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Chapter 22 - Capítulo 22 :Una aldea particular

Maurice detiene su caballo en medio de un claro, rodeado de árboles altos y frondosos.

Un colibrí mágico zumba en el aire con un mensaje urgente. La diminuta ave revolotea alrededor del consejero, transmitiendo con sus movimientos inquietos que se apresure.El colibrí se posa con suavidad sobre la frente del hombre. En un parpadeo fugaz, el ave se disuelve en una luz radiante, dejando tras de sí una sensación de calidez y una corriente de energía reconfortante que se extiende por todo el cuerpo de Maurice.Una pena que el mensaje fuera todo lo contrario.El Emperador advierte que en estos momentos es imprudente dirigirse hacia la mansión del General Pillón. En lugar de ello, insta a una ruta directa hacia Valle Escondido.Maurice suspira ante la información.La fatiga de la travesía se refleja en su rostro, con la pesadez de las horas acumuladas y la incertidumbre provocada por las palabras de Darius.

Pero la petición del Emperador es clara. Inclina la cabeza hacia abajo, y luego de un momento voltea hacia atrás.

—Señorita, el Emperador ordenó que vayamos de forma directa, tanto mi señor como Philip nos alcanzarán un poco más tarde.

El rostro de Milennia se oscurece automáticamente, su mirada intensa transmite claramente su molestia. «¡No me jodas! ¡Me duele el culo, se me acalambró la pierna y me acabo de tragar la mitad de los insectos de este mundo!», aprieta los labios con fuerza.El rostro demacrado de Maurice se pone pálido al verla.—El viaje será rápido, conozco un atajo de hecho. —Se acomoda un mechón de cabello que estorba y trata de sonar seguro—. Tienen algunos pormenores pendientes por resolver con el general Pillón, antes de unirse a nosotros. Señorita, le prometo que llegaremos rápido.La mujer pone los ojos en blanco en su interior, está demasiado cansada y no pone resistencia.—De acuerdo, solo, solo vayamos de una vez.—Ah, y envía un mensaje para usted en particular—dice con una sonrisa temblorosa, ante el silencio continúa —, pide encarecidamente que mantenga la serenidad, pues es de suma importancia comportarse con el debido respeto ante los maestros.Milennia, exhausta por el viaje, se siente agotada hasta lo más profundo de su ser. El fastidio se refleja en su semblante mientras la incomodidad se apodera de ella; en este momento, solo le preocupa el dolor latente en sus nalgas.

—Comprendo, gracias Maurice —contesta con una sonrisa forzada.

El viaje se reinicia.En el corazón del Valle Escondido, una matriz de vigilancia se extiende en lo más profundo de la montaña, abarcando cada árbol y vertiente. Como medida de precaución, se envía a los cuatro caballeros hacia adelante para asegurarse de que la barrera esté desactivada.

Es esencial verificar esto, Maurice no quiere terminar rostizado, envenenado o cortado en cubos para hacer una brocheta.

El bosque denso se despliega con árboles imponentes, mientras la luz del sol se filtra entre las hojas. La mujer abre sus ojos ante la belleza del paisaje y observa al hombre que guía el ritmo con tranquilidad, como si comprendiera el dolor de su cuerpo.

Aprovechando el momento a solas, inicia una conversación. Con entusiasmo, él responde a su pregunta y le cuenta las leyendas del lugar. A mitad de la charla, la Santa, invadida por la curiosidad, pregunta al hombre de su misma edad qué opina sobre Darius.

La voz del hombre va cambiando de a poco, tornándose cálida y llena de afecto. Las proezas y virtudes del Emperador brotan de sus labios como flores con miel. Luego de un tiempo, la mujer sonríe. «Nota mental, agregar a la ficha de personaje: Maurice, simp. de Darius».

Sin embargo, en el transcurso de la conversación, siente un poco de lástima. El aura del hombre brilla con los colores del arcoíris al hablar del Emperador. Y en el fondo, la mujer sabe que eso solo genera un dolor intrínseco. Desde ese momento, se compromete a mejorar esta situación cuando regrese a su mundo.

En lo profundo del bosque, criaturas misteriosas se ocultan entre los recovecos. El canto melodioso de aves mágicas llena el ambiente con una sinfonía armoniosa que acaricia los sentidos. Los animales, gráciles y singulares, entonan melodías encantadoras que colman el aire con dulzura.

En el lugar designado para la activación de la matriz de transportación, aguarda un niño envuelto en una túnica de un púrpura vibrante. Los cuatro caballeros se encuentran a su lado.

Sin decir palabras y con un gesto, el pequeño desencadena la activación de la matriz. Un brillo fulgurante envuelve la estructura, emitiendo destellos de colores que iluminan el entorno. Ante los ojos asombrados de las seis personas y los cinco caballos, la matriz cobra vida. Sin titubear, todos se adentran en ella, envueltos en la energía que emana.

La sensación es de un giro vertiginoso y un destello cegador que disuelve la realidad.

Milennia, Maurice y los cuatro caballeros emergen de la matriz de transportación envueltos en un halo resplandeciente. Al principio, se ven rodeados por una mezcla de chispazos y remolinos de energía, pero estos comienzan a disiparse gradualmente a medida que sus ojos se ajustan a la nueva luz.

Minutos después, Maurice encabeza el nuevo recorrido y en cuestión de metros se acercan a la aldea de los artesanos.

Mientras avanzan, observan a unos pocos niños jugando en las calles empedradas. Las modestas viviendas se alzan entre las montañas del sur, con techos puntiagudos, muros de piedra tallada y ventanas detalladas. A pesar de su simplicidad, cada estructura irradia belleza, combinando el pasado con la imaginación y la magia en este acogedor refugio.

Un joven saluda a los recién llegados a la distancia y hace señas para que se acerquen a donde él se encuentra. 

Maurice lo reconoce y acelera.—¡Enoc! —grita con entusiasmo.Todos se bajan de sus caballos y un abrazo profundo entre el consejero y el joven los deja boquiabiertos.—¡Oh! Lo siento, bienvenidos a todos. Soy Enoc Séptimo, es un gusto tenerlos en nuestra aldea —dice el joven mientras suelta a Maurice de sus brazos—. Deben estar exhaustos, pero antes de que procedan a relajarse, necesito que se acerquen a hablar con mi Maestro.Con un movimiento de sus manos, algunos aldeanos se acercan, toman las riendas de los caballos y proceden a llevarlos al establo.Al adentrarse en el taller, Milennia se sorprende al ver al supuesto Maestro. El hombre de edad avanzada irradia una presencia sabia, pero su mirada brilla con una chispa de vitalidad. Viste una túnica púrpura que ondea con gracia mientras se mueve en la forja. Al escuchar los pasos, el anciano ladea la cabeza y pregunta:

—¿Enoc? —Sin poder creer lo que ve, consulta por las dudas—. ¿Maurice?

El anciano abandona su labor y con emoción abraza al consejero.

—¡Muchacho! ¡Qué viejo y feo estás! —Se burla con una sonrisa.Los visitantes quedan atónitos ante tanta familiaridad.—Lo mismo digo, estás más arrugado que la última vez que te vi —dice Maurice con una sonrisa burlona.Un silencio incómodo invade el espacio, pero las miradas se aferran a esa inusual imagen.

—No te preocupes, aún sigo siendo el hombre más atractivo de esta aldea. —Suelta al hombre en sus brazos y se dirige hacia los invitados—. Acérquense, por favor. Vengan, vengan.

Sin pestañear, todos siguieron al jocoso anciano.Los lleva a una pequeña sala de estar, austera pero cálida.El segundo anciano más sabio de la aldea, cuya edad es un secreto, es el gran Maestro forjador Tut Tercero.Con humildad, sirve unos tarros de vino y empieza a explicar el proceso de recolección de materiales mágicos del bosque cercano. Relata historias sobre la delicada búsqueda y selección de elementos que solo este entorno puede ofrecer, y cómo la intuición y el respeto por la naturaleza se entrelazan para recoger estos materiales. Mientras habla, sus ojos brillan con la emoción de compartir sus conocimientos con los más jóvenes.

Sin embargo, su charla se interrumpe de manera inesperada cuando uno de sus discípulos entra corriendo y, agitado, se acerca para murmurarle algo al oído.

Tut Tercero sonríe, y mira a Milennia.

—Jovencita, necesito que acompañe a este niño.

La Santa con sus mejillas sonrojadas, luego de la quinta jarra de vino lo mira con extrañeza.

—¿Por qué? ¿Paso algo?—¿Surgió algún problema, Maestro? —consulta Maurice, con sorpresa.—No, no se preocupen, la vieja Drogmá tiene curiosidad por conocer a la Santa —explica, mientras agita las manos con despreocupación.La mujer entrecierra los ojos tratando de entender qué sucedía en este momento, busca dentro de sus neuronas. «¿Drogmá? ¿Quién demonios es Drogmá? ¡Nunca escribí sobre este personaje! », un dolor punzante brota de su sien, «¡Mierda! Tampoco escribí sobre este hombre o el otro».—Señorita, vaya con confianza, la Maestra es una mujer muy sabia. Solo debe querer conocerla.Pero el intento de Maurice por calmarla parece no ser efectivo, de igual forma, la mujer acepta con una pequeña sonrisa.Lo último que necesita es ofender a los sabios de esta aldea. Solo el pensar que Darius podría montar en cólera hace que camine obedientemente detrás del joven.

El sol se desliza por el horizonte mientras la Santa está a punto de encontrarse con la anciana Drogmá.

Al mismo tiempo, a todo galope, Darius y Philip llegan al encuentro de los demás.

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