El sol había avanzado y siendo alrededor de las tres de la tarde un grupo compuesto de cuatro hombres mostraban sus identificaciones a los guardias de la gran puerta. En ese grupo podía escucharse a dos jóvenes hablando sin parar de las hazañas del único niño del grupo y mientras las personas por detrás y delante de ellos escuchaban sorprendidos e incrédulos, al mismo tiempo, los guardias y el hombre restante mostraban mala cara, claro que por razones distintas.
Entraron sin mucho problema, ya que mostrar los collares especiales emitidos por el gremio omitía gran cantidad de pasos a cumplir, por ello solo tuvieron que declarar lo que traían y para que venían a esta ciudad.
Leo era alguien conocido, así que las preguntas también se simplificaron, los guardias no estaban especialmente contentos al ver a Abel, ya que las noticias de lo que hizo se había extendido por todo el Reino, en especial entre la "Nobleza", pero por suerte todos habían sido advertidos y sabían el problema que causarían de meterse con él y los Mercenarios, por eso no le prestaron mucha más atención.
Ya dentro de la ciudad de camino al Gremio a Abel se le complicó caminar un poco debido a que ahora vestía un gran abrigo de viajero que le cubría todo el cuerpo y era pisado constantemente no solo por él, sino también por la gran cantidad de personas que caminaban sin importarles los demás. Abel parecía algo molesto, pero no podía decir nada, ya que la ropa que le habían dado no había durado ni un día y, como nuevo residente de la ciudad, no tenía ninguna posesión incluyendo ropa. Cuando pasaron el que podría llamarse "barrio comercial", aquel más cercano a la puerta, el problema de pisadas disminuyó bastante, sin embargo fue reemplazado por miradas curiosas, las miradas eran obviamente dirigidas a Abel y no al pequeño trineo donde estaban amontonadas las partes del Ciervo, ya que esa mirada era algo normal aquí, además de que estaba cubierto por una tela.
Con todos estos contratiempos e incomodidades, Abel y su grupo llegaron al Gremio. Los jóvenes entraron emocionados gritando que habían logrado cumplir su primera petición, además contaban sobre ello sin esperar a preguntas, como en todo el camino.
- ¡Este niño es genial, te lo digo!
- ¡Como un rayo! ¡Un rayo!
- ...
Abel llegó a sentirse algo tímido cuando las miradas más intensas comenzaron a enforcarse en él, continuadas de sonrisas y felicitaciones. Por suerte para él, Leo los llamó.
- ¡Ustedes, dejen de hacer alboroto y vengan de una vez!
Él estaba de pie en el mismo lugar que en la mañana y una hermosa mujer estaba frente a él, al otro lado de la barra. La mujer sonreía de forma profesional mientras acentuaba su belleza y los jóvenes detuvieron su charla al verla, no por los gritos de Leo y él se dio cuenta, claro que no diría nada porque así era la edad en la que se encontraban, aunque de casualidad podría llegar a ser un poco duro en el futuro.
- Entonces...
- Sí, la solicitud fue completada de manera estupenda, ya que el estado de la piel es mucho mejor de la esperada habrá un aumento en la recompensa.
- Ya veo, ¿Oyeron eso?
Los jóvenes y el niño caminaron a lado de Leo y la mujer terminó de hablar dejando una gran sonrisa en Paul y Marco, quienes se miraron emocionados. Ambos parecían a punto de gritar, pero Leo les tapó la boca para evitarlo, parecía haber escuchado suficiente de estos niños por un mes, así, sin más posibilidades, se limitaron a asentir y Abel los siguió.
- Ah, pero como siempre, en la solicitud se mencionaba que deberán llevarlo a su despacho antes de dar la recompensa, así que...
- Claro, no es la primera vez que trato con Guillermo, sé cómo funciona.
- Jajaja, eso es verdad. Y sobre lo otro...
La mujer parecía haber terminado el tema por el que vinieron, pero la verdad el verdadero negocio comenzaba ahora y la mujer puso una bandeja sobre la mesa, sobre ella una bolsa de cuero dejó salir un sonido metálico antes de que la mujer terminara.
- Los cuernos estaban en perfecto estado, no eran muy grandes, pero aun así alcanzaron un precio muy elevado y aquí está el pago, veintitrés monedas de plata y cinco de bronce.
- ¡V-Veintitrés... monedas de plata...!
- ¡Y.… cinco de... bronce...!
Sorprendidos, Paul y Marco apartaron la mano de Leo antes de murmurar incrédulos. Leo sonrió mientras veía estas reacciones normales, pero frunció el ceño al ver la indiferencia en el rostro del niño.
Una de las primeras impresiones que tuvo Leo sobre Abel fue que era hijo de un noble, y no cualquiera, sino uno importante, ¿Por qué?, por su aspecto, aunque suene prejuicioso.
Abel era un niño de piel clara con un raro color de ojos y cabello, pero contrario a lo que él se imaginaría al escuchar la descripción, Abel era hermoso, un niño con una piel sin imperfecciones y colores que solo resaltaban en él. Tales cosas solo serían posibles con el poder adquisitivo para conseguir gran variedad de alimentos y productos, pero claro, aquel pensamiento desapareció cuando observó la vestimenta normal que traía.
Ese pensamiento había vuelto momentáneamente al fruncir el ceño, pero la escena que presenció hoy lo hizo descartarla una vez más, así que debería haber algo que el niño no haya dicho, por eso dedujo rápidamente que, más que ser rico, era una persona que ignoraba el valor del dinero. Llegar a tal respuesta casi lo hace estallar en una carcajada, ya que pensó en él como un niño mimado al cual nunca lo mandaron a cumplir algún encargo, pero se tuvo que contener al pensar en las desconocidas razones que tenía detrás suyo, aunque claro que eso volvió al pequeño monstruo un poco más "lindo".
- ¿Abel?
- ¿Sí?
Contrario a los sentimientos guardados de Leo, Marco volteó a ver al niño con una cara muy seria. Tanto Paul como Leo y Abel hicieron una leve mueca, pensaron que la primera actitud ya se había corregido por completo, pero al parecer aún quedaba un resentimiento... ¿o no?
- Tómalo.
- ¿Eh?
Marco tomó la bolsa de dinero y se la entregó a Abel sin vacilar. Los tres se sorprendieron, pero no hubo tiempo o necesidad de hablar más, ya que Marco no parecía haber terminado.
- Tu... nosotros... La verdad Paul y yo solo nos interpusimos en tu camino... perdimos mucho tiempo y esos lobos nos encontraron ya que debieron estar siguiendo el rastro del Ciervo... además, tú te sacrificaste y actuaste como carnada para que huyamos... es tuyo, tómalo.
Los lobos, Abel ya se había olvidado de eso por completo, ya que estaba evitando pensarlo porque Leo mencionó que era una pena que estén tan chamuscados porque incluso las garras no podrían usarse o venderse, además, por lo complicado que se miraba Leo en ese momento pensó que sería mejor no mencionarlo más. Pero volviendo a las palabras de Marco, Paul asintió como si fuera algo obvio.
- ... pero...
- No seas reservado, ellos dos están siendo sinceros al respecto y no me parece mal, ya que deberás buscarte un lugar donde quedarte en el futuro.
Abel no lo había rechazado, pero si era reacio a tomarlo todo debido a su experiencia en la otra vida, donde personas envidiosas o egoístas complicaron y crearon asuntos problemáticos. Leo tenía razón, de momento se le había dado una habitación en el gremio, pero él sabía que eso era una consideración a un niño como él, por eso sabía que tarde o temprano se le pedirá pagar una cuota por la habitación y comida, además de que su verdadero objetivo será imposible de realizar sin dinero. Al final dudó un poco más, pero Abel estiró su corto brazo y tomó la bolsa. Era pesada, pero esa sensación solo acompaño a un sentimiento igual o más emocionante que cuando cazó al ciervo y una sonrisa se formó en su rostro.
- Gracias...
- ¡No hay problema! Aunque sea por la iniciación somos un grupo, ¡ouch!
- ¡Ya lo oíste!
Paul golpeó la espalda de Marco e interrumpió con unas animadas palabras que mostraban su apoyo en la decisión.
- Bueno, ahora-
El tema parecía haber terminado y Leo estaba a punto de seguir con unas indicaciones, pero frente a los animados Paul y Marco que jugaban con fuerza alegremente, un corto brazo y su pequeña mano se volvió a estirar con cuatro monedas grises.
- ¿Eh? ¿Y esto?
- Para ustedes.
Marco pareció algo molesto, pero a su pregunta Abel respondió sin dudas.
Sí, necesitaba dinero para su objetivo, pero por más impaciente o desesperado que podría estar Abel sabía que no podría volver, no ahora y no pronto, además, no podía permitirse volverse soberbio y, finalmente, nunca está de más ser agradecido y consciente de uno mismo.
- No... Ya te dije, fuiste tú quien-
- Pero no lo hice solo, ustedes me ayudaron. Yo no podría haber cazado al Ciervo si ustedes no hubieran estado ahí.
Abel interrumpió las crecientes quejas de Marco y este no pudo responder debido a que entendía lo que decía, pero, aunque no lo habían dicho textualmente, la verdad es que el dinero era solo una excusa, lo que en verdad hacían Marco y Paul era disculparse, pero el niño parecía no haberlo entendido. Claro que esto era falso y Abel había entendido a lo que se referían en verdad y darles estas monedas era su forma de decirles que las aceptaba, pero esta vez parecía que eran los jóvenes quienes no lo entendían y Abel se vio obligado a hablar.
- Además, somos un grupo.
Siendo estas cortas palabras las que cerraron por completo la boca de Marco y Paul, quienes tomaron las monedas frente a ellos.
Al ver esto Abel suspiro de alivio por dentro, porque, aunque sabía lo que quería y hacía, la verdad no tenía idea si estaba bien o mal, ya que como Leo había pensado él desconocía por completo el valor del dinero en este mundo y tenía miedo de que lo malinterpretaran y pensaran sobre él como alguien irrespetuoso por la baja cifra, algo como "Si vas a compartir no seas avaro".
Por suerte este no fue el caso y el único en notar esto fue Leo, quien decidió que le pediría al joven que lo acompañara a entregar la piel a Guillermo y aprovecharía la situación para hablarle del valor del dinero y, sin que Leo sepa, enseñarle que al menos en esta profesión y en este mundo, el sentimiento de confianza y respeto valía más que el dinero.