NARRA ANA
—¡Señorita Fidelis, le ha llegado una invitación de su excelencia! —informa una criada apenas empieza el día.
El emperador me ha extendido una invitación formal para asistir a la ejecución de los cuatro traidores capturados.
Aunque la idea me resulte incómoda y escalofriante, después de recibir la invitación formal, me veo obligada a asistir a la sentencia que se les planea dar.
En mi camino hacia el lugar de la ejecución, me encuentro sumida en pensamientos turbulentos.
Toda esta situación me provoca una mezcla de curiosidad, aprensión y un profundo deseo de comprender las razones detrás de este acto.
En el lugar, la ausencia de Stella First, no pasa desapercibida. Antes de que pueda evitarlo, la pregunta escapa de mis labios.
—¿Dónde está Stella? —pregunto preocupada por su ausencia.
El emperador me mira con enojo, pero sorprendentemente no me reprende.
—Ella es demasiado débil para presenciar esto, prefiere mantenerse escondida en su habitación. —responde Lunae, con seriedad.
Mientras absorbo esta respuesta, mi mente se cuestiona: "¿Y qué le hace pensar que yo soy fuerte?".
Mis ojos se posan en el escenario sombrío donde los cuatro traidores guardan su destino. Siento una opresión en el pecho mientras observo la estructura ominosa de la guillotina y el aura lúgubre que lo rodea.
El emperador se acerca a mí, su mirada imponente contrasta con la delicadeza de su voz.
—Es la primera vez que asistes a una ejecución, ¿verdad? —su pregunta, aunque suave, se siente como un viento frío que me envuelve.
—Sí, su majestad. —asiento, con la mirada fija en el suelo.
—Observa atentamente —sus palabras resuenan en el aire como un recordatorio inquietante.
La ejecución comienza, y el sonido de mi propia respiración se mezcla con el latido acelerado de mi corazón. Las cabezas son cortadas con brutalidad, y siento cómo mi estómago se retuerce en una mezcla de repulsión y asombro.
Cuando finaliza el macabro espectáculo, el emperador Lunae rompe el silencio.
—Fui indulgente al otorgarles una muerte rápida. ¿Comprendes por qué lo hice? Eran traidores, informantes del imperio Júpiter.
¿Cómo es posible que el emperador, un niño, pueda soportar tal espectáculo?
—Esto es lo que le sucede a quienes me traicionan —continúa, y sus palabras resuenan como un sombrío recordatorio de su autoridad y castigo.
****************
Desde entonces.
El tiempo transcurre, y más de una semana ya ha pasado desde que asumí el papel de doncella.
Durante ese intervalo, además de adquirir nuevos conocimientos y habilidades, me he dejado embriagar por la belleza y majestuosidad del castillo y su entorno. Cada rincón parece resonar con la grandeza de este lugar, y a menudo me encuentro absorta en su esplendor. Sin embargo, esta fascinación ha comenzado a nublar mi objetivo principal: investigar al emperador.
Hablando del emperador... Desde el día de la ejecución, no he vuelto a verle, ni recibido noticias suyas, y él tampoco ha solicitado que lo visite.
Algo parece estar mal, una inquietud se arraiga en mi mente: ¿estará enfermo?
Sin él rondando por el lugar, podría ser una oportunidad perfecta.
—Como últimamente no se puede ver al emperador para entregarle mi respeto, iré al jardín —aviso a una criada que se encuentra aseando mi cuarto.
—Sí, no es necesario que me lo informe...
—¿Sí? Entonces quizás también recorra el castillo —respondo con una sonrisa.
—Sí, pero no vaya al tercer piso del ala sur, hay una reunión del consejo —informa la criada con una expresión preocupada.
Esta información podría valer millones.
—Está bien, no te preocupes —respondo, juntando las palmas de mis manos.
Apenas salgo, me dirijo al ala sur, tercer piso...
¿De qué estarán hablando en esa reunión?
Avanzo a paso ligero, atenta de que nadie vea mis movimientos, mientras camino hacia donde se escuchan las fuertes voces de hombres discutiendo. Debe ser allí.
Estoy a punto de detenerme frente a la puerta, lista para asomar el oído y descubrir más, cuando una voz me espanta.
—¿Qué haces, señorita Fidelis? —en el pasillo, como si yo fuera un ladrón sorprendido, Stella First me arrincona. Su rostro no refleja ni amabilidad ni serenidad, sus cejas están fruncidas con una expresión de desaprobación.
Mi corazón da un vuelco ante su inesperada aparición. No puedo evitar sentirme atrapada y vulnerable bajo su mirada penetrante.
—Princesa, yo... estaba dando un paseo —balbuceo, intentando sonar convincente.
—Un paseo... justo en el pasillo donde se lleva a cabo una reunión importante —responde, su es tono sarcástico y desconfiado.
Trago saliva, sintiendo el peso de sus sospechas. Mi mente corre a toda velocidad, buscando una excusa creíble para mi presencia en este lugar.
—Sí, un paseo. Quería disfrutar meticulosamente la infraestructura del castillo, es una belleza y a la vez... majestuoso —me aventuro, señalando vagamente los altos techos.
Stella me escruta con una mirada intensa, como si buscara cualquier indicio de mentira en mis ojos. Por un momento, temo que pueda descubrir mis verdaderas intenciones.
Finalmente, su expresión se suaviza ligeramente, aunque sigue manteniendo un matiz de desconfianza.
—No puedo creer que alguien quiera pasear por aquí en medio de esas voces estridentes —comenta, su tono es menos hostil.
—A veces, la curiosidad supera el sentido común —digo en voz baja, sin poder evitar dar una pequeña sonrisa nerviosa.
Stella suspira, como si estuviera resignada por mi comportamiento, y cruza los brazos.
—Si te metes en problemas por curiosa, no vengas a mí para que te salve —advierte.
Asiento rápidamente, agradecida por su indulgencia. Stella puede ser impredecible, pero parece haber decidido dejarme en paz esta vez.
—Lo tendré en cuenta, Stella. —me corrijo—. Princesa Stella.
Con una última mirada cautelosa, Stella se da la vuelta y se aleja por el pasillo.
Después de recapacitar, un grito interior asimila un hecho: ¡Su personalidad es totalmente diferente! ¿Dónde quedó esa niña tierna, delicada y sonriente que he visto, aunque pocas veces, estos días?
Observo su figura alejándose antes de que, finalmente, me atreva a girar la manija de la puerta.
La discusión en el interior continúa, y siento un hormigueo de anticipación mientras me preparo para descubrir los secretos que podrían estar ocultos detrás de esa puerta entreabierta.
De repente, una voz fuerte y autoritaria se alza por encima de las demás, silenciando la discusión. Hace que se me salga el alma del miedo, lo que me hace preferir escuchar detrás de la puerta, atenta.
Esa voz...
El emperador Lunae, ha hablado. Mis oídos se agudizan mientras escucho sus palabras, tratando de comprender su papel en esta reunión.
—Es imperativo que tomemos medidas para fortalecer nuestras defensas en las fronteras del sur —dice el emperador con una firmeza sorprendente para su apariencia juvenil. A esta altura no debería sorprenderme este hecho, pero aun así lo hace.
Los consejeros asienten en acuerdo y comienza un nuevo debate sobre estrategias y tácticas. Sigo escuchando atenta, capturada por la seriedad de la situación y por la habilidad del emperador para dirigir la conversación.
Mi mente trabaja a toda velocidad, tratando de asimilar la información que estoy recibiendo. Parece que este imperio enfrenta amenazas y desafíos que van más allá de mi comprensión.
Mientras los consejeros continúan intercambiando ideas y opiniones, me pregunto si alguna vez podré entender completamente la complejidad de este mundo en el que ahora me encuentro.
Algunas palabras perduran en mi mente en el trascurso de esta discusión: "Júpiter", "magia", "guerra".
Lo que más me molestó fue escuchar a uno de los consejeros proponer elevar los ya inflados impuestos para obtener más recursos y comprar mercadería. ¡Qué descaro! No solo eso, también menciona que en caso de guerra, será obligatorio que cada hombre de cada familia vaya al frente. ¿Por qué no va usted, maldito incompetente? Gritaría si pudiera, mientras la frustración e indignación crecen en mí ante estas injusticias y decisiones ajenas que afectarán a tantas personas.
Si un niño crece rodeado de incompetentes, en la mayoría de los casos, terminará siendo un incompetente.
—No, rechazo tu propuesta, Neftis. He escuchado que el pueblo está pasando hambre —interviene Lunae con firmeza.
No esperaba que considerase mis palabras. Bueno, alguien tenía que decírselo.
—Son simples rumores propagados por los del Imperio Júpiter, su excelencia.
No, yo soy el hecho vivo de esa realidad.
—Los rumores a menudo tienen una base de verdad —responde Lunae con calma—. No podemos ignorar las dificultades que enfrenta nuestro pueblo.
La discusión se intensifica y los consejeros expresan sus argumentos. La atmósfera en la sala se vuelve tensa mientras diferentes voces chocan en un intento de persuadir a Lunae.
—Emperador ¿Acaso no ve los ingresos del imperio? Nos va muy bien, los indicadores son favorables. Es esencial que se suban los impuestos —exige otro consejero con vehemencia.
La rabia y la frustración arden en mi pecho, y un impulso irresistible me insta a entrar y gritarle a ese hombre.
Quiero decirle que no importa cuán altos sean los indicadores, si todo está centralizado en manos corruptas. ¿Acaso no es un hecho que están desviando el dinero e ingresos a sus propios bolsillos? ¡Qué ladrones tan descarados!
Sin embargo, la sensatez prevalece. Reconozco que actuar impulsivamente solo empeoraría las cosas, así que intento que mi cuerpo vuelva a la calma, controlando mi indignación.
Justo cuando la discusión alcanza su punto álgido, escucho pasos que se acercan a la puerta. Sin pensarlo dos veces, me alejo en silencio, buscando evitar ser descubierta. No puedo permitir que me encuentren escuchando tras la puerta; necesito mi cabeza para vivir.
Una vez estando a una distancia segura, me detengo y respiro profundo, tratando de tranquilizarme.
Vaya, pensé que el emperador estaba enfermo, pero por lo que escuché, parece estar en perfecto estado. Debe de estar muy concentrado, claro, considerando la amenaza de una posible guerra.
En mi vida pasada, no recuerdo que haya estallado una guerra. A lo mejor ni nos dimos cuenta, aunque, después de todo, nuestra región no posee ningún valor estratégico.
Me percato del tiempo; es hora de las clases.
A medida que transcurre la narrativa de la clase de historia, donde se discuten guerras y alianzas aparentemente insensatas, un pensamiento se abre paso en mi mente:
"Todos intentan obtener poder o arrebatarle la corona a Lunae, tratando de suplantarlo y gobernar el imperio de Luna. Sin embargo, entre todos los que han planeado ataques y conspiraciones, ninguno parece haber diseñado un modo de evitar la pobreza y asegurar una administración justa de las riquezas, para prevenir la hambruna y el sufrimiento de los más vulnerables."
Si nadie tiene una propuesta que ayude a todo el imperio, creo que nadie merece el título de gobernante.