NARRA ANA
Mi rostro se arruga al ver a Orlando, es la primera vez que tengo la dicha de presenciar su semblante. Empiezo a avanzar paso tras paso para verle de cerca, y con la intención de decir en el aire un comentario despectivo para que tanto él, como su esposa, lo escuchen, sobre el burdel que suele frecuentar.
"No es ese el hombre que frecuenta los burdeles de la región Perla" O algo menos directo.
Sin embargo, justo antes de acercarme lo suficiente, Don Adonis me detiene con una expresión preocupada.
—Cuidado, Ana, él es un hombre peligroso —susurra en un tono serio.
Trato de disimular mi interés respondiendo rápidamente:
—¿Qué?... Yo no caminaba hacia él.
Don Adonis me observa atento, como si pudiera leer mis pensamientos.
—Tu mirada lo dice todo, ¿lo conoces? —me pregunta con mirada inquisitiva.
—No, es la primera vez que lo veo —respondo rápido, negando con mis manos.
Antes de que pueda decir algo más, Don Adonis, con su característica generosidad, me presta unas monedas.
—Cerca de la plaza está la calle de la feria, toma —sostiene mi mano—. Ve a comprar algo, cualquier cosa que te guste.
—¿Y usted no irá?
—Debo ir donde un comerciante, será aburrido, luego nos encontramos aquí. ¿O quieres acompañarme?
No, yo quiero ir al mercado, con una sonrisa nerviosa acepto la primera oferta.
Me encamino hacia el dicho lugar.
En el bullicioso mercado, me sumerjo en un mar de colores y sonidos que despiertan todos mis sentidos. Los vendedores gritan sus ofertas con entusiasmo, y el aroma de las frutas frescas llenan el aire, despertando mi apetito.
Mientras camino, me olvido momentáneamente de mis preocupaciones y me permito disfrutar de esta nueva experiencia.
Mi corazón se acelera aún más cuando un espectáculo callejero llama mi atención. Están danzando con tanta gracia y belleza que no puedo evitar acercarme. Los niños que se congregan a su alrededor aplauden emocionados, y yo me sumo a ese entusiasmo.
—¡Qué genial...! —se escapa de mis labios como en un suspiro, admirando la danza con asombro.
Las chicas se mueven en círculos, sus movimientos me hipnotizan, mientras un grupo de hombres toca una música cautivadora con instrumentos que reconozco de mis libros: una gaita, una flauta, un violín y un tambor. A pesar de sus aspectos desgarrados, la música que crean es verdaderamente hermosa.
La joven que canta recita palabras en una lengua extraña que no logro entender, pero eso no importa en este momento de fascinación y deleite.
—Sin dudas es genial —comenta alguien al lado mío.
Curiosa, mis ojos voltean a mirarle.
Un hombre de cabellos dorados. Observo su armadura y me doy cuenta de que es muy diferente a la que divisé en los hombres de la plaza hace un rato.
Me limito a asentir y a seguir observando el espectáculo.
—Señorita, ¿Qué dice la canción? —me pregunta un niño que sacude mi falda con entusiasmo.
Oh, le preguntaste a la persona incorrecta, pienso nerviosa, sintiéndome incapaz de proporcionar una respuesta adecuada. No comprendo las palabras de la canción y mi falta de conocimiento me hace sentir insegura.
Intento buscar una respuesta adecuada, pero las palabras no llegan. Me siento estática, sin saber cómo actuar o qué decir para ocultar mi falta de intelectualidad en este momento. ¿Qué debo responder? ¿Debo admitir que no entiendo la letra?
El hombre de cabellos dorados, notando mi incomodidad, interviene amablemente.
—La canción proviene de una antigua lengua del imperio del sol. Es una canción sobre la Leyenda del Eclipse —le responde con paciencia—. Pese a que la luna nunca se junta con el sol, la leyenda dice que ambas deidades se enamoraron —sonríe aquel joven de cabellos dorados y armadura plateada.
Así que la letra va de eso... es un alivio comprender el significado detrás de la canción que cautiva a todos los presentes.
—Puaj- —el niño saca su lengua en signo de repulsión—. Basta de historias de amor —como si su presencia ya no fuera necesaria se echa a correr, buscando algo más emocionante para su gusto infantil.
Tras mirar cómo el niño se aleja y al hombre aún sonriente, me percato del emblema de su armadura, un sol.
¡Es del imperio del sol!, quedo atónita para mis adentros.
Cuando la última nota de la canción se desvanece, él se marcha rápidamente, con una sonrisa en los ojos, como si llevara consigo un mundo de aventuras.
Mi emoción es tanta por ver a un extranjero que no me percato de las calles mientras camino, ensimismada en mis pensamientos. Sin embargo, mi ensueño se ve interrumpido cuando un estruendo repentino me saca de mis pensamientos.
Me encuentro en el suelo tras colisionar con una chica. Una chica que viste pantalones de cuero y una camisa blanca; lleva consigo un saco, un saco de arroz que yace en el piso. Parece exhausta, como si estuviera escapando de algo.
Al instante siento una conexión con ella, como si compartiéramos una lucha similar. Esa chica que está huyendo por comida me recuerda a dos personas. En primer lugar, a la anciana que necesitaba ayuda, y en segundo lugar, a mí, luchando por sobrevivir en una región donde los recursos escasean.
Ya no estoy en la cuarta región, no puedo permitirme ser... egoísta.
Ayudo a la chica a librarse de los guardias, nos escondemos en un callejón, y finalmente, cuando ya no nos persiguen, la conozco. Se llama Gina.
—Por cierto, soy Gina.
—Soy Ana —le doy la mano.
Al enterarse de que provenía de la cuarta región, no se detuvo a ser discreta y me invade en preguntas, sin embargo, Sus ojos brillantes y su cabello oscuro le dan un aire enigmático y amable a la vez. Parece ansiosa por conocer mi historia y mi vida en la cuarta región.
"¿Cómo saliste de allí? ¿Es verdad de que se muere de hambre constantemente? ..." y así un sinfín.
Respondo con sinceridad, tratando de disipar sus dudas.
—En mi región, ni siquiera puedo robar arroz, porque no llega. No hay productos para comprar... Así que ver todas estas cosas en el mercado es nuevo para mí.
Gina asiente comprensivamente y comparte su propia historia.
—Sabes, no es que quiera robar, por eso me introduciré al ejército.
Sus palabras me recordaron a Ake.
—Si no fuera por ti, estaría ya rumbo a la cárcel y no podría ejercer dicho trabajo. La verdad, fui impulsiva y no pensé bien, y eso que le prometí a Lucy no hacerlo —confiesa Gina, mostrando arrepentimiento.
—¿Lucy? —pregunto intrigada.
—Mi amiga, una niñita super tierna —explica Gina, juntando las palmas de sus manos como en oración. Me parece encantador la forma en que habla de su amiguita.
Entre nuestras charlas, decido compartir con ella algunas monedas de plata que llevo conmigo, con la promesa de que no vuelva a robar. A modo gratitud, Gina se ofrece a acompañarme a la plaza, donde debo encontrarme con don Adonis. Ya se me hace tarde, y no quiero preocuparle.
En el camino, le cuento más sobre don Adonis y cómo ha sido una figura de protección para mí en estos tiempos difíciles. Gina se muestra encantada con la historia, y puedo ver en sus ojos una chispa de inspiración.
Intento mantenerme tranquila, sin embargo, en el fondo, me preocupa que mis acciones de ayudar al prójimo tengan consecuencias imprevistas. Es demasiado pronto para alardear mi capacidad de influir en el destino de las personas.
Finalmente, llegamos a la plaza para encontrarnos con don Adonis, ambas lo buscamos con la mirada, pero nuestra llegada no pasa desapercibida. Los guardias nos reconocen y nos acusan rápidamente.
—¡Aquí están las ladronas! —exclaman los soldados de la plaza, señalándonos.
Gina y yo nos quedamos atónitas, con los ojos llenos de sorpresa e incredulidad. Intentamos liberarnos de su agarre, forcejeando y gritando que no sabemos de qué hablan y pidiendo que nos suelten, pero los soldados nos tienen firmemente agarradas.
Buscaba a Don Adonis por todos lados, girando mi cabeza impaciente, pero no lograba encontrarlo entre la multitud de la plaza. Mi preocupación aumentaba a medida que los soldados nos rodeaban.
Pero, antes de que nos introduzcan en un camión, un anciano con una libreta los detiene y se queda observándonos con interés.
Parece ser un funcionario o confiscador.
—Son potenciales —dice el anciano mientras eleva mi mentón con sus temblorosas manos, inspeccionando mi rostro. Luego hace lo mismo con Gina.
—¿Qué hacemos con ellas maestro? —pregunta el guardia.
—¿Potenciales para qué? —pregunto al mismo tiempo, con confusión.
—Últimamente no se han presentado candidatas para el concurso de doncellas. El emperador dijo que quería una gran cantidad para el concurso y poder elegir, pero dado a los rumores sobre su comportamiento, pocas chicas se han ofrecido, sorprendentemente —explica el anciano a los otros hombres.
—No entiendo de qué habla, no me interesa ser doncella —digo, intentando mantener la calma a pesar de mi creciente inquietud.
—Ustedes podrían ser una gran opción —dice el anciano con indiferencia, anotando algo en su libreta de inscripciones.
Gina intenta soltarse del agarre de los soldados y declara determinada:
—¡Yo dentro de unas semanas voy al ejército! No puedo ir.
Su comentario provoca risas burlonas entre los hombres, lo que aumenta la tensión y la incomodidad en nosotras.
—Sus nombres —insiste el anciano.
—No te los daremos —escupe Gina, desafiante.
—No importa, señorita A y B, si ganan el concurso, se les bautizará con otro nombre —dice el anciano mientras anota nuestros supuestos nombres en su libreta.
Me siento impotente y enojada por esta situación forzada. No quiero ser parte de un concurso del que ni siquiera entiendo el propósito. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, sintiendo una mezcla de miedo, confusión e impotencia. No soy fuerte en este momento, y solo quiero llorar de rabia.
—Tranquilas muchachas —ríen los soldados—. Se les dio una oportunidad, que afortunadas, es eso o la guillotina, porque las cárceles están llenas.
La realidad de la situación es aterradora. Nuestras opciones son limitadas y nos encontramos atrapadas en una encrucijada donde nuestras vidas están en juego.
Siento que mi vida se ha desviado hacia un camino inesperado y peligroso. Estoy siendo arrastrada por fuerzas que escapan de mi control.
Mi mirada divisa a don Adonis, quien viene corriendo hacia mí con cara de confusión y preocupación. Pero antes de que pueda alcanzarnos, nos suben rápido a otro camión que parece más lujoso, como si fuéramos rehenes, encerradas y a merced de la situación.
Escucho cómo don Adonis le explica al señor que él viene conmigo, que todo es un malentendido y que promete pagar por nuestra liberación. Eso me da un rayo de esperanza. Al menos, parece que tiene la intención de sacarnos de esta situación.
"Al salir de esta, por su ayuda, no dudaría de él jamás y le ayudaría a hacer crecer el negocio" pienso para mí misma, intentando mantener la calma y ver bien la situación.
Gina, a mi lado, también se muestra fuerte pero sus ojos delatan su angustia y miedo. Es entendible, estamos en una situación extremadamente peligrosa y desconcertante.
De repente, escucho un quejido cercano, lo que parece ser el resultado de un golpe a don Adonis. Mi corazón se encoge de preocupación por él. Pero antes de que pueda reaccionar, el camión comienza a moverse rápidamente, dejándolo atrás.
—Tranquila, te sacaré de esta, después de todo... es mi culpa que estés aquí —dice Gina, tratando de tranquilizarme mientras lucha contra sus propias emociones.
Nos aferramos una a la otra, buscando apoyo y consuelo en medio de la incertidumbre y el miedo. Aunque estamos en una situación peligrosa, al menos sabemos que no estamos solas en esta batalla.
En el camión, veo a otras diez jóvenes aproximadamente, cada una con una mirada y una expresión diferente. Algunas parecen haber sido enviadas por sus padres, sus rostros reflejan una mezcla de temor y resignación. Sin embargo, también hay otras chicas que lucen decididas y determinadas a ganar. Puedo notar en sus ojos una chispa de esperanza y ambición.
Mientras el camión avanza, reorganizo mis pensamientos y mis planes de vida. La idea de negociar el fruto potente "Maqui" ya no parece una prioridad en este momento, mi gran fuente de ingresos se pospondrá, y mi inquietud por lo que le sucedió a Ake también tendrá que esperar. Ake mencionó que eran solo fantasmas, pero mi instinto me dice que hay más detrás de esa afirmación. Tal vez descubrir la verdad sobre lo surreal me brinde conocimiento sobre mi reencarnación a mi yo de diecinueve años, lo que me permitirá entender más sobre mí misma y sobre este mundo que se abre más a mi paso.
—Hace frío —se escuchan los quejidos temblorosos de las más jóvenes.
Quejidos que me recuerdan el lugar de donde provengo.
No puedo dejar de pensar en mi pueblo, y en cómo ayudarlos. Quizás, en esta situación pueda realizar algo al respecto, aunque sea pequeño, claro... sino me cortan el cuello primero. Dicen que el emperador es un señor de carácter especial.
¡Basta Ana, recapacita!
Como si el foco se prendiera en mí.
¡Esta no es la oportunidad perfecta? Sí, es más arriesgada, pero es una oportunidad para ayudar a los de mi región. No puedo ignorar el sufrimiento de las chicas del burdel, de María y de todos aquellos que necesitan salir de ese infierno, debes ser su mano amiga.
Aquí estoy, llorando y quejando, cuando quizás debería intentar ganar ese maldito concurso, aunque no quiera. Intentar cambiar las cosas desde adentro.
Este concurso podría ser una oportunidad para ver cómo funciona el imperio, cómo administran los fondos y por qué suben los impuestos. Quizás pueda descubrir a dónde va ese dinero y qué pasa con él. Si me convierto en una de las ganadoras, podré tener poder e influencia para ayudar a los más necesitados, para luchar por la justicia y la equidad.
No puedo ceder ante el miedo y la desesperación. Tengo que ser inteligente, valiente y estratégica. No puedo permitir que me sometan y me conviertan en una marioneta de este sistema opresivo.
Mis ideales y principios no deben ser sacrificados, pero tampoco puedo permitir que la rabia y el miedo me paralicen. Es hora de enfrentar la realidad y tomar una decisión valiente. Si quiero hacer una diferencia real en la vida de las personas que quiero ayudar, debo estar dispuesta a enfrentar esta prueba y luchar por lo que creo justo.
Gina sostiene mi mano y nota que mi cuerpo se calienta. A pesar de que la conocí hace unas horas, se ha vuelto muy cercana, es una gran persona.
Maldito emperador, si quieres una doncella, una doncella tendrás.
Y lo desesperante es que, por más fuertes y empoderados que sean mis pensamientos, mis manos tiemblan.