NARRA ANA
Todo es nuevo, desde ser criada hasta poseer el trato de las criadas de la nobleza.
La habitación en la que me encuentro es un testimonio de opulencia y riqueza, desde las cerámicas hasta los muebles y las cortinas, todo emana un valor que podría sostener más de dos vidas enteras.
Las expresiones en los rostros de quienes me atienden oscilan entre la neutralidad mientras me preparan como doncella y, en algunos casos, el asco o la repulsión. No logro comprender por qué, considerando que la oportunidad de ser doncella se presentó para todo el imperio. ¿Por qué me miran con desprecio si es una orden directa de su propio emperador?
Incluso alcanzo a escuchar murmullos de "¿Eligió a esa entre todas las disponibles?" o "¿Qué pensará la princesa de esto?" La mención de la palabra "princesa" resuena en mis oídos. ¿Acaso el niñito está comprometido?
—Princesa —pregunto, en busca de respuestas.
Nadie responde y los murmullos se apagan al instante.
—Está bien, está bien, no me afecta que hablen. Por favor, continúen. Solo quiero aclarar que no poseo tal conocimiento —digo con cierta incomodidad.
—¿En serio? Es algo básico.
—Sí... —vacilo—. Es que provengo de las últimas dos regiones... Por lo tanto, quizás sabrán que el flujo de noticias es un tanto más lento o que otros asuntos toman prioridad.
Evito mencionar que no estamos precisamente preocupados por la vida privada del emperador, quien nos deja pasar hambre.
—Ah, entiendo —responden como si hubieran captado mi explicación—. La señorita Stella First es la prometida de su excelencia el emperador.
—Suena como un pajarito atrapado en una jaula dorada, prisionera en medio de esta arquitectura vacía... —interviene otra criada, con un tono apenado.
Pese a estar comprometido busca una doncella personal, lo que perfectamente podría significar que quiere una concubina, es decir, una amante. Pero ¿por qué? ¿Cuál es la necesidad? Es claro que no le interesa el "amor verdadero" fuera de las formalidades contractuales; su pésimo temperamento sugiere que no está buscando estimulación emocional.
—Entonces, al emperador no le agrada... —intento comprender, tratando de encajar las piezas del rompecabezas en mi mente.
Parece que este es un punto débil para él, una información interesante que registro en mi mente como si fuera un diario.
—Está lista señorita —anuncia una de las criadas, interrumpiendo mis pensamientos.
Dentro de unas horas, seré llevada a la gran catedral de la diosa Luna, donde el emperador me bautizará con otro nombre para servirle.
Visto un vestido refrescante, suelto pero no exuberante, y sobre el, llevo una túnica adornada con caídas de cristales. Me doy cuenta de que esto debe valer una fortuna.
"Cuando escape me la llevaré conmigo" Entre risas mentales ya planeo cómo escapar con ella, en cuanto tenga la oportunidad.
Mi cabello está trenzado como un ramillete de flores cristalizadas.
—Es increíble... su parecido —exclama emocionada la criada de mayor edad, como si viera un fantasma.
Confundida, la miro sin entender.
—¿Qué sucede?
—La señora, mi señora la emperatriz Xifa —intenta explicar, juntando las palmas en una oración—, que en paz descanse —añade en respeto— tenía un cuaderno de dibujos.
La emperatriz Xifa, madre del emperador Lunae.
He leído sobre Xifa en libros que narran su época de plena juventud. Fue una guerrera estratega formidable. Según Ake, quien poseía un conocimiento más avanzado, me contó que la asesinaron por traición a una alianza.
—¡Ah, ya recuerdo! —otra criada de avanzada edad parece entender, mientras las jóvenes parecen confundidas.
—La señora poseía el don de la predicción. En su cuaderno dibujaba a quienes veía en sus sueños. Hace unos diez años, recuerdo que te dibujó a ti. Te pareces mucho al retrato que hizo, estoy segura —agrega emocionada.
Ah... se me había olvidado que existe la magia y esas clases de cosas. Un secreto guardado entre los muros de la más alta nobleza, compartido solo por aquellos del palacio o la familia real.
Cuando me sacaron de la celda en la madrugada, se me asignó un escolta personal. Me advirtió que la magia es desconocida para el pueblo, reservada solo para la élite del imperio. Si llegara a revelar esto, no dudarían en cortar mi cuello por conspiración... Por eso no se menciona en los libros ni se divulga entre la población.
—Oh vamos, ¿aparecer en un libro de la emperatriz? ¿No es demasiado? —me siento avergonzada por la atención que recibo.
—¡Por supuesto! Sin duda, te dibujó con este vestido —dice tocándose el mentón de manera pensativa. Sus palabras me hacen sentir extrañamente conectada con alguien que ni siquiera conocí en vida.
Quiero tomar un poco de aire fresco antes de la ceremonia. Pregunto si puedo salir de la habitación, ellas dudan, pero logro convencerlas de que solo estaré afuera, sin caminar a ningún otro lado, dado que la habitación da a un pasillo. Finalmente acceden.
Salgo de la habitación y me encuentro con mi escolta, un señor de canas, quien no dice nada, solo me analiza con la mirada.
—Je... solo estaré aquí —le informo. Volteo los ojos hacia el jardín que se extiende frente a mí.
En ese pasillo largo, con ventanas que dan al lado de un jardín de rosas blancas y azules, me doy cuenta de que Lunae me mira con desaprobación mientras se acerca veloz.
—Ni siquiera empieza el día y ya llevas una anotación negativa —me recrimina.
—¡Eh?
¿Qué hice?
Las criadas que salieron conmigo vuelven a entrar a la recámara.
—A altas horas de la noche, tu amiga interrumpió en mi oficina. Menos mal que había guardias cerca. Ahora ella está en el calabozo.
—¿Cómo? ¡Gina! —exclamo sorprendida.
¿Gina aún está aquí en la capital? Pensé que ya se había marchado, digo para mis adentros.
Ah, Gina, siempre tan impulsiva. Me alegra que haya vuelto por mí, pero no quiero involucrarla en esto. Es posible que cuestione mi decisión de quedarme aquí, ya que nos arrastraron a este lugar en contra de nuestra voluntad. Sin embargo, no veía otra oportunidad de estar tan cerca de la familia imperial, y es una ocasión demasiado escasa para desaprovecharla.
Intento pensar en qué responderle a Lunae.
—Emperador, su excelencia —me reverencio, tragándome el orgullo —Pido perdón en nombre de mi amiga, y en el mío, por haberte causado tal malestar.
—Veo que aprendes rápido —responde con una sonrisa que denota su satisfacción y presunción.
—Aun así, espero que usted, con su sabiduría e inteligencia, pueda entender las razones de tu súbdita Gina —trato de sonar lo más formal y sumisa posible, aunque me cuesta enormemente.
¡Es tan agotador tener que hablar así con alguien que me desagrada!
—Ella fue traída aquí contra su voluntad, en lo que se podría describir como un cruel secuestro. Por esto, te pido, te ruego que le des la oportunidad de marcharse de la capital. Por favor, te lo suplico.
Estoy en una prueba de fuego, no flaquearé, mírame.
El emperador se toma su tiempo para responder, los segundos se estiran como si fueran eternos, la tensión me consume, mis nervios están al límite.
—¿Qué está sucediendo aquí? —una voz suave llena el lugar.
Como estoy inclinada, no puedo ver quién habla, solo puedo captar los puños apretados del emperador.
—Marcus, ¿qué ha sucedido? —parece que le pregunta a mi escolta.
Pero un breve silencio se apodera del ambiente.
—No pensé que te encontraría aquí, Stella —dice Lunae.
Debe ser su prometida, la princesa.
—Su excelencia, mi luna resplandeciente —le saluda con cortesía.
¡Hola! Aún sigo aquí, en reverencia, esperando alguna reacción de ellos, pero... parecen ignorarme por completo.
—¿Quién es esta señorita inclinada? ¿Ha cometido algún pecado? —creo que ha notado mi presencia.
Ante eso, el emperador chasquea los dedos en respuesta.
—Recuérdala bien, Stella. Ella será mi doncella personal, como una mano derecha. ¡Salúdala de manera apropiada!
¿Será este el momento para levantarme? Mi espalda me duele un poco...
—Déjame observarte —la voz de Stella First es tan delicada. Ante su solicitud, me levanto rectamente.
Volteo los ojos en dirección al sonido de sus labios, pero no veo nada. Bajo la vista y finalmente la encuentro, mi corazón late con regocijo. Una niña tan bonita como el emperador, de ojos lila, cabello ondulado plateado y un frondoso vestido celeste.
Parece una muñeca salida de un cuento de hadas. Mi yo de niña no podría creerlo, parece sacada directamente de las páginas de un libro de fantasía.
—Es un placer conocerla, su excelencia, la princesa —digo, ocultando cualquier prejuicio que pueda sentir. Mi rostro adopta una expresión respetuosa mientras me inclino en reverencia.
—Es un placer conocerla, su excelencia, la princesa —digo, luchando por ocultar cualquier prejuicio que pueda sentir. Inclino mi cabeza en reverencia, mi rostro adopta expresión de respeto.
Sus ojos se posan sobre mí, su mirada me es extraña, me examina con cautela, no con disgusto, más bien como si tratara de descifrar mis verdaderas intenciones... Lo que es comprensible; después de todo, la prometida del emperador conoce a alguien que podría bajar su prestigio. Aunque no debe preocuparse, le demostraré que no vengo con esas intenciones. Mi objetivo es otro. Ella parece ser una gran chica, y las criadas parecen adorarla.
Luego de una breve presentación, aparece el secuaz rubio que siempre está con el emperador, parece que se llama Lumine. Informa que los preparativos están listos para el viaje a la catedral. Cada uno sigue su camino para dar los últimos toques.
Tras el paso de una hora, nos encontramos en la gran catedral de la capital. Muchas personas están en sus asientos.
Debo avanzar por un pasillo, esto se siente como un casamiento de los que describen en las revistas. Al fondo, hay un anciano, como un obispo, junto con el emperador. Y un poco más apartada, aunque igual visible, está Stella First.
Las criadas que están a mi cuidado me han explicado con detalle el proceso que debo seguir. No es demasiado complicado: debo caminar ni demasiado rápido ni demasiado lento, inclinar la cabeza ante el emperador cuando lo indiquen y no decir ninguna palabra.
—¡Hace su entrada la doncella! —anuncian. Es la señal de que debo avanzar.
Todos me miran con desaprobación, en especial las concursantes a doncellas que provienen de la nobleza y se encuentran en el lugar.
Llego hasta donde se encuentran el obispo y el emperador, este último sostiene una espada que será utilizada en mi bautizo.
El anciano comienza a hablar:
"Distinguidos fieles y amados en la presencia de la Diosa Luna, nos reunimos hoy para llevar a cabo un acto de profundo significado en la vida de Ana Celine. Como testigo de su compromiso y transformación, bajo los ojos vigilantes de nuestra divina protectora, procedemos a explicar el cambio de su nombre y el juramento que ella está por tomar."
El ambiente se vuelve silencioso pero respetuoso, y a lo lejos se escuchan los cantos de los pájaros.
"El nombre, es una parte esencial de nuestra identidad. Es un vínculo con el pasado y un faro que guía nuestro futuro. Sin embargo, en momentos de gran relevancia y cambio, la Diosa Luna nos llama a considerar una nueva identidad que refleje los roles y los propósitos que nos esperan. Es en este espíritu de transformación que se decide asumir un nuevo nombre, uno que te conectará con la luz plateada que emana de la Diosa Luna misma, y con el servicio que has jurado prestar al emperador Lunae, nuestra luna resplandeciente."
Tras decir esto, el emperador sostiene una espada y la apunta hacia mí. Luego dice:
"Así que, Ana Celine, a partir de este momento, serás conocida como Fidelis de Luna, en honor a tu compromiso y dedicación. Que este nombre te inspire a emprender tu servicio con valor y devoción, y aportar un resplandor especial a cada tarea que realices en nombre del emperador."
Siento su mirada intensa...
El obispo continúa:
"Y ahora, en el umbral de este nuevo capítulo en tu vida, con la Diosa Luna como testigo y guía, toma este juramento solemnemente:
'En presencia de la Diosa Luna y de todos los presentes aquí reunidos, juro servir al emperador Lunae, nuestra luna resplandeciente, con lealtad inquebrantable y dedicación constante. Prometo actuar en su nombre con honor y rectitud, velando por los intereses del imperio y cumpliendo mis deberes con diligencia y fervor. Que la Diosa Luna sea mi guía en esta misión, iluminando mi camino y otorgándome la fuerza para cumplir este juramento.'"
Después de repetir esas palabras, que parecen vacías en mi mente, la ceremonia llega a su fin. Todos se levantan cuando el emperador me pide que me ponga de pie, y entonces el lugar se llena de aplausos estruendosos que asustan a los pájaros, quienes dejan de cantar.
A lo lejos, noto que Stella me mira con una expresión de tristeza en sus ojos.
Le lanzo una sonrisa como si quisiera transmitirle un mensaje: "Tranquila, no te quitaré a tu emperador".
Una brisa fresca acaricia mi cuello; la noche está cayendo y con ella llega el frío.
Me pregunto quién habrá seleccionado mi nuevo nombre, Fidelis. Aunque a partir de ahora me llamarán así, en el fondo siempre seré Ana.
Con ese pensamiento, mi estómago emite un gruñido. No he tenido una buena alimentación en estos dos días, desde el concurso hasta ahora, pasando por la celda y la preparación.
Cuando me estaban arreglando, me sentía avergonzada de pedirles a las criadas que saciaran el hambre en mi interior.
—¡Habrá un banquete de celebración en la casa imperial! —anuncian.
Oh, sí. Por fin, podré satisfacer mi apetito.
Ya en el esplendoroso banquete, me sumerjo al deleite de platillos que ni siquiera podía haber imaginado, tan exquisitos y sofisticados que incluso me hacen sentir como una cría a punto de llorar de felicidad. Sin embargo, a medida que me regodeo en la comida, noto las miradas burlonas de los presentes. ¿Qué les importa? Ellos pueden darse el lujo de disfrutar de estas exquisiteces todos los días... y eso solo enciende mi enojo.
Jamás imaginé que el simple acto de disfrutar la comida podría avergonzar al emperador. Mientras sostenía una porción de tarta en mi mano, siento sus dedos finos cerrándose alrededor de los míos y, de repente, me arrastra fuera del salón.
¿Qué le pasa?
Él no da señales de detenerse y observo los pasillos con más detalle mientras avanzamos apresuradamente por las majestuosas arquitecturas, hasta que finalmente llegamos a una gran puerta.
—Esta era la sala de mi madre.
Con solo mencionar a su difunta madre, ya sé qué va a decir a continuación. Las criadas me lo contaron, y no puedo creer que su hijo no esté al tanto de ello: que la emperatriz Xifa me dibujó en su libreta de predicciones.
Pero tras un tiempo, no abre la puerta, lo piensa mucho.
—Si... aquí solía venir mi madre a dibujar y tocar música. Continuemos —me jala del lugar. Pensé que me contaría, pero parece que no.
—Su excelencia, ¿acaso es inapropiado que yo entre al aposento de su madre o hay alguna razón especial por la que mencionó el tema? —pregunto con cautela, esperando obtener la información que ya sé, directamente de él.
—Quizás después. Aún eres una desconocida —responde en voz suave. Es impresionante lo multifacético que puede llegar a ser.
Es comprensible. Ese es un secreto, algo que tal vez quería compartir en medio de la emoción de encontrarse con un retrato dibujado por su madre. Pero ni siquiera somos cercanos en este momento.
Considerando que esta información es valiosa, casi como un secreto, no puedo revelarle que ya lo sé. Hacerlo pondría en aprietos a las criadas por haberlo compartido.
Me limito a dar un suspiro ante la situación.
—Sabes, eres muy torpe para ser espía de otro imperio. Ni siquiera te esfuerzas en hablar con los demás en el banquete, así que esa idea queda descartada. ¿O es muy temprano para que actúes?
—¿Aceptaste que yo fuera su doncella pensando que podría ser una espía? —entre risas respondo.
Aparentemente, su estatura más baja que la mía me brinda cierta confianza para reírme frente al emperador. Si fuera un hombre mayor, estoy segura de que ni siquiera me atrevería a respirar cerca de él. Yo y mis prejuicios...
Él eleva sus ojos hacia mí.
—Te esforzaste mucho para estar aquí, al punto de rogar y negociar —dice.
—No lo olvide, emperador. Procedo de las regiones más bajas. Quizás usted debería ver la situación con sus propios ojos si piensa que miento, si cree que lo que le dije en la celda es solo una excusa para infiltrarme como un espía.
Ay no... lo dije sin pensar.
—Lo siento, no quería expresarlo de esa manera. Creo que si usted tuviera un contacto más cercano con su pueblo, podría destacarse entre los demás imperios. La confianza y lealtad que ganaría de tal acción le ayudarían a prevalecer en el trono —arreglo la situación para no hacerlo sentir mal. Después de todo, es un niño mimado.
Pero él no habla. Eso me inquieta. Solo observa el jardín nocturno a través de las ventanas del tercer piso.