Capítulo 36: ¿De quién está enamorada, Brenda?
Narra Brenda
El beso se volvía cada vez más intenso y no podía quitarme su pregunta de la cabeza.
- ¿Eres mía? - preguntó Alan, suspirando. Era como si fuera necesario responder, la respuesta era más que obvia.
- Soy tuya... por siempre - respondí con seguridad, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba en mi pecho.
Él continuó besándome con pasión y sentí cómo, poco a poco, fuimos cayendo en el sillón, sin dejar de explorar nuestros labios y cuerpos. El tiempo parecía detenerse mientras nos entregábamos al amor que sentíamos el uno por el otro. Era como si todo lo demás desapareciera y solo existiéramos nosotros dos en ese momento.
Después de un largo rato, nos quedamos abrazados en el sillón, nuestros cuerpos entrelazados y nuestras respiraciones entrelazadas. Aún ninguno de los dos decía nada, pero no era necesario. Nuestras miradas hablaban por sí solas, expresando todo el amor y la felicidad que sentíamos en ese instante.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que ya era muy tarde y la realidad volvió a golpearme. Me separé de Alan, sobresaltada por la urgencia de la situación.
- Tengo que irme - dije, sintiendo una mezcla de tristeza y preocupación.
Alan me miró con ojos suplicantes, haciendo pucheros como un niño pequeño.
- Todavía es temprano... quédate, por favor - rogó, aferrándose a mí.
Suspiré, sintiendo el conflicto interno en mi corazón.
- No, no lo entiendes. Estoy castigada - expliqué con frustración. - Si no vuelvo a casa a tiempo, mi madre se dará cuenta de que no estoy donde dije que estaría.
Alan pareció comprender la gravedad de la situación y bajó la mirada, sintiéndose culpable.
- ¿Castigada por lo que pasó anoche? - preguntó con voz suave, lleno de remordimiento.
Asentí con tristeza, sintiendo el peso de las consecuencias de nuestras acciones.
- ¿Te parece poco? Bueno, al menos no se enteró de que pasé la noche contigo. Gracias por decirle que pasé la noche en casa de Anabela - le agradecí, aunque con cierta ironía.
Alan se acercó a mí, buscando consuelo en mi abrazo.
- Lo de Anabela no fue nada... yo sé cómo actuar en esas circunstancias. Pero entiendo que estés preocupada por las consecuencias.
Suspiré, sintiéndome atrapada entre el deseo de quedarme con él y la responsabilidad de enfrentar las consecuencias de nuestras acciones.
- Se supone que no debí salir de mi casa. Mi madre debe pensar que todavía estoy en mi habitación. ¿Así que, a menos que saques una idea de tu sombrero mágico para que pueda estar en los dos lugares al mismo tiempo, me tengo que ir? - expresé con resignación, sintiendo cómo la realidad se imponía sobre nuestros deseos.
Alan me miró con tristeza, comprendiendo la difícil situación en la que nos encontrábamos.
- De verdad no sabes lo feliz que estoy de estar contigo de nuevo. Gracias, gracias, mil gracias. No sabes cuánto te amo - dijo con voz entrecortada, lleno de emociones.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar sus palabras sinceras y llenas de amor.
- No tienes nada que agradecer. Soy tuya... completamente tuya... solo tuya - respondí con voz suave, dejando claro que mi amor por él era incondicional.
Nos abrazamos con fuerza, aferrándonos el uno al otro como si el mundo estuviera a punto de separarnos. Sabíamos que debíamos enfrentar las consecuencias de nuestras acciones, pero también sabíamos que nuestro amor era fuerte y que juntos podríamos superar cualquier obstáculo que se interpusiera en nuestro camino.
Él me tomó de la cintura y me besó apasionadamente. Nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo apretado mientras caminábamos hacia la puerta, sin dejar de explorar nuestros labios con deseo. Cada beso era un recordatorio del amor ardiente que compartíamos. Con una mano, él abrió la puerta, sin soltarme de la cintura con la otra.
- Me tengo que ir - susurré entre besos, sintiendo la tristeza de tener que separarme de él.
- Sí, ándate, dale - respondió él, sin dejar de besarme, su voz cargada de anhelo, deseando que me quedara a su lado.
Me costó mucho, pero logré separarme de su abrazo. Le dediqué una última sonrisa y comencé a caminar, sintiendo su mirada ardiente sobre mí. Sin embargo, no pude resistir la atracción magnética que nos unía. Rápidamente, me volví y corrí hacia sus brazos una vez más. Lo empujé suavemente contra la pared y nuestros labios se encontraron en un beso apasionado y lleno de amor.
- Ahora sí me tengo que ir - dije, con una sonrisa triste pero llena de gratitud por esos preciosos momentos juntos.
Salí de su departamento sintiéndome completamente renovada y llena de emociones encontradas. Tomé un taxi y me dirigí a mi casa. Tuve que entrar por la ventana, afortunadamente mi madre no se había dado cuenta de que había salido.
Me acosté en mi cama y no pude evitar sonreír como una tonta. Me sumergí en un sueño profundo, donde los recuerdos de nuestros besos y abrazos se entrelazaban con mis pensamientos. Al despertar al día siguiente, me levanté temprano como de costumbre, pero esta vez con una sonrisa radiante en mi rostro. Realicé todas las actividades que solía hacer por las mañanas y, mientras preparaba el desayuno, la melodía de una canción se apoderó de mí.
♪ Wouldn't it be nice if we were older, then we wouldn't have to wait so long ♪
Mis labios se movían al ritmo de la música mientras cantaba en voz alta, dejando que la letra de los Beach Boys expresara lo que mi corazón sentía. Estaba tan feliz y llena de esperanza que no me di cuenta de que mi hermana y mi madre se habían despertado y estaban paradas detrás de mí, observándome con asombro.
- ¡Ah bueno! ¿A qué se debe tanta felicidad, hermanita? - preguntó Ingrid, curiosa por el brillo en mis ojos.
- Eh, feliz... yo, es que... - comencé a tartamudear nerviosa, buscando las palabras adecuadas para explicar la felicidad que me embargaba.
- Ssssss - hizo un sonido con la boca, interrumpiéndome con una sonrisa traviesa. - Me parece que alguien está enamorada.
- Enamorada yo, no... ¿cómo creen? - respondí aún más nerviosa, tratando de negar lo obvio.
- Ah no... ¿y por qué estás tan nerviosa entonces? - preguntó mi hermana con una sonrisa pícara, disfrutando de mi incomodidad.
Mi madre, en silencio, me observaba con sorpresa y curiosidad, esperando una respuesta a la evidente pregunta sobre mi felicidad desbordante.
- No, no estoy nerviosa - dije tratando de calmar mis nervios, aunque mi voz temblaba ligeramente.
Mi mamá se dio cuenta de que me estaba poniendo cada vez más nerviosa y decidió intervenir.
- ¡¡¡Basta ya!!! - exclamó, dirigiéndose a Ingrid - Cálmate, Brenda - dijo acercándose a mí con una mirada comprensiva - No te pongas nerviosa, no tiene nada de malo enamorarse.
Traté de evadir la conversación, buscando una manera de cambiar de tema.
- Miren, el desayuno ya está listo... ¿Vamos a desayunar? - propuse, intentando desviar la atención - Tengo que ir a la escuela, ¡ustedes saben que me gusta ir temprano para poder pasar tiempo en la biblioteca!
Las dos me miraron y, finalmente, accedieron a desayunar conmigo. Mientras nos despedíamos con besos en las mejillas, mi hermana hizo una propuesta inesperada.
- ¿Yo te llevo, Brenda? De todas maneras, tenía que pasar por la biblioteca para sacar algunos libros.
Traté de encontrar una excusa para evitarlo.
- No hace falta, tengo mi auto - dije, tratando de evadir su propuesta.
Pero mi hermana no se dio por vencida.
- Pues no importa, déjalo por hoy - respondió, decidida a acompañarme.
No se me ocurría cómo evadirla y sentía cómo mis nervios aumentaban.
- Pero...
- ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que descubra algo si te acompaño a la escuela? - dijo, sospechando algo.
- No, no para nada... vamos - respondí, tratando de disimular mis nervios y aceptando su oferta.
Llegamos a la escuela temprano como de costumbre. Saludé al director y a la bibliotecaria, mientras Ingrid me acompañaba hasta la biblioteca. Afortunadamente, la biblioteca era mi lugar favorito y conocía cada rincón de ella. En un momento oportuno, logré escabullirme y me escondí en el baño. Desde allí, observé con cautela y, cuando vi que mi hermana ya no estaba a la vista, salí del baño y me adentré en un salón vacío para evitar que me encontrara. Cerré la puerta detrás de mí y, justo cuando pensaba que estaba a salvo, alguien me tomó de la cintura. Giré asustada y me encontré con los ojos de Alan, llenos de emoción y complicidad.
- ¡Me asustaste! - exclamé, tratando de recuperar el aliento después de la sorpresa.
- ¿Qué haces aquí? ¿Te estás escondiendo? - preguntó Alan, con una sonrisa traviesa en su rostro.
- Sí, de mi hermana - respondí, susurrando para asegurarnos de que nadie más nos escuchara.
- ¿Por qué? - preguntó, curioso por la situación.
- Sospecha que salgo con alguien, se ofreció a traerme a la escuela con el pretexto de que tenía que sacar algunos libros de la biblioteca, y no se me ocurrió ninguna excusa para decirle que no, ahora está detrás de mí - expliqué, sintiendo la presión de mantener nuestro secreto.
- Tomaste una buena decisión en venir a esconderte aquí - dijo Alan, acercándose y besando suavemente mi cuello.
- ¿Alan? - suspiré, reconociendo su toque y dejando escapar una mezcla de emoción y preocupación.
- ¿Qué? - preguntó, ahora besando mi oreja con ternura.
- No, Alan, aquí no - suspiré de nuevo, consciente de que estábamos en la escuela y no era el lugar adecuado para mostrar nuestra intimidad.
- Está bien - dijo, acercándose y besando mis labios con pasión - Te veo esta tarde en mi departamento.
- Olvidas que estoy castigada - recordé, sintiendo cómo la realidad se interponía en nuestros planes.
Noté cómo las comisuras de los labios de Alan se tensaron, mostrando su decepción.
- Entonces creo que te veré mañana - dijo, tratando de mantener la esperanza en su voz.
- Te amo - dije, poniéndome de puntillas para darle un beso rápido, consciente de que no era seguro besarnos en la escuela.
- Yo también te amo. Suerte y te veo mañana - respondió Alan, sonriendo y despidiéndose con cariño.
Salí del salón cuando me aseguré de que mi hermana ya se había ido. Pasé un rato en la biblioteca hasta que llegó la hora de entrar a mis clases. Pasé el resto del día en la escuela, esperando ansiosamente el momento de volver a ver a Alan. Al regresar a casa, me preparé para enfrentar las posibles burlas de mi hermana acerca de mis sentimientos. Entré a la casa y escuché varias voces provenientes de la cocina. Me acerqué y...
- ¿Papá? ¿Qué haces aquí? - pregunté sorprendida al ver a mi padre en casa.
- También me da gusto verte, hija - dijo, dándome un beso en la mejilla.
- Yo... ¿Pensé que se habían separado? - expresé mi confusión, recordando las conversaciones de mis padres sobre su separación.
- Tu madre me dijo que estás algo distraída últimamente - explicó mi padre, mirándome con preocupación.
Miré fijamente a mi mamá y a mi hermana, quienes permanecían en silencio, escuchando atentamente.
- ¿Estás enamorada de alguien, hija? - preguntó mi papá, tratando de entender lo que estaba sucediendo.
- ¿Y qué si fuera así? ¿Tiene algo de malo? - respondí con preguntas, cansada de tener que justificar mis sentimientos y deseando que me aceptaran tal como soy.
- No se trata de eso, hija... solo queremos saber de quién se trata y sería útil si podemos conocerlo - dijo mi papá, intentando tranquilizarme con sus palabras.
Estuvimos hablando durante horas. Ellos querían obtener información sobre el chico del que estaba enamorada, pero no les di ninguna pista. Me hicieron muchas preguntas y me interrogaron sobre mis planes para la universidad. Se sorprendieron con las respuestas que les di, ya que no esperaban que tuviera metas tan ambiciosas.
Finalmente, logré escapar del interrogatorio y me refugié en mi habitación, sintiéndome agotada por la intensidad de la conversación.
Poco a poco me fui quedando dormida y al despertar al día siguiente, noté que era temprano como de costumbre. Al realizar mis actividades matutinas, bajé a la cocina para preparar el desayuno, pero me sorprendió ver a mis padres y mi hermana esperándome con el desayuno ya listo.
- Buenos días, Brenda - dijeron los tres al unísono, como si estuvieran coordinados.
- ¿Qué hacen despiertos a esta hora? - pregunté, confundida por su presencia temprana.
- Queríamos despertarnos temprano para pasar más tiempo juntos - explicó mi papá.
Me sirvieron el desayuno y comí en silencio, sintiéndome incómoda por la situación inusual.
- No acostumbro a desayunar con ustedes - comenté, tratando de romper el silencio.
Una vez terminé de desayunar, tomé mi mochila y me despedí de todos con un beso en la mejilla. Estaba a punto de irme cuando mi papá me detuvo.
- Yo te llevo, hija - dijo, desafiando mi intención de irme por mi cuenta.
- No es necesario, tengo mi auto - respondí, tratando de mantener mi independencia.
- Dije que yo te llevo... sube a la camioneta - insistió mi papá, dejándome sin opción.
No quería seguir discutiendo, así que subí a su camioneta y juntos llegamos al estacionamiento de la escuela.
- Bueno, te veo en la tarde. Gracias por traerme - dije apresuradamente, sin esperar a que él respondiera. Pero cuando me di la vuelta, me di cuenta de que también estaba bajando de la camioneta.
- No es necesario que bajes - intenté detenerlo, pero él ya había tomado la decisión.
- De hecho, lo es... vine para hablar con tus profesores - reveló, causando una reacción de sorpresa en mí.
- ¿Qué tú qué? - exclamé, sin poder contener mi asombro y preocupación.
- Sí, vine a averiguar por qué estás tan tensa y nerviosa últimamente. Vivo con la preocupación de que no te estás concentrando en tus estudios ni en tus planes para el futuro - explicó mi papá, mostrando su preocupación por mi bienestar.
- Eso no es necesario... yo estoy bien, no me pasa nada - traté de tranquilizarlo, aunque en mi interior sabía que había algo más que estaba afectando mi estado de ánimo.
Mi corazón se aceleró. Una vez que me enamoré, todos parecían querer saber de quién se trataba. La situación se estaba volviendo cada vez más complicada y no sabía cómo manejarla.
- Voy a hablar con tus profesores y nada me hará cambiar de opinión - afirmó mi papá con determinación, dejándome con un nudo en el estómago. No sabía qué hacer ni cómo manejar la situación.
Caminé hacia la entrada de la escuela, tratando de mantener la calma. El edificio ya estaba abierto y pude ver al director en su oficina, a la bibliotecaria ocupada en la biblioteca. Y ahí estaba Alan, con una sonrisa de oreja a oreja, sosteniendo una rosa en su mano. Supuse que era para mí. Se acercaba lentamente hacia mí, mientras mi papá venía detrás de mí, haciendo gestos para llamar su atención. Pero parecía no darse cuenta de la tensión que había en el ambiente. Finalmente, llegué donde él estaba.
- Buenos días, señor Freeman - dije nerviosa, tratando de ocultar mi preocupación.
- Brenda, ¿por qué tanta seriedad? ¿Pasa algo? - preguntó el profesor Freeman, con una sonrisa amable en su rostro.
Mi papá se puso a mi lado y la tensión se volvió casi insoportable.
- Profesor, ¿ya conoce a mi papá? Papá, ¿ya conoces al profesor Freeman? - dije, presentándolos incómodamente.
Alan puso una expresión de sorpresa, escondió rápidamente la rosa y extendió su mano hacia mi papá, quien la aceptó con cierta reserva.
- Mucho gusto. ¿Y qué lo trae por aquí? - preguntó el profesor Freeman, tratando de mantener la cortesía.
- Quería hablar con usted sobre mi hija, pero primero quiero preguntarle: ¿acostumbra a traer rosas a la escuela? - preguntó mi papá, con una mirada seria.
- ¿Qué? No, no. Esto lo acabo de encontrar aquí - respondió Alan, visiblemente incómodo por la situación.
La tensión se podía sentir en el aire, como si estuviera a punto de estallar en cualquier momento.
- Bueno, creo que comenzaré a hablar con usted... sobre mi hija - dijo mi papá, preparándose para abordar el tema. Alan estaba a punto de responder cuando la bibliotecaria pasó por ahí y dijo:
- Señorita Brown, qué raro encontrarla aquí. ¿No piensa ir a la biblioteca hoy? - interrumpió, desviando momentáneamente la atención de la conversación tensa.
La situación se volvía cada vez más complicada y no sabía cómo iba a terminar. Mi corazón latía acelerado, esperando el desenlace de esta confrontación entre mi padre y Alan, y sin saber qué consecuencias tendría para nuestra relación.
- Sí, quería ir... pero mi papá está hablando con mi profesor, entonces...
- Yo creo que ellos pueden hablar solos - interrumpió la bibliotecaria, tratando de tranquilizarme.
- Ve, hija - dijo mi papá, dándome permiso para irme.
Miré a Alan en busca de una respuesta, y él me miró con una expresión que parecía decirme que todo estaría bien. Decidí confiar en él y me dirigí hacia la biblioteca, dejando a mi padre solo con mi profesor, quien también era mi novio.
En la biblioteca, traté de distraerme con los libros y el silencio reconfortante que reinaba en el lugar. Aunque intentaba concentrarme en la lectura, mi mente seguía divagando hacia la conversación que estaba teniendo mi padre con mi profesor. Me preguntaba qué estarían hablando, si mi padre descubriría nuestra relación o si habría alguna confrontación.
Narra Alan
- ¿Y bien, qué pasa con su hija? - pregunté al papá de Brenda, tratando de mantener la calma a pesar de su evidente molestia.
- Bueno, la he notado un poco distraída, dispersa, muy desconcentrada, y me gustaría saber si usted sabe por qué - expresó el padre de Brenda, buscando respuestas.
- No lo sé, señor... la verdad es que siempre la vi muy enfocada en sus estudios - respondí, intentando explicar mi perspectiva.
- Pues parece que no le ha estado prestando mucha atención entonces - afirmó de manera prepotente. - Nunca pude preguntarte, ¿qué edad tienes?
- Tengo 23 años, señor - respondí, sin comprender la relevancia de mi edad en la conversación.
- 23 años, con razón no prestas atención a todos tus estudiantes... mi hija ha bajado su nivel académico y tú ni cuenta te diste - dijo de manera soberbia, tratando de menospreciar mi capacidad como profesor.
- Con todo respeto, no creo que mi edad tenga algo que ver. En todo caso, creo que su hija no está recibiendo la atención que merece en casa. Además, para su información, sí noté que estaba algo distraída y apagada, pero eso se debe a problemas familiares. Ahí radica el problema - respondí, tratando de explicar la situación desde mi punto de vista.
- ¿Me estás tratando de mal padre? - dijo, señalándome con el dedo y mostrando su enojo.
- Bueno, usted cuestionó mi trabajo solo por mi edad - respondí, intentando defenderme de sus acusaciones.
- La primera vez que te vi, pensé que eras un buen chico, pero la verdad es que eres un insolente. Te aseguro que pondré una queja para que tus días como profesor terminen - amenazó, dando la espalda y negándome la oportunidad de responder.
Quedé ahí, con las palabras en la boca, sintiendo una mezcla de enojo y frustración. Tomé la rosa que había tirado en el suelo y la aventé con fuerza, dejando que mi frustración se manifestara en ese acto impulsivo. Si así había reaccionado por unas simples calificaciones, no podía ni imaginar cómo sería cuando el padre de Brenda, mi querido suegro, se enterara de nuestra relación.