Era muy de mañana y un auto ya los esperaba para partir a la clínica donde estaba internada la hija de la familia Beltrán. En la puerta, tres personas estaban a punto de irse.
- Te dejo el cuidado de la casa, Charles.
- Sí, señor.
- ¿Cómo está Emily?
- Pues parece que aún no despierta.
- … Ya veo … solo avísale cuando estemos llegando, no quiero que trate de salir en su condición actual.
- Entendido, señor.
Aquel viaje duró alrededor de cuatro horas, tiempo suficiente para la aparición de él.
Había pasado más de una hora, cuando un auto se estacionó a las afueras de la mansión. El mayordomo principal fue avisado y rápidamente fue a ver quién era.
La neblina matutina y el terreno alejado del bullicio de los vehículos hacían parecer como una escena de misterio al momento de salir de la mansión y pasando por el jardín exterior hasta llegar a las rejillas.
Un grupo de tres hombres se acercaron a la puerta de rejas preguntando de quien se trataba. Solo dos hombres salieron de aquel auto en espera.
- Buenos días, me disculpo por mi repentina visita, soy Eduardo Valladares, hijo mayor del conde Erick Valladares. - respondió un hombre de unos 27 años quien portaba un cabello castaño un poco ondulado y elegante porte como si se tratase de un caballero experimentado.
De sonrisa apacible y mirada gentil, el varón habló.
- Quisiera poder conversar con el conde Beltrán, es un asunto privado y urgente.
- No, disculpe, pero el conde se encuentra ausente por el momento, le pedimos que regrese y nosotros le avisaremos cuando vuelva.
Aunque la negativa era evidente, aquel galante varón insistió.
- Sé que se encuentra la srta. Emily Gutiérrez aquí … sus dos sirvientas, Rita y Noria me lo comentaron … Quisiera hablar con ella.
Los sirvientes quedaron algo atónitos al escuchar aquella confesión.
- Usted … ¿Qué relación tiene con ella? - preguntó un mayordomo quien había aparecido detrás de los otros tres sirvientes.
El tratar de negarlo era inútil, pues al mencionar a aquellas sirvientas era suficiente evidencia para que el varón supiera la verdad.
- Soy un viejo amigo de ella … cuando vivía en Zaragoza los dos nos conocimos desde niños. Solo que hace unos cinco años yo me fui de viaje … luego supe lo que pasó …
Los cuatro mayordomos se miraron entre sí con ciertas dudas e incredulidad. No obstante, un viejo mayordomo quien se le había dejado el cuidado de la casa apareció junto con otros dos más detrás suyo.
- Oh, ¡eres tú, Charles! - exclamó el varón quien estaba al otro lado de las rejas.
- … Ha pasado un tiempo, joven Eduardo. ¿Qué lo trae por aquí?
- Es Emily; sé que ella está aquí … quisiera poder entrar y verla, al menos unos minutos, por favor.
- …
El mayordomo dudó.
«¿Qué debería hacer? … ¿Debería solo decirle que se retire? Pero no creo que sea correcto que un sirviente despida así a un noble … ¿Por qué esas dos le dijeron sobre la señorita? Mejor dicho, ¿Por qué el amo contacto con esas dos sirvientas para que vinieran aquí? … ¿? Tal vez debería seguir el mismo plan que el maestro … recuerdo que el joven Eduardo y la srta. Emily eran buenos amigos hace mucho … tal vez pueda recuperarse un poco si tiene compañía.»
Siendo apoyado por la opinión de uno de los otros mayordomos que vinieron con él, el mayordomo aceptó el ingreso de aquel varón.
A las dos horas siguientes, vinieron las dos sirvientas de la casa Gutiérrez de visita igualmente.
Sin hacer caso a la orden, Aren y Glen fueron llevados por los sirvientes a las habitaciones de invitados para que descansasen.
- Eh … yo creo que debería irme, he dejado mis maletas en un hostal. - comentó Glen.
- No se preocupe, iremos a buscar su equipaje; tan solo díganos en donde se hospedaba. - dijo un mayordomo.
- … Ha ha … no … no hay problema. - se negó Glen a la oferta.
Quedándose solo la pareja casada con el mayordomo, entablaron una delicada conversación.
- Charles, ¿Por qué lo dejaste entrar? - preguntó el conde Beltrán.
- Creí que era lo mejor; que un sirviente botara al hijo de un conde que tiene el mismo rango que usted se vería como una ofensa … en la situación actual que se encuentra con él, justamente pensé que se haría un problema por la prensa.
Roger suspiró.
- … Sabes bien que no deseo tener relaciones con la familia de Erick, sobre todo con la familia de su esposa, pero entiendo tu punto.
- Discúlpeme por mis acciones, señor. Pero según menciona el joven Eduardo, él ha estado fuera del país por cinco años; pueda que él no esté al tanto de lo que sucede ahora.
- Sí … a mí también me gustaría creer eso, pero mientras tanto tenemos que ser cuidadosos …
- Entiendo.
- Por otro lado, que alguien vaya y detenga a Melissa de hacer alguna locura … actualmente ella está algo … desencajada …
- ¿?
Aun reunidos todos en aquella sala del establecimiento perteneciente al grupo Valdelomar, todos habían visto los archivos guardados en el USB robado a el ex jefe del DIS en Luesia, Vicent.
Sin embargo, los rostros de todos no eran de preocupación, sino que de ciertas sonrisas incomodas por cierta sorpresa.
- Esto parece como …
- Sí, te entiendo … ese tipo si que es impredecible.
- ¿No creen todos como si estuviéramos jugando en la palma de su mano?
- Sí … creo que sí …
En la Smart TV puesta en la pared de la sala, se podía observar una especie de miniatura cómica de Vicent mencionando lo siguiente:
Solo les compartiré hasta aquí mi información, utilícenla bien. Espero buenos resultados de ustedes.
- Ya apaguen eso que me está dando dolores de cabeza. - comentó Victoria.
Habiendo apagado la televisión, todos comenzaron a planificar.
- Bien, entonces ¿Qué hacemos? … ¿Esta información es relevante o solo es basura? - dijo Eric.
- No creo que sea falsa … ¿Qué piensas tú, Alexander? - preguntó Lorenz.
- … Conociéndolo, la información debe ser genuina, pero puede que nos estemos metiendo a la boca del lobo si la llagáramos a utilizar.
Todos quedaron en silencio.
- Sería como jugar con el diablo, ¿eh? - comentó Lois.
- No tenemos otra opción, además ya me comuniqué con un contacto que me dará oportunidad de hablar con la princesa Lisbeth. Por alguna razón la princesa se ha visto intrigada al escuchar de nosotros … - aclaró Lorenz.
Todos se sorprendieron por la pronta oportunidad.
- ¿Qué? ¿Para cuándo?
- Para dentro de una hora.
Todos se sorprendieron por segunda vez.
- ¿Será una llamada simple o una video llamada?
- No, seremos nosotros los que iremos a verla … en el castillo real.
Todos se sorprendieron por tercera vez.
- Oye … ¿Cuándo planeabas decirnos esto? ¿Quiénes de nosotros van a ir? - dijo Eric.
- Iremos todos nosotros … y pensaba decirles ahora …
La fresca respuesta de Lorenz dejó en claro a todos que era inútil seguir preguntando.
- Si es así, entonces ¿Qué estamos esperando? - preguntó Lirio.
Todos se levantaron con cansancio y se prepararon para salir.
Dando pasos fuertes con dirección a la terraza de la mansión Beltrán que quedaba en la parte trasera donde era un poco difícil escuchar la entrada o salida de los autos, Melissa iba recorriendo hasta que dos sirvientas la sujetaron impidiendo que llegará a su destino.
- ¡Oigan! ¡¿Qué están haciendo?! ¡Suéltenme!
Uno de los mayordomos ingresó a la escena.
- Discúlpenos, joven ama, pero, por ordenes de su padre, no podemos dejarla irse. Le pedimos que regrese a su habitación a descansar. Recuerde que recién ha sido dada de alta del hospital.
Aunque consciente de esto, la joven mujer habló.
- ¡Aren, Glen! ¡¿Qué están esperando?! ¡Ayúdenme! …
Antes de seguir hablando, Melissa se dio cuenta que aquel par no estaba ahí. No, ni siquiera la habían seguido. La decepción y frustración en el rostro de la mujer era evidente.
Echado en su cama, Aren observaba en silencio el techo de la misma forma que lo había hecho el día de ayer.
«Así que … sigo vivo … … Actualmente me están pasando tantas cosas que creo que me merezco unas vacaciones y eso que solo han pasado alrededor de dos meses a lo mucho desde que me fui de ese castillo.»
Mientras aún veía el techo, el joven parecía estar sumido en sus pensamientos por varios minutos.
«¿Cómo hago para recobrar mi poder? No deseo utilizar esa piedra maldita … pero como van las cosas creo que es necesario recuperar mis fuerzas.»
Una voz interrumpió los pensamientos del joven.
«Si tanto te preocupa, por qué no solo absorbes esa piedra o muy bien puedes volver a aquel castillo y recuperar parte de tu poder.» dijo la voz de una mujer en la mente del joven.
«¡¿?!»
«¿De qué te sorprendes? ¿De lo que te dije o de que te hablé ahora?»
El ambiente se tensó.
«Tú eres … esa mujer de ayer, ¿no es así?» preguntó Aren.
« … Puede ser.»
«¿Tú también fuiste la responsable de encargarte que no tuviéramos heridas severas, ¿verdad?»
« … Probablemente.»
«Ya veo. Ahora cuéntame … ¿a qué te referías a recuperar parte de mi poder?»
Un silencio en la mente del joven vino después de la pregunta.
«… ¿? … … Oye, ¿estás ahí?»
«Regresa donde despertaste, encuentra el ataúd de donde saliste y descansa en él … solo te diré eso … hasta entonces, nos vemos …»
El ambiente volvió a su calma junto con un suspiro del joven.
- Conque … volver, ¿eh?
De pronto, se escuchó alguien tocando la puerta de la habitación.
- ¿?
Al abrirse la puerta sin permiso, el joven bajó su mirada hacia la entrada; lo que vio le iba a servir de ahora en adelante: No hacer esperar a una mujer.
La silueta de Glen siendo tomado por el cuello y la figura amenazante de la hija del conde con una sonrisa algo perturbadora dejó en claro las intenciones de la repentina visita.
Aren apoyó su cabeza en la cama observando al techo nuevamente.
- Ahora que lo pienso … ¿vino visita? - murmuró Aren.
Acabando de tomar una ligera merienda, el ambiente en aquella terraza era incómodo.
- Entonces, ¿Qué dices, Emily? - preguntó el visitante.
- …
La joven no contestó y solo puso su taza de té en la mesa.
- Señorita, creo que debería reconsiderar su situación y pensar en la propuesta del joven maestro Eduardo. - dijo Rita, una de las sirvientas de la joven.
- …
- Creo que sería mejor darle tiempo para que lo piense. Nos retiraremos por ahora. - comentó la otra sirvienta, Noria.
- …
Los tres visitantes quedaron en silencio hasta que la triste mujer habló.
- Eduardo, ¿tu padre está al tanto de esto? - preguntó Emily suavemente.
- No te preocupes por eso, yo lo convenceré hoy mismo; solo necesito tu respuesta.
- … Si nuestras familias se apoyaran, ¿no sería problemático para ustedes que aún no haya obtenido el título de marquesa?
- Como lo había mencionado antes, la familia Valladares te dará toda la protección, seguridad y recursos que necesites; solo como retribución esperamos a futuro que podamos estrechar lazos entre nosotros, tal y como ocurría cuando tu padre estaba aquí.
La cierta inseguridad de la joven era derretida suavemente por aquellas palabras.
- De esta manera evitarás preocupar a tu tío, el conde Beltrán y podrás contactarte de forma más segura con la duquesa Sofía; pero, por encima de todo, sabes que esto, a pesar de los años, lo hago ya que realmente me preocupo por ti, Emily.
Con cada dulce palabra, Eduardo parecía convencer el corazón de la joven mientras que las dos sirvientas parecían confiadas de que su joven maestra aceptara la oferta.
Alargando sus dos manos, el joven las puso sobre las manos de Emily como si estuviera dando señal de su genuino y transparente afecto hacia ella.
La joven parecía a punto de aceptar la oferta al ver aquellas varoniles manos que la sostenía. Al abrir sus labios, estuvo apunto de pronunciar la aceptación de la propuesta; sin embargo, en un momento, vino a su mente el recuerdo de una persona.
Un varón de cabellos negros y ojos escarlatas, de porte elegante y mirada seria, pero amable. La memoria hizo recuerdo de aquella noche en el hotel de Zaragoza donde el putrefacto y cercenado cuerpo de Emily quien solo gemía por la muerte fue tocada con suma delicadeza por aquellas manos cálidas de quien no tuvo rechazo por su apariencia.
Con un desinteresado amor, aquella mano hizo que durmiera en esperanza para que en el siguiente día viera la recompensa de su fe manifestada en su cuerpo restaurado totalmente.
La joven mujer sabía bien que deseaba poder reposar en la espalda de alguien; sin embargo, no era cualquier persona, sino aquel que la había salvado.
Aquel recuerdo fugaz en su mente recordando la larga cabellera de su ayudador se transformó en una imagen real que pasaba por sus ojos que se veía detrás de aquel varón quien sostenía sus manos.
Como si fuera similar al flujo de una catarata, desde lo alto de la cabeza de Eduardo fue hecho el contenido de una taza de té sin previo aviso dejando mojado y arruinado el traje de aquel noble.
Todos se quedaron sorprendidos y desconcertados, ¿Quién se atrevería a hacer tal mal al hijo de un conde?
Detrás del joven hubo la silueta de una mujer quien sostenía una taza boca abajo.
- Oh, discúlpame por eso, no fue intencionado.
- No se preocupe, solo tenga cuidado la próxima vez. - contestó el hijo del conde Valladares mientras volteaba a ver quién había sido.
- Por favor, déjeme compensarlo. ¿Qué tal si dejo que me explique cómo es que un hombre puede romper con su enamorada con solo un chat de WhatsApp, no es así, Eduardo? - dijo Melissa con una amenazante sonrisa.
- H-Hola … ha pasado un tiempo, Melissa.
Antes de poder decir algo más, el sonido de la silla arrastrándose se escuchó en medio de todos. Como una brisa, la rapidez que mostró la triste joven fue cambiada en alivio mientras corría hacia aquel varón de camisa blanca y pantalón negro.
Para él tal vez fue solo un día, pero para ella era como si hubieran pasado semanas de espera.
- ¡¿Dónde te fuiste?! ¡Me dijeron que hoy estuviste en una clínica! ¡¿Es eso verdad?! - exclamó Emily quien agarró de los brazos fuertemente a Aren quedando este impresionado.
Melissa, Eduardo, Rita, Noria y Glen quedaron aún más sorprendidos de ver la reacción de la joven heredera del marquesado Gutiérrez con aquel atractivo joven quien había aparecido de repente.
Las lágrimas en el rostro de Emily comenzaron a aparecer y, aunque ella quisiera apoyar su cabeza sobre el pecho de aquel joven, se abstuvo de hacerlo frente a todos.
Aren comprendió esto; sin embargo, fue más la compasión que sintió por ella que las apariencias frente a los demás; por ello, con una de sus manos, tomó delicadamente la cabeza de triste joven y la apoyó sobre su pecho como si de una hija se tratase.
Este tierno acto más que sorprender de mala forma se expresó como un símbolo de amor fraternal; nadie dijo ni hizo nada contra aquel abrazo.