Xivra, junto con Elena, Rufus y Bárbara, la ogro musculosa, se acercaban a la imponente fortaleza del conde. La fortaleza estaba rodeada de un foso profundo y oscuro y un puente levadizo que parecía ser la única entrada, era una visión impresionante.
La fortaleza de piedra gris oscuro se elevaba hacia el cielo, con torres altas y estrechas que parecían querer tocar las nubes. Las ventanas, pequeñas y escasas, eran como ojos vigilantes que observaban a los que se acercaban. En lo alto de la torre más alta, una bandera con el emblema del conde ondeaba con fiereza, como si desafiara a cualquier intruso. La fortaleza parecía inexpugnable, una verdadera fortaleza diseñada para disuadir a los más valientes.
"Bien, ¿cómo vamos a entrar?" preguntó Elena, mirando hacia arriba y hacia abajo el puente levadizo.
"Ya lo tengo," dijo Rufus, sacando una pequeña bolsa de cuero de su mochila con un guiño travieso. "Tengo un poco de polvo pica pica, también conocido como polvo de duende travieso en algunas partes. Si se lo soplamos en la cara a los guardias, quedarán distraídos y podremos aprovechar para entrar."
Xivra frunció el ceño y cruzó los brazos. "Eso es ridículo. Además, el ruido alertará a los guardias."
"¿Entonces qué sugerencias tienes, trovador?" dijo Rufus, con una sonrisa burlona.
Xivra sacó su laúd y lo rasgueó suavemente. "Toco una canción melancólica y distraigo a los guardias. Luego, nos colamos sigilosamente."
"¡Eso es una tontería!" dijo Bárbara, con voz ronca. "¡Mi amada está en peligro y no tenemos tiempo para tus canciones!"
Elena puso una mano en el hombro de Bárbara. "Tranquila, amiga. Tenemos que pensar con cuidado antes de actuar."
"¡Basta ya!" dijo Rufus, con un tono de impaciencia. "¡Yo tengo un plan! ¡Vamos a hacerlo!"
Antes de que nadie pudiera detenerlo, Rufus se lanzó al foso, aterrizando con un gran chapoteo. Los guardias se apresuraron a la orilla, mirando con curiosidad. Xivra, Elena y Bárbara se miraron entre sí, incrédulos.
"¿Ahora qué?" susurró Elena.
"Esperamos," dijo Xivra, con voz tranquila.
Unos segundos más tarde, Rufus salió del agua, con un pez enorme en la mano. "¡Miren lo que encontré!" gritó, con una sonrisa triunfante.
Los guardias estallaron en carcajadas ante el espectáculo de Rufus emergiendo del foso con su enorme pez. Mientras se reían, se alejaron de la orilla, dejando el puente levadizo sin vigilancia. Xivra, Elena y Bárbara aprovecharon la oportunidad y cruzaron rápidamente el puente, manteniendo la cabeza baja para evitar llamar la atención.
Se dirigieron hacia la entrada principal de la fortaleza, aprovechando la distracción creada por su compañero ladrón. Xivra, con su capa ondeando a su espalda, lideró el camino con confianza, mientras Elena y Bárbara, con determinación en sus ojos, lo seguían de cerca, preparadas para cualquier eventualidad.
"¡Deténganse en el nombre del conde!" gritó un guardia, con una lanza en la mano.
"¡Somos trovadores!" dijo Xivra, con una sonrisa encantadora. "¡Venimos a cantar para el conde en la boda!"
El guardia vaciló por un instante, y le pidió a Xivra que entonara una melodía. Este comenzó a interpretar una tonada popular de la región y el guardia accedió a dejarlos pasar, no sin antes advertirles que no armaran mucho alboroto.
Los tres aventureros penetraron en la fortaleza, Rufus los alcanzó empapado y les solicitó buscar un sitio donde poder orearse, los vigilantes retuvieron el pez y todos se cuestionaban cómo había logrado capturar un pez de semejante envergadura únicamente con sus manos.
Se adentraron en la fortaleza sin un rumbo definido, observando una gran cantidad de carruajes adornados con flores, mesas, sillas y demás elementos decorativos que, sin duda, estaban preparados para la boda. Además, llamó la atención de Xivra una carreta llena de instrumentos musicales.
Tras vagar sin rumbo durante más de una hora, colarse en la cocina y comer algo, irrumpir en el salón de los guardias interrumpiendo a uno que otro trabajador mientras realizaban sus tareas, los tres aventureros finalmente llegaron a la sección más amplia y apartada de la fortaleza.
"¡Esta es la entrada secreta!" susurró Rufus, con emoción.
"¿Por qué necesitamos la entrada secreta si ya estamos adentro?" dijo Elena con ira y desesperación.
"Para poder salir de aquí," respondió Rufus en tono muy grave.
Pero al abrir la puerta, se encontraron con un baño sucio y maloliente. "¡Esto no es una salida!" dijo Elena, con frustración.
"¡Espera!" dijo Bárbara, con una sonrisa astuta. "¡Este es el baño de la servidumbre! ¡Podemos escondernos aquí si es necesario!"
Los aventureros se congelaron en el acto al oír la voz de un hombre a sus espaldas. "Alto," dijo un hombre, con ropa fina y un sombrero adornado con plumas, acercándose a ellos con una sonrisa amable.
"Bienvenidos, sois los músicos que hemos contratado para la boda, ¿verdad?" preguntó el elegante hombre, extendiendo la mano hacia Xivra.
El semielfo hizo un gesto de asentimiento con un ligero movimiento de cabeza. "Así es, somos nosotros. Me llamo Xivra, el juglar, y estos son mis acompañantes: Ringo, John, Paul y la percusionista Baba," afirmó con confianza y un toque de humor al final.
El organizador, al escuchar los nombres de los compañeros de Xivra, frunció ligeramente el ceño, pero su rostro pronto recuperó la amabilidad y la compostura que lo caracterizaban. "Encantado de conoceros," dijo con una cálida sonrisa, extendiendo su mano a cada uno de ellos. "Soy Federico, el organizador de la boda. Por favor, síganme, les mostraré dónde se llevará a cabo la ceremonia y la celebración posterior. Estoy seguro de que su música será el toque perfecto para este día tan especial."
Federico les dirigió una sonrisa complaciente y se dio media vuelta, dejando a los aventureros en el vestíbulo. La preocupación se apoderó de Xivra, quien frunció el ceño y se rascó la barbilla.
"No podemos quedarnos aquí sin hacer nada, en cualquier momento llegarán los verdaderos músicos," susurró Xivra, mirando a sus compañeros con los ojos llenos de inquietud.
El astuto Rufus se limitó a encogerse de hombros y esbozar una sonrisa pícara. "No te inquietes, Xivra, ya maquiné un plan. Iré a buscar a esos músicos y los encerraré en el baño de la servidumbre para ocupar sus puestos sin levantar sospechas."
Elena arqueó una ceja y cruzó los brazos. "¿Y cómo piensas hacer eso, Rufus? ¿Vas a robarles sus instrumentos y disfrazarte de músico?"
Rufus le dirigió una mirada traviesa y se inclinó hacia ella. "No subestimes mis habilidades, Elena. Tengo un par de trucos bajo la manga que podrían ser muy útiles en esta situación."
Bárbara, quien había permanecido en silencio hasta entonces, se adelantó y habló con voz ronca y firme. "Yo iré con Rufus. Mi aspecto intimidante podría ser útil para persuadir a los músicos de que nos dejen tomar su lugar."
Xivra asintió con la cabeza y se dirigió a sus compañeros. "Bien, Rufus y Bárbara irán a interceptar a los músicos. Elena y yo nos quedaremos aquí y nos aseguraremos de que todo esté listo para la boda. Tendremos que ser cuidadosos y no levantar sospechas."
Rufus y Bárbara se encaminaron hacia el campamento en el que suponían estaban los músicos, adentrándose cada vez más en la fortaleza. La fortaleza bullía de actividad, con criados corriendo de un lado a otro y nobles engalanados con joyas y ropajes elegantes que se paseaban por los pasillos.
Tras varios minutos de meticuloso trabajo, Xivra y Elena lograron tener un conocimiento preciso de cada detalle de la sala donde se celebraría la boda. La estancia era espaciosa y lujosa, con un gran ventanal que ofrecía una vista majestuosa del bosque que rodeaba el castillo. El altar estaba adornado con flores y velas, y en un rincón de la habitación, el espacio para los músicos estaba cuidadosamente decorado.
Xivra se aproximó al espacio destinado para los músicos, donde unas personas se encontraban haciendo los últimos ajustes y limpieza. "Hola, soy Xivra, el trovador que han contratado para el enlace matrimonial. ¿Les molestaría si les tocara una canción mientras ustedes terminan de acomodar todo?" dijo. Entonces, interpretó una balada sencilla y llena de melancolía, la cual sabía que dejaría huella en sus corazones, pero, sobre todo, sabía que correría la voz y lo reconocerían como el trovador de la boda.
Momentos después, Rufus y Bárbara regresaron con una sonrisa triunfante en el rostro. "Lo logramos, Elena," dijo Rufus con una voz alegre. "Los músicos aceptaron nuestra propuesta y nos dejaron tomar su lugar, hasta nos prestaron los instrumentos, mostrando una flauta rota y una guitarra con solo 3 cuerdas. Ahora solo tenemos que asegurarnos de que nuestra actuación sea lo suficientemente buena como para convencer a todos los presentes."
Elena sonrió y se dirigió a sus compañeros. "No se preocupen por eso, chicos. No creo que sea necesario llegar a ese momento, debemos escapar antes."
Barbara depositó un tambor que transportaba y, acompañada del resto, se encaminó al ala este de la fortificación, donde estaban las estancias de la parentela del conde. A medida que transitaban por los corredores, decorados con tapices y retratos de ancestros, la tensión se volvía cada vez más perceptible en el entorno.
"¿Estás segura de que esto es una buena idea, Elena?" preguntó Xivra, con la voz cargada de preocupación. "Si nos descubren, no solo nos arriesgamos nosotros, sino también la elfa y la boda."
Elena frunció el ceño y se detuvo en seco, mirando a Xivra a los ojos. "No tenemos otra opción, Xivra. Si la elfa no está dispuesta a casarse, entonces no podemos obligarla. Y si el hijo del conde se entera de que estamos ayudándola, no dudará en matarnos a todos."
Bárbara asintió con la cabeza, apoyando las palabras de Elena. "Además, aún tenemos unas cuantas horas antes de la boda. Si somos rápidos y cuidadosos, podemos encontrar a la elfa y salir de aquí sin que nadie lo note."
Xivra suspiró y asintió con la cabeza, sabiendo que sus compañeras tenían razón. "Bien, entonces sigamos adelante. Pero tengamos cuidado y estemos atentos a cualquier señal de peligro."
Mientras continuaban su camino, Rufus se deslizó sigilosamente detrás de ellos, con una sonrisa traviesa en el rostro. Aprovechando la distracción de sus compañeros, decidió ponerse a buscar joyas que robar en la fortaleza. Se alejó de ellos, desapareciendo en las sombras de los pasillos.
Rufus entró en la habitación de la doncella con una sonrisa encantadora en el rostro. Vestía una túnica elegante y un sombrero adornado con plumas, haciéndose pasar por un asesor de moda afeminado. La doncella, que estaba siendo arreglada por un grupo de sirvientas, lo miró con curiosidad.
"Buena señorita," susurró Rufus con una voz dulce y armoniosa, inclinándose ligeramente. "Soy el señor Rufus, el consejero de estilo contratado por el conde. He llegado para brindarle algunas sugerencias para que resplandezca en la boda."
La doncella sonrió y asintió con la cabeza, mientras las sirvientas se apartaban para dejarlo pasar. Rufus se acercó a ella y comenzó a examinar su vestido y su peinado, dando instrucciones precisas a las sirvientas sobre cómo hacer los ajustes necesarios.
Mientras hablaba, Rufus aprovechaba para deslizar sutilmente sus manos por el cuello y las muñecas de la doncella, quitándole algunas joyas que llevaba puestas. Las sirvientas, que estaban demasiado ocupadas en seguir sus instrucciones, no se dieron cuenta de lo que estaba haciendo.
"Ahora bien, madame," dijo Rufus, sacando una pequeña caja de su túnica. "Tengo aquí un regalo especial del conde para usted. Es una joya única y valiosa, que seguramente hará que todos los invitados se fijen en usted."
La doncella abrió la caja con emoción y encontró dentro un collar de oro y piedras preciosas. Rufus se lo colocó en el cuello con una sonrisa y un gesto afectuoso, mientras las sirvientas aplaudían y exclamaban admiradas.
"Gracias, señor," dijo la doncella, con emoción. "Este collar es hermoso, y sus consejos han sido de gran ayuda. Me siento hermosa para la boda de mi hijo."
Rufus sonrió y se inclinó ante ella, mientras se despedía con un gesto elegante. "Ha sido un placer, madame," dijo con una voz suave. "Que tenga una hermosa boda, y que la felicidad la acompañe siempre."
Cuando Rufus salió de la habitación, se quitó el sombrero y se lo guardó en su mochila. Luego, se dirigió a alcanzar a sus compañeros, con una sonrisa triunfante en el rostro y el collar de la doncella en su bolsillo.
Rufus, al escuchar su nombre detrás de él, se volteó para encontrar a un grupo de doncellas que se acercaban con una mezcla de curiosidad y admiración en sus rostros. Las jóvenes se encontraban en medio de sus preparativos para la boda, y sus vestidos y peinados aún estaban incompletos.
"¡Señor Rufus!" exclamó una de ellas, con una sonrisa encantadora. "¡Nos dijeron que usted es un experto en moda y estilo! ¿Podría darnos algunos consejos?"
Rufus sonrió y se inclinó ligeramente, disfrutando de la atención que recibía. "Claro que sí, mis bellas damas," dijo con una voz suave y aterciopelada. "Estoy aquí para asegurarme de que todas ustedes luzcan espectaculares en la boda."
Durante los siguientes minutos, Rufus se dedicó a darles consejos a las doncellas sobre cómo arreglar sus vestidos y peinados, aprovechando la oportunidad para coquetear con ellas y hacerlas reír. Mientras hablaba, sus manos ágiles y rápidas se deslizaban por los bolsillos y joyeros de las jóvenes, robando algunas cosas de valor sin que ellas se dieran cuenta.
Cuando terminó de hablar con las doncellas, Rufus se despidió de ellas con una sonrisa y un gesto elegante, y luego se dirigió a otra habitación cercana. Al entrar, se encontró con un escritorio que tenía varios objetos de valor sobre él, incluyendo una delicada y hermosa daga de plata.
Rufus se acercó al escritorio con una sonrisa traviesa en el rostro, y luego tomó la daga de plata con cuidado. La examinó por un momento, admirando su belleza y su filo afilado, y luego se la guardó en su cinturón, junto con las otras cosas que había robado.
Después de eso, Rufus se dedicó a explorar el resto de la fortaleza, buscando más objetos de valor que pudiera robar. Se movía sigilosamente por los pasillos, evitando a los guardias y a los demás invitados, y aprovechando cada oportunidad que se le presentaba para hacerse con más botín.
Había supuesto mucho de la opulencia y el lujo que rodeaban al hijo del conde, pero nunca antes había tenido la oportunidad de verlo con sus propios ojos. Ahora que estaba allí, no podía evitar sentirse un poco abrumado por la ostentación que lo rodeaba.
El suelo de los pasillos estaba cubierto con alfombras gruesas y suaves que amortiguaban sus pasos. Las paredes estaban adornadas con tapices y cuadros de antepasados del conde, todos ellos vestidos con ropas elegantes y lujosas. Rufus no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar en medio de tanta riqueza.
Al llegar a las habitaciones, Rufus se quedó boquiabierto. Cada una de ellas era más espaciosa y suntuosa que la anterior, con techos altos y grandes ventanales que permitían la entrada de la luz del día. Las camas eran enormes y estaban cubiertas con sábanas de seda suave y brillante, así como con mantas de pieles exóticas que parecían invitarlo a acostarse y descansar.
Las mesillas de noche estaban llenas de joyas y objetos de valor, como cajitas de música, relojes de oro y plata, y pequeñas esculturas de marfil y cristal. Rufus se sentía tentado a tomar algunas de esas joyas y agregarlas a su botín, pero sabía que eso sería una tontería. El hijo del conde seguramente tenía guardias y sirvientes que vigilaban sus pertenencias, y no quería arriesgarse a ser descubierto.
En cambio, Rufus se encontró en un dilema: ¿debía regresar con sus amigos y continuar con su misión, o tomar una siesta en una de esas cómodas y suaves camas? Había estado en movimiento durante horas, siguiendo sigilosamente al hijo del conde y evitando a los guardias y sirvientes. Sus pies y piernas estaban adoloridos, y su cuerpo anhelaba descansar.
Pero sabía que eso era una tontería. Si se quedaba dormido, podría perder la oportunidad de obtener más botín y, lo que era peor, podría ser descubierto por los guardias o sirvientes. Rufus suspiró y se decidió por regresar con sus amigos.