—¡Por favor, Reth! —rogó ella, intentando sacar sus manos de su firme agarre—. ¡Por favor, déjame tocarte!
—No... tienes que someterte —él siseó, y entonces abrió su boca en su cuello y succionó de tal manera que todo su costado se erizó de nuevo—. Someterte, Amor.
Ella abrió sus ojos para discutir, pero él ya había levantado su cabeza, la miraba fijamente, con la boca medio abierta por la intensidad del momento, sus ojos brillaban con amor y pasión y con esa indescriptible ferocidad que aterraba a otros pero que siempre estaba dirigida a protegerla.
—Reth...