Tras el caos desatado en la subasta, Alex, con su agudo sentido de la observación, creyó detectar una pista que lo llevaba hacia el ladrón de los medallones. Sin perder un segundo, comenzó a seguir el rastro que lo llevaba fuera de la bulliciosa ciudad de Desieria, directo hacia el implacable desierto. La luna, colgando en el cielo nocturno, le brindaba una luz tenue pero suficiente para mantenerse en el camino.
Pero Alex no era el único tras la pista del ladrón. Los elfos postores, con sus largas capas ondeando detrás de ellos, también se lanzaron a la persecución. La promesa de recuperar los medallones y la venganza por el robo les daba una determinación feroz, convirtiéndolos en competidores ágiles y decididos en esta carrera a través de la arena.
La persecución se extendía por las dunas, con cada parte usando sus propias habilidades para ganar ventaja. Alex, a pesar del cansancio acumulado por los eventos anteriores, se movía con una mezcla de cautela y velocidad, consciente de los peligros que el desierto nocturno podía albergar. Los elfos, por su parte, utilizaban su conocimiento ancestral y habilidades mágicas para sortear los obstáculos naturales, manteniéndose siempre a la vista del ladrón.
El ladrón, por su parte, demostraba ser sorprendentemente diestro, moviéndose por el desierto con una agilidad que sugería un conocimiento profundo del terreno. A pesar de la presión de sus perseguidores, lograba mantener la distancia, adentrándose cada vez más en el corazón del desierto, donde los secretos y los peligros esperaban a la vuelta de cada duna.
La luna seguía su curso por el cielo, marcando el paso del tiempo en esta frenética carrera. Alex y los elfos, movidos por distintos motivos pero unidos por un objetivo común, se adentraban en la noche, decididos a no dejar que el ladrón y los medallones desaparecieran en las sombras del desierto.