Entre los escombros humeantes de las antiguas torres mágicas, la hija de Elrendar, Liriel, lloraba desconsoladamente mientras se abría paso entre los restos en busca de alguna señal de su padre. Sus sollozos resonaban en el aire cargado de tristeza y desesperación.
Caius, con la determinación reflejada en sus ojos, se acercó a ella y la detuvo con un gesto suave pero firme.
Caius: "Liriel, lo siento mucho por tu pérdida. Pero ahora, debemos alejarnos de aquí. No es seguro quedarse entre los escombros."
Liriel sollozó con más fuerza, aferrándose a la esperanza de encontrar a su padre entre los escombros, pero finalmente asintió ante las palabras de Caius.
Caius: "Prometo que cuidaré de ti, Liriel. Tu padre confió en mí para protegerte, y haré todo lo que esté a mi alcance para cumplir esa promesa. Juntos, encontraremos una manera de superar esto y honrar su memoria."
Con un gesto de reverencia hacia los restos de las torres caídas, Caius juró solemnemente que haría todo lo posible para restaurar el honor y la grandeza que una vez albergaron esos antiguos pilares de conocimiento y magia.
Caius: "Y no solo eso, Liriel. Construiremos una estatua en honor a tu padre, Elrendar, y al héroe antiguo, Aldrich. Será un recordatorio eterno de su valentía y su sacrificio, y una inspiración para las generaciones futuras."
Con esas palabras de consuelo y determinación, Caius guió a Liriel lejos de los escombros, llevándola hacia un futuro incierto pero lleno de posibilidades. A medida que se alejaban, el sol se ponía en el horizonte, arrojando una luz dorada sobre el paisaje devastado, un símbolo de esperanza y renovación en medio de la oscuridad.
Mientras la caravana real atravesaba el desierto, sumida en la quietud del anochecer, un repentino asalto interrumpió la paz relativa del viaje. De entre las dunas, surgieron sombras ágiles y silenciosas, acechando como depredadores en la oscuridad.
Los bandidos, con sus rostros enmascarados y sus armas relucientes bajo la luz de la luna, rodearon la caravana con rapidez y determinación. El aire se llenó con el sonido de las espadas desenvainándose y los gritos de los soldados mientras se preparaban para el enfrentamiento.
Alex y Aria, con la mirada fija en el enemigo, se prepararon para la batalla que se avecinaba. Con el Rey León a la cabeza, los soldados reales se dispusieron a enfrentar la embestida de los bandidos con coraje y determinación.
En medio del caos y la confusión de la batalla, el destino de la caravana real quedó suspendido en el equilibrio incierto de la lucha. Solo el tiempo revelaría si lograrían salir victoriosos de este inesperado enfrentamiento en el desierto.