miró fijamente y dijo:
- Leí tu poema.
Me quedé en silencio, sin saber qué decir. Ella continuó hablando:
- "Amor Eterno" - dijo, sin dejar de mirarme a los ojos - ¿Cómo puedes sentir esas palabras y, al mismo tiempo, renunciar a lo nuestro?
- Mm... Nunca fue mi intención que tú lo leyeras - dije, levantándome de mi silla.
- Me hiciste creer que no me amabas... dejaste que creyera que te habías olvidado de mí - dijo, llorando.
- Creí que hacía lo correcto - intenté justificarme.
- Lo correcto para ti, no para mí... para mí solo fuiste egoísta - me reprochó.
- Eso no es verdad - dije, tratando de defenderme.
- ¿Quieres hablar de la verdad? ¿Cuál verdad? ¿Ya no sé cuál de tus verdades creer? - dijo, con tono de reproche - La verdad de hoy, o la verdad de la semana pasada, porque te soy sincera, no tengo idea cuál de tus historias debo creer, las que dicen "estuve pensando en ti cada segundo que estuve lejos" o las que terminan con un "me voy de aquí".
Me quedé mirándola en silencio, sin encontrar las palabras adecuadas. Brenda siguió hablando:
- No fue mi edad la que arruinó esto, Alan... fuiste tú y solo tú.
- Brenda, por favor... - intenté hablar de nuevo.
- No te preocupes... ya superé esto. Ahora hazlo tú - dijo, entregándome el libro de poesía.
Antes de que pudiera responderle, su novio Tito llegó y la interrumpió.
- ¿Qué está pasando aquí? – preguntó Tito, frunciendo el ceño al ver la tensión en el ambiente.
- Nada… no está pasando nada aquí – respondió Brenda, su voz temblaba ligeramente. Me miró con reproche, una mirada que me atravesó como una flecha, antes de darse la vuelta y marcharse.
Tito se quedó un momento, sus ojos se desplazaron de la figura distante de Brenda hasta posarse en mí. Había una pregunta no formulada en su mirada.
- ¿Acaso intentas decirme algo? – pregunté, mi tono más cortante de lo que pretendía.
Él simplemente me miró, pareciendo pesar mis palabras. Luego, sin decir nada, se dio media vuelta y se fue, dejándome solo con mis pensamientos y el eco de sus pasos.
Del enojo que sentía, agarré el libro que Brenda me había entregado y lo lancé con todas mis fuerzas. El golpe sordo que hizo al impactar contra la pared pareció resonar con la frustración que sentía.