Hola, me llamo Jack y vengo de Londres; hoy les voy a contar mi historia antes de partir de este mundo. Recuerdo vagamente estos pasajes de mi vida, nacido en un pueblo pequeño muy humilde... empecemos.
Siendo el año 1875, en esta época ya tenía 15 años y mi vida no era muy buena que digamos, pero vayamos por partes. Toda mi niñez la pasé vagando en las calles, ya que mis padres eran, cómo decirlo, unas basuras humanas. Mi padre era ladrón y casi nunca venía a mi casa, y cuando lo hacía, era solo para robarle plata a mi madre, que era prostituta, y la golpeaba. Le tuve un odio a mi padre como no tienen idea.
Con el tiempo, cuando crecí, con solo 12 años, cometí mi primer gran crimen. Ya cansado de los maltratos del bastardo que se hacía llamar mi padre, le puse una trampa mortal. Cuando bajaba de las escaleras del segundo piso, puse una pequeña soga en la primera escalera; él estaba tan borracho que ni cuenta se dio y tropezó con la soga y cayó por las escaleras, rompiéndose el cuello y, por si acaso, abajo le puse un par de estacas. Luego lo boté a un callejón de mi ciudad; en este tiempo la policía no era muy lista que digamos, nunca supieron quién lo mató, jajaja. Me acuerdo de su cara; la que tuvo al morir fue muy, cómo decirlo, así satisfactorio para mí. Fue mi primer asesinato y lo consideré hermoso. Ahora volvamos: ya cuando cumplí los 15 años, me largué de mi casa. Me daba asco; mi madre nunca cuidó muy bien de mí y siempre me maltrataba pidiendo que robe algo de comer para ella.
Para cuando me di cuenta de que yo podía estar solo, ya quería matar de nuevo, pero no quería cometer crímenes solo porque sí; yo buscaba hacer algo bueno, aunque sea por la comunidad. Personas desastrosas como mis padres no merecían vivir y eso quería hacer, pero en el fondo yo trataba de ser una buena persona. Ya con 18 años, sobreviví robando y estafando, pero como les dije, quería cambiar mi vida y me di una oportunidad. Conseguí un empleo como ayudante de una zapatería; por el momento me fue muy bien en eso.
Cuando cumplí los 20 años, conocí a una chica muy bonita; por alguna razón me atrajo de inmediato, no sabía por qué. Quizás su parecido con mi madre me llamó la atención, pero lo dudo mucho. Quiero aclararles que no odié a mi madre completamente, solo que no soportaba su conformismo de esa vida que llevaba. Con esta mujer pasé hermosos momentos que me hicieron ver lo hermoso de la vida y luego, con el tiempo, mi vida fue mejorando. Conseguí otro trabajo como ayudante de boticario. Pude conocer distintos tipos de drogas y químicos. Fue interesante; no sabía que mi mente podría retener tanta información. Con este nuevo empleo, mi vida mejoró como no tenían idea. Pasé de ser una persona marginada a alguien con estatus, pero nada dura para siempre, ¿verdad?
Un día de noche, para este entonces ya tenía 24 años y yo y mi pareja salíamos de una reunión con algunos amigos que hice a lo largo de estos cortos años. Nos dirigíamos a nuestra casa y, para cortar camino, nos metimos por un callejón algo lúgubre, la decisión más estúpida de toda mi vida, porque de la nada salieron 3 personas muy desagradables a la vista, diría yo, y nos quitaron nuestras pertenencias y, no contento con eso, a mí me golpearon hasta casi matarme, pero mi amada no corrió con tanta suerte; los malditos bastardos, ellos acabaron con su vida. Cuando se retiraron de la escena, me logré arrastrar hasta el cuerpo de ella y solo la abracé y lloré; ese día, hasta el cielo me acompañó en mi dolor: llovió como si nunca pararía de hacerlo y también algo en mi interior se rompía mientras abrazaba el cuerpo frío de mi amada.
Los días pasaron, enterré a mi amada y, como les dije de antemano, la policía era un cero a la izquierda; no hacían nada para resolver el crimen atroz que me había ocurrido. Durante semanas me estuvieron rondando los recuerdos de mi amada y estuve melancólico por días tratando de olvidar este suceso, pero el dolor no desaparecía. De nada sirvió que yo me haya rehabilitado en esta inmunda sociedad; en ese momento sentía que quería acabar con todo y decidí tomar cartas en el asunto yo mismo. Esta inmunda sociedad no velaría por alguien como yo.
Por el intenso odio que sentía hacia la sociedad, junté mis ahorros que tenía, renuncié a mi trabajo y me dediqué completamente a cazar a esos malditos asesinos, sacrificando mi humanidad en el proceso. Me demoré mucho en encontrarlos; tuve que silenciar a varias personas del mal vivir para encontrar sus paraderos. Logré encontrarlos en un bar, celebrando otro atraco cobarde que habían realizado. Me hice pasar por el que servía las copas, logrando poner un somnífero de los cuales tenía mucho conocimiento gracias a mi trabajo en la farmacia.
Llegada la noche, me los llevé, haciéndole creer al dueño del bar que eran amigos míos y que estaban muy borrachos. Rápidamente, con una carreta grande los llevé hacia un establo alejado de esta pequeña ciudad y los até a un poste del establo y les puse un pañuelo entre sus labios con fuerza para que no pudieran hablar, pero permitiéndome escuchar sus gritos; todo ya lo tenía planeado.
Tiempo después, despertaron con una expresión de sorpresa; no sabían quién los había dejado ahí. Sentí la misma satisfacción que tenía cuando maté a mi padre; algo en mí se seguía rompiendo. Me puse un traje negro, una bufanda oscura y un sombrero de copa. Estaba todo de negro; ellos no me reconocieron. A mi costado había puesto una mesa con diferentes instrumentos de corte como cuchillos de diferente tamaño, un serrucho y varios galones de productos inflamables. Los tipejos estos estaban muy asustados y con su poca habla trataban de sacarme información.
Solo me acerqué a ellos y empecé a hacer mi trabajo. Lentamente empecé a cortarlos; entre gritos y sangre empecé a sentirme muy bien. Desmembraba uno por uno sus partes y permitía que los otros vieran cómo moría uno de ellos lentamente. Los descuarticé y los destripé; me sentía como si estuviera danzando en una fiesta con la sangre por los aires. Al finalizar, me encontraba todo ensangrentado; mi traje negro se había vuelto rojo y yo me encontraba de pie, viendo mi brutal crimen. Sonreí y, a la vez, lágrimas caían por mis mejillas; algo en mí ya estaba roto. Solo me eché a reír como un loco. Para terminar, junté los cuerpos descuartizados en un recipiente grande y vertí sobre ellos un líquido ácido que los derretía, pero no completamente y, para finalizar, quemé todo y me retiré del lugar; al fin mi venganza estaba hecha, pero en mi interior algo seguía quemándome y no me dejaba en paz.
Al día siguiente en el periódico vi que pusieron el incendio que inicié, pero no decían nada de los cuerpos. Me sentí aliviado, pero en mi adentro no sentía nada más que rabia por esas malditas personas que mataban porque sí. Ya sin más que perder, decidí cazar a todas las personas que hacían el mal en el mundo. Me volví un justiciero, o eso quisiera pensar, pero las cosas nunca salen como uno quiere.
Ya en el año 1885, con 25 años, a veces, cuando tenía arranques de ira, mataba sin razón. Las que más sufrían eran las prostitutas; ya había matado a varias y trataba de controlarme y no podía, quizás porque me recordaban a mi madre, no lo sé. Tuve varios encuentros con estas trabajadoras de la noche y maté a varias y dejé sus cuerpos tirados por el frenesí que me encontraba en ese momento, por eso me tildaron de asesino, pero como en estos tiempos la policía no podía hacer mucho sin pruebas, nunca supieron quién era el asesino. Yo fui un asesino muy inteligente, no dejaba nada para que me rastrearan y en la ciudad se crearon historias de mí, jajaja, me dio tanta risa, pero igual me seguía sintiendo vacío; ya había perdido mi humanidad, solo veía a los humanos como meras presas de caza.
Los años pasaron. Ya con 30 años, dejé de matar por matar y me dediqué a matar solo a los malos. Me empezaba a controlar más y siempre salía con este traje negro para que no me reconocieran . Se crearon más historias sobre mí: el hombre del saco, el hombre de negro. Me gustaban esas historias, pero seguía en lo mío, matando a cuanto criminal que se me acercara. Mi modo de matar era sencillo: salía de noche a esperar que me asaltaran en los callejones, pero yo era el cazador, no ellos. Al final lograba someterlos por el arduo entrenamiento que tuve para cazarlos y los ponía a dormir con estrangulamiento o materiales químicos para dormirlos; tenía muchas posibilidades y así seguía mi horrible vida.
Una noche como cualquiera de mis horribles noches, cuando perseguía a unos rufianes, los acorrale en un edificio abandonado y con unos cuchillos empecé a matar a todos los que me encontraba. Al final los iba a derretir con ácidos, por eso no me preocupaba nunca de los cuerpos; mataba sin piedad a todos. Estaba en un estado mental ya muy dañado y, en un frenesí de locura, solo arrojaba cuchillazos tras cuchillazos y no me paraba a mirar; y cuando llegué al final de mi masacre, voltee a ver mi obra de arte muy sonriente, pero esa sonrisa de mi cara fue cambiando poco a poco a una de horror al ver tirados a 3 niños de entre 10 años, cada uno muerto en el suelo con grandes cortes que yo había generado. Solté los cuchillos y me agarré la cabeza arrodillándome en el suelo; me dije a mí mismo qué diablos había hecho. Recordé que los malvivientes también tenían algo que cuidar; me dejé llevar tanto por mi odio que olvidé que quería proteger al más débil y yo había cometido un crimen muy atroz, más atroz que matar a unos vagos: segué con mis propias manos 3 vidas inocentes y puras. Un grito desgarrador se escuchó en la oscuridad de ese edificio; grité de dolor como la primera vez que perdí a mi amada.
Salí del edificio muy marcado por lo que había hecho. Me quité toda la ropa como intentando sacarme la sangre de esos niños de mi cuerpo; solo me quedé con un calzoncillo corto. Tambaleándome por mis acciones que no entraban en mi cabeza, salí del edificio y caminé por unos callejones. Ya antes de salir del callejón, agarré un metal afilado del suelo y, temblando, lo dirigí a mi garganta, queriendo acabar con todo esto; no soportaba más la culpa que habitaba en mí.
Cuando miré por el callejón, vi al final una chica enfermera que me estaba mirando algo asustada. Yo solo le sonreí y procedí a cortarme el cuello y caí al suelo desangrándome; solo vi a esa chica correr hacia mí, pero me desmayé rápidamente. Al abrir los ojos, me encontraba en la cama de un hospital encadenado; parece que al final me habían descubierto. Me pregunté: "¿Por qué no morí?", y justo ahí entró esa enfermera que me encontró, me comentó que ella me había salvado y, como su ambulancia estaba cerca, lograron salvarme. La policía me quería hacer unas preguntas porque me encontraba cerca de la escena del crimen que yo cometí, pero no sospechaban de mí. Al rato entraron los oficiales para hacerme unas preguntas; con engaños logré salir del apuro, ya ven que no son muy competentes que digamos, je je, pero no los voy a subestimar.
Luego de todo este teatro con la policía, converse mucho con la enfermera y pasamos mucho tiempo juntos. Me preguntó por lo del callejón, le dije que solo había consumido cosas que no debía ese día y me creyó y seguimos conversando. Comencé a sentir algo por la enfermera; me recordaba mucho a mi primera pareja. Sé que no debería ser así; cometí muchos crímenes para terminar con una pareja. Yo sentía que no era lo correcto y no merecía un final feliz, así que decidí alejarme de ella y decidí nuevamente reivindicarme con la sociedad. Con mi nueva oportunidad de vida decidí ayudar a los demás y empecé con trabajos sencillos y luego algo más grande. Tenía mucho dinero de todas las víctimas que arrebate, hasta terrenos había conseguido. Con el tiempo logré armar un orfanato en esos terrenos y trabajé como un zapatero el resto de mis días; ya no quería volver a pasar por lo que había pasado.
Han pasado 40 años. Hoy tengo 70 y es 1930. Mis crímenes nunca fueron resueltos, y en las sombras se me conoce como 'el hombre de negro', el espectro que se lleva a las almas más corruptas de la sociedad. Es irónico pensar que he sembrado más miedo entre los criminales que la misma policía. A veces, esa ironía me hace reír.
Nunca pensé que sembraría el miedo en los criminales, pero ese dolor de quitarle la vida a 3 seres inocentes me sigue carcomiendo la conciencia. Decidí callar por el bien de mi leyenda para seguir haciendo temblar a los criminales y mantenerlos a raya. Al final de mi vida, estoy sentado en un sillón en mi casa, viendo por la ventana y muriendo en soledad y en silencio. Me arrepiento de muchas cosas, pero no de hacer sentir el miedo a la escoria de la sociedad; solo quisiera poder cambiar unas cosas, como haber visitado a mi madre y hablar más con ella y esos niños que maté. Hasta ahora veo sus caras en mi mente; al menos sé que el infierno me espera para purgar mis pecados y solo me queda decirles a ustedes, lectores, que siempre piensen con la cabeza fría y no dejen que sus sentimientos se apoderen de sus pensamientos. Yo conocí el amor, el odio, la ira, la culpa, el desinterés y me fui por el mal camino; solo les deseo suerte en sus viajes, sobrevivientes, cuídense y cuiden a sus seres queridos. Uno nunca sabe que Jack estará afuera; esta fue mi pequeña historia. Gracias.