En la penumbra del amanecer, el canto agudo de los pájaros rompe el silencio, mientras los primeros rayos del sol se filtran entre las ramas de los viejos árboles. En lo profundo del bosque, rodeada por la densa vegetación, se alza una tienda de campaña majestuosa, cubierta por telas lujosas que se mueven con la brisa matutina. Dentro, las cortinas de seda se balancean, bañadas por la luz dorada. En el centro de ese refugio opulento, sobre un lecho de mantas exquisitas, descansa Milennia.
Sus párpados pesados se agitan mientras despierta de un sueño intranquilo. Un zumbido en su cabeza la obliga a abrir los ojos lentamente. La invade una sensación de opresión y el dolor punzante le recuerda la noche anterior, llena de inquietud y sueños agitados. Con el ceño fruncido, lleva la mano a su sien, buscando alivio.
Sin embargo, una sorpresa aún mayor la espera. Su cabello, que debería tener las huellas del polvo y la suciedad del camino, está limpio y sedoso. Sus ojos se abren de par en par. «¡Ay, no!», un rubor intenso invade sus mejillas y sus cejas se elevan. «¡No puede ser, no puede ser!».
Desvía la mirada hacia abajo, levanta las sábanas que la envuelven. «¡Gracias a Dios!».
Suspira profundamente y se sienta con cuidado, recorriendo en su mente cada parte de su cuerpo. «¡Aquí no ocurrió nada! Bien, vamos bien». Por el momento, parece que no ha cometido ninguna locura. Al menos, debería sentirlo, ¿no?
Después de unos minutos, exhala y reposa la mano en el pecho. Observa el entorno; la tienda de campaña emana una elegancia que contrasta con la falta de gracia del dueño.
Su rostro se contorsiona en una mueca de disgusto al pensar en ese hombre.
Se pone de pie y se desliza hacia afuera de la tienda, adentrándose en la brisa fresca del bosque. El aire matutino la envuelve, fusionando los aromas del musgo húmedo, la tierra y la vegetación silvestre.
Inhala profundo y se encamina en busca de alguna presencia humana en los alrededores. Pero no necesita esperar mucho; Maurice se apresura hacia ella al ver que se ha despertado.
—Santa del Templo de las Montañas del Norte —se inclina con un saludo formal—. Buenos días.
La mujer toma su falda y responde de manera cordial.
—Buenos días, Maurice.
Con una sonrisa, el hombre extiende la mano y hace un ligero movimiento.
—Por favor, debe consumir este medicamento para aliviar cualquier malestar que aún persista. Y si me permite, procederé a recoger la tienda. Debemos partir lo antes posible.
Milennia toma la pequeña esfera envuelta en lino.
—Ah, sí. Claro.
Ella inspecciona a su alrededor y nota que solo hay cinco caballos. Se gira hacia el consejero, quien ágilmente se está retirando.
—Espera.
—Dígame, santa del... —detiene sus palabras al vislumbrar la expresión de disgusto—. Señorita, por favor, dígame qué necesita.
—Solo quería consultarle, ¿por qué solo hay cinco caballos?
—El emperador y Philip partieron hace una hora. Tomaron la decisión de manera imprevista.
Milennia experimenta una sensación peculiar: el presentimiento de que algo no está bien y otra vez su rostro hace una mueca extraña.
Maurice abre los ojos y sonríe con calma.
—Sin embargo, no se preocupe. Usted viajará en mi caballo. Además, puede estar tranquila, los cuatro caballeros están en perfectas condiciones. Bajo mi custodia, el viaje será seguro —dice el consejero con confianza, desbordando seguridad en su semblante.
Ella asiente con una sonrisa incómoda, mientras él vuelve a su labor.
No teme por su seguridad, es consciente de la capacidad oculta de Maurice, aquella que el emperador y él se esfuerzan por ocultar.
—Algo, algo aquí no está bien —murmura para sí misma.
Mientras tanto, dos hombres con semblante demacrado avanzan a todo galope.
Pim Pon lleva la delantera, imponiéndose sobre el corcel negro de Philip.
Unos metros atrás, el adolescente mantiene una mirada apagada, intentando alejar las perturbadoras imágenes que ha imaginado en su cabeza la noche anterior.
El emperador pasó la noche en aquella tienda junto a la mujer. Se aferra con rabia a las riendas de su caballo, observando la espalda del hombre frente a él. Philip sabe que, desde su regreso del orfanato con Milennia, Darius ha hecho todo lo posible para mantenerlo apartado de ella. Se niega a aceptar que esto sea simplemente un capricho de un hombre al que ha servido lealmente durante años.
Después de unos minutos de reflexión, la comisura del labio del adolescente se eleva al recordar algo importante.
Al final, a pesar de todo, esto ya no importa.
Por otro lado, líneas violáceas se aferran con saña en la piel blanquecina de Darius. Su cerebro está en constante conflicto. Cuando atravesó el portal con Milennia bajo su resguardo, no solo recibió golpes y arañazos. Era algo que, conociendo el carácter de la mujer, esperaba. Sin embargo, ocurrieron cosas que le dejaron una molestia en el pecho.
Con la mirada fija en el camino, recuerda cómo la mujer gritaba dos nombres.
A veces, con lágrimas desbordadas y otras con un torrente de odio verbal. Él podía sentir sus latidos acelerados y la forma en que presionaba sus brazos con terror y angustia.
Desde el primer momento en que la conoció, comprendió que algo no iba bien con ella.
Ahora, decide adelantarse, prefiriendo escuchar el mensaje de los oráculos del Sur, lejos de la presencia de la santa.
La cabeza del emperador está llena de dudas, no puede evitar sobre pensar demasiado.
¿Quiénes eran esos hombres que ella mencionaba todo el tiempo? ¿Por qué lloraba de esa manera? ¿Por qué intentaste quitarte la vida el primer día? ¿Por qué no logro comprenderte? ¿Por qué eres amable con todos, pero parece que me desprecias a mí? ¿Por qué?
Un suspiro profundo y ahogado escapa de los labios del hombre, mientras se repiten todas esas interrogantes en silencio.
Sabe que las preguntas jamás serán dichas, porque esa mujer nunca le daría una respuesta. De hecho, había algo más.
Antes de que Milennia se desmayara, se acurrucó en sus brazos y comenzó a cantar.
Una canción… una canción que no se había escuchado en el Imperio de Obsidian.
"...vuole il mare ma ha paura dell'acquae e forse il mare è dentro di lei. E ogni parola è un'ascia, un taglio sulla schiena, come una zattera che naviga in un fiume in piena, e forse il fiume è dentro di lei, di lei".*
Ella la cantó con demasiado dolor. Las dudas en la cabeza del emperador bajan hacia su corazón, dejando un nudo en su garganta.
A unos metros, Darius avista la mansión del general Pillón
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