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Reth tropezó un paso adelante, se arrodilló, su cabeza aún inclinada. —Brant —puso su cabeza en el suelo—. Por favor.
—No es mi misericordia lo que necesitas, Reth. Siempre la has tenido, y siempre la tendrás. Es la misericordia de tu pueblo—y tu frustrada Reina.
Reth aspiró una bocanada de aire. Sus manos temblaban y arañaba la tierra. —No puedes estar hablando en serio. ¿Lucine? Por favor… Brant. Por favor—Ancianos, sabias. Por favor… no rompan el vínculo de mi verdadera pareja por este… error.
Brant gruñó. —¿No tiene ninguna consecuencia el honor de la hija-lobo, tu súbdita—tu futura Reina?
—¡No! ¡Por supuesto que lo tiene! Pero… sospecho que hay maquinaciones detrás de esto. Sospecho que fue manipulada para acercarse a mí. Y… por favor, Brant. Por favor —su voz se debilitó al comprender la magnitud del juicio que venía hacia él y levantó la cabeza, suplicando—. Por favor… no me quites a Elia.
Los ojos de Brant estaban furiosos.