Debía hacerle entender a mi corazón que él no me amaba, podía vivir con eso, pero no si comenzaba a sentir algo. Indudablemente él y su fría forma de tratarme me congelaba la sangre, pero esa mirada azul me derretía.
Las campanas repicaron desde lo más alto, incluso ellas celebraron mi boda, pero al mirar al rey, su expresión me desconcertó. No parecía estar feliz como creí que lo estaría, de todos en el reino, supuse que él sería el más dichoso por haber forzado este matrimonio, sin embargo, no fue así. Aunque mantuvo una mirada inflexible, mostro una mueca que demostraba inconformidad, algo le molestaba, pero... ¿Qué?
Intenté encontrar el momento adecuado para poder averiguar si mi conjetura era cierta, pero durante el resto del día nunca estuvimos completamente solos, siempre habia una mirada o un par de oídos cerca y por ello me abstuve de hacer un comentario al respecto.
Para la tarde y después de un banquete inicial que se habia llevado a cabo en los jardines del palacio, entre flores y carpas finamente decoradas con telares blancos, azules y dorados, tuve que volver a la catedral y para mi mala fortuna, debía ir sola. Ni la condesa, ni mí ahora esposo podía ir a mi lado, aunque si estaría cerca observándome.
Mi vestido de novia habia sido reemplazado por un vestido aún más ostentoso y teñido con los colores del reino. El azul regía en la mayor parte de la tela, habia flores doradas que nacían desde la parte inferior e iban creciendo y enredándose hasta llegar a mi corsé, ahí la tela gozaba de un estampado de diamantes que resplandecían con las luz y sobre mis hombros se hallaba cuidadosamente una mata de flores tejidas de las cuales colgaba una tela semitransparente que efectuaba el papel de capa, en esa tela tan delgada y delicada se encontraban pequeños detalles brillantes y en la orilla se le habían bordado pequeños pétalos.
Las joyas que debía portar eran tesoros nacionales que habían pasado de generación en generación desde la primera dinastía. El collar era una gargantilla de plata de la que sobresalía la figura de un pequeño lobo, los pendientes eran dos perlas bañadas en plata y en mis brazos se hallaba dos brazaletes que cubrían mis muñecas y eran visibles gracias a la transparencia de las mangas del vestido.
Una melodía ahora cantada por un coro de voces casi celestiales me indico que debía avanzar nuevamente hacia el altar. Tome entre mis manos la pesada falda del vestido ceremonial para la coronación y camine hacia los clérigos que esperaban por mí en el altar donde ahora se encontraba un trono plateado que había sido colocado ahí para la ocasión.
Al llegar uno de ellos tomo mi mano y me condujo hacia un cojín frente al trono donde me indico debía arrodillarme. Al hacerlo pude sentir cientos de miradas sobre mí, supuse que lo que sentía, en realidad era el peso de un reino cayendo sobre mis hombros. La melodía cambio drásticamente por un canto aún más potente y algo nostálgico, una figura señorial se acercó por un pasillo lateral. El color de su vestimenta era idéntico al mío, pero su vestimenta no dejaba ver rastro de piel, era elegante y conservadora. Se trataba de la reina madre quien se situó frente a mi y me miro desde lo alto.
Desde mi llegada y durante el festejo de la boda no habia logrado verla, de hecho, tal vez ni siquiera se habia presentado hasta este momento. Era clara, en su mirar, la aprensión que sentía hacia mí, pero quizás para ocultar ese hecho me sonrió, sin embargo, su sonrisa era amarga.
—Brindamos honor y gloria a quien dio su vida por el bien de otros—expresó el clérigo dirigiéndose a los presentes. De pronto una serie de aplausos se escuchó a nuestro alrededor, duro por lo menos un minuto y después solo hubo silencio—en conciliación con el todo poderoso y por el poder que se me ha conferido te retiro a ti, Sofia Isabella Volkova, la corona del pueblo de Athos para otorgarle el poder a quien hoy será la cabeza de tu hogar y la reina en tu trono, pero ve con la esperanza de que este puesto instituido por la iglesia para la guía de los hijos de dios, serán amparados por quien hoy acatara la ley, será la justicia y la benevolencia.
Una dama que le acompañaba coloco frente a la reina madre un cojín similar al mío y con ayuda de los clérigos se arrodillo. Me miró fijamente cuando su mirada se cruzó con la suya y luego frunció el ceño cuando los clérigos le retiraron la hermosa corona ornamentada en diamantes y oro blanco que habia sido colocada sobre una tiara aferrada a su cabello.
El sacerdote coloco sobre la palma de mi mano derecha un aceite que olía a gardenias para santiguarla y posteriormente me ofreció un cetro dorado. Hizo lo mismo sobre mi mano izquierda y en ella dejo un embalaje esférico que tenía por adorno una cruz de oro.
—Que su mano derecha sea la justicia, la izquierda misericordia y que esta corona sea símbolo de magnanimidad—vi sus manos acercar la corona y luego sentí el peso real de esa joya sobre mi cabeza-que sus ojos vean con claridad lo que el cielo ha preparado para su camino.
Una vez más se me fue impuesto un poco de aceite sobre mi frente para bendecirme y luego el sacerdote se alejó. Me reincorpore mientras los sacristanes roseaban incienso a mi alrededor al mismo tiempo que las campanas resonaban. En ese instante mire a mi antecesora, ella mantuvo la mirada fría hacia adelante, se negó a mirarme con temor como yo la habia visto llegar, pero no tuve tiempo de mirarla con desdén como ella lo habia hecho porque debía continuar y caminar hacia el trono, me di media vuelta muy lentamente y entonces todos me ofrecieron una reverencia solemne en silencio.
Me senté y sobre mis oídos resonó a coro la voz de mi pueblo que clamo tanto en el interior como en el exterior: "Larga vida a la reina Helena I"
Era inevitable sentirme abrumada, sentí tantas emociones al mismo tiempo, estaba asustada, era normal por las responsabilidades que habían caído sobre mí, pero también sentí entusiasmo porque se me habia otorgado el poder de cambiar la vida de las personas y yo deseaba poder darles algo mejor.
Al mirar a los presentes noté un balcón situado encima de la entrada principal y ahí, el rey me observaba, no pude deducir que era lo que pensaba o sentía por culpa de la distancia que nos separaba, pero por primera vez no lo vi con miedo sino con admiración, ser la cabeza den un reino no era sencillo y lo habia sentido desde el primer instante en que la corona me habia tocado.
El reino festejo mi nombramiento, era su reina y ellos eran mi pueblo, pero al caer la noche intuí que no podía evitar legitimar mi matrimonio, entonces eso significaba que debía entregarme a él.
La idea me inquietaba, pero al mirar al rey durante el baile de celebración distinguí desinterés, su rostro era igual de inflexible, de fría mirada y sin expresión alguna, quizás el estar con una mujer era algo que ya había experimentado, no era impropio de un monarca no tener consortes o amantes no oficiales que cumplieran sus deseos mortales mientras estaba a la espera de su reina.
Al llegar el momento de ir al aposento real, mi madre se hizo presente y me llevo de la mano junto con la condesa y las damas que me habían acompañado durante el día y había cumplido cualquier petición que había solicitado. Fue extraño que personas que yo consideraba mayores y a las que por ello les debía respeto, se inclinaran ante mi mientras realizaban esas tareas diligentemente.
Antes de entrar mi madre me miro a los ojos, pero no lo hizo como de una madre a su hija, sino que me miro como a su reina.
—Estoy orgullosa de lo que te has convertido—musito haciendo una reverencia. Sentí como se había formado en mi garganta un terrible nudo, ella se sentía orgullosa de decir que yo era la reina y que ella era mi madre, pero tal vez mis aspiraciones eran demasiado grandes porque ser reina no me importaba, mas bien lo que realmente me preocupaba era el que podía hacer con esa autoridad ¿Realmente tendría la fortaleza para ser una reina?
Mi madre se apartó de mi presencia situándose tres pasos hacia atrás para permitirle a la madre del rey aproximarse a mí. Al haber sido destituida de su cargo por mi matrimonio se le había asignado el noble título de duquesa.
—Complace a mi hijo y dale un heredero a mi reino—pronuncio con solemnidad, pero sus palabras solo me inquietaron aún más, sobre todo porque parecía considerar que la tarea más importante de una reina era tener un hijo. No era que lo considerase denigrante, pero yo quería hacer algo más que solo embarazarme.
Me dio un beso en la mejilla e imito el mismo gesto que mi madre, se inclinó para hacer una reverencia, seguramente hacer eso debió ser difícil para ella cuando había sido la reina por tantos años. Se apartó y le indico a la condesa con la mirada que debía continuar, ella inclino un poco la cabeza y me indico el camino, mas no avanzo a mi lado, era la señal de que ya no podía acompañarme hasta donde ya se encontraba el rey.
Respire hondo y camine lentamente, a mi paso se abrieron las puertas, gracias a los guardias que custodiaban y eran la defensa personal del rey. Di un paso hacia el interior y lo primero que percibí fue un aroma dulce y florar que inundo mis fosas nasales. Aquel perfume me tomo por sorpresa porque me había hecho recordar a mi hogar.
Di un salto al escuchar el sonido de las puertas al cerrarse, todo estaba oscuro y lo único que lo iluminaba eran los ocasionales fuegos artificiales que llegaban a alumbrar con su luz.
—Ven aquí—escuche su voz no muy lejos, su tono era misterioso y casi seductor, sospeche que él ya estaba preparado hasta para lo peor, pero yo no. Tragué saliva y di un par de pasos hacia donde sospeche había escuchado su voz. Luego de un par de explosiones la luz volvió a iluminar mi alrededor y entonces descubrí que el lugar era enorme y a pocos metros de distancia divise la figura de una cama, era de gran proporción, sin embargo, lo que me sobresalto al verla, fue encontrar al rey observándome desde ahí.
Cuando mi vista se acostumbró a la oscuridad lo vi levantarse de su sitio y luego caminar en mi dirección. Instintivamente di un par de pasos hacia atrás, pero eso no lo detuvo de continuar.
¿De dónde sacaba la fuerza para afrontar nuestra situación? ¿Cómo podría ver mi cuerpo desnudo y mantenerse sereno?
Mi frustración aumento cuando su mano se posó en mi mejilla, estaba paralizada. Luego las yemas de sus dedos recorrieron mi piel hasta bajar por mi cuello, mi piel se erizo por su tacto, pero se detuvo justo donde comenzaba el escote de mi vestido.
—¿Sabes que es lo que tienes que hacer?
Mis labios se prepararon para decir "si", pero de mi boca no salió palabra alguna. Sabia solo dos cosas sobre el matrimonio, que debía ser obediente y mantenerme callada, pero realmente no era del tipo de persona que lograba hacerlo a la primera o segunda vez, quizás no era del tipo de mujer que lograba obedecer cuando se lo indicaba, pero estando en el lecho, desnuda y con un hombre que lograba someterme tan solo con la mirada, me estremecía.
Asentí y desvié la mirada, fue lo único que pude hacer al sentirme tan débil e indefensa.
—Creo que no me comprendes. ¿Crees que te hare daño?
—No, majestad-respondí instintivamente.
—Creo haberte solicitado que me llamaras por mi nombre—replico relajando su tono de voz.
—Ven—dijo en un tono profundo y suave. Me llevo de la mano hacia una puerta de cristal que llevaba hacia un balcón. Abrió y dejo que el aire entrara y dispersara el aroma flores del interior.
Mire sorprendida el panorama que se observaba, era Sacris en todo su esplendor, desde ahí se podía observar las luces, los festejos y la gente caminando.
—Mira la ciudad y la gente que festeja con alegría nuestra unión—indicó señalando un lugar en específico, se trataba de un parque no muy lejos de las puertas y los muros del palacio, se podía ver un baile-¿Pero sabes lo que significa?
No supe que responder, negué con la cabeza y di un paso mas hacia la barandilla de mármol para observar mejor.
—Esperan que seas perfecta-asevero en un tono más serio—y cuando no lo seas esperan verte caer en el abismo. ¿Lo entiendes?
—Si, William—me ruborice al llamarlo por su nombre, pero gracias a la oscuridad de la noche no lo noto.
—Ahora sobre lo que debe pasar esta noche...—se acercó peligrosamente hasta que sus labios tocaron la piel de mi oído. Estaba a punto de decirme algo cuando súbitamente un golpeteo desesperado sobre la puerta, logro que mi esposo se apartara de mí.
—¡Adelante!—grito William exasperado. Un segundo más tarde las puertas se abrieron. Su consejero Máximo Kasen hizo una reverencia, pero no se atrevió a entrar.
—Disculpen la intromisión-exclamó al tomar una posición recta—majestad, Capria ha sido atacada.
El ambiente en la habitación se volvió tenso y expectante, por un instante me dedico una mirada apenada y luego esa misma expresión fría y mirada mordaz retorno.
—Llama a los ministros de la corte enseguida— ordeno encaminándose hacia la puerta sin volver a mirarme de nuevo.
Me quede en silencio intentando reflexionar que había ocurrido en tan solo unos instantes. Sabia que Capria era un estado costero, estaba situado al noroeste del país, muy lejos de Norland aquel pequeño pueblo donde había ocurrido aquel incidente, pero quien quiera que fuesen los que se habían atrevido a atacar, lo habían hecho el día de nuestra boda, eso quería decir que se estaban revelando contra la monarquía, quizás era una declaración de guerra.