Al amanecer, los rayos de sol se filtraban a través de las ventanas de la taberna, iluminando el rostro de Xivra, quien se encontraba sentado en su mesa habitual. Su laúd descansaba junto a él, silencioso tras una noche de melodías y emociones compartidas. Elena y Rufus se unieron a él, con ojeras y ropas arrugadas, dando a entender que por la borrachera seguro amanecieron en alguna banca de la plaza o en algún establo.
Bárbara entró en la habitación, su imponente figura haciendo que los parroquianos se apartaran para dejarla pasar. Se sentó con un gruñido junto a sus nuevos aliados, y sus ojos se iluminaron con determinación al verlos listos para escuchar.
"El conde reside en una mansión fortificada en las afueras de la ciudad," comenzó Bárbara, su voz ronca resonando en la habitación. "Es un hombre cruel y ambicioso, que no dudará en usar la fuerza para conseguir lo que desea."
Xivra frunció el ceño, sus dedos acariciando las cuerdas de su laúd en un gesto inconsciente. "¿Y dónde tienen encerrada a tu amada?" preguntó, su voz suave y melancólica.
Bárbara se aclaró la garganta antes de responder. "En la torre más alta de la mansión, donde es difícil llegar sin ser visto. Pero hay una entrada secreta, conocida solo por unos pocos."
Rufus sonrió con picardía, sus ojos azules brillando con interés. "Ahí es donde entro yo," dijo, cruzando los brazos sobre su pecho. "Soy un experto en encontrar entradas secretas y deslizarme por ellas sin ser detectado."
Elena asintió con decisión, su mano apretando el arco que llevaba consigo. "Y yo cubriré vuestras espaldas," añadió. "No dejaré que nadie se interponga en nuestro camino."
Xivra, el semielfo de porte elegante y enigmático, miró a sus compañeros con gratitud y una chispa de esperanza en sus ojos almendrados. Su corazón se llenó de alivio al ver su determinación y su compromiso en la misión que tenían por delante. "Entonces estamos de acuerdo," dijo en voz firme y segura, con una leve sonrisa en sus labios. "Juntos vamos a rescatar a la amada de Bárbara, pero debemos hacerlo con cautela y sigilo. Nuestro objetivo es llegar hasta ella sin ser detectados por los guardias de la mansión."
Xivra sabía que la tarea no sería fácil, pero confiaba en las habilidades de sus compañeros. Rufus, el astuto ladrón, sería el encargado de encontrar la entrada secreta y deslizarse por ella sin llamar la atención. Elena, la habilidosa arquera, cubriría sus espaldas y protegería al grupo de cualquier amenaza que pudiera surgir. Y Bárbara, la imponente ogro, usararía su fuerza y su valentía para abrirse paso si fuera necesario.
Rufus, el ladrón, sonrió astutamente mientras miraba a sus compañeros. "No olvidemos que, si encontramos algo de dinero en el camino, sería de gran ayuda," dijo, sus ojos azules brillando con codicia. "Y si es oro o unas cuantas gemas, ¡mejor aún!"
Elena, la arquera, frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho. "No estamos aquí por el dinero, Rufus," dijo, su voz dura y firme. "Estamos aquí para ayudar a Bárbara y rescatar a su amada."
Xivra, suspiró profundamente, sus ojos almendrados reflejando tristeza y sabiduría. "Elena tiene razón, Rufus," dijo, su voz suave y melancólica. "Pero si encontramos algo de valor en el camino, podemos usarlo para financiar nuestra misión y ayudar a aquellos que lo necesiten."
Rufus asintió con la cabeza, su sonrisa traviesa regresando a su rostro. "Estoy de acuerdo, " dijo, su voz suave y persuasiva. "Solo quiero asegurarme de que no perdamos la oportunidad de obtener algo de ganancia en el camino."
Con la discusión resuelta, los cuatro aventureros se prepararon para partir. Xivra se puso su capa negra, su laúd colgando de su hombro. Elena ajustó su arco y su carcaj, sus ojos escaneando el horizonte. Rufus revisó sus herramientas de robo, su mente ya planeando cómo sortear las trampas que pudieran encontrar. Y Bárbara, la ogro, se puso en pie con determinación, su corazón latiendo con esperanza ante la posibilidad de reencontrarse con su amada.
Xivra, se puso de pie con gracia y deslizó su capa negra con forro morado por detrás de sus brazos. Los ojos de Elena y Rufus se abrieron con sorpresa al ver que debajo de las mangas de la capa, Xivra llevaba un par de ballestas cortas amarradas a sus muñecas.
"¿Vienes con ganas de diversiòn Xivra?" preguntó Elena, su voz llena de curiosidad.
Xivra sonrió con tristeza y respondió con un tono melancólico: "Las he llevado conmigo durante mucho tiempo, y no olvides que fueron ellas las que te salvaron la vida aquella vez en el bosque. Además, creo que en esta misión que tenemos por delante serán de gran ayuda. Mi inspiración bárdica puede levantar la moral de nuestros aliados, pero en algunas situaciones, una ballesta de mano puede ser más efectiva". Elena asintió con comprensión y Rufus sonrió con aprobación ante la determinación de Xivra.
Rufus se acercó a Xivra y examinó las ballestas con interés. "Tienen un mecanismo de carga rápida," dijo, su voz suave y persuasiva. "Esto te permitirá disparar dos virotas o flechas de ballesta por minuto, mientras vuelves a cargar las armas."
Xivra asintió con la cabeza y se alejó de sus compañeros, dirigiéndose hacia un rincón de la taberna. Allí, comenzó a practicar con las ballestas, disparando a un blanco imaginario con precisión y rapidez.
Elena y Rufus lo miraban con admiración, su corazón latiendo con emoción ante la perspectiva de la aventura que les esperaba. Bárbara, la ogro, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta de la taberna.
"Es hora de partir," dijo, su voz ronca y profunda. "El conde no esperará por siempre, y mi amada necesita nuestra ayuda cuanto antes."
Los aventureros, resueltos y confiados, se levantaron de sus asientos y siguieron a Bárbara, la ogro, cuyos pasos eran firmes y decididos. La pandilla se dispuso a seguirla hacia las afueras de la ciudad, pero para su sorpresa, Bárbara tomó el camino opuesto. Con determinación, avanzó hacia el corazón de la urbe, su imponente figura abriéndose paso entre la multitud.
Xivra, el semielfo melancólico, frunció el ceño al notar el cambio de dirección. Se preguntó qué podría haber en el centro de la ciudad que fuera más importante que ponerse en camino hacia el conde y su amada en apuros. Sin embargo, confiaba en el juicio de Bárbara y no cuestionó su decisión.
Por su parte, Elena, la halfling arquera, se ajustó el arco sobre su hombro y se preparó para cualquier eventualidad. Aunque era impaciente por llegar a su destino, comprendía la importancia de estar alerta en todo momento.
Rufus, el ladrón astuto, aprovechó la oportunidad para echar un vistazo a los alrededores, buscando cualquier señal de peligro o oportunidad. Su mente ágil comenzó a maquinar planes y estrategias en caso de que fuera necesario.
Mientras la pandilla avanzaba por las calles adoquinadas del centro de la ciudad, los transeúntes se apartaban para dejar paso a la imponente figura de Bárbara. Algunos la miraban con miedo, mientras que otros la saludaban con respeto. Era evidente que la ogro era bien conocida y respetada en aquellas tierras.
De repente, Bárbara se detuvo frente a una pequeña tienda de herrería. Con un gesto, indicó a sus compañeros que esperaran fuera mientras ella entraba al establecimiento. Los aventureros intercambiaron miradas curiosas, pero obedecieron sin preguntar.
Después de unos minutos, Bárbara salió de la tienda con un pequeño paquete en la mano. Sin decir una palabra, continuó caminando hacia el norte de la ciudad. Los aventureros la siguieron, intrigados por el misterioso paquete y ansiosos por descubrir lo que les depararía el futuro.
"Espera, Bárbara," dijo Elena, su voz llena de confusión. "¿No dijiste que la mansión del conde estaba en las afueras de la ciudad?"
Bárbara se detuvo y se rascó la cabeza, su rostro reflejando la incertidumbre. "Oh, lo siento," dijo, su voz ronca y profunda. "Me he equivocado de camino. Vamos a tener que volver hacia atrás y tomar la otra calle."
Xivra, Elena y Rufus siguieron a Bárbara de nuevo, pero esta vez, la ogro se detuvo en una callejuela oscura y estrecha. "Estoy segura de que era por aquí," dijo, su voz temblorosa.
Rufus frunció el ceño y se acercó a Bárbara, su mirada astuta escaneando su rostro. "¿Estás segura de que sabes dónde está la mansión del conde, Bárbara?" dijo, su voz suave y persuasiva.
Bárbara se encogió de hombros y miró hacia abajo, su voz casi un susurro. "Lo siento," dijo. "Nunca he estado en la mansión del conde. Solo sé que está en las afueras de la ciudad."
Los aventureros se miraron entre sí, sus rostros reflejando la preocupación. "No te preocupes, Bárbara," dijo Xivra. "Vamos a encontrar la mansión del conde y rescatar a tu amada, aunque tengamos que recorrer todo el reino." Asi, los cuatro aventureros se dirigieron hacia las afueras de la ciudad, sus ojos escaneando el horizonte en busca de la mansión del conde. Pero mientras caminaban, Elena se dio cuenta de algo que le pareció extraño.
Bárbara," dijo, su voz llena de curiosidad. "¿Por qué no llevas ningún arma? ¿No vas a luchar junto a nosotros?" y ¿que fue lo que compraste con el herrero?
Bárbara se encogió de hombros y miró hacia abajo, su voz casi un susurro. "No sé cómo usar armas," dijo. "Solo sé hacer ejercicio y levantar cosas pesadas."
Xivra, Elena y Rufus se miraron entre sí, sus rostros reflejando la preocupación. "No te preocupes, Bárbara," dijo Xivra, "Vamos a conseguirte un arma y te enseñaremos cómo usarla. Así podrás luchar junto a nosotros y proteger a tu amada."
Rufus, se quedó pensando por un momento, su mente astuta buscando una solución al problema. "Igual mejor que lance piedras," dijo finalmente, su voz suave y persuasiva. "Perderemos menos tiempo."
Elena, frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho. "No estoy segura de que eso sea una buena idea, " dijo, su voz dura y firme. "Las piedras no son tan precisas como las flechas y podrían causar daño a la amada de Bárbara."
Xivra, suspiró profundamente, "Elena tiene razón, Rufus," dijo, su voz suave y melancólica. "Debemos ser cuidadosos en nuestro enfoque y asegurarnos de no poner en peligro a la elfa silvestre."
Barbara, se puso en pie con determinación, su corazón latiendo con esperanza ante la posibilidad de reencontrarse con su amada. "Yo puedo ayudar," dijo, su voz ronca y profunda. "Tengo una fuerza increíble y puedo lanzar piedras con mucha precisión."
Los tres se miraron entre sí, sus rostros reflejando un poco de impaciencia. "No te preocupes, Bárbara," dijo Xivra, mientas llegaban a la entrada de la ciudad, donde los rayos del sol a pleno iluminaban las calles adoquinadas. Bárbara se veía más imponente que nunca, con unas correas de metal y cuero, que habia sacado de la bolsa comprada al herrero.
Elena, con una expresión seria y decidida en su rostro, apretó con fuerza el arco que llevaba consigo. Después de observar las correas de metal y cuero que Bárbara acababa de sacar de la bolsa comprada al herrero, preguntó con cierto escepticismo: "Bueno, ¿por dónde empezamos? Tus correas lucen impresionantes, Bárbara, pero no estoy segura de que nos sirvan de arma en esta situación." Al decir esto, ella y sus compañeros se miraron unos a otros, evaluando sus opciones con rapidez y eficacia. Xivra, , se encogió de hombros y respondió con una sonrisa enigmática: "Tal vez podamos utilizarlas para algo más... creativo."
Rufus, asintió con entusiasmo y sugirió: "¡Sí! Podríamos usarlas para tender una trampa a nuestros enemigos." Bárbara, la ogro imponente y musculosa, frunció el ceño y se mostró escéptica ante la idea. "No estoy segura de que eso sea lo más efectivo," dijo, "pero estoy dispuesta a intentarlo si es necesario." Mientras tanto, Elena, la halfling arquera, se mantenía en guardia, lista para actuar en cualquier momento si la situación lo requería.
Rufus, sonrió astutamente y se apartó del grupo. "Déjenme a mí adelantarme," dijo, su voz suave y persuasiva. "Si alguno de nosotros se alejara de aquí, como la verdad es que seguimos perdidos, voy a preguntarle a todo el mundo, hasta que alguien me diga el camino a seguir."
Xivra, frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho. "No estoy seguro de que eso sea una buena idea, Rufus," dijo, su voz suave. "Mientras observada a Rufus preguntandole indicaciones de la mansion a un caballo."
Minutos despues Rufus ya había desaparecido en la multitud, su figura ágil y rápida esquivando a los transeúntes. Xivra, Elena y Bárbara se miraron entre sí, sus rostros reflejando la preocupación.
"No te preocupes, Xivra," dijo Bárbara, su voz ronca y profunda. "Rufus sabe lo que está haciendo. Y si alguien intenta hacerle daño, yo estaré aquí para protegerlo."
Xivra, Elena y Bárbara se apartaron del grupo, sus ojos escaneando la multitud en busca de Rufus. Pero en lugar de encontrar al ladrón, vieron a una mujer joven y hermosa acercándose a ellos, sus ojos azules brillando con interés.
"¿Eres tú el trovador que tocó en la taberna anoche?" dijo la mujer, su voz suave y dulce.
Xivra, se puso de pie con gracia y deslizó su capa negra con forro morado por detrás de sus brazos. "Sí, soy yo," dijo, su voz suave y melancólica. "¿Puedo ayudarte en algo, hermosa dama?"
La mujer sonrió y se acercó aún más a Xivra, su perfume floral y dulce llenando el aire. "Quiero que me escribas una canción," dijo, su voz suave y dulce. "Una canción que exprese el amor que siento por mi esposo, quien está luchando en una guerra lejana."
Xivra, frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho. "Lo siento, hermosa dama," dijo, su voz suave y melancólica. "No puedo escribir canciones de amor por encargo. Mis canciones surgen de mi propia experiencia y emociones."
La mujer se encogió de hombros y se alejó de Xivra, su sonrisa desapareciendo de su rostro. "Bueno, si cambias de opinión, solo tienes que buscarme," dijo, su voz suave y dulce.
Xivra, Elena y Bárbara se miraron entre sí, sus rostros reflejando la decepción. Pero en ese momento, Rufus, apareció de la nada, su sonrisa traviesa regresando a su rostro.
"Encontré el camino a la fortaleza del conde," dijo, su voz suave y persuasiva. "Y también conseguí un poco de oro y unas cuantas gemas para financiar nuestra misión.
Juntos, los cuatro aventureros se dirigieron hacia la mansion del conde. Sabían que la misión que tenían por delante no sería fácil, pero estaban dispuestos a hacer todo lo posible para rescatar a la elfa silvestre y ayudar a Bárbara a reencontrarse con su amada.
Xivra cogió su laúd y comenzó a tocar una melodía animada, sus dedos bailando sobre las cuerdas con gracia y habilidad. Elena y Rufus se unieron a la música, cantando con voces fuertes y llenas de esperanza. Bárbara tomo un garrote que había olvidado algún trabajador en el camino y los demás lo vieron con gracia, ella ya había encontrado su arma, su corazón llenándose de valor al escuchar sus voces unidas en armonía.
En una escena con el sol en pleno, los aventureros atravesaron la ciudad por segunda vez, ahora con más determinación y confianza en sus pasos. Mientras seguían la voz melancólica de Xivra, cada uno de ellos reflexionaba sobre la misión que tenían por delante. A pesar de su valentía y habilidades, nadie podía ocultar el hecho de que no tenían un plan sólido una vez llegaran a su destino.