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Chapter 5 - Capítulo 4: La Gran ciudad de Blanca

NARRA ANA

En la cocina, mientras preparo el desayuno, mis pensamientos siguen revolucionados por lo que presencié.

—Se veía tan real... —muerdo mi dedo, tratando de procesar lo ocurrido.

—¿Habrá sido un sueño? —rasco mi mentón, buscando una explicación lógica que aclare todo.

Un olor peculiar llama mi atención.

Oh...

—¡Ja, ja, hay tostadas al carbón para desayunar! —anuncio alegremente. Para decir esto a todo pulmón, mi confianza con ellos parece haber aumentado.

En la mesa.

"Qué tensión..." Pienso para mí misma.

—Esto no es comida —reprocha Ake, sosteniendo la tostada con la punta de sus dedos—. Me conformo con la sopa.

—La comida no se desperdicia —le fulmino con la mirada. Estaba acostumbrada a comer basura de donde provenía, esto no era nada.

Don Adonis, como siempre, permanece callado.

—Sobre lo de ayer, padre —se hace presente la voz de Ake, en un tono serio—. Sobre entrar al ejército...

Don Adonis golpea la mesa con fuerza, interrumpiendo.

—Ya rellené el formulario —continúa Ake.

—¿Cuándo rellenaste esos papeles? —pregunta su padre, con los ojos abiertos como platos.

—Antes de que llegara Ana a la casa —su mirada ahora se posa en mí, seria.

Nunca lo había visto tan determinado.

—Por eso te imploré que trajeras a una compañía a la casa, una criada o lo que sea, para ayudarte mientras yo no esté —prosigue.

Don Adonis se marcha, y su hijo le sigue a la cola.

Guau...

—Más comida para mí, ¡hurra! —entono con un tono medio desanimado.

Se vino a mi mente un pensamiento intrusivo.

Ellos son desconocidos para mí, peligrosos. Ambos han estado en el ejército, ¿Qué requisitos se necesitan para ello? Quiero conectarlo con lo que parecía ser Ake levitando en la noche. ¿Qué me están ocultando?

Mi mirada cambia, punzante y afilada. No puedo fiarme...

"Vuelve a tus sentidos, Ana. No dejes que el ambiente embriagador te ciegue", me digo mientras palmeo mis mejillas.

Luego de aquel suceso. Tras horas, el tiempo de las clases matutinas empezaba...

—Perdona la demora —entra Ake.

—No hay problema —doy la mejor sonrisa que puedo.

Él parece distraído, solo lee, no dice ninguna palabra.

—Ejem —toso para llamar su atención—. Encontré este libro, me gustaría que me enseñaras más a fondo sobre el tema.

Lee detenidamente la portada del libro.

—¿Comercio y finanzas? —enarca una ceja.

—Sí.

Se alza, su pecho se inclina ligeramente hacia mí.

—Y ¿qué planearás hacer con dicha información? —su rostro es indiferente.

—Ayudar a la casa —titubeo, está muy cerca.

Abrir mi propio negocio, independizarme, escalar, pero está de más decir esa información.

—Bien, empecemos con los conceptos básicos de comercio —dice Ake, sonriendo mientras se acomoda en su silla—. Para tener éxito en los negocios, es fundamental entender cómo funciona el mercado y qué necesidades busca satisfacer tu empresa.

—Claro, entendiendo la importancia de conocer a mi audiencia y adaptar mis productos o servicios según sus demandas —respondo asintiendo.

—Exacto —afirma él—. Además, también es esencial entender cómo manejar las finanzas de tu negocio. Debes aprender a llevar un registro de ingresos y gastos, así como a realizar proyecciones financieras para tomar decisiones informadas.

Y así continúa la tarde, con un curso intensivo.

Mientras tomo notas, Ake detiene la lección y me mira intensamente.

—Ana, sé que tienes el potencial para crear algo grande —dice en un tono que me parece seductor—. No te límites a trabajar para otros, puedes tener tu propio negocio y triunfar en el mundo empresarial. Bueno, aunque ahora prefiero que estés con mi padre.

—¿Yo? No sé si estoy lista para eso... —respondo, dudando.

Ake se acerca, y su presencia magnética me deja intrigada.

—Créeme, tienes todas las cualidades necesarias para prosperar. Solo necesitas creer en ti misma y dar el primer paso —afirma convencido.

Es un buen ambiente, es ahora o nunca, debo indagar en lo que no he podido sacarme de la cabeza en todo el día.

—No todo es tan fácil... Si tan solo tuviera poderes mágicos... hace poco leí una novela sobre eso. ¿Crees en la magia o en seres sobrenaturales? —pregunto, intentando disimular mis verdaderas intenciones.

Ake me mira confundido, sus ojos se desplazan de un lado a otro antes de dirigir su atención al techo de la habitación, profundamente pensativo. Finalmente, decide responder.

—¿Magia? —se ríe—. Es un tema divertido de tratar.

Parece distraído por un momento, pero luego vuelve a enfocarse en mí con una sonrisa juguetona, su mirada fija en la mía.

—Magia, dices... Es un tema intrigante, aunque personalmente no creo en la magia como algo real —responde, sin perder su aire enigmático.

Vale, veo que no queda de otra, a veces si quieres saber algo debes ir directo al grano.

—Anoche... vi algo extraño —empiezo a decir, mientras noto cómo su rostro se torna serio, sus cejas se fruncen ligeramente, pero rápidamente vuelve a su sonrisa habitual.

Aun así, capté ese destello de preocupación en sus ojos.

—Te vi levitar, flotando en el aire —continuo con cautela, tratando de no sonar demasiado directa—. ¿Puedes explicarme qué sucedió?

Ake baja la mirada por un instante, como si estuviera reflexionando, y luego vuelve a encontrarse con la mía.

—Dicen que en esta casa hay fantasmas.

No me esperaba esa respuesta, lo que hace recorrer un escalofrío por mi espalda. Fantasmas... Es una posibilidad. Yo tendría que ser un fantasma, debería estar muerta, pero aquí estoy, viviendo otra vez mi vida.

¿No será obra de la anciana? ¿De alguna deidad confabulando con ella? Me siento como un fugitivo al que buscan para llevarlo al inframundo, quizás si fue un fantasma... Aun así, no tiene sentido.

Dudo de la respuesta de Ake.

Decido no indagar más, temiendo que profundizar en el tema podría poner en peligro mi bienestar. El simple hecho de mencionarlo ya podría tener consecuencias. Afortunadamente, eso no ocurre.

Con esos pensamientos en mente, me alejo de Ake, para pasar a otro asunto, además no me apetece escuchar sus reflexiones sobre los fantasmas.

El fin de semana empieza mañana... Me pregunto si Don Adonis querrá ir a la ciudad ante lo sucedido; se veía tan devastador. Ante la duda, me dirijo al establo.

Al llegar allí, encuentro a un hombre apenado, dando de comer a los caballos.

—¿Se encuentra bien?

—Oh, estabas aquí, Ana —acaricia al caballo Arturo, un hermoso corcel fornido.

Hay un breve momento de silencio.

—Prepara tus cosas, te prometí que te llevaría a la gran ciudad de Blanca.

—¿Seguro?

—Sí, sí, lo he pensado mejor. Como padre, me duele que Ake siga mis pasos y se pierda en el camino, porque yo igual me perdí en el mío... Pero es un buen chico, te habrás dado cuenta, creo que no hay que temer, ha pasado tiempo desde conflictos de guerra.

¿Perderse en el camino significa que hacían cosas que no debían?

—Tiene razón, es un gran chico, su hijo es especial, hasta parece que no es de este mundo —sonrió.

Es tan especial, hasta el punto de que le vi levitar, pero decir eso ahora es...

—Nos quedaremos hasta el martes, así que empaca más prendas.

Más días, es extraño.

—No solo iremos a turistear, también haremos trámites.

Después de la conversación con Don Adonis, me preparo emocionada para ir a la ciudad de Blanca.

Al día siguiente...

El viaje es emocionante, y conforme nos acercamos, la emoción crece aún más.

La ciudad es impresionante, llena de vida y actividad. Sus calles están repletas de personas, y los edificios altos parecen tocar el cielo. Es un mundo completamente nuevo para mí, y no puedo evitar sentirme maravillada por todo lo que veo.

—¿Entonces qué es lo primero que haremos? —siento el calor en mi cuerpo de emoción.

Don Adonis ríe por mi reacción.

—Primero al banco, vamos a crearte una cuenta para que dejes tus ahorros.

Se me dificulta seguir sus palabras y comprenderlas, no tenía sentido.

—Pero si no tengo dinero —digo a lo bajo avergonzada, no me esperaba esto. Es un gran gesto.

—Lo tendrás pronto, el maqui y otros frutos ya han empezado a florecer por tu trabajo, creo que es grato que tú comercialices tu fruta en el mercado, si quieres.

Aprieto mis puños para contener las lágrimas que quieren escapar de alegría.

—Usted es muy bueno para ser real, gracias.

—Entonces me darás el 5% de tus ganancias —ríe.

Se estaciona el carretón. Caminamos por una gran plaza, una arquitectura llama mi atención, es el banco. Luego de que Don Adonis haya firmado como testigo y titular, puesto que no tenía papeles, se me ha creado una cuenta en el banco.

Tras el trámite de unas dos horas, por la fila, se escuchan a guardias de gran armadura gritar.

Vemos que en el centro de la plaza hay un letrero que dice "Inscripciones para damiselas del emperador".

—Para esto es bueno, pero para ayudar a su pueblo... —suelto, pensando que lo decía en mi cabeza. Don Adonis se limita a reír. Hoy está muy feliz.

Mientras observo a la gente acumulándose, a lo lejos, en una esquina de una calle, diviso un rostro que me resulta vagamente familiar.

—¿Quién es él? —pregunto.

—Es un marqués, creo que se apellida Orlando. Su mayor éxito es su negocio en la marina.

Ya recuerdo, Orlando, un marqués de la segunda región.

Lo recuerdo a causa de su apellido. Fue él quien mandó a quemar el burdel, dejando a mujeres en las frías calles, sin tener dónde quedarse, ni hospedarse. Yo quedé sin trabajo.

La causa de tal acto era porque le causaba tentaciones ver a aquellas mujeres, le producían deseos. Por esto mandó a que lo quemaran, dando uso su poder.

Mi rostro se arruga, aunque aún no ha realizado tal acto atroz, me es repulsivo verle tan feliz junto a la mujer que parece ser su esposa.

NARRA GINA

En la feria...

—¡Vuelve aquí, maldita ladrona! —grita un hombre de gran tamaño mientras arroja una piedra. Sin embargo, mis pies son más veloces y logro evadirlo ágilmente.

Durante la persecución, el hombre se cansa, pero mis pies siguen siendo más rápidos.

—Yo gano —entono victoriosa.

De la gran ciudad de Blanca, me dirijo hacia las poblaciones donde no llega la luz.

Cada paso que doy resuena en el piso gracias a mis botas.

—¡Gina! —me abraza Lucy, acompañada por otros niños de la población.

—Volvió a salvo, otra vez no la atraparon —dice un niño orgulloso, apretando el puño en señal de victoria.

—Traje la comida —río a lo alto.

Por las ventanas de las pequeñas casas, veo a los ciudadanos que pasan hambre debido al aumento de impuestos.

Llega la hora de la comida, y en una gran mesa, coloco los alimentos que traje.

—Antes de consumirlos, ¿Qué tal si oramos a la Diosa? —propone una vecina, haciendo que todos nos tomemos de las manos.

Volteo los ojos en señal de desaprobación.

—Vamos, Gina, únetenos, daremos gracias por la vida, los alimentos, pediremos perdón por el modo en que se obtuvieron y que le dé sabiduría al emperador, nuestra luna resplandeciente.

Eso me da mucha risa.

Tras suspirar pesadamente, acepto para evitar discutir.

En la mesa, comiendo, decido compartir una noticia.

—Quería informarles a todos, mi querida gente —miro a los niños, ancianos, vecinos y también a mi hermana—. Que me uniré al ejército.

—¡Eres una mujer! —exclama mi hermana de inmediato. Sabía que reaccionaría así.

—Ya me inscribí —el ambiente se tensa, pero mantengo una sonrisa—. La paga es lo suficientemente buena como para ayudarles.

La mirada de desaprobación hacia mí es evidente; escucho susurros maliciosos sobre lo que una mujer no debe hacer "que esto ya es pasarse de la raya", comentarios despectivos de personas de mí misma edad cuyos rostros muestran envidia y descontento. Les duele en su orgullo el que yo me haya inscrito y ellos no; no soy cobarde.

—¡Pero apenas tienes diecisiete! —continúa ella.

—Eso no me detendrá —río con determinación.

Me levanto y extiendo mis brazos al compás.

—Mírenme—señalo con ambos pulgares—. Seré exitosa, ¡lo sé!

Después de esa escena, me retiro a mi habitación.

Estoy absorta en mis pensamientos.

En la mañana, de camino a la feria, vi a un chico rubio de tez perfecta, esbelto, fornido, alto, es el tipo de hombre con el que querría tener hijos, aunque no pienso tenerlos.

—Gina... Gina, Ginaaa —la voz de Lucy interrumpe mis pensamientos.

—Ay, Lucy —digo, pensando en aquel muchacho—. Hoy vi a un ángel.

La mejor parte fue cuando hicimos contacto visual y me sonrió.

—Y es soldado. Su armadura le acentuaba bien —continúo.

—Así que estás con las hormonas alteradas.

—¡Lucy! ¿Desde cuándo hablas así? —le respondo sorprendida.

—Tu hermana siempre te lo dice —contesta inocente.

—Bueno, en fin...

"Un soldado caminando por las ferias, observando alrededor, qué lindo", tarareo en una canción.

El joven al parecer es un extranjero, por el emblema del sol.

—¿Qué me querías decir? —pregunto a la pequeña.

—Mi mamá pregunta si puedes ir al mercado por arroz —dice con su tierna voz—. Pero sin robar, mira, aquí hay una moneda de plata para que la ocupes.

Aunque me diga que no robe... Es muy poco dinero para una cantidad justa de arroz.

—De acuerdo Lucy —palmeo su cabeza—. Eso haré —miento.

En el mercado.

Estoy a punto de realizar mi nueva gran maniobra llamada "Rompiendo relaciones", para que diera resultado la víctima debía ser un hombre mayor, y estar acompañado de su pareja.

La maniobra básicamente consiste en...

—¡¿Papá?! ¿Papá, eres tú? —grito lo más fuerte que puedo, para captar la atención de todos.

El hombre del mercado que elegí para esta maniobra, cumple con las características necesarias.

—¡¿Quién es esa mujer?! —le recrimino, mirando con ojos feroces a la mujer que está a su lado.

Su comportamiento nervioso me indica que debo continuar con mi actuación.

—No pensé que tuvieras una doble vida, ¡¿Qué le diré a mamá?! —mis lágrimas se deslizan en mi cara.

La mujer del hombre no entiende lo que pasa.

—Te lo juro, no tengo idea de lo qué está pasando. Debe ser una broma —explica él con rapidez, está visiblemente nervioso.

—¡Papá, dejaste embarazada a mamá y ahora debes hacerte cargo! —sigo llorando.

La gente que pasea por el mercado se detiene para observar la escena.

—¿Por qué está diciendo eso la jovencita? Habla luego Pedro.

—Ya te dije que debe ser algún tipo de broma.

—¡Empiezo a conectar los cables sueltos, esa noche no llegaste a casa!

—¡Estaba en el hospital!

Perfecto, mientras discuten, de la tienda saco una bolsa de arroz.

Tan pronto la obtengo, agarro también unos chocolates de paso y salgo corriendo del lugar.

Pero mi emoción es tanta que, al ser mis pasos veloces y la bolsa de arroz grande, sin querer choco abruptamente con alguien.

Una chica de pelo naranja está tirada en el piso, junto a mí.

Me mira fijo, sorprendida pero no enojada, luego voltea la mirada.

Se escucha que la policía se acerca. Dios... El arroz está todo tirado.

Me van a atrapar, me cuesta ponerme de pie y mis manos pican de dolor.

Mi respiración se agita, hasta que siento que alguien toma mi brazo, alzándome para correr.

Era la chica con la que choqué.

—El arroz... —intento decir mientras corremos.

—Después conseguirás más arroz —dice determinada—. No soy de aquí, ¿sabes a qué calle podemos ir para perderlos?

Le indico el camino y tras unos minutos, logramos despistarlos. Ambas estamos exhaustas.

—Muchas ... —se me dificulta el hablar—. Muchas gracias.

—No hay de qué.

—Si no hubiera sido por ti, ahora mismo estaría siendo retenida, y...

Me doy cuenta de lo inapropiado de mis palabras y me callo.

Soy idiota.

¿Por qué le estoy diciendo esto? Uy si, "si no fuera por ti estarían llevándome a la cárcel" o "gracias por incumplir la ley".

—Veo que aquí igual es difícil conseguir comida, no te preocupes, te entiendo.

—Sí... tras la subida de impuestos, todo se ha vuelto más difícil.

Ella ladea la cabeza con extrañeza.

—¿Qué pasa?

—No es nada, es que pensé que aquí todo era mejor.

—¿Mejor? —me rio—. Ni que fueras alguien de la cuarta región.

—Soy de la cuarta región.

—¡¿Qué?! —me paralizo al escuchar esas palabras—. Dicen que es difícil salir de allí, si para nosotros es difícil, allá es peor... lo siento.

Creo que no medí mis palabras antes...

—Por cierto, soy Gina —le doy mi mano.

—Soy Ana —me responde.