Emma y Agnes siguieron a la sirvienta mientras esta las guiaba hacia el comedor. Las gemelas caminaban con curiosidad, observando con atención los pasillos del castillo por los que pasaban.
Al llegar a unas grandes puertas de madera, la sirvienta detuvo su paso y con un suave empuje abrió las puertas, revelando el esplendoroso comedor ante los ojos asombrados de Emma y Agnes.
Al adentrarse en el majestuoso comedor, lo primero que llama la atención son las seis mesas distribuidas en dos filas de tres cada una, dejando un amplio espacio en el centro. Sobre este espacio, en el techo, cuelgan tres candelabros imponentes, elaborados en oro y plata, con velas encendidas que proporcionan una luz cálida y acogedora a la estancia.
Cada mesa está elegantemente decorada, con una disposición simétrica de cinco sillas a cada lado. Sin embargo, al fondo, una mesa única se encuentra colocada diagonalmente, acompañada por diez sillas alineadas a un lado. Bajo esta mesa, una exquisita alfombra añade un toque de confort y elegancia al ambiente. La mesa diagonal, estratégicamente situada, está cubierta por un tapete que oculta las piernas de los comensales, garantizando una vista despejada y ordenada.
A la derecha, al entrar por la puerta, una vidriera gigante ocupa toda la pared, ofreciendo una vista impresionante de la última cena de Jesús, un símbolo de devoción y fe.
En el centro de cada mesa, una cesta de mimbre rebosa de pan fresco, mientras que sobre unos platillos en frente de cada silla se encuentra dispuesto un plato hondo y a la derecha una cuchara de plata, acompañado por un delicado paño de lino para limpiar los labios tras cada bocado.
A la izquierda, unas cortinas de terciopelo enriquecen la ambientación. No pegadas a la pared, estas cortinas dejan un espacio de aproximadamente 60 cm entre la tela y la pared, permitiendo que los sirvientes se desplacen discretamente por detrás de ellas para realizar sus tareas sin interrumpir el servicio ni perturbar la atmósfera de la sala.
Emma y Agnes se acercaron hacia la mesa diagonal en el fondo del comedor, donde Urraca y su hija Sancha ya estaban sentadas, conversando en voz baja mientras esperaban a los demás invitados. Al llegar, las gemelas hicieron una reverencia respetuosa ante Urraca y Sancha.
"Señora Urraca, señorita Sancha, es un honor estar aquí y servirles", dijo Emma mientras Agnes asentía.
Urraca y Sancha devolvieron el saludo. "Bienvenidas, Emma y Agnes", dijo Urraca con calidez. "Estamos encantadas de teneros aquí. Por favor, tomen asiento y únanse a nosotras. La cena está a punto de comenzar."
Las gemelas asintieron con gratitud y tomaron asiento listas para participar en la cena.
Poco a poco, los invitados fueron llegando al comedor y ocupando sus lugares en las mesas. Los murmullos de conversación llenaban el espacio, creando una atmósfera animada y llena de expectativas.
Los sirvientes, atentos y diligentes, se movían entre las mesas, llevando bandejas con cálices de madera llenos de vino y los distribuían entre los comensales recién llegados.
Cada vez que alguien tomaba asiento, un sirviente se acercaba discretamente y colocaba un cáliz frente a ellos, un gesto de hospitalidad que era recibido con sonrisas de agradecimiento y gestos de cortesía.
El aroma del vino llenaba el aire, mezclándose con los deliciosos aromas que emanaban de la cocina, anunciando la llegada inminente de la cena.
La luz de las velas parpadeaba suavemente, creando destellos dorados que bailaban en las paredes del comedor, mientras los invitados esperaban con anticipación el festín que estaba por comenzar.
Notando que todos los invitados estaban ya acomodados, Urraca se puso de pie. Con un cuchillo que tenía a mano, comenzó a golpear suavemente el borde de su copa de cristal, emitiendo un sonido nítido y claro que cortó el murmullo de conversaciones en el comedor.
El tintineo del cristal captó la atención de todos los presentes, y gradualmente, los invitados fueron volteando hacia Urraca, expectantes por lo que tenía que decir.
Urraca esperó a que el silencio se extendiese por la sala antes de dirigirse a los comensales.
Con voz firme, Urraca se dirigió a los invitados con una sugerencia: "Mientras los sirvientes van sirviendo la comida, ¿qué les parece si nos unimos en un momento de reflexión y espiritualidad? Propongo que recitemos juntos el Padre Nuestro".
Al instante, los invitados se pusieron de pie, siguiendo el ejemplo de Urraca, su hija Sancha y las gemelas Emma y Agnes.
En un instante, el murmullo de la conversación se transformó en un silencio respetuoso mientras todos se preparaban para la oración.
Con Urraca liderando, los invitados comenzaron a recitar en unísono las sagradas palabras del Padre Nuestro, cada palabra resonando en la majestuosa sala del comedor.
Mientras los invitados recitaban el Padre Nuestro, los cocineros llenaban cada plato con generosas porciones de un delicioso potaje de garbanzos con espinacas.
Al concluir la oración, los invitados retomaron sus asientos con una sensación de comunión espiritual. Con apetito y expectación, comenzaron a disfrutar del delicioso potaje de garbanzos con espinacas que los sirvientes habían servido con esmero.
Sin embargo, entre los comensales, algunos levantaron la vista al ver las espinacas en su plato, una verdura que para algunos resultaba desconocida. Con gestos de curiosidad, dirigieron sus preguntas a sus compañeros de mesa, buscando aclarar la naturaleza de ese ingrediente desconocido.
Guardia A: *Señalando las espinacas* "¿Sabes qué es esto?".
Guardia B: "Son espinacas, unas verduras traídas por los musulmanes, proceden de Irán".
Después de recibir la explicación del Guardia B, el Guardia A asintió con comprensión y comenzó a comer, satisfecho de haber resuelto su duda sobre el plato que tenía frente a él.
Una vez que los invitados terminaron de comer, los sirvientes comenzaron a recoger los platos y las cucharas usadas, retirándolos con discreción de las mesas.
Los sirvientes continuaron su labor, colocando platos llanos, tenedores y cuchillos en cada lugar de la mesa, preparando el escenario para el siguiente plato de la cena.
El siguiente plato servido fue una deliciosa tortilla de cebolla y botillo. Cada persona recibió media tortilla, presentada con esmero en sus platos individuales. El aroma tentador de la tortilla recién cocinada llenaba el aire, despertando el apetito de los comensales.
Los comensales tomaron sus tenedores y comenzaron a probar la tortilla con curiosidad. Al morderla, descubrieron la combinación perfecta de la suave textura de la tortilla, el sabor dulce de la cebolla y el toque ahumado del botillo.
Un murmullo de aprobación recorrió la mesa cuando cada uno saboreó el exquisito plato. La mezcla de sabores era tan armoniosa que incluso aquellos menos familiarizados con el botillo quedaron gratamente sorprendidos por su complemento con la cebolla.
Los sirvientes recogieron los platos y los tenedores usados, asegurándose de mantener la mesa ordenada y lista para el siguiente plato.
Como postre, los sirvientes sirvieron una delicada porción de miel acompañada de dos cucharadas de frutos secos variados. Cada invitado recibió su ración en su plato pequeño, presentado con elegancia y atención al detalle.
La miel dorada brillaba bajo la luz de las velas, mientras que los frutos secos añadían un toque de sabor y textura a la experiencia culinaria.
Los comensales saborearon cada bocado con deleite, disfrutando de la combinación de sabores dulces y salados que completaban la cena de manera exquisita.
Mientras algunos comensales optaban por coger los frutos secos con las manos y sumergirlos en la miel antes de saborearlos, otros prefirieron una técnica más elaborada.
Tomaron un trozo de pan y, utilizando el cuchillo que habían utilizado previamente para la tortilla, untaron generosamente la miel sobre el pan.
Luego, colocaron cuidadosamente los frutos secos encima, creando una combinación de sabores y texturas que deleitaba sus paladares con cada bocado.
Los sirvientes retiraron con diligencia todos los platos y cubiertos de la mesa, dejándola impecable y lista para el siguiente servicio.
Mientras tanto, los invitados comenzaron a levantarse de sus asientos y se dirigieron hacia las puertas, despidiéndose unos de otros y comentando sobre la deliciosa cena que habían disfrutado.
Poco a poco, la sala del comedor fue quedando vacía, y los invitados se retiraron a sus habitaciones para descansar tras la cena.
Las gemelas se disponían a salir, pero antes de hacerlo, Urraca les dirigió unas últimas palabras de consejo: "Mañana, al despertar, dirigiros a la habitación de la sirvienta principal. Ella se encargará de enseñaros cómo ser unas excelentes sirvientas. Si no encontráis su habitación, no dudéis en preguntar a cualquiera que veáis por el castillo, seguramente sabrán indicaros." Las gemelas asintieron con respeto y gratitud antes de partir del comedor.