ELIA
Estaba negro como boca de lobo. No había luz alguna. Pero ella podía oler la cueva, oler a su pareja y su corazón se disparó.
—¿Reth? —gritó ella.
Hubo un ruido detrás de ella, como si las pieles se hubieran movido. —¿Elia? —su voz era ronca y débil, como si ella lo hubiera despertado. —¿Elia?!
—¡Reth! —Ella se volteó y encontró esa calidez, la fuerza de acero de su pecho bajo sus manos. Ella sollozó y se aferró a él. —Reth, ¿estás aquí?
—No, tú estás aquí. Elia, ¿cómo?
Pero ella ya había encontrado su rostro y lo atrajo hacia ella, besándolo, gimiendo contra sus labios, y él tomó su boca desesperadamente, atrayéndola hacia su pecho, gimiendo el llamado de apareamiento, largo y profundo hasta que vibró en su pecho donde estaba presionada contra él.