Capítulo 34: ¿Qué pasó ayer?
Narra Alan
- Tranquila, Brenda, tu novio se puede enojar - dije desafiante - No quiero tener problemas con tu noviecito Tito
- Ah él, no, no, no, él y yo terminamos, así que hoy no nos preocupemos - dijo tratando de besarme de nuevo.
Decidí ignorarla y, como pude, la llevé hasta la puerta de mi departamento. Ella se movía de un lado para otro y yo apenas podía controlarla. Entonces, no me dejaba entrar y se paró enfrente de la puerta.
- Brenda, entra y déjame pasar", le pedí.
- ¿Me quieres? - preguntó sin moverse de la puerta.
- Vamos Brenda, entra - insistí.
- Yo puedo hacer todo lo que haces con las chicas más grandes y más maduras que yo. Sé que antes te dije que no estaba lista, pero eso fue en el pasado - dijo mientras ponía sus brazos alrededor de mi cuello, haciendo que nuestros labios se juntaran.
Ella no dejaba de intentar besarme. Comenzamos a avanzar juntos y cuando entramos a mi departamento, ella me tiró en mi sillón y comenzó a besar mi cuello. Confieso que hubo un momento en el que yo no me podía resistir.
- Brenda, por favor - dije suspirando.
Ella no me escuchó y comenzó a besar mi oreja. Sentía que me derretía, me había perdido. Pero en el momento en el que ella iba a comenzar a desvestirse, reaccioné. Ella estaba ebria y no estaba consciente de lo que estaba a punto de hacer. Era como si yo fuera a aprovecharme de ella. Así que, con mucha delicadeza, me levanté del sillón, la cargué en mis brazos y la llevé hasta mi cama para que se acostara ahí. Estaba tan borracha que no podía caminar.
- ¿Por qué no quieres estar conmigo? - preguntó Brenda con tristeza en su voz.
- Ven, acuéstate, ya es hora de que descanses - respondí tratando de cambiar de tema.
- Alan, solo te quiero decir algo, ven - dijo tiernamente.
- Me acerqué a ella sin saber qué esperar - Aquí estoy, dime - le dije con calma.
- Alan... Te amo, te amo mucho Alan y quiero estar contigo, ni siquiera tengo a mi familia en este momento, solo te tengo a ti y así me quiero quedar porque te amo de verdad - confesó entre lágrimas.
Suponía que los efectos del alcohol habían hecho que se sintiera así, pero no sabía cómo responderle. La abracé para que dejara de llorar.
- Tranquila, no llores - le susurré.
- Ya perdí a mi familia, no quiero perderte a ti también - dijo sollozando.
- Tranquila, estoy aquí, no me perderás - le aseguré mientras la abrazaba.
- Alan… dime algo ¿Aún me amas? - preguntó con una mirada triste.
- Sí, Brenda, te amo - respondí con sinceridad. Todavía la amaba a pesar de todo.
- Ella levantó un poco su rostro y me besó con dulzura. Le correspondí el beso, pero luego la recosté en mi cama y la tapé con una cobija. Se había quedado dormida. Le quité las zapatillas y la dejé descansar.
Escuché que tocaron la puerta y era Matt, quien me entregó las llaves del auto de Brenda.
- Gracias por traerlo - le dije.
- ¿Cómo está ella? - preguntó preocupado.
- Está borracha y dormida en mi cama. Yo dormiré en el sofá - le expliqué.
- ¿Estás seguro de que es bueno que se quede aquí? - preguntó con dudas.
- Sí, estoy seguro. No puedo dejarla sola en este estado. Si algo le pasara, no me lo perdonaría nunca - le respondí con determinación.
- Ok, buenas noches, amigo - se despidió antes de irse.
- Buenas noches - le respondí cerrando la puerta. Me acosté en el sofá para dormir, sabiendo que había hecho lo correcto al cuidar de Brenda esa noche.
Narra Brenda
Me desperté con los rayos del sol golpeando mi cara y me sorprendí al ver que había dormido en la habitación de Alan. Traté de recordar lo que había pasado la noche anterior, pero mi mente estaba en blanco. Me dolía la cabeza con un dolor punzante y agudo, y me sentía confundida, sin zapatos y con mi vestido un poco desabrochado. Me di cuenta de que algo había pasado entre Alan y yo, pero no podía recordar qué.
Mientras estaba sentada en la cama tratando de encontrar respuestas, escuché ruido y me cubrí con la sábana. Alan salió de la habitación vestido con un traje gris y aparentemente listo para irse. Me sentí avergonzada y asustada, sin saber qué decir. No sabía si debía preguntarle qué había pasado o si simplemente debía irme. Me sentía vulnerable y expuesta, y no sabía cómo manejar la situación.
- ¿Fue la primera vez? - preguntó Alan, sacándome de mis pensamientos.
No entendí lo que quería decir. ¿Estaba preguntando si era la primera vez que me había acostado con alguien?
- ¿La primera vez de qué? - pregunté alterada.
- La primera vez que bebes alcohol de esa forma. ¿De qué pensabas que estaba hablando? - respondió Alan
Me sentí aliviada al saber que no había pasado nada más allá de una noche de fiesta y alcohol, pero aun así me sentía incómoda por haber perdido el control de mi cuerpo y mi mente. Me prometí a mí misma que no volvería a permitir que eso sucediera de nuevo.
Iba a responderle, pero un terrible dolor de cabeza y náuseas me invadieron de nuevo. Me puse las manos sobre la cabeza, tratando de aliviar el dolor.
- Se llama resaca - dijo Alan.
- ¿Qué dices? - pregunté confundida.
- Eso que sientes, el dolor de cabeza, las náuseas, no acordarte de nada, tienes resaca por todo lo que bebiste ayer. Toma esto - me ofreció un vaso con un líquido de color naranja con rojo y verde, junto con un par de pastillas.
- ¿Qué es esto? - pregunté curiosa.
- Son aspirinas, te quitarán el dolor de cabeza. Y eso no preguntes qué es, solo tómatelo - me respondió Alan.
Tomé el vaso con miedo y lo bebí con desconfianza. No pude evitar fruncir el ceño al sentir el sabor amargo.
- ¿Sabe horrible no? - dijo Alan - Pero te hará bien, tómatelo todo
Terminé de tomar esa cosa horrible, pero aún no sabía por qué Alan me cuidaba de esa forma. Mi idea de que habíamos dormido juntos se borró cuando lo vi guardar las cobijas que quitaba del sillón donde él había dormido.
- ¿A dónde vas? - pregunté.
- ¿Qué? Bueno, a la escuela. ¿Olvidas que hoy tienes clases? Tienes exámenes, de hecho - me recordó Alan.
Rayos, lo había olvidado. Claro que tenía examen.
- Oh, Dios, es tan tarde. Tengo que irme ya - dije sobresaltada.
Pero no podía irme a bañarme y arreglarme a mi casa. Recordé que había tenido una pelea con mamá y ella no podía enterarse de dónde había pasado la noche.
- No puedo irme a cambiarme a mi casa - dije afligida mientras me llevaba las manos a la cabeza.
Levanté la mirada y vi a Alan que se movía de un lado para otro, hasta que regresó a donde yo estaba con algo en las manos.
- Prueba con esto - me ofreció Alan.
- ¿De quién es esto? - pregunté mientras levantaba una falda larga color rosa con tablas y una camisa blanca aparentemente de él.
- La falda es de mi hermana. Ella solía venir a visitarme y un día se lo olvidó. Creo que te quedará. Y la camisa es mía. Si eso te sirve, puedes usarlo - explicó Alan.
- ¿De tu hermana? - pregunté incómoda. Alan notó mi incomodidad.
- No tienes que usarlo si no quieres, pero entonces tendrás que volver a ponerte tu ropa provocativa - sugirió Alan. Él tenía razón, no era momento para cuestionar sus opciones de vestimenta.
- En fin, tengo que irme. Si quieres darte un baño, puedes hacerlo. Y si tienes hambre, hay algo de cereal en la cocina - dijo Alan mientras me entregaba las llaves de mi auto.
Me quedé sentada en su cama sin saber qué decir o hacer, sintiéndome muy apenada. Pero no podía dejar que se fuera sin agradecerle.
- ¿Alan? - lo llamé antes de que saliera del cuarto.
Él retrocedió unos pasos hacia atrás y se giró hacia mí.
- ¿Hay algo que deba saber? No recuerdo nada de anoche - pregunté con una expresión de preocupación.
- No pasó nada importante. Decidí ayudarte y no tienes por qué preocuparte. Pero sí hablaremos de algunas cosas más tarde. Y poco a poco durante el día te irás acordando de lo que hiciste ayer... lo digo por experiencia. - respondió con una sonrisa.
- Gracias por ayudarme. - dije mientras él se despedía.
- No hay de qué. Nos vemos en la escuela - respondió Alan antes de salir.
Miré el reloj y me di cuenta de que era demasiado tarde. Tomé un baño rápido, usando la toalla de Alan para secarme. Me peiné y me puse la ropa que él me había prestado. Mis ojos estaban irritados, así que tomé unos anteojos de sol de la mesita de Alan para disimular mis ojeras. Aún me dolía la cabeza, pero las pastillas que Alan me había dado ayudaban. Encontré una mochila algo vieja y la usé para guardar algunas lapiceras y una libreta, así como mi ropa de la fiesta. Tomé las llaves de mi auto y me fui a la escuela.
A pesar de que era tarde, logré entrar en la escuela. Todos los alumnos ya estaban adentro y yo aún buscaba mi salón, rogando que el profesor me dejara hacer el examen a pesar de mi tardanza. Cuando finalmente encontré el salón, descubrí que el profesor era Alan. Me alivié al verlo, sabiendo que él entendía por qué había llegado tarde. Pero también me moría de vergüenza de que él me hubiera estado cuidando mientras yo estaba ebria.
- Profesor, ¿puedo pasar? - pregunté tímidamente, evitando el contacto visual con Alan.
- Adelante, señorita - respondió sin darle importancia a mi tardanza.
Entré al salón y me senté en mi lugar, tratando de concentrarme en el examen, pero el dolor de cabeza no me lo permitía. Fue entonces cuando Alejandro, mi compañero, comenzó a molestarme.
- ¿Y si te subes a la mesa y nos bailas como lo hacías ayer en la fiesta? - dijo con una sonrisa burlona.
- Déjame en paz - le respondí molesta.
- Lo hacías muy bien, parecías una profesional - continuó burlándose.
- Me estás ofendiendo - le dije con un tono firme.
- Eso no pareció ofenderte ayer, te veías muy entretenida - insistió.
Fue entonces cuando Alan llegó al rescate.
- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó.
- No pasa nada, solo hacíamos comentarios sobre la fiesta de ayer - respondió Alejandro.
- Escuché lo que le decías a tu compañera y no es manera de tratarla - reprendió Alan - Y aprovecho este momento para decirles algo a todos: no quiero escuchar ningún comentario acerca de esa fiesta en la cual estuve presente. Deberían agradecer que no pasé lista de todos los que estuvieron ahí, ya que las fiestas en tiempo de examen están prohibidas. ¿Queda claro?
Todos respondieron al unísono que estaban de acuerdo, mientras yo estaba sorprendida por la manera en que Alan me había defendido. Pero lo que vino después fue lo que más me sorprendió.
- Entonces, joven Alejandro, no creo que su compañera haya sido la única en hacer algo ayer. Permítame decirle que aún no he terminado de limpiar el vómito que usted arrojó a mi auto mientras lloraba. ¿Recuerda eso, verdad? Así que sería mejor que le pida disculpas a su compañera, ¿no le parece?
- Disculpa - susurró Alejandro apenas abriendo la boca y con una expresión llena de odio.
- ¿Qué dijo? No le escuché. ¿Puede repetirlo? - preguntó Alan.
- ¡DISCÚLPAME! - gritó Alejandro.
- No hay problema - respondí finalmente.
¡Alan me había defendido! Su valentía y apoyo me reconfortaron en medio de la tensión que se había generado. Sin embargo, a pesar de su gesto amable, no podía evitar sentir una punzada de culpa y confusión que nublaba mi mente. Sentía como si hubiera cruzado una línea invisible, como si hubiera dicho o hecho algo que no debía, pero no lograba recordar exactamente qué era.
Evitaba su mirada, desviando los ojos hacia cualquier otro lugar que no fueran sus ojos.
Intenté buscar en mi memoria algún indicio de lo que había sucedido, de alguna palabra o acción que pudiera haber dicho o hecho. Pero todo era borroso, como una neblina que envolvía mis pensamientos. Me sentía frustrada y desesperada por no poder recordar, por no poder entender completamente mi propio comportamiento.