La ventana revelaba el amanecer. Nugu me llevó hasta el salón de la primera planta.
—Siéntate en la mesa.
Sobre ella, había un mantel blanco semitransparente con un jarrón de flores y cuatro sillas.
—Mejor me sentaré en la silla —bromeé.
Hinchó las mejillas, marchó a la cocina y trajo una taza de café.
—Voy a ducharme, desayuna y no te muevas de aquí.
Pese estar muerto, hacíamos nuestras necesidades básicas.
El primer sorbo al café me impresionó, con un sabor, meramente, a leche.
Estaba agotado por el sueño. Más que un regalo, parecía un castigo injustificado.
A la media hora de reloj, salió arreglada con el pelo cepillado y centelleante. Vestía más madura con una camisa blanca de manga corta junto a una falda marrón.
—¿Qué miras tanto? También puedes ducharte. —Evitó el contacto visual.
…¿Tanto la miraba?
—No tengo recambio —le recordé sacudiendo el cuello de la túnica.
—Te he dejado otra en el baño. Mete esa en la lavadora.
…¿Lavadora? Pensé que usaría sus poderes divinos.
Por una corazonada, temí por la ropa que pudiera darme una niña.
Entré al baño y me sorprendió que fuera tan cerámico; luego, me miré al espejo.
Tenía la misma apariencia de la única vida pasada que recordaba: tenía mis veintidós años; el pelo castaño corto ondulado y ojos marrón oscuro con toques claros.
Me asusté al ver que el baño no tenía pestillo, pero dudaba que nos fuéramos a espiar.
Cogí y leí la etiqueta de una de las cajitas de jabón encima de la bañera: «Aprobado por la mismísima diosa, diseñado para mujeres que desean una limpieza que les ayudará a alcanzar la madurez. Con su fórmula avanzada de ingredientes cuidadosamente seleccionados, te brindará una piel suave y radiante: reflejando tu elegancia. ¡Transforma tu rutina de limpieza en un camino hacia la madurez y la belleza con nuestro jabón!»
…Haré como si no hubiera leído nada.
Una vez duchado, vi la ropa que me dejó. Era una camiseta blanca de manga corta y un pantalón canelo corto; se dejaba entrever su preocupación.
Abrí cauteloso la puerta, asomé la cabeza y la llamé:
—Nugu. ¿Puedes venir un momento?
—¿Qué sucede? ¿No sabes cómo funciona el grifo?
—¿No es demasiado vergonzoso estos tejanos? —Se lo mostré, lo tomó y lo examinó extrañada.
—¿P-Perdona? ¿Qué tiene de raro? —Le dio vueltas en busca de roturas o defectos.
—Mostraría demasiada piel, no me sentiría cómodo…
Quedó sorprendida por mi extraña manía.
—¿Qué más da? Seguro que te queda bien —insistió; no me gustaba ser presionado.
—Me lo podrías cambiar por uno largo. ¿Por favor? —Supliqué y accedió a mi petición.
Una vez salí, estaba sentada contemplando el paisaje acabando de beber.
—¿Has terminado? Sígueme.
Me llevó hasta la primera habitación de la izquierda subiendo las escaleras. Era un aula blanca, con una ventana a cada lado de una pizarra del centro; y cerca, un pupitre tamaño adulto seguido de uno chico. A los lados había estantes con juguetes y libros.
Esta sala no la vi en sus recuerdos, pero sabía la razón de su existencia.
—Siéntate aquí. —Señaló un pupitre a su medida.
—¿No sería mejor que me sentara en el grande?
—¡Ni hablar! La profesora soy yo, siéntate ahí, te enseñaré las reglas —exigió metida en su papel.
Suspiré y me senté en su pequeño escritorio.
Se colocó unas gafas del pupitre, agarró una tiza y de puntillas intentó escribir en lo más alto; en vano, cogió una silla y se subió.
—¿Qué pasa si las desobedezco?
—No puedes, es normal cumplirlas, es como respirar. Y, aunque lo hicieras, serías castigado. —Una vez las apuntó, las dictó—: Todos los seres del Nexo están sujetas a las reglas…
—Espera. ¿Qué es eso de Nexo?
—Hace referencia a los espacios habitados por dioses —explicó y continuó—:
Regla 1: No destruir ni extinguir universos.
Regla 2: No herir ni matar ni extinguir a un ser.
Regla 3: No interferir en un universo ajeno.
Regla 4: No convertir en dios ni traer a alguien vivo al Nexo.
—Si no estuvieran, ¿qué pasaría si muero? —Coloqué mis manos en el pupitre.
—No puedes, es para prevenir sufrimiento innecesario. Aunque mueras, tu alma no lo hará.
…Morir después de hacerlo sería extraño.
Se acomodó las gafas y continuó:
—Regla 5: Las almas reencarnarán solas tras las 168 horas.
Regla 6: Prohibido envenenar o usar droga con intenciones malévolas.
Regla 7: Las almas satisfechas reencarnarán solas en el mismo universo.
Regla 8: Las almas pecadoras aparecerán en el universo de los pecados.
Regla 9: Se necesita permiso especial para no estar sujeto a alguna regla.
Esas serían todas. ¿Alguna cuestión?
Sabía con certeza la pregunta que quería formular. Puse los codos sobre el pupitre, entrelacé mis dedos y acerqué mi cabeza transmitiendo seriedad:
—Sí. ¿Por qué eres tan mona?
Como si no me percatase de su aspecto, se deprimió:
—Mi pelo y mi cola… ¿N-No te son horripilantes? —Intentó ocultar su preocupación sujetando la cola con ambas manos y tapándose la boca con ella.
—El que hace las preguntas soy yo.
—¿E-Eh?…
—¿Qué importa que seas diferente? A mí me gusta.
Después de todo, cuidaba su pelo con maña y se esforzaba para gustarle a los demás. Si fuera por mí, haría que cada gato viviera eternamente.
Se sonrojó con una sonrisa y me lo agradeció.
—En cuanto a las reglas, están bien. Cuesta creer que las diseñara esa diosa. Que las almas reencarnen solas evita parte del trabajo.
Nugu asintió, y alguien entró por la puerta.
…¿¡Para qué existe el timbre!? ¡Sólo Chiouri lo usa!
Era A, tumbada encima de la tortuga que se movía por ella; siendo la diosa vaga, pensaba que le daba pereza hasta tocar un timbre. Se quedó en la habitación con los ojos cerrados.
—Lo siento, A, estoy ocupada; espera a que le enseñe lo básico. —Parecía dormida sin escucharla—. Si te quedaron claras, pasaremos con los poderes.
…Ahora viene lo interesante.
—¿Puedo hacer cualquier cosa? ¿Cómo los uso?
—¿Por qué de repente le pones interés?… Es complicado de explicar; primero buscas la pose que más te relaja.
—Chiouri lo hace suplicando y tú abrazando a ese peluche, ¿cierto?
—Sí. Todos tenemos talentos y activadores distintos; lo básico es reencarnar almas.
—Chiouri tenía invisibilidad, telepatía, teleportación y alguna más. ¿Tú también puedes?
—¡N-No digas locuras! No puedo hacer nada de eso… ¡Chi es talentosa, es un caso aparte!
—…¿Nugu, con quién hablas? No quiero abrir los ojos, tengo mucho sueño —preguntó una niña que resonó en mi cabeza.
Pensé que sería A, pero su voz no era tan vaga como imaginé.
—No te enteraste de lo que pasó en la reunión, ¿verdad?
—…¿Hubo una? Thé. —Levantó a ras la cabeza para chocarla contra la pobre tortuga, y sacó la lengua con retraso. Hablaba con gracia sin un cambio de expresión facial: era como una muñeca.
Nugu la miró, acostumbrada, con desinterés.
—Él es… A-Aún no tiene nombre, vivirá conmigo a partir de hoy.
—A estas alturas debería ponerme uno.
—…¿Qué te parece AA? Es fácil de recordar —sugirió A.
—Es confundible con el tuyo… ¿Y si me llamo Diosquenotienenombreperoestáenbuscadeuno?
—…¡Oh! Es un poco largo, pero funcionaría. ¡Encantado de conocerte Diosquenotienenombreperoestáenbuscadeuno!
—¡E-Ese no es el problema! —interrumpió alterada ante tanta tontería.
—¿Entonces cómo debería llamarme?
Pensante, se puso a idear uno moviendo la cola de manera interrogativa.
—¿Qué te parece Koly?
…Es el peluche que vi en sus recuerdos…
—Si me llamo Koly, ¿me abrazarás a mí en vez de a tus peluches?
—¿¡E-Eh!? ¿¡C-Claro que no!? —contestó ajetreada mirando de un lado a otro.
…No suena mal habiéndome acogido.
—Decidido. Suena como si fuera tu protector, no me desagrada. —Le dirigí una sonrisa.
Nugu parecía estar más contenta de lo normal.
—…¡Koly, jajaja! ¡Es un nombre ridículo! —se mofó A.
—El tuyo lo es más… —reproché; volvió a golpearse la cabeza y sacó la lengua; su cara era graciosa, como la de un gato dormido sacándola.
—Pero sigo sin saber cómo activarlos.
—…Te podría ayudar a descubrirlo. —Despacito, abrió sus ojos morados apagados—. Ya veo…
—Si abres los ojos es normal que veas.
—…¡No en ese sentido, jajaja! —Volvió a golpearse; era raro escucharla sin ver expresiones—. Vayamos a la habitación de Nugu. —Fuimos los tres—. Ahora, túmbate en la cama.
Seguí sus pasos y me acosté; la tortuga lanzó a A junto a mí.
—¡E-Eh! ¿¡Q-Q-Qué vas a hacer!? —Nugu quedó impactada por su acción.
—¿Esto tiene alguna relación con mis poderes? ¿No será que te has confundido con procrear?
—…Jajaja, abrázame.
—Creo que esto está mal. —Pensé que me tomaba el pelo.
—…Nugu ya lo hizo contigo, ahora es mi turno.
—¿¡Me hizo algo dormido!?
Rodó con su cuerpo para pegarse a mí:
—…Hazlo, y verás.
—¡Luego no llames a la policía y le digas que lo hice sin tu consentimiento! —Al hacerlo, sentí aquella soledad desaparecer, como ir a una reconfortante chimenea en invierno.
Quedé inconsciente, era la misma sensación, pero esta vez una mancha gris devoraba mi existencia.