Hola, me llamo Frank y hoy les quiero contar mi historia. Soy un hombre muy apasionado por lo que hago; Siempre me gustaron las cosas extremas. Gracias al constante apoyo que recibía de mi padre, que tenía mucho dinero, con el tiempo me volví una persona muy prepotente, sin respeto por nada. Creía que todo estaba a mi alcance. Todos los días hacía algo extremo con mi vida, desde surfear en las aguas heladas del Polo Norte hasta caminar por el desierto del Sahara. Nada era imposible, y menospreciaba todo... hasta el fatídico día en que subestimé a una montaña.
Mi arrogancia me dio la confianza de escalar una de las montañas más peligrosas del mundo: el famoso monte Everest. Creí que sería muy fácil. Tanto fue mi soberbia que decidí subir sin ningún guía en particular. Era yo, mi orgullo y mi vanidad contra la montaña. Claro que para esto había practicado durante meses, fortaleciéndome tanto física como mentalmente para poder emprender este desafío. Sin ningún miedo en mi ser, me dirigí al lado más peligroso de la montaña para escalar.
Al principio, todo iba muy bien. Subí un buen tramo de esta impresionante montaña. Ya estaba a unos 3 mil metros de altura y me sentía imparable. A veces me detenía para hacer estupideces, como insultar a la montaña, diciéndole que no era nada para alguien como yo, sin saber que, poco a poco, estaba cavando mi propia tumba. Parecía que la montaña tenía oídos.
Las horas pasaban y seguía subiendo sin ningún problema por la montaña, aunque ya a un ritmo más lento porque el clima empezaba a cambiar abruptamente. Con algo de miedo, la noche me sorprendió, y tuve que llegar a una pequeña saliente. El viento no paraba de soplar, y con dificultad armé mi campamento para sobrevivir a esta noche turbulenta. Puse mi despertador temprano para poder continuar y terminar este viaje. Parecía que mi confianza estaba siendo aplacada por la tormenta de la montaña.
A la mañana siguiente, cuando sonó mi despertador, noté que mi carpa seguía moviéndose por los fuertes vientos. Todo esto me pareció muy raro, así que salí y vi que aún estaba nevando con intensidad, y el aire corría con fuerza. Molesto por la situación, me dije a mí mismo que esta estúpida montaña no iba a poder conmigo. Con dificultad, guardé mis cosas y continué avanzando, encaprichado en seguir mi ruta. Esta vez subía con mucha más dificultad; me había vuelto más lento de lo habitual. Tuve que usar un poco de oxígeno que había traído conmigo para poder resistir el intenso clima. Soy una persona altamente competente y estaba bien preparado, tanto que ni siquiera imaginé que necesitaría usar el oxígeno. En fin, seguí ascendiendo la montaña con muchos problemas. Solo tenía en mente la meta, siendo una persona muy obstinada. Cuando me estaba relajando porque sentía que lo estaba haciendo bien, resbalé en una pendiente que estaba subiendo. Los vientos eran tan fuertes que me arrastraron en el aire, llevándome lejos de la ruta que había marcado.
Ahora estaba muy asustado, ya que caí en un lugar desconocido. De milagro no me rompí nada al caer, porque mi mochila amortiguó el golpe. El viento seguía soplando con fuerza y yo, algo molesto, pensaba que la montaña estaba jugando conmigo. ¡Qué pensamiento tan infantil, ahora que lo pienso! Saqué mi mapa para tratar de ubicarme, pero los fuertes vientos me lo arrebataron de las manos. Maldecí aún más a esta montaña. Intenté usar mi teléfono celular, pero no tenía señal, y además no funcionaba bien. Era muy extraño, parecía como si hubiera algún tipo de campo magnético en esta zona.
Ya sin más, seguí avanzando a pesar del inmenso viento que soplaba. Por fortuna, mi ropa aún me mantenía vivo. Pasaron las horas y el ambiente se tornó más oscuro de lo habitual. Comencé a escuchar ruidos, como quejidos, eran como lamentos. Me empecé a asustar; juraría haber visto a una persona caminando tranquilamente en la nieve, pero no podía verlo con claridad debido a la tormenta que no cesaba. Armé mi carpa una vez más, pero al ver que mis suministros eran escasos, la desesperación me invadió.
A la mañana siguiente, la tormenta no había desaparecido y el cielo seguía oscuro. Los ruidos a mi alrededor no paraban y el miedo se apoderó de mí. Desesperado, pedí perdón a la montaña, sin saber qué hacer. Salí corriendo, intentando encontrar una salida. En mi desesperación, caí por un acantilado y llegué a una zona que no reconocía. Me levanté, algo mareado, y al tocar el suelo, sentí una mano que no era la mía. Al darme la vuelta, vi algo que me dejó helado: un cuerpo congelado en la nieve. Me asusté y me levanté de golpe, alejándome rápidamente.
Desolado, pensé que ese sería mi destino también. Me arrodillé y, entre lágrimas, pedí perdón a la montaña. Mis lágrimas se congelaban en mi cara, y el dolor era insoportable. Ya resignado, al ver que la montaña no me respondía, decidí rendirme. Me tumbé en el suelo, esperando la muerte. Como mi traje aún me daba calor, me quité toda la ropa, quedándome en calzoncillos, esperando que la montaña hiciera su trabajo.
Resignado y congelándome en el suelo, mis ojos comenzaban a cerrarse y me invadió un profundo sueño. Ya no sentía dolor y, poco a poco, mi visión se desvanecía. Con las últimas luces de mis ojos, vi cómo una enorme bestia parecida a un humano, de aproximadamente tres metros, se acercaba a mí. Era una criatura completamente blanca; pensé que podría ser el legendario yeti. En mi mente, sabía que este era mi castigo por subestimar a la montaña. Luego de eso, cerré los ojos por completo. Todo se volvió negro y no sentí nada. Recordé todos mis actos de vanidad y soberbia a lo largo de mi vida y pensé que este era un final digno para mí.
Me desperté de golpe pensando que había muerto, pero grande fue mi sorpresa al darme cuenta de que me encontraba en una especie de cama hecha de piedra, con un pelaje muy acolchado que hacía las veces de sábanas. Al mirar a mi alrededor, vi que estaba en una especie de casa improvisada dentro de una cueva; incluso había una chimenea que calentaba el lugar. Muy sorprendido, no sabía qué había pasado cuando, de repente, se escuchó una voz que decía: "Ya te levantaste". Al mismo tiempo, entró una enorme persona, casi de tres metros, si calculo bien, era de dos metros y medio, con un abrigo blanco y una enorme barba blanca; solo sus ojos eran visibles. Esta persona era a quien yo había confundido con el yeti. Incrédulo, le pregunté qué era este lugar y quién era él.
Él me comentó que era un ermitaño de la montaña y que había vivido mucho tiempo en este lugar. Me di cuenta de que este hombre había inspirado la leyenda del yeti. Me siguió contando que hacía mucho tiempo encontró una cueva escondida en esta montaña que proporcionaba agua y refugio, así que decidió tomarla como su casa y meditar. Se aisló completamente de la humanidad, aprendió muchas cosas de la montaña y me enseñó el valor de esta, que era como una persona a la que había que respetar. Sus palabras me llenaron de arrepentimiento; sabía que había sido arrogante con la montaña y que no le di el respeto necesario.
Luego de un tiempo, Temzin, así se llama el hombre de la montaña, se apiadó de mí y, como vio mi arrepentimiento, decidió acogerme por un tiempo. Me enseñó cosas de supervivencia; el enorme hombre conocía el monte Everest como la palma de su mano. Me enseñó a encontrar comida y a cazar algunos animales; claro, teníamos que bajar un poco de la montaña y, en otras ocasiones, subir para cazar. Fue un tiempo maravilloso; estuve una semana entera con mi amigo Temzin. Él era alguien muy amable.
Luego de reponer mis fuerzas y aprender de esta imponente figura, decidí irme del lugar y despedirme de Temzin. El hombre se puso un poco triste, pero a la vez contento porque había logrado hacer un amigo. Temzin había recogido todas mis cosas y me las entregó para que yo pudiera seguir mi camino.
Luego de retirarme del lugar y salir a un paso que ya estaba más familiarizado, voltee a ver a mi amigo, pero él ya no estaba. Me dije a mí mismo que, para ser alguien tan grande, era bastante rápido, y seguí con mi camino. Por el sendero, que ya era más seguro, me puse a pensar si en verdad esto era lo que buscaba: conquistar la montaña. Una duda entró en mí y reflexioné sobre las decisiones que había tomado en mi vida. Ya estaba por alcanzar la cima; estaba a 8,000 metros, faltaba poco, pero algo en mí me dijo que ya no debía seguir avanzando. Frené de golpe y solo vi la cima; me reí y luego empecé a retroceder. Bajando de la montaña, ya no tenía nada que probar. El señor Temzin me había abierto los ojos y decidí madurar de una vez. La montaña me cambió la vida.
Al terminar de bajar la montaña, un grupo de personas me esperaba junto a mi padre, muy preocupadas porque había estado desaparecido mucho tiempo. Calmé a mi padre y le dije que me había perdido, pero que había encontrado el camino a casa. Esto también era parte de mi forma de vivir. Mi padre me abrazó y me dijo que dejara de hacer cosas tan molestas como esas. Le respondí que ya no tenía nada de qué preocuparse, porque la montaña me había dado una lección. En el camino, mi padre me contó que habían visto al yeti por los alrededores y que había arrancado unas hojas medicinales de una cosecha que tenía un vecino, pero me dijo que solo eran rumores tontos. Me di cuenta de que el señor Temzin me había cuidado mucho y agradecí en mi mente por todas las molestias.
Ya pasado el tiempo, decidí cambiar mi vida. Me dediqué a la arqueología, y mi padre se alegró de que dejara esa vida absurda de peligros. Ahora estoy estudiando mitologías y arqueología; quizás los otros mitos también sean hombres desconocidos, ¡jajaja! Y eso es todo en mi historia. Solo queda decirles que no se dejen influenciar por sus pensamientos engreídos, porque la vida siempre los va a bajar de su nube, como hizo conmigo. Recuerden que la juventud no es eterna para desperdiciarla en tonterías. ¡Saludos y cuídense mucho, sobrevivientes!