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Chapter 17 - Capítulo 17: La Llegada de las Gemelas: Parte 1

Mientras tanto, en Tardajos (un pueblo a menos de 1 hora de Burgos), junto a la carretera se divisa un carruaje. A su lado, un campamento se despliega, albergando unos 25 guardias y 5 sirvientes. Pero lo más notable son dos niñas gemelas de unos 3 años de edad: una con el pelo negro y rizado, ojos color miel, y la otra con el pelo negro y liso, y unos ojos azules como el hielo.

Un mayordomo se aproxima a las gemelas y les comunica con formalidad: "Mis disculpas, señoritas. Dado que estamos cerca de Burgos, debo tomar un caballo para adelantarme y anunciar nuestra llegada."

Emma, la gemela del pelo rizado, respondió con una sonrisa : "Está bien, nosotros en 20 minutos estaremos listos para partir hacia Burgos."

El mayordomo se dirigió hacia donde estaba su caballo, se montó en el caballo y emprendió el camino hacia Burgos.

Treinta minutos después de su partida desde el campamento en Tardajos, el mayordomo finalmente llegó a las afueras de Burgos.

El sol brillaba sobre las murallas de la ciudad mientras se acercaba a las imponentes puertas. Una fila de al menos veinte personas aguardaba su turno para entrar.

Con paciencia, el mayordomo esperó su momento hasta que finalmente llegó al frente de la fila. El guardia, le informó que el acceso a la ciudad requería el pago de una moneda de plata.

El mayordomo se bajó del caballo y sacó una moneda de plata de su bolsillo. Con un gesto amable, entregó la moneda al guardia, quien la aceptó con una reverencia. Con el acceso asegurado, el mayordomo condujo su caballo hacia las calles de Burgos.

El bullicio de la ciudad lo rodeaba mientras se dirigía hacia el imponente castillo que se alzaba en el horizonte. Con paso decidido, se adentró en las calles, sorteando a los transeúntes y mercaderes que llenaban las calles.

Al llegar a las imponentes puertas del castillo, el mayordomo se acercó a los guardias que custodiaban la entrada. Los guardias, con expresión seria, lo miraron con curiosidad y le preguntaron:

"¿Quién eres y cuál es tu propósito aquí?"

Con aplomo, el mayordomo respondió con voz firme: "Soy el mayordomo del Conde de A Coruña. He venido a informar sobre la llegada inminente de un carruaje y sus pasajeros al servicio de su excelencia."

Los guardias intercambiaron miradas entre ellos mientras uno de ellos asentía y se dirigía hacia el interior del castillo para dar aviso de la llegada del mayordomo y su mensaje. Mientras tanto, el mayordomo permanecía con serenidad, aguardando instrucciones, con la certeza de que pronto se resolvería su entrada al castillo.

El guardia regresó después de unos minutos con una expresión más relajada en su rostro y asintió al mayordomo.

"Puede pasar, ven conmigo", dijo el guardia con un gesto de la mano, indicando al mayordomo que lo siguiera hacia el interior del castillo. El mayordomo asintió con gratitud y comenzó a seguir al guardia.

El guardia condujo al mayordomo hasta la puerta de la oficina de Urraca y luego se retiró. El mayordomo entró solo en la oficina y se dirigió respetuosamente a Urraca.

"Su Señora," comenzó el mayordomo, "las hijas del Conde de A Coruña están aquí para aceptar el puesto de sirvientas de vuestros hijos."

Urraca asintió con comprensión y preguntó al mayordomo: "¿En cuánto tiempo se espera que lleguen?"

El mayordomo respondió con seguridad: "En unos 15 minutos deberían estar aquí."

Urraca cogió la campanilla que reposaba sobre su escritorio y la agitó suavemente, llenando la habitación con su delicado tintineo. Después de unos segundos, una de las sirvientas entró en la habitación, con una reverencia respetuosa hacia Urraca.

Urraca instruyó a la sirvienta para que acompañara al mayordomo hasta una habitación designada para que los sirvientes descansaran.

Mientras tanto, volvió a llamar a otra sirvienta con la campanilla y le ordenó que se dirigiera a la cocina para informar a los cocineros que debían preparar una cena para unas 30 a 35 personas.

Urraca volvió a llamar a otra sirvienta y le ordenó que fuera a los guardias de la ciudad para informarles que en unos 15 minutos debería llegar un carruaje y que lo dejaran pasar sin contratiempos.

Después de unos 20 minutos, mientras el sol comenzaba a descender en el horizonte, un guardia de la ciudad vislumbró a lo lejos un carruaje que se acercaba por el camino. Se acercó a sus compañeros, señalando en la distancia.

Guardia: "¡Miren! ¿Ven ese carruaje que se acerca?"

Otro guardia se aproximó para observar.

Guardia 2: "Sí, lo veo. Parece que viene acompañado por un gran número de guardias."

Después de la observación del guardia sobre el carruaje que se acercaba, este sugirió:

Guardia: "Puede que sean los que nos informó la criada. Debemos abrirles la puerta y asegurarnos de que pasen sin problemas."

Los guardias se pusieron en acción y comenzaron a abrir las pesadas puertas de la ciudad para permitir el paso del carruaje y su séquito. Con movimientos coordinados, las puertas se abrieron lentamente mientras el carruaje se acercaba.

El conductor del carruaje guió hábilmente a los caballos hacia la entrada, y los guardias les dieron la bienvenida, asegurándose de que pudieran entrar sin contratiempos.

El carruaje avanzó majestuosamente por las calles de Burgos, guiado por el conductor hacia su destino final: el imponente castillo que se alzaba en el corazón de la ciudad.

Con cada paso, se acercaban más a su destino, mientras los transeúntes y mercaderes observaban con curiosidad el paso del carruaje y su acompañamiento de guardias.

Al llegar a las puertas del castillo, el conductor detuvo los caballos y detuvo el carruaje con un suave tirón de las riendas.

El conductor descendió de su asiento con elegancia y se acercó al carruaje. Con manos hábiles, abrió la puerta del carruaje.

Con entusiasmo, las dos gemelas, Emma la mayor y Agnes la pequeña, salieron del carruaje. Sus ojos brillaban con curiosidad mientras observaban el majestuoso castillo ante ellas, emocionadas por comenzar su nueva vida como sirvientas en aquel lugar.