Envuelto en las capuchas oscuras que una vez pertenecieron a los magos del desierto, Alex se movía con sigilo por los polvorientos callejones de Desiería. El sol del desierto golpeaba implacablemente, amenazando con agotar sus últimas reservas de energía. Con cada paso, se esforzaba por ocultar su identidad, sabiendo que el bandido que había robado sus pertenencias podría acechar en cualquier esquina.
A medida que se adentraba en la ciudad, quedaba cautivado por la bulliciosa actividad de los mercados, donde se exhibían objetos de calidad excepcional, aunque manchados por el oscuro origen de su adquisición. Armaduras relucientes y armas afiladas llamaban su atención, cada una contando una historia de violencia y despojo. Pero en medio de la opulencia, Alex detectaba una sombra de corrupción que lo rodeaba, una oscuridad que parecía impregnar incluso el aire que respiraba.
Finalmente, exhausto y desesperado por un respiro, Alex encontró refugio en una modesta posada. Aunque el precio era excesivo para lo que ofrecían, no tenía otra opción más que pagar, anhelando el merecido descanso que tanto necesitaba. Se dejó caer pesadamente en la cama, el calor y la sed amenazando con consumirlo por completo.
Mientras sucumbía al cansancio, la ciudad de Desiería se extendía ante él, un laberinto de intrigas y peligros ocultos. Con cada hora que pasaba, la sombra del bandido se hacía más presente, recordándole la urgencia de su búsqueda y la necesidad de permanecer vigilante en medio de las sombras de la noche que se avecinaba.
Al despertar de su breve pero necesario descanso, Alex se levantó con renovada determinación. Cubriendo su rostro con la capucha oscura, se aventuró nuevamente a las calles de Desiería en busca de información y provisiones. Después de interrogar a varios lugareños y comerciantes, finalmente encontró a un misterioso vendedor dispuesto a compartir un valioso secreto.