Xivra, Elena y Bárbara se movían sigilosamente por los pasillos de la fortaleza, mientras Rufus se encargaba de distraer a todos los demás guardias y servidumbre. El plan era sencillo: rescatar a la amada de Bárbara y escapar antes de que nadie se diera cuenta.
Elena aprovechó el momento de calma y le preguntó a Bárbara sobre su amada. "Se llama Arianwyn Lintalas", respondió Bárbara con una sonrisa tímida. Elena asintió con la cabeza y le preguntó si sabía algo más sobre ella. Bárbara contó que Arianwyn era huérfana, sus padres desaparecieron hace algunos años después de uno de los ataques que sufrió una caravana de elfos druidas que viajaban hacia los bosques del norte.
Mientras Bárbara hablaba, Xivra se sentó en una silla cercana y comenzó a tocar su laúd suavemente. Sus dedos se movían con gracia sobre las cuerdas, creando una melodía que parecía reflejar la historia de Arianwyn. Elena y Bárbara escucharon en silencio, conmovidas por la música de Xivra.
Después de unos minutos, Xivra dejó de tocar y se unió a la conversación. "Arianwyn es un nombre hermoso", dijo. "Significa 'bendecida por la plata' en sindarin. Y Lintalas podría significar 'risa de las estrellas'. Imagino que es una mujer hermosa y llena de vida".
"-¿Tú sabes sindarin?", preguntó Elena con curiosidad, mirando a Xivra con los ojos brillantes. El semielfo sonrió levemente y respondió: "Como semielfo, siempre he buscado mis raíces y he aprendido algunas lenguas antiguas, entre ellas el sindarin. Sin embargo, no es mi lengua materna". Xivra se encogió de hombros con humildad, pero Elena y Bárbara podían ver la sabiduría que reflejaban sus ojos almendrados.
Bárbara asintió con la cabeza, con los ojos brillantes de lágrimas. "Lo es" "es un bello nombre, dijo en voz baja. "Y yo haré todo lo posible para salvarla".
Elena y Xivra la miraron con determinación. "Estamos contigo", dijo Elena. "Juntos, podemos hacerlo".
Los cuatro se pusieron de pie y se prepararon para continuar su misión. Rufus se acercó a ellos y les dijo que había encontrado el camino hacia la celda de Arianwyn. "Pero tenemos que ser rápidos", dijo. "La boda es en una hora".
Xivra, Elena, Rufus y Bárbara se adentraron en los pasillos sombríos de la fortaleza, siguiendo los pasos sigilosos de Rufus. Se movían con cautela, como sombras que se deslizan en la oscuridad, evitando a los guardias que patrullaban las corridors. Rufus, con su habilidad innata para sortear obstáculos, había desactivado previamente las trampas que salpicaban el camino. Aunque se notaba claramente que alguien las había desarmado, quedaban rastros evidentes: flechas esparcidas en el suelo, dardos clavados en las paredes y uno que otro trapeador abandonado a medio limpiar, evidencia de una lador poco cuidadoso.
Después de unos minutos, llegaron a una puerta pesada de madera. Rufus la abrió lentamente y los cuatro entraron al cuarto. Allí, en el centro de la habitación, estaba Arianwyn. Era una mujer hermosa, con cabello plateado y ojos azules brillantes. Estaba vestida con un vestido blanco y tenía una corona de flores en la cabeza.
Los aventureros se detuvieron en la puerta de la habitación, observando a Arianwyn con los ojos llenos de emoción. La elfa se veía hermosa en su vestido blanco, con una corona de flores en la cabeza. Pero también se veía triste y asustada.
Al entrar en el cuarto, los aventureros se encontraron con un espacio lujosamente decorado, con lámparas de oro colgando del techo y tapices elegantes adornando las paredes. La habitación estaba iluminada por una cálida luz que bailaba sobre los muebles finamente tallados y las telas suaves y sedosas.
Alrededor de Arianwyn, había tres guardias fuertemente armados, con espadas colgando de sus cinturas y expresiones severas en sus rostros. Cuatro sirvientas se movían alrededor de la elfa, arreglando su vestido y peinando su cabello plateado con cuidado. Los aventureros se detuvieron en seco al ver la escena, dándose cuenta de que la situación era mucho más complicada de lo que habían anticipado.
La presencia de los guardias y las sirvientas sugería que Arianwyn no estaba allí por su propia voluntad, y la expresión de tristeza en su rostro confirmaba sus sospechas. La misión de rescatarla se había vuelto más difícil, pero los aventureros estaban decididos a llevarla a cabo.
Bárbara se adelantó, tratando de parecer lo más normal posible. "Hola, señorita", dijo con una sonrisa forzada. "Vengo a entregarle algunas cosas para la boda".
Arianwyn la observó con asombro, sin embargo, no pronunció palabra. Una de las criadas se aproximó a Bárbara y le inquirió acerca de lo que llevaba consigo.
Bárbara improvisó rápidamente. "Oh, lo siento, se me olvidó", dijo, haciendo un gesto con la mano. "Voy a ir a buscarlo y regreso enseguida".
La sirvienta asintió con la cabeza y se alejó. Bárbara aprovechó el momento para hablarle a Arianwyn en voz baja. "No te preocupes, estamos aquí para ayudarte", le dijo. "Vamos a sacarte de aquí antes de que te cases con ese conde".
Arianwyn la miró con los ojos llenos de lágrimas. "Gracias", dijo en voz baja.
Mientras tanto, Xivra se acercó a uno de los guardias y le preguntó si podía cantarle una canción a la novia. El guardia lo miró con desconfianza, pero finalmente aceptó.
Xivra se sentó en una silla cercana y comenzó a tocar su laúd. La melodía era hermosa, una canción de amor imposible. Todos en la habitación se detuvieron para escucharlo, incluso los guardias.
Rufus aprovechó el momento para deslizarse sigilosamente hacia la puerta y revisar el pasillo. No había nadie a la vista. Se lo hizo saber a los demás con una señal de la mano.
Cuando la canción terminó, Xivra se levantó y le hizo una reverencia a la novia. "Gracias, señorita", dijo. "Ha sido un placer cantarle".
Arianwyn lo miró con una sonrisa triste. "Gracias a ti", dijo.
Los cuatro se prepararon para salir de la habitación, pero en ese momento, uno de los guardias se acercó a Bárbara y le preguntó qué era lo que había venido a entregar.
Bárbara se veía atrapada, pero no se rindió. "Oh, lo siento, se me olvidó de nuevo", dijo, haciendo un gesto con la mano. "Voy a ir a buscarlo y regreso enseguida".
El guardia la miró con desconfianza, pero finalmente la dejó pasar. Los cuatro salieron de la habitación y se dirigieron al pasillo, con el corazón latiendo rápido. La misión había sido más complicada de lo que habían esperado, pero aún tenían una oportunidad de salvar a Arianwyn.
Xivra, les dijo a sus compañeros que debían regresar al salón del evento y crear un plan para rescatar a Arianwyn. El semielfo les recordó que, como músicos, tenían acceso a diferentes partes de la fortaleza y que podían aprovechar la ceremonia para crear una gran confusión.
Elena, con una mirada firme y su arco todavía en mano, sugirió que podrían utilizar sus flechas para incendiar las cortinas y causar una distracción. Rufus, con una sonrisa pícara y su mente aguda, propuso que podría disfrazarse de ministro y ganar tiempo mientras los demás se posicionaban. "Después de todo, no tengo habilidad para la música", dijo con tono burlón.
Xivra, les dijo que él trataría de embobar a la gente con sus melodías y crear una distracción adicional. Bárbara, con su improvisada maza de guerra y su fuerza bruta, les dijo que ella se encargaría de liberar el camino y salir corriendo por la puerta secreta que habían descubierto antes.
Los cuatro se miraron entre sí, sabiendo que el plan era arriesgado pero que era su única oportunidad de salvar a Arianwyn. Xivra les dijo que debían tomar sus lugares como músicos y esperar el momento ideal para poner el plan en acción.
Xivra, Elena, Rufus y Bárbara se dirigieron al gran salón del castillo, donde la boda tendría lugar. Xivra se situó en la parte frontal del salón, junto al altar, con su laúd en mano. Elena y Rufus se colocaron a los lados, con sus respectivos instrumentos. Bárbara se quedó en la parte trasera del salón, vigilando la entrada con un tambor entre las piernas.
El gran salón era una muestra de la opulencia y el poder del conde y su familia. Las paredes estaban adornadas con tapices de seda y oro, y grandes candelabros de cristal colgaban del techo, iluminando el espacio con una luz cálida y suave. Había más de 200 invitados sentados en largas mesas, todos vestidos con sus mejores galas, bebiendo y riendo.
En la parte frontal del altar, se situó el hijo del conde, un hombre de mediana edad con un porte altivo y despreocupado. Vestía un traje de terciopelo negro que contrastaba con su tez pálida, y una capa de seda roja que le daba un aire de poder y peligro.
Su rostro era arrogante y despiadado, con una barbilla afilada y unos labios delgados que se curvaban en una mueca cruel. Sus ojos, fríos y calculadores, reflejaban una falta de compasión y una voluntad de hierro. Sus cejas, pobladas y bien definidas, se fruncían ligeramente al observar a los invitados, como si estuviera juzgando a cada uno de ellos. Su expresión denotaba una clara sensación de superioridad y desprecio hacia aquellos que lo rodeaban, haciendo que los demás se sintieran incómodos e intimidados en su presencia.
Sus ojos, de un negro profundo, brillaban con una lujuria enfermiza que hacía estremecer a cualquiera que se cruzara en su mirada. Detrás de él, había un gran vitral que daba directamente al barranco que protegía la fortaleza, creando un paisaje espectacular y aterrador al mismo tiempo. Los rayos de luz que se filtraban a través del cristal iluminaban el salón con reflejos dorados, creando sombras inquietantes en las paredes y acentuando la sensación de peligro que se respiraba en la estancia. El grupo se preparaban para lo peor, mientras Arianwyn observaba en silencio desde un rincón oculto del salón.
Xivra comenzó a tocar su laúd, creando una melodía hermosa que se expandió por todo el salón. Los invitados se callaron y se giraron para mirarlo, conmoviéndose con su música. El hijo del conde, sin embargo, se mostró impasible y desinteresado.
Todos los presentes en el salón del castillo se pusieron en pie, ansiosos por ver a la novia. Los falsos músicos se situaron estratégicamente en diferentes puntos de la sala, listos para poner en marcha su plan.
En ese momento, las puertas del salón se abrieron de par en par y Arianwyn apareció en escena. Su cabello plateado brillaba bajo la luz de las antorchas y sus ojos azules resplandecían con una mezcla de miedo y determinación. Vestía un hermoso vestido blanco bordado con hilos de plata y llevaba una corona de flores silvestres en la cabeza.
Los invitados comenzaron a aplaudir y a murmurar entre ellos, admirando la belleza de la novia. Xivra, aprovechó el momento para cambiar la melodia de su laúd. Su música era poderosa y armoniosa, y pronto captó la atención de todos los presentes, sabia que aprovechando la imagen de la novia podia crear una armonia que provocara una distracción.
La melodía era melancólica y emotiva, y parecía llegar al corazón de cada uno de los invitados. Arianwyn se detuvo en seco al escucharla, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Xivra la miró fijamente y le dedicó una sonrisa comprensiva.
En ese momento, Elena, la halfling arquera, se acercó sigilosamente a uno de los guardias que custodiaban la entrada del salón. Con una rapidez y precisión asombrosas, le ató las manos con una cuerda y lo dejó inconsciente con un golpe en la nuca.
Rufus, el ladrón astuto y encantador, se acercó al altar con paso firme y seguro. Vestía una túnica negra con ribetes dorados, y en la mano sostenía un gran libro encuadernado en cuero. Su rostro, normalmente adornado con una sonrisa traviesa, ahora mostraba una expresión seria y solemne.
Los invitados murmuraban entre sí, intrigados por la presencia de un ministro casamentero que no habían visto antes. El hijo del conde, sin embargo, frunció el ceño al verlo acercarse.
"¿Quién eres tú y qué haces aquí?", preguntó con voz fría y autoritaria.
"Soy el ministro casamentero que ha sido enviado para oficiar la ceremonia", respondió Rufus con calma. "El ministro anterior se ha puesto enfermo y no ha podido asistir".
El hijo del conde lo miró con desconfianza, pero finalmente asintió con la cabeza. "Muy bien", dijo. "Pero no intentes ningún truco o lo lamentarás".
Rufus sonrió con ironía y abrió el libro. "Comencemos", dijo.
Mientras Rufus hablaba, Xivra, el semielfo trovador, continuaba tocando su laúd en un rincón del salón. Su música era hermosa y melancólica, y parecía llegar al corazón de cada uno de los presentes.
Elena se mantenía oculta detrás de una columna, preparada para intervenir en cualquier instante. Su ballesta y flecha estaban listas, y sus ojos destellaban con resolución, aunque también se cuestionaba de dónde había sacado el libro el joven ladron.
Bárbara, se encontraba en la entrada del salón, vigilando para asegurarse de que nadie interrumpiera la ceremonia. Su improvisada maza de guerra estaba lista para ser usada en caso de que fuera necesario.
Arianwyn, con su cabello plateado y ojos azules, permanecía en silencio junto a su prometido, con la mirada baja y la expresión triste.
Mientras Rufus continuaba hablando, sus palabras eran simplemente una cortina de humo, una distracción hábilmente tejida. Inició su discurso con palabras dulces y promesas de amor y una vida juntos, aprovechando cada oportunidad para acercarse a las damas de compañía y prodigarles un beso en la mano. Su encanto natural y su sonrisa traviesa hacían que cada una de ellas se sintiera especial y única. Sin embargo, cuando estaba a punto de acercarse a la madre del novio, decidió prudentemente dar media vuelta, no queriendo arriesgarse a ser reconocido o causar una escena que pudiera arruinar sus planes. En cambio, se dirigió hacia la novia, besando su mano con una reverencia elegante y susurrando discretamente en su oído: "Cuando te dé la señal, deberemos salir corriendo".
Queridos invitados, damas y caballeros, y, por supuesto, los protagonistas de esta hermosa unión: el distinguido Aniceto Lacroix y la encantadora Arianwyn.
Hoy nos reunimos para celebrar el amor, ese maravilloso sentimiento que nos hace suspirar, sonreír, y, a veces, hasta perder un poco la razón. Porque, admitámoslo, todos hemos hecho cosas un poco locas por amor, ¿verdad?
El amor es como una joya preciosa... (hace una pausa y mira fijamente a la novia) ¡una joya que a veces se oculta en los lugares más inesperados! Por ejemplo, en el fondo de una caja fuerte, o tal vez en el bolsillo de alguien que no espera ser atrapado...
(Rufus sonríe pícaramente mientras mira al novio) Pero basta de mis aventuras personales, hoy es un día para celebrar la unión de dos almas que han encontrado en cada uno su complemento perfecto. Y hablando de complementos perfectos, me viene a la mente una metáfora culinaria... ¡sí, culinaria!
El amor es como una receta secreta. Todos tenemos nuestros ingredientes favoritos: un poco de dulzura, una pizca de sal, y, por supuesto, algo de picante para mantener las cosas interesantes. Y aunque a veces se nos puede escapar un poco más de condimento de lo esperado, la verdadera magia está en la combinación única que cada pareja crea.
Y no olvidemos la importancia de los detalles. ¿Alguna vez han notado cómo una simple mirada puede decir más que mil palabras? (Rufus mira de reojo a Arianwyn y sonríe) Una mirada puede ser un susurro de amor, una promesa de aventura, o incluso una señal de que es hora de hacer algo inesperado y atrevido.
(Rufus levanta una copa imaginaria) Así que brindemos por el amor, por las joyas escondidas, las recetas secretas y las miradas cómplices. Que este día sea recordado no solo como el comienzo de una vida juntos, sino también como una aventura llena de risas, travesuras y, por supuesto, un toque de picardía.
(Rufus guiña un ojo a la audiencia) Porque, al final del día, el amor es la mayor de las travesuras, y estoy seguro de que todos aquí hemos sido atrapados en sus redes al menos una vez.
¡Salud por el amor, la felicidad y las aventuras que están por venir!
Con una rapidez y precisión asombrosas, sacó un pequeño cuchillo de su túnica y lo escondió en su puño. Luego, con un movimiento rápido y fluido, se acercó al hijo del conde y le clavó el cuchillo en el costado.
El vástago del conde exclamó de dolor -no me llamo Aniceto- pero su asombro fue aún mayor, los asistentes se levantaron de sus asientos, alarmados. Rufus aprovechó la confusión para precipitarse hacia Arianwyn y agarrarla del brazo.
En ese instante, Elena, actuó con rapidez y precisión. Con una destreza asombrosa, lanzó varias flechas hacia los candelabros que adornaban el gran salón. El impacto de las flechas hizo que las velas cayeran al suelo, iniciando un incendio que rápidamente se propagó por la alfombra y las cortinas.
Los invitados gritaron de terror y se dispersaron en todas direcciones, creando aún más confusión y caos. El humo comenzó a llenar el salón, haciendo que la gente tosiera y se cubriera la boca con sus manos. En medio de todo el desorden, Elena aprovechó la oportunidad para sacar a Xivra.
Mientras tanto, Rufus, el hábil ladrón, aprovechó la distracción para acercarse al conde y robarle un precioso colgante que llevaba al cuello. Con un movimiento rápido y fluido, lo desprendió del cuello del conde sin que este se diera cuenta. Luego, con una sonrisa traviesa en el rostro, se escondió en las sombras antes de que alguien pudiera detectarlo.
En el otro extremo del salón, Bárbara, la musculosa ogro, se enfrentaba a varios guardias que trataban de controlar el incendio. Con su gran maza, golpeaba con fuerza a cualquier guardia que se le acercara. Su determinación y valentía eran evidentes, y su presencia intimidante hacía que los guardias dudaran antes de atacarla.
"¡Ven conmigo!", le gritó. "¡Te vamos a sacar de aquí!"
Arianwyn lo miró con incredulidad, pero no tuvo tiempo de responder. Xivra, Elena y Bárbara se unieron a ellos, y los cinco comenzaron a correr hacia la salida del salón.
Los guardias del conde se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo y comenzaron a perseguirlos, pero Xivra les dispararon con sus ballestas, deteniéndolos momentáneamente.
Barbara, empuñando su maza de batalla, tumbó a numerosos guardias que se interponían en su paso. Rufus, gracias a su destreza en el sigilo, los guió hasta una puerta oculta, aunque esta no los llevaba al exterior, sino que conducía a los calabozos del bastión.
Los cinco corrieron por los pasillos oscuros y estrechos, con los guardias pisándoles los talones. Finalmente, llegaron a una salida que daba al exterior de la fortaleza.
"¡Corre!", gritó Xivra. "¡No miramos atrás!"
Arianwyn, con lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y miró a Rufus. "Gracias", le dijo. "Gracias por salvarme".
Rufus le sonrió y le tomó la mano. "No hay de qué", dijo. "Eso es lo que hacemos, ¿no?"
De repente se detuvieron en seco al escuchar las palabras de Arianwyn. La elfa les miró con los ojos llenos de preocupación y determinación. "No podemos irnos todavía", dijo. "Debemos rescatar a Zephyr".
Los cuatro se miraron entre sí, confundidos. "¿Quién es Zephyr?", preguntó Elena.
Arianwyn suspiró y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. "Zephyr es mi compañero animal", dijo. "Es un halcón joven con ojos azulados. Sus plumas son una mezcla de grises profundos y marrones suaves, con una distintiva mancha blanca en el pecho.
Los demás la escucharon en silencio, con los ojos llenos de curiosidad y asombro. "Zephyr y yo nos encontramos cuando era un polluelo, herido y solo en el bosque", continuó Arianwyn. "Lo cuidé hasta que sanó, y desde ese día formamos un vínculo inquebrantable. A través de mis habilidades druídicas, lo entrené para ser mi leal compañero y protector. Con el tiempo, nuestra conexión creció tanto que podíamos entender nos sin palabras, haciendo de Zephyr un aliado invaluable en mis vida".
Elena se aproximó a Arianwyn y le colocó una mano en el hombro. "Lamento mucho lo ocurrido", expresó. "Pero, ¿cómo es posible que seas druida y no nos lo hayas mencionado antes?" -inquirió con un cierto malestar-
"Zephyr fue capturado al mismo tiempo que yo, comentó Arianwyn con un hilo de preocupación en la voz, desde entonces no he vuelto a verlo. Seguramente ahora lo tendrán encerrado en una jaula, y no tengo ni idea de dónde lo habrán guardado". Los jóvenes se miraron entre sí, con los ojos llenos de incertidumbre y dudas. "No te preocupes, Arianwyn", dijo Xivra con un tono tranquilizador, acercándose a ella. "Vamos a rescatar a Zephyr, no lo vamos a dejar solo".