Rhys miraba fijamente la ciudad desde la ventana de su apartamento de suelo a techo, sosteniendo un vaso de bourbon.
Otra noche, otra tortura.
Engulló el licor dejando que lavara el sabor amargo de su boca.
Había estado yendo a terapia el último año con la esperanza de que los demonios bajo su piel se calmaran.
Por un momento todo desapareció.
Por un momento no se sintió loco.
Por ella.
Entrelazó los dedos en su cabello húmedo y tiró de las raíces, intentando ahogar los gritos.
Su hermosa sonrisa cruzó ante sus ojos. Su inocencia.
Un par de brazos se enroscaron alrededor de su cintura—Ven a la cama —susurró ella.
Rhys se estremeció al sentir sus dedos deslizándose por su espalda.
—¿Qué mierda sigues haciendo aquí? —siseó, con el asco impregnado en su voz.
—¿Qué mierda me estás preguntando? —la mujer respondió ásperamente.
—Vete antes de que te haga yo —murmuró, cerrando los ojos y tratando de controlar al monstruo que amenazaba con salir.