En un momento de distracción, Porco sacó el dedo de su boca y trató de tocar el dije de vidrio, de ese misterioso collar. Fëanáro, como el nuevo protector del objeto, rápidamente lo alejó de las manos sucias y babosas de Porco. Lo que hizo que Porco empezara a llorar ruidosamente, arruinando por completo la atmósfera creada por la historia/sueño/visión del futuro de Fëanáro.
—¿Por qué lloras? Ya sabes que no me gusta que me toquen cuando están pegajosos o babosos. — exclamó Fëanáro.
—Deja que toque esa cosa. Sabes que no va a parar de llorar. —dije con cansancio, frustrado por el repentino cambio de escena.
—¡Claro que no! —gritó Fëanáro mientras se levantaba de la cama y Porco se abalanzaba sobre él para alcanzar el objeto brillante de su muñeca.
—¡Que no me toques! —gritó Fëanáro.
—¡Sabes que no se va a callar! — grité molesto al escuchar los gritos de Porco.
— Intenta quitármelo tú, niño rata. — respondió Fëanáro. Yo, con rabia, me levanté de la cama sin importar pisar la comida y me abalancé sobre él junto con Porco. Fëanáro comenzó a huir de nosotros dos, saltando sobre la mesa de luz para luego saltar sobre los sillones. Yo seguí sus pasos, riendo mientras él trataba de recobrar el equilibrio para no caerse y no derrumbar la pequeña biblioteca. Porco nos seguía, pero le costaba mucho esfuerzo subirse sobre los muebles, así que no le quedaba otra opción más que llorar mientras nos seguía. Fëanáro se quitó el collar de la muñeca y lo colocó fuera del alcance de Porco y mío.
Fëanáro puede ser el niño de las profecías, el que es prodigio en todo, el que todos esperan que se convierta en el gran líder del clan de los vampiros y en su debido futuro el rey de la nación de fuego. Pero al fin y al cabo a puertas cerradas es un niño estupido.
—Baja a la cocina y trae un vaso para el niño llorón. —ordenó Fëanáro.
—¿Por qué yo? Si tú fuiste el que lo hizo llorar. —me quejé.
—Porque yo estoy a cargo. —respondió Fëanáro mientras abría la puerta y me hacía una exagerada reverencia para que saliera.
—A veces eres un idiota. —murmuré mientras salía de la habitación.
A mitad del pasillo, encaminandome hacia las escaleras, Fëanáro abrió la puerta de nuevo y sacó a Porco de la habitación dejándolo sentado en el piso mientras hacía berrinche.
—Háganse compañía. —dijo antes de cerrar la puerta nuevamente. Mientras Porco llora, intenta desesperadamente abrir la puerta, pero está cerrada desde adentro y no puede alcanzar el pomo.
—Ignóralo, Porco. Vamos a la cocina. — levanté la mano y esperé a que él me siguiera. Descendimos las escaleras en silencio, salvo por el llanto de mi pequeño hermano, el cual poco a poco fue disminuyendo.
Al llegar al primer piso, el olor a azufre golpeó mi nariz. Dentro de la casa, sólo había una cosa que pudiera oler a azufre: nuestra sangre. Era realmente repugnante. ¿De quién era esa sangre? Tal vez la señora de la limpieza, quien nos supervisaba, a lo mejor se cortó. Al parecer, fue un corte muy profundo. Quizás los otros tres sirvientes olieron la sangre se acercaron a socorrerla, puedo sentir el olor de las tres personas extras dentro de la cocina. No sólo eso, también escucho sus voces y veo sus sombras. ¿Será mal momento para entrar? Quizás es muy grave.
Al cruzar el umbral, mi cuerpo se congeló y las ganas de vomitar se hicieron presentes. La señora de la limpieza estaba recostada en el piso, sobre un gran charco de sangre. Las tres personas que estaban afuera, estaban alrededor de ella con una sonrisa macabra. Pude ver como uno de ellos tenía su mano llena de sangre.
Mantuve a Porco escondido detrás de la pared, para que estos tipos no lo vieran y él no viera esa escena sangrienta. Por suerte, a mitad de nuestro camino por la escalera, él dejó de llorar, pero su curiosidad me lo hizo imposible. Mientras sostenía su mano, lo tomé del pecho de su ropa para mantenerlo pegado a la pared, especialmente en este preciso momento. Dos de esos tipos notaron mi presencia y le avisaron al tercero. El hombre que se dio la vuelta, era calvo, de cuerpo enorme y con una cicatriz que comenzaba del lado izquierdo de su frente y terminaba del lado derecho de su barbilla.
— Esto fue malditamente fácil. —dijo a medida que se acercaba a mí. —No me causes problemas si no quieres que te mate. —
—Corre. — intenté decirle a Porco, pero las palabras no salían de mi boca. Sentí cómo el miedo me asfixiaba y no me dejaba ir. El hombre me tomó del cuello, levantándome a su altura y obligándome a soltar a Porco. —Corre. — le dije a mi hermano, pero parecía inútil. Él no lograba escucharme.
—Nos darán mucho dinero por ti. — dijo el hombre mientras olfateaba mi ropa, pero se detuvo de repente. Porco comenzó a sollozar al verlo, llamando su atención. —¿Qué tenemos aquí? Un doble premio, chicos. —
No sé qué pasó por mi mente en ese momento, pero cuando vi que el hombre estaba a punto de tocar a mi hermano menor, actué sin pensarlo. Alcé la mano y corté el cuello del hombre con mis uñas, desde el meñique hasta el dedo índice. Sentí la piel, la carne y los músculos cediendo ante mí; todo era tan cálido. La sangre salpicó mi rostro y mi ropa, al igual que a Porco, que comenzó a llorar nuevamente. La sangre se esparció por el suelo. No logré cortar completamente su cuello, pero lo suficiente para que su cabeza quedara colgando sobre su espalda. Los otros dos hombres vieron lo que había hecho y borraron la sonrisa de sus rostros.
En el momento en que mi cuerpo chocó con el suelo, el hombre que me sostenía cayó al suelo como un cadáver humano; comencé a correr por la mansión con Porco, evitando las escaleras para que no pudieran encontrar a Fëanáro y Falco. Corrí hacia la puerta trasera, pero estaba bloqueada por la nieve. Era imposible escapar por allí. A la derecha tenía un pasillo que conducía a las oficinas de mi abuela, mi madre y mi padre, y a la izquierda estaba la puerta del comedor y los calabozos. Sin pensarlo demasiado, corrí por el pasillo de la izquierda y me escondí debajo de la mesa del comedor con Porco, tapándole la boca para que no hiciera ningún ruido.
Alcance a ver cómo uno de los hombres pasaba por el pasillo, sin sospechar que estábamos debajo de la mesa. Escuché cómo intentaba abrir la puerta del calabozo, haciendo que los humanos de adentro comenzaran a gritar, pero estaba cerrada. Mi mente estaba completamente seca por el miedo. Caminé debajo de la mesa, tratando de alejarme del umbral de la derecha, pero tenía otro enfrente que me dejaba ver las escaleras y otro a mi izquierda que me dejaba al alcance de la cocina.
No sabía qué hacer. No había nadie en la casa que pudiera ayudarnos, y aunque llamara a mi hermano mayor, no podría hacer nada contra ellos. Si nos escondíamos, no tardarían en encontrar a Fëanáro y Falco. Lo mejor que podía hacer era correr hacia la puerta de la cocina y salir de la casa para buscar ayuda.
La salida más cercana era la puerta del exterior que se encontraba en la cocina, es la puerta por donde entra la servidumbre y la mercadería humana, pero no podía permitir que Porco viera los cuerpos, no habría posibilidad de hacerlo callar, el comenzaria a gritar haciendo que todo mi plan fuera en vano. Pero era la puerta más cercana y probablemente la mujer que nos vigilaba la había dejado abierta. Antes de moverme, volví a mirar el umbral de la derecha para asegurarme de que aquel hombre seguía distraído intentando abrir la puerta del cobertizo. Me di la vuelta para avanzar hacia la izquierda, pero un fuerte golpe en mi rostro me desorientó y me hizo soltar a Porco. En un instante, vi un par de ojos a través de las sillas, lo que me asustó mucho. No tuve tiempo de reaccionar antes de que el segundo hombre, al que había olvidado por completo, me golpeara en medio del rostro.
Todo lo que sucedió después de ese golpe es confuso, apenas puedo recordar lo que pasó. Porco desapareció de la escena, no pude ver a dónde fue ni si el otro hombre lo atrapó. Sólo sentí que me tomaron del cuello, me sacaron debajo de la mesa y me tiraron al suelo con violencia. Luego, se colocaron sobre mí y comenzaron a golpear con los puños cerrados. No sé cuántos golpes recibí, sólo sentía un dolor intenso en mi rostro y, minutos después, el frío del exterior. Antes de perder el conocimiento, sólo suplicaba que Porco no estuviera conmigo.