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Chapter 20 - EL HOMBRE DE LAS TRINCHERAS

Hola, me llamo Timothy. Se dicen que las acciones de un solo hombre no cambian al mundo, pero yo estoy en contra de esto. Hoy les vengo a contar una historia antigua que sigue viva hasta la fecha, pero primero hablaré de mi historia.

Para mí todo empieza en enero del año 1933 cuando yo tenía 5 años. Todo en Alemania era caos, tras la pérdida de la primera guerra mundial y tras todo este caos un manipulador surgió al poder. Estoy hablando de Adolfo Hitler que fue nombrado canciller; no obstante, no tomaría el poder hasta la muerte del presidente Hindenburg y se autonombraría el Führer (líder) y ahí fue cuando todo comenzó.

Yo soy judío y sabrán que para esa época era mortal vivir en Alemania. Yo vivía antes en uno de los distritos de Sajonia, parte de Alemania. Mi infancia fue feliz hasta la llegada de los nazis. Una de las primeras cosas que realizó Hitler fue la exclusión que nos apartaba de la vida social económica de Europa y muchos judíos fueron despedidos solo por ser judíos, obras fueron destruidas por ser de autores judíos, todo era un caos; mi padre, por este asunto, perdió su trabajo y anticipando todo esto, decidió moverse de lugar y con todo nuestro esfuerzo vendimos todo lo que teníamos a bajísimos precios por culpa del régimen nazi y decidimos movernos a la República Checa. Ahí logramos mantenernos por un corto tiempo.

Ya para el año de 1935 con mucho esfuerzo logramos tener un pequeño negocio que nos ayudaba a subsistir, pero ese mismo año Hitler promocionaría las leyes de Nuremberg que nos quitaba la ciudadanía alemana a los judíos y evitaba que los judíos se emparejaran con los alemanes. Esto no nos llegaría a afectar ya que no estábamos en Alemania, más mi madre es alemana y mi padre es judío, con más razón ya no volveríamos a Alemania. Claro, la felicidad nunca dura para siempre.

Llego el año de 1938, el 28 de marzo para ser exactos, Hitler exigió a la República Checa tomar la ideología nazi y según ellos les estaba haciendo un favor para alinearse con la Alemania nazi, sin embargo, se reusaron y Hitler junto a otros dos países formarían el pacto de Múnich quitando parte del territorio a la República Checa. Y luego de tremenda puñalada por parte de estos países, el régimen nazi se dio en el país y comenzaron con las partidas por la radio, llamadas Arianización, cuyo objetivo era apropiarse de los negocios y las propiedades de los judíos. Sin más, otra vez teníamos que vender nuestras cosas, pero esta vez a mucho menor precio. Por este entonces mi padre se rehusó y quiso ver la manera de poder conservar lo poco que teníamos. Eso fue una mala decisión.

Llego noviembre del día 9, era de noche y un gran tumulto se juntaba y se escuchaban gritos y alaridos por todos lados. Mi padre se levantó para ver qué era lo que estaba pasando, y grande fue nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta de que habían saqueos y tomas de casa, pero esto no era normal. Todo esto solo lo hacían a los ciudadanos judíos; les arrebataron sus casas a la fuerza y los negocios eran saqueados (más tarde, investigadores, llamaron a este evento la noche de los cristales rotos). Mis padres, sin más, rápidamente tomamos unas cuantas cosas para poder escapar, porque nuestra casa estaba siendo incendiada… En este punto yo tenía 10 años y estaba muy asustado, pero estaba consciente de la situación en que nos encontrábamos. Con todo mi miedo acaté las ordenes de mi padre para poder escapar. No obstante, al lograr salir de nuestra casa fuimos perseguidos y por un callejón mi padre le pidió a mi madre que se marchara con el fin de poder sobrevivir, ya que mi madre era alemana y podría hacerme pasar por su hijo alemán. Ella al inicio no quería dejarlo, pero mi padre le gritó y la votó. En el fondo de mí, sabía el sacrificio enorme que realizó mi padre ese día. Solo me acuerdo de ver a mi padre enfrentarse a varias personas mientras yo y mi madre, que no parábamos de llorar, doblábamos la esquina ese día y el siguiente que siguió se estima que murieron alrededor de 100 judíos.

En los siguientes días mi madre hizo de todo para mantenerme a salvo; logramos escapar del lugar donde estábamos y casi sin un rumbo fijo y con hambre llegamos a Praga. Todo era un caos también cuando llegamos; durante el camino nos estuvimos escondiendo de muchos militares que pasaban por la zona. Ya no sabíamos qué hacer; una noche en uno de los barrios de Praga fuimos intervenidos por tres militares, los cuales eran muy prepotentes ante mi madre y nos retuvieron a la fuerza para poder investigar nuestro origen. Ese día fue el último día que vi a mi madre, pues los soldados se la llevaron y muy tristemente me di cuenta de que la violaron y la mataron y a mí me desmallaron con un golpe de su fusil en mi cabeza.

Al despertar, me di con la sorpresa de que me habían llevado a un lugar al cual ellos llamaban ghetto y ahí me encontraba yo con solo 10 años de edad junto con un grupo de niños casi de mi misma edad. Perdido y sin padres a los cuales pueda ir a tener alivio, asustado y con miedo, me hice amistad con unos niños que al igual que yo estábamos abandonados. Nuestra cuidadora era una amable señorita, no recuerdo bien su nombre; la llamaré Emma, pero mazo menos tendría unos 25 años; lo recuerdo vagamente, lo que sí recuerdo es que nos trataba con cariño cuidándonos y velando por nosotros, pero en las noches lograba ver cómo sufría mucho porque ella también extrañaba a sus padres que fueron asesinados por los nazis y yo varias veces me le uní en su dolor porque los míos también habían muerto y formamos un lazo como de familia.

Así pasaron los días, pasamos hambre y sufríamos de discriminación; los soldados en cualquier momento se llevaban a los niños para los campos de concentración de esa zona. Gracias a Emma, tuvimos una vida algo aceptable, pero no era buena. Las infecciones y las enfermedades eran pan de cada día, milagrosamente yo solo pasaba hambre. Muchos de mis amiguitos de esa época no sobrevivieron a esta inmunda vida que llevábamos. Una noche vi como unos soldados se llevaban a Emma; trate de impedirlo, pero con mi edad ni era tomado en serio; me patearon muy duro y se la llevaron, llore mucho, pero nadie vino a consolarme. Estábamos solo en esa casa, pensando que ya no la volvería a ver. llore hasta quedarme dormido.

Al día siguiente me desperté y vi que entraba Emma. No se la habían llevado para siempre. Emocionado la fui a abrazar, pero me di cuenta que su cara estaba golpeada y su ropa estaba rota. Ella solo sonrió diciendo que solo la estaban interrogándola, pero yo con mi corta edad ya sabía lo que le habían hecho a Emma. Solo guardé silencio y la abrase pidiéndole perdón por no poder protegerla. Ella se agacho y me abrazó y comenzó a llorar. Los dos lloramos ese mismo día abrazándonos.

Al día siguiente por la tarde estaba muy hambriento y Emma salió a buscar comida. Me quedé solo en esta casa donde vivíamos mis demás compañeritos que cuidaba Emma, pero los soldados ya se los habían llevado a todos y ahora yo estaba solo con Emma, no había nadie más. Divagando en mis pensamientos, escuché un ruido viniendo de la parte de atrás de la casa. Curioso fui a ver por la ventana; con cuidado me asome y logré ver en la casa del lado cómo unos soldados nazis abusaban de una niña y al terminar la dispararon en la cabeza, matándola. Asustado caí de espalda y me puse a suplicar que no me hayan visto. Con miedo levanté mi cabeza y gracias al cielo ya no estaban. Retrocedí temeroso y a los minutos se escuchó un grito desgarrador; al parecer era la madre que encontró a su hija muerta. Yo, asustado y con lágrimas en mis ojos, pensé que yo sería el siguiente y rápidamente corrí a la ventana del tercer piso y me subí. Ya a mi edad, sabía que si moría, podía verme con mi madre y mi padre de nuevo, decidido a terminar con mi propia vida. Con mis piernas temblando di un salto para así por fin descansar y grande fue mi sorpresa cuando alguien me jalo para adentro de la habitación, era Emma. Ella me dio una cachetada y luego me abrazó diciéndome que porque intentaba hacer eso. Llorando le expliqué todo lo que pasó y ella solo me abrazó y me prometió que nada me iba a pasar. Me agarró las manos y me juro que algún día me sacaría de este lugar y nos abrazamos. Llorando me dijo que me veía como un hijo y que no quería que lo volviera hacer y no soportaba la idea de perderme. Yo con un tono triste le prometí que no lo haría nunca más y así ese día solo nos dormimos hasta el día siguiente.

Los días siguieron y ya estábamos en diciembre de ese año. No sé cómo sobrevivimos todo este tiempo; quizás ayuda divina o nuestra fuerza de voluntad de seguir con vida. Una mañana caminando por la zona con Emma, salimos a buscar comida y caminando por uno de los campamentos que había, nos encontramos con unos señores de traje bien elegantes. Sabíamos que no eran del ghetto por la forma de vestir. Uno de ellos me llamó mucho la atención porque tenía una mirada de incredulidad y tristeza al mismo tiempo. Ese señor se acercó a Emma y a mí y nos analizó. No dijo nada, solo nos miró de arriba a abajo muy tristemente y se retiró. No supe qué quería ese señor con nosotros; los meses seguían pasando y una noticia se empezó a esparcir como pólvora entre las comunidades judías: un tal Nicholas Winton estaba realizando una operación de rescate para los niños que estaban atrapados en los ghettos y Emma intentó por todos los medios salvarme a mí. Yo no quería separarme de Emma, pero al parecer no muchos países aceptaron el acuerdo de poder albergarnos, solo algunos, más Gran Bretaña solo aceptó a menores de 18 años, lo cual Emma no entraba en la lista. Ella solo me dijo que todo iba a estar bien que me iba a acompañar en el viaje. 

Los siguientes meses fueron de espera. Ya estábamos en el año 1939 y ya varios trenes habían salido salvando a muchos niños como yo. El día 2 de agosto, junto con Emma, íbamos a lograr tomar el tren. Nos dirigimos a las puertas del tren donde nos iban a llevar cuando un amable señor nos recibió. Era el mismo hombre que había visto tiempo atrás en los barrios del ghetto. No sabía nada de él, pero me tomó entre sus brazos y me ayudó a subir al tren. Esperando a Emma estaba en la puerta, pero nunca llegó a subir al tren. Desesperado corrí a una ventana del tren para verla, pensando que quizás estaba formando una cola, pero grande fue mi sorpresa al verla parada en el andén afuera y al cruzar miradas los dos empezamos a llorar. En el fondo sabía que ella no se podía salvar, pero que yo quería creer que sí. Al final solo nos despedimos y le grité "muchas gracias" tan fuerte que casi me quedé afónico. Solo lloré con impotencia viendo cómo Emma se alejaba; ella estaba arrodillada en el suelo y también estaba sufriendo por mi partida.

El tren se dirigía a la estación Liverpool Street en Londres donde nos esperaban nuestras familias adoptivas. No supe que fue de Emma y siempre rece a Dios para que la tenga a salvo. Tiempo después me enteré que mi tren fue el último en salir y el penúltimo planeado, ya que el 1 de septiembre de 1939 los nazis lograron cerrar las fronteras tras invadir Polonia, no permitiendo al último tren con niños salir. Ese día desapareció el tren con alrededor de 250 niños. Esa noticia me puso triste.

Tiempo después, el 2 de setiembre del año 1945, la segunda guerra mundial llegaría a su fin con grandes cambios en el mundo. La más principal fue la creación de la bomba atómica, un arma monstruosa que también consumió decenas de vidas.

En cuanto a mí, me adoptaron una familia muy amable, que me dio educación y logré tener una buena carrera de mecánica. Me atraían los motores, quizás porque a mi padre lo vi algunas veces arreglando un motor. La segunda guerra mundial había acabado y yo estaba feliz que este manchón en la historia había llegado a su fin. Logre tener una vida normal, siempre con algunos recuerdos del pasado que me atormentaban, pero ahora de grande, gracias a la ayuda de mi esposa y los psicólogos, logre salir adelante.

Ahora ya han pasado los años, más de 50 para ser exactos, y después de tiempo descubrimos quién fue nuestro salvador en esa época de tormentos, un señor muy amable que yo reconocí a pesar de su vejez, el mismo señor que nos miró en los barrios del ghetto y el mismo señor que me ayudó a subir al tren. Le hicimos un homenaje gracias a su esposa porque descubrió su cuaderno que lo tenía escondido. Pues este gran hombre nunca esperó nada a cambio por salvar nuestras vidas y en un programa de TV le demostramos cuanto le debíamos por salvar nuestras vidas. El hombre se sintió muy satisfecho por lo que había logrado y nos agradeció.

Con el tiempo, al hombre lo condecoraron con muchos premios y yo siempre le estaré agradecido por salvarme a él y a Emma donde quiera que se encuentre. Sé que Emma dio su vida por mí y por ese motivo le tengo un gran aprecio y respeto. Me duele no saber qué le pasó, pero en mi corazón ella siempre estará como mi segunda madre. Ya sin más que decirles, esta fue mi historia y gracias por leerla. Recuerden, nunca pierdan la fe, porque siempre al final de un túnel hay una luz. Mucha suerte, sobrevivientes.

(EN HOMENAJE A SIR NICHOLAS WINTON)

 FIN DEL TOMO 2