Chereads / La santa debe morir / Chapter 17 - Capítulo 17: Pim Pon se convierte en Cupido.

Chapter 17 - Capítulo 17: Pim Pon se convierte en Cupido.

Está tan sorprendida que casi puede escuchar su voz interior gritar: «¿En serio estás haciendo esto? ¡Duele!». Sus labios se fruncen y sus ojos parecen dos líneas horizontales.

El emperador está concentrado en su arduo trabajo. Sus dedos largos y translúcidos se esfuerzan, pero a su pesar, se mueven torpemente. Absorto en su labor, no responde.

Ella comienza a sentir el hormigueo de la ira que sube por su garganta. La breve confianza ganada hacia el emperador se esfuma:

—¿Podrías, por favor, detener esto?

Pero la concentración de Darius es evidente. Aunque cada esfuerzo complica más la situación, sus cejas se fruncen y su vista se inclina hacia abajo. «¿Por qué no puedo hacerlo ahora?».

Tensa la mandíbula y se enfoca aún más. No se va a dar por vencido; es el mejor haciéndolo. Cada mujer que conoce sus habilidades pide que se lo haga. Incluso anoche la señorita Su le recordó que aún no se lo había hecho a ella.

Se está frustrando. Un ligero sudor le cubre la frente y empieza a rechinar los dientes. «¡Cómo es esto posible!».

Sin embargo, la paciencia de la santa está al límite. Le pide con educación que se detenga, pero él no obedece. Aunque ver la expresión de frustración e impotencia en ese atractivo rostro sonrojado no es tan desagradable, algo en su interior se conmueve.

Con un poco de lástima, toma la mano del emperador para que interrumpa el movimiento. Darius detiene la maniobra al recibir el suave contacto de la piel de la mujer y alza la mirada. Pero antes de que Milennia pueda decir algo, él explica con una sonrisa de molestia:

—Tu cabello es un maldito nido de ratas. —Lo sujeta en alto y se lo muestra con enojo—. ¿Cómo es posible que se pueda hacer una trenza con esto?

Milennia abre la boca y sus cejas se elevan:

—Nadie te pidió que lo hicieras —dice con un tono macabro.

—Perdón, no quiero quedarme ciego.

—¡Qué tiene que ver mi pelo con eso!

—Me golpeó en los ojos, es tu culpa si choco con algo o me lastimo la vista —explica mientras se cruza de brazos.

Milennia infla los cachetes, pero trata de calmarse. «Dios mío, dame fuerza para no darle una patada en el culo a este tipo». Molesta, se gira evitando el contacto visual con el emperador:

—Solo debes decirlo y yo misma lo soluciono —murmura, su voz cargada de indignación.

El emperador mira su creación que reposa en el centro de la delicada espalda con una mezcla de fascinación por haber perseverado y horror por el resultado. La comisura de sus labios se eleva. Darius toma las correas del caballo y emprende el viaje de nuevo.

El camino que recorren es estrecho y sinuoso, rodeado de montañas escarpadas, con muchas curvas y giros. La mujer se aferra a la cabellera blanca de Pim Pon.

Sí, Pim Pon.

Así llama Darius a su imponente corcel blanco. A lo largo del camino, atraviesan varias vertientes. El agua del río es clara y se pueden ver las piedras en el fondo. La santa implora al universo, mientras solloza con los ojos cerrados cada vez que el caballo pisa esas piedras pequeñas y puntiagudas.

Cuando llegan a las grandes y redondas, voltea hacia el hombre con sus ojos llenos de lágrimas, temiendo que Pim Pon resbale al cruzar. En un movimiento inconsciente, se encuentra aferrándose a los firmes brazos del emperador. Es ahí donde logra tolerar el atravesar esos lugares.

Mientras avanzan por el camino, las montañas se vuelven más altas y majestuosas. El aire es limpio y la brisa fresca en su rostro le trae un poco de calma. Después de cabalgar por bastante tiempo, llegan a su destino.

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Milennia está ansiosa; por fin utilizará los tótems transportadores. Estos son muy importantes, ya que permiten trasladar a las tropas de Obsidian en tiempos de guerra. En un uso no bélico, el emperador y los altos generales viajan a través de ellos, lo que permite cierta agilidad dentro del Imperio de Obsidian. Debido a la urgencia en la que se encuentran, no hay otra alternativa que utilizarlos. Aun así, el recorrido es bastante extenso utilizando esta magia. Se necesitan seis horas a caballo desde el palacio hasta el primer tótem.

Pim Pon se detiene bajo la orden de Darius.

La mujer ve al adolescente de cabellera rubia, que se acerca acompañado por dos caballeros. El pecho de Milennia se aligera al observar cada milímetro del muchacho. El joven está sano y salvo.

Los tres hombres se inclinan con un saludo formal, pero el emperador los interrumpe con un movimiento de su mano.

—Descansen. ¿Hubo algún contratiempo?

—No, mi señor —responde Philip con una expresión seria, mientras se inclina ante él de nuevo—. El viaje fue seguro. No hay nada de que preocuparse. Hemos atravesado el bosque sin encontrar ningún peligro y hemos corroborado la seguridad del área.

Los dos hombres restantes se retiran a un costado.

Darius se desliza un poco hacia adelante y presiona accidentalmente la espalda de la mujer. Milennia siente algo extraño por este gesto; el contacto es tan cercano que puede sentir el calor del emperador.

—De acuerdo —dice Darius esbozando media sonrisa.

El joven se acerca unos pasos para ayudar a la santa a descender del caballo. Sin embargo, al verla, no puede evitar mostrar una expresión de asombro.

El cabello de la mujer es una maraña de nudos, con algunas hojas entremezcladas y su rostro tiene un tono rojizo particular.

Él se pregunta qué habrá sucedido entre estos dos. Su mirada se clava en el emperador y un pensamiento absurdo le cruza la mente.

Su semblante se vuelve sombrío. ¿Cómo puede ser algo así posible?

Trata de calmar ese malestar que lo invade, pero Darius interviene antes de que el adolescente impetuoso pueda actuar. Con un gesto firme y autoritario, salta del caballo blanco y extiende su mano para ayudar a la mujer a bajar.

—Puedes retirarte —ordena con voz severa—. Maurice llegará en cuestión de minutos. No podemos perder tiempo aquí.

Milennia observa la espalda de Philip retirarse mientras se acomoda para bajar. Confundida por la situación extraña, pierde el equilibrio y vacila, cayendo sobre el emperador.

Ambos se encuentran en una posición comprometedora, sus rostros están tan cerca que pueden sentir el aliento del otro. «Ay, no, ¡maldición Pim Pon!», piensa ella, culpando al caballo que, en su quietud, habrá hecho algún movimiento para que se cayera.

—¿Podrías levantarte? —pregunta Darius con voz ansiosa, sintiendo el calor de la mujer contra su pecho.

—Lo siento, lo siento mucho —balbucea con vergüenza, tratando de levantarse, pero sin éxito.

—En lo posible hoy, estás pesada —dice con sorna, pero sin ocultar una sonrisa ambigua en sus labios.

«¿Pesada? ¡¿Cómo se atreve?! ¡Pesada tu madre!», la mujer quiere darle una bofetada. Ahora solo queda la ira después de que la vergüenza se retirará. Se levanta como puede y no le dirige la palabra. Murmurando por lo bajo, se va insultándolo entre dientes.

El emperador queda en el suelo por un momento, cubre su rostro para que no se note su expresión y se ríe de sí mismo. «Estoy jodido».

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