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Chapter 4 - Capítulo 2 – Hogar de los peluches

Abrió y atravesamos una neblina que velaba el interior. Era un túnel de 5 metros de largo y 3 de ancho, las paredes y el techo estaban conformadas por las placas, terminadas en arco; el suelo del interior seguía nevado. 

Al final de éste, otra neblina no dejaba ver el exterior. Al cruzar, una luz me cegó; mis pies se calentaron y recuperé mi visión.

La estación era opuesta, era primavera y estaba rodeado de altas montañas. Un camino de tierra bajaba por un prado que dirigía a una casa rústica de dos pisos; cada cierta distancia, los laterales del camino eran decorados con manzanos. Detrás de la casa había un lago impoluto.

Echando la mirada atrás, la neblina se posicionaba entre dos manzanos y, detrás, había un bosque entre montañas.

El aire era puro, no me sentía muerto. Miré a mis manos, luego al cielo y a la lejanía; no estaba aislado por placas, y nubes flotaban por el bonito cielo azulado.

Me paré a contemplar, pero mi diosa no frenaba.

—No te pares —me ordenó cuando se percató; la seguí a pocos metros.

—No quiero ser pesado, pero ¿ésto es otro universo?

—Sí; peluches con poderes.

No había indicios de peluches, y una ave amarilla surcaba el aire.

—¿Eso es un pájaro de cuatro alas? ¿No sólo la vida inteligente reencarnaba? —curioseé.

—Pregúntale a Nugu… cuando lleguemos. —Se ahorró la explicación por pereza.

No le pregunté a quién se refería, pero deducía que sería el dios de estos dominios. Al tener ese nombre, imaginé que sería un peluche viviente.

Estábamos más cerca; tenía varias ventanas, pero no avistaba el interior. La entrada tenía un porche con barandas de madera, adornado con macetas colgantes de flores blancas.

Al llegar, mi diosa tocó el timbre que estaba al lado de la puerta; sobre ella había un farol.

…Jamás imaginé visitar a un dios en su propia casa.

La puerta era a tablones de madera de buena calidad y, a un lado, una cristalera reflectante: tenía el pelo castaño, claro, corto y liso, y los ojos negros. No me veía nada extraño, ni cicatrices.

Me pregunté por qué estuvo tan agitada, no era tan feo como para asustarse. Ni siquiera pregunté por su nombre, tampoco me importaba.

—¿Q-Quién es? —preguntó una niña al otro lado, sonaba asustada como si de unos asaltantes fueran a emboscarla. Asimilé que sería Nugu.

—Soy yo…

—¡Chi! —nombró con alegría y, sin demora, abrió de par en par.

…Nugu, no puedes confiar en alguien que dice un simple «Soy yo».

Era una niña de unos diez años que sujetaba, con la izquierda, un erizo orejudo blanco de peluche.

—¡No pensé que regresarías tan rápido! —exclamó sonriente abalanzándose a ella; en primera instancia parecía extrovertida.

Ahora sabía el nombre de mi diosa que, inexpresiva, acarició el cabello de la niña.

Al fijarme bien, tenía orejas y cola de gato: no había rastro de orejas humanas.

Su pelo ondulado y arreglado caía hasta el hombro, su flequillo no llegaba a tapar los ojos; tanto su pelo, orejas y cola eran llamativos y peculiares: la mitad derecha era castaña y la izquierda pelirroja; y los ojos eran azul claro.

Vestía una blusa de manga corta blanca, una falda canela de talle alto con tirantes y unas medias largas a rayas blancas y marrones a juego con sus diminutas botas.

En mi mundo se consideraría la niña más mona que existía. Llegaba hasta el ombligo de Chi; si me estuviera abrazando a mí, se consideraría un delito.

—Si estás aquí… ¿¡Significa que tu primera alma la dejas a mi cargo!? ¡Prometo cuidarlo bien! —exaltó con ojos radiantes difíciles de rechazar.

Daba la sensación de que me trataban como una mascota.

En cambio, yo no tenía nada que comentar, tampoco quería interrumpir. Tenía ganas de empezar una vida interesante, o una sin la presencia de los humanos.

—Espera, Nugu. Sólo quiere informarse.

—¡Eh!… —Se separó y agachó la cabeza triste.

—Convencerlo es nuestro trabajo…, ¿cierto? Te lo encargo —le recordó acariciando su cabeza.

—¡Sí, confía en mí! —Se alegró y zarandeó la cola de felicidad. 

Parecía fácil de manipular, aunque no había que olvidar su título.

—Debo irme… Tengo quehaceres…

Al escucharlo, se entristeció.

…Suena a excusa barata…

—¡Suerte, vuelve siempre que te sientas sola!

Chi se volteó y partió, se detuvo varias veces para despedirse con la mano y, cada vez que se marchaba, Nugu bajaba la cola triste. De pronto, se puso nerviosa al estar a solas:

—¡S-íeme! —ordenó con torpeza, pero entendí que quería decir: ¡Sígueme! Lo hice y vi que detrás de su falda tenía un bolsillo con un objeto rectangular que abultaba.

El interior era limpio y escaso de muebles, lo que facilitaba la movilidad. Las paredes eran blancas y el suelo de madera refinada elegante.

A la derecha de la entrada había un comedor; a la izquierda, una sala de estar con aparatos que no identificaba; al frente, había una escalera a la derecha con un pasillo al lado y una puerta a su izquierda; para finalizar, al fondo, una cocina.

Las ventanas estaban abiertas, adornadas con cortinas blancas que se balanceaban por la brisa. 

Sobre algún mueble y en la repisa de la ventana, había macetas con las mismas flores del porche. Por la mesa del comedor y los estantes, peluches blancos decoraban las estancias.

Era un paisaje relajante de mi agrado en el que se respiraba bien, pero transmitía soledad.

Caminó hasta las escaleras y las ascendimos.

—¿Vives sola?

—S-Sí… —respondió tarde como si su vida estuviera en juego.

Al subir, había un pasillo con cuatro puertas: dos a cada lado y una ventana al fondo.

—¡Entonces te comeré! —bromeé para romper el hielo.

—¡¡¡Ah!!! —Se giró hacia mí y cayó del miedo, cerró los ojos abrazando con fuerza el erizo.

—Era broma.

—¡N-No lo hagas de nuevo, humano!

Quedé en shock: sus palabras me rechinaron; pero enseguida me recuperé.

—Lo siento, quería divertirme, porque soy humano —recalqué molesto.

—¿Divertirte?… —repitió enfadada.

Forcé una sonrisa para calmarla y le ofrecí mi mano para ayudarla. Me la rechazó y se alzó por ella misma.

…¿Fue para tanto?…

Fuimos hasta la puerta del fondo a la derecha; la abrió, pasamos y cerró.

Era su cuarto, repleto de peluches variopintos: desde animales terrestres hasta acuáticos. Las paredes eran rosita: daba la sensación real de ser la habitación de una niña.

Agarró la silla del escritorio y la situó delante de la cama:

—Siéntate ahí —ordenó señalando la cama.

—No.

—¿¡¡Eh!!? —Volvió a asustarse por el repentino rechazo, pensando que planeaba algo.

—Prefiero que lo estés tú para que te acomodes.

—¡Ah! ¡G-Gracias!… No me esperaba eso de ti… —agradeció feliz, sentándonos.

—¿Te refieres por mi alma? Me lo dicen bastante. No puedes juzgar una novela por el color de la portada.

—¡E-Eso no puede ser, Chi nunca transfirió un alma! ¡Nadie te lo pudo decir tantas veces!

—Era broma, te lo tomas todo muy en serio.

—L-Lo siento… —Suspiró.

Estaba agotada de que le tomase el pelo, enseguida abrió los ojos de par en par como si hubiera pensado: ¿Por qué soy yo la que se disculpa?

Acaricié su cabeza como hizo mi diosa para ganarme su confianza. Igual que con Chi, recuperaba su ánimo moviendo gustosa la cola. 

Era adictivo, su pelo y orejas eran esponjosas y suaves. No podía detenerme, era como acariciar un gato hasta satisfacerlo.

Sin ton ni son, se estremeció haciendo maullidos gentiles.

…¿Eso será equiparable a un ronroneo?

Tenía que detenerme, la situación me incomodaba.

—Lo siento, sólo intentaba animarte…

Era un alivio el no haber policías, me hubieran arrestado aunque fuera accidental.

—No pasa nada… Se siente demasiado bien… cuando lo hacen…

…¡¡Pero con Chi no llegaste hasta ese extremo de quedar exhausta!!

—¡Ahora que me fijo, también andas descalzo! ¿No tienes frío? —preguntó al recuperar el aliento.

—Sí, cuando me dio un cuerpo, aparecí con ésto.

—Después de todo es su primera vez, no se le da bien crear ropa. ¿Aunque por qué no lo intentaría?

…¿Así que hay dioses sin talento?

Cerró los ojos y abrazó al peluche. De la nada, apareció unos calcetines y unas botas marrones.

—Úsalos, estarás más cómodo.

—Gracias. —Le acaricié como agradecimiento, pero esta vez unos segundos.

—¿Por qué Chi no utiliza? —pregunté ante la incertidumbre.

—Dice que le es más cómodo, aunque a mí me duele sólo de verla.

Recordé las preguntas pendientes:

—¿Por qué hay…? —Alguien me interrumpió abriendo la puerta.