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Chapter 10 - Capítulo 8 – El odio de Koly

Fuimos al salón y preparó la cena: pizza; me pregunté de dónde sacaría los ingredientes.

—No hacía falta que te molestaras, no necesito comer.

—Me gusta cocinar y mantener la tradición. Que a partir de hoy me acompañes me hace muy feliz —reveló con una sonrisa infantil.

…Si me dice eso, claro que no la puedo rechazar…

—Te gusta la pizza…, ¿no? —preguntó dudosa de si hizo la indicada; yo asentí.

Al rato de cenar, entró al baño; una vez terminó, yo también me duché.

Ambos teníamos un pijama que era un disfraz de oso: el suyo blanco y el mío marrón.

Propuso, antes de acostarnos, un juego de cartas creado por Ramia: Riña Divina, un juego que, inesperadamente, era popular y que seguía actualizando. Las cartas, rectangulares, tenían la ilustración de un dios con un efecto escrito y, en el borde superior izquierdo, una flecha que indicaba su dirección de ataque. Me contó entusiasmada las reglas.

—Va siendo hora de dormir —recordó soñolienta.

—¿Dónde duermo yo?

La primera vez fue en su habitación porque colapsé ahí.

—Podríamos dormir juntos…

…No me importaría, pero me preocupa que haga algo extraño…

—¿Estás segura? Recuerda que soy un hombre. ¿Qué harías si despiertan mis instintos?

—No lo harías. Por favor… —insistió sujetando la parte inferior de mi camiseta.

…¿¡Por qué lo suplica tanto!? ¿Tiene miedo a la oscuridad?

—Bueno…, vale. —Suspiré.

Me acosté mirando hacia la pared, apagó la luz y se puso mirando al lado contrario. Sentí su cola golpeando mi espalda, tenía miedo de voltearme dormido y hacerle daño.

Después de media hora de acostarnos, me susurró:

—Koly, ¿aún estás despierto?

—¿Tienes que ir al baño? ¿Quieres que te acompañe?

—¡N-No me trates como una niña! —Me codeó en la espalda molesta.

—Era broma. —Forcé una risa.

—Cuando me asustaste en las escaleras…, lo hiciste para que espabilara, ¿cierto? Koly, ¿me odias también?… —preguntó preocupada tras una pausa.

—¿Debería? ¿Tú me odias? —devolví la pregunta cansado. Guardó silencio unos segundos:

—Me gustaría escuchar tu historia con tus palabras…

—Llevará tiempo. ¿Estás segura?

—Sí…

Suspiré; no quería recordarlo ni dialogar a estas alturas. Me sumergí en mis recuerdos para explicar en voz alta lo que sentía.

De pequeño, gran parte del tiempo estaba solo. No es que me llevara mal con los demás; al contrario, a corta edad socializaba con cualquiera.

Sin lucro, me gustaba ayudar y hacer feliz a la gente.

No tenía razón para hacer amigos, los consideraba compañeros temporales.

Me percaté de que pensaba diferente al resto, y tomé por hecho que era normal.

En ese periodo conocí a todo tipo de personas, pero nunca pasaba mucho tiempo con las mismas. No me sentía encajado en ningún círculo social.

El tiempo transcurría y no encontraba mi sueño, no sabía por qué vivía. Estudiar para trabajar y vivir, para cumplir tu sueño y necesidades: así eran; yo no estaba conforme.

Nada me llenaba, no tenía ambiciones; no odiaba ni me gustaba nadie.

Sin objetivos: estaba vacío. Nadie me apoyaba, o se enfadaban por trivialidades.

Hasta que, a los catorce, descubrí mi sueño gracias a que leía historias, entre ellas el romance. Mi corazón palpitó de imaginarlo, el estar y encajar con alguien toda la vida.

Pero era ingenuo, ni siquiera sus escritores amaban de esa forma.

A base de mi experiencia, mi sueño y amor se fue moldeando a uno perfecto y real.

Si la encontrase, tendría razón para esforzarme: sería mi fuente de motivación.

Me enfoqué en cumplirlo, no tenía nada más a lo que aferrarme ni nada que perder; cada día y año busqué sin descanso.

No era algo tan simple como declararme a cualquier persona de la calle, la contraparte debía compartir estos pensamientos.

No se trataba de enamorarse, eso era estúpido, sino de querer.

Había Internet con el que buscar con eficiencia una muchedumbre. Busqué dejando de lado a las que no podían cumplirlo.

A los dieciséis años, alguien decía tener mi sueño, pero vivía en la otra punta del planeta. Trabajé arduamente y trasnochaba en soledad aprendiendo su idioma para vernos.

Después de dos años de conexión, llegó el día en el que iría a su país para estar a su lado. Sólo serían tres meses por ser extranjero e ir de visitante, según las reglas de los humanos.

Esa experiencia acabaría de moldear mi alma. No pasaba un día conmigo, me daba plantón cuando la quería acompañar a alguna parte y salía sólo con los amigos.

Después de tanto tiempo y esfuerzo en vano, me enteré de que me era infiel, incluso lo admitió.

Esa fue la primera y última relación que mantuve; aún virgen, mantenía mi espíritu de buscar a la persona con la que pasaría el resto de mi vida.

Me volví exigente con tal de cumplirlo:

Odiaba a los mentirosos: dijeran que salían de compras a solas y en realidad jugaba con los amigos.

Odiaba que me ignoraran: dejar en visto durante días o no respondieran con sinceridad.

Odiaba la infidelidad o amigos con derechos: que tuvieran pareja y besaran o copularan con otro por lujuria.

Odiaba a los que se reían de las desgracias: que hablaran mal de los demás a sus espaldas o difamaran, gente que se burlaba sin razón, esos que engañaban a su pareja.

Odiaba a las cazafortunas: las que te quieren por estabilidad económica o un buen físico para usarte como estropajo, si te volvías pobre o feo se marchaban con otro.

Odiaba a las que bebían alcohol: era veneno, quería vivir lo máximo posible con la persona que amaría, alguien tan despreocupada no lo cumpliría.

Odiaba a las que no amaban por la distancia: esas cosas no importaban, con esfuerzo se acortaba; que quisiera una relación cercana desde el comienzo era indicio de su barata lujuria.

Odiaba a las que rompieron con su pareja: si ya tenían, también las tachaba; si rompía con la actual no cambiaba el hecho de que no le amó, o que no salió con alguien que le interesaba una relación de igual.

Odiaba las que exigían verte enseguida o, si no, rompían contigo: pues estuve buscando durante diez años, si tantas ganas tenían de verme, haberme buscado diez años antes.

Si había una persona con mi sueño, estaba seguro de que pensaría similar.

No trabajar ni estudiar evitaría a las interesadas, por lo que ser un neet me ayudaba.

Confiaba en que no todas eran de esa manera, por esa razón nunca me rendí. Pero ese pensamiento también fue ingenuo, era imposible no coincidir durante años de esfuerzo.

Aunque ayudase a los demás, nadie me ayudaba a mí.

No la encontré porque era el único buscando, sin importar cuánto me esforzara, era inútil.

Nadie tenía mi sueño: por lo tanto, todas eran iguales. Nadie tenía derecho a decirme que estaba equivocado, y más de alguien que nunca quiso amar.

Este odio lo generó mi sueño, se volvió en mi contra aumentándolo a medida que vivía.

No encontré a nadie decente; eran imperdonables para mí, me convencí en que no tenían conciencia.

A ese tipo de personas las empecé a llamar humanos, pues estaban moldeados igual.

Me aparté de la sociedad, mi odio y mi imposible sueño machacaban mi corazón. No tenía motivos para esforzarme, nadie me llenaba.

Esto generó la contraparte de querer descansar una eternidad: estaba adolorido y cansado.

Solo con presenciarlos me generaba náuseas, me repugnaban como individuo.

Conocí a millones iguales, sólo de recordarlo me dolía la cabeza. Algunos decían tener mi sueño; pero era falso, al menos no de la forma correcta.

Como dijo esa diosa, era un sinsentido el esfuerzo si nadie ponía de su parte.

Odiaba que hablasen como si supieran de ese amor que busqué cuando no hicieron nada para buscarlo y que rompieron varias veces con su pareja hasta encontrar el indicado.

Eran inaceptables que tentaban a la suerte haciendo desgraciados a los que dejaban atrás. El amor humano era como las apuestas, pues lo dejaban al azar: a la causalidad o al destino; lo que más odiaba era que lo relacionasen con la casualidad.

Algunos, de romper tanto, tenían la mentalidad de no tener más parejas o que su orientación sexual estaba equivocada.

Era frustrante, el odio y la soledad me invadía. Un humano pensaría que fue mala suerte, pero cuando el esfuerzo entra en juego, la suerte y el destino no existen.

Como dije, mi forma de pensar era diferente, pensando que nunca me causaría problemas; desde pequeño también era ingenuo.

Cuando un humano me preguntaba burlón sobre mi futuro, me repugnaba. Nadie tenía derecho a obligarme a trabajar o estudiar cuando nadie podía cumplirlo. ¿Yo inútil? ¿Cuál es mi futuro? Un futuro sin humanos.

Descansar me haría más feliz que vivir en un mundo repleto de robots. Pues dime, qué es el amor humano sino una sucesión de sinsentidos.

Sin palabras, no hay conciencia; y sin conciencia, no hay amor.

¿Pero qué sentido tienen las palabras si las utilizan para el mal?

Al igual que un enfermo busca un doctor, yo buscaba alguien que quisiera amar.

Si tan equivocado creían que estaba, ¿por qué no me presentaban a una? O pruebas de que el alcohol no era veneno.

—¿Te lo puedes creer? No apreciaban la vida, se dan el lujo de tomar malas decisiones una y otra vez. Luego ya sabes…, morí solo, puede que por ansiedad; aun habiendo millones de vidas no encajaba con ninguna.

—…

—Asumir que estaba equivocado era erróneo. Estaba satisfecho, intenté hasta el final cumplir mi sueño, aunque fue imposible… Pregunta a cualquier humano cómo conoció a su pareja y te darás cuenta de que consisten en la casualidad, no saben si quieren hijos, no saben si su pareja se droga, no saben qué amor quieren y cambia año tras año…

—…

—¿Nugu? —Me volteé y miré su cara; parecía dormida—. Puede que fuera desagradable… —Acaricié su pelo, la tapé mejor y volteé hacia la pared.