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Damien se despertó brevemente con la salida del sol, pero con sudor goteando por todo su cuerpo y extremadamente sediento.
Su piel ardía y un dolor de cabeza palpitante se desarrollaba debajo de sus sienes.
Se levantó de su cama pero se sentía tan débil. Todo su cuerpo dolía y parecía como si alguien hubiera atravesado su pecho con una flecha.
Casi llegó a la puerta hasta que empezó a vomitar por todos los suelos de su dormitorio.
Antes de que supiera qué estaba pasando, quedó confinado a su cama; la pesada manta que yacía sobre él hacía un trabajo débil al evitar que su cuerpo temblara.
Damián debe haberse quedado dormido, porque el suave susurro a su alrededor lo sacó de su sueño.
—Damien, soy yo —dijo la voz. Arqueó las cejas. La voz le era tan familiar, pero no podía recordar quién era.