Al final de la batalla, no quedó rastro alguno de Ymir, hicieron a un lado sus restos y continuaron como si nada hubiera pasado. Cuando llegó mi turno, no deseaba ni podía moverme, anhelaba desaparecer, incluso prefería estar muerto. Juraría que mi contrincante, del otro lado de la arena, tenía mi misma edad, y su rostro reflejaba el temor en cada paso que daba al entrar en el cuadrilátero. Por mi parte, estaba paralizado, al igual que Ymir, fui violentamente arrojado al suelo al ser empujado dentro del cuadrilátero.
Con la sangre de otros cubriendo gran parte de mi cuerpo, me levanté lentamente del suelo, pero resbale con la sangre y caí nuevamente, mientras escuchaba los abucheos de los espectadores en las gradas. En ese momento, pude contemplar la decadencia de nuestro planeta, donde las personas se ocultaron tras máscaras, intentando pasar desapercibidas. Solo por la forma de sus cuerpos puedo deducir a qué grupo pertenecen. Pero esos ojos que carecían de cualquier sentimiento de familiaridad, me dejaban helado.
Ella era la única que no tenía la mascara puesta y me miraba con una sonrisa de triunfo en su rostro. En sus ojos, no existía ni el más mínimo rastro de afecto hacia mí, su propio nieto. Los cuatro individuos que nos habían traído aquí tenían razón, es una lucha de supervivencia, donde prevalece la ley del más fuerte. Todos aquí ansían sobrevivir con la esperanza de algún día regresar a casa.
Sin previo aviso, mi contrincante arremete antes de que pueda recuperarme por completo. Una fuerte patada en el mentón nubla mi visión y me deja nuevamente tendido en el suelo. El chico se precipita hacia mí, propinándome otra patada en el estómago que desencadena un vómito involuntario.
En un intento desesperado, busco la mirada de mi abuela, tratando de conmover su corazón para que venga en mi auxilio, pero al verla lo único que tengo a cambio es ver como se retuerce de la risa junto a sus acompañantes. Puedo percibir que el niño no desea causarme daño, su confusión es evidente en cada uno de sus movimientos. Mientras retrocede, intentando concebir en su mente algún golpe que pueda acabar conmigo de una vez por todas. Logro ponerme de pie antes de que eso pase, resbalando ligeramente sobre los despojos de otros, sin caerme al suelo.
— ¡NO LE DES OPORTUNIDAD! ¡ARRÁNCALE LA CABEZA! —Alcanzo a escuchar la voz de uno de los hombres de aquella noche.
El niño, impulsado por el deseo de sobrevivir, se lanza nuevamente hacia mí, con determinación. Sin embargo, esta vez tengo la ventaja: estoy de pie y preparado para esquivar todos sus movimientos, con la esperanza de cobrar venganza algún día, de todo lo que me están haciendo pasar.
Si logro sobrevivir, mi misión va a ser: deshacerme y torturar a esos dos monstruos que me trajeron a este lugar, y deshacerme también de esa vieja de mierda. Nunca fue cerca de nosotros, mucho menos fue afectuosa. Siempre nos ignoró y evitó cada vez que nos vio. Jamás, ni en mis peores pesadillas, habría imaginado que ella me vería de esta manera. Jamás imaginé que tendría tanta maldad en su cuerpo, para disfrutar verme aqui.
Mi contrincante levanta la pierna, preparado para derribarme nuevamente, pero logro esquivar su ataque con gran facilidad. Ahora estoy listo y decidido a no morir aquí. Comienzo a contraatacar, comprendiendo que mi contrincante no tiene la culpa de nada, pero aún así ansío venganza, y para eso tengo que sobrevivir a esto.
Detengo un puñetazo con destreza, bloqueándolo con el dorso de mi brazo, y rápidamente contrarresto con un golpe de mi otra mano. El niño cae al suelo sin apenas resistencia de mi parte. Todo lo que sé, lo aprendi meticulosamente observando a mi hermano entrenar con Falco. Con pasos apresurados, me acerco a él con la intención de devolverle la patada que me dio. El niño comienza a llorar al darse cuenta de que el juego se volvió en su contra, y se puede sentir claramente la desesperación emanando de él.
— ¡No quiero pelear! — exclama llorando, buscando desesperadamente ayuda, pero solo encuentra burlas y propuestas indecentes para alguien de su edad.
— ¡Tú, niño Arkuna! ¡Mátalo, o te enviaré con los lobos! — Entre la multitud logro distinguir al hombre de los ojos, depositando todas mis esperanzas en él. Sin embargo, mi desesperación infantil sucumbe bajo la presión, y al igual que mi oponente, empiezo a llorar.
— No quiero causar daño a nadie. — digo mientras miro directamente a mi abuela, quien amplía aún más su sonrisa. El hombre de mirada penetrante rueda los ojos en respuesta.
— Si no lo haces, entraré a la arena y los mataré a ambos con mis propias manos. — Ninguno de nosotros se movió, simplemente nos miramos, esperando a que el otro diera el primer paso.
— ¡Arkuna! ¡Si no te mueves y matas a ese maldito bastardo, no te devolveré a tu hermanito! ¡En este mismo momento lo están usando como alimento para los lobos! — En ese instante, desconocía que era solo una artimaña para que me moviera. En aquel entonces, era inocente y vulnerable. Pero la simple idea de que esos despreciables tuvieran a mi hermano menor y que pudieran hacerle lo mismo que le hicieron a Kaira... hizo que mi cuerpo dejara de temblar y mis lágrimas se detuvieran en seco. De repente, toda mi atención se centró en el hombre de los ojos y en la vieja maldita de mi abuela. No había nadie más en esa mansión, solo ellos dos, yo y un profundo deseo de acabar con sus despreciables vidas.
Una primitiva sed de venganza se apoderó de mí; solo ansiaba acabar con esto.
— Muéstrame lo que eres capaz de hacer y te entregaré a tu hermano. Mientras sigas parado en esa arena sin hacer nada, seguirán lastimando a tu querido hermano. Estoy seguro de que lo dejarán igual que la niña que viste anoche. — me amenazó, sin saber que ya no hacía falta seguir echando leña al fuego. Ya estaba fuera de mi.
Aún no reconozco cómo se ve mi rostro cuando la ira me consume, pero en ese momento, cuando empecé a avanzar para atacar a esas despreciables mierdas, mi contrincante retrocedió, llamando mi atención. Fue la primera vez que comprendí que, en ese estado, no puedo detenerme.
Recuerdo cómo entrelazaba mi mirada entre lo que estaba haciendo, el hombre de los ojos y la anciana, recordándoles que ellos dos serían los siguientes. Me deleitaba al ver cómo se me hacía agua la boca, percibiendo el temor y la repulsión en sus ojos. Sentía un orgullo perverso al hacerlos experimentar emociones que tenía yo hace unos minutos.
De repente, las gradas y el resto del público, al igual que los niños secuestrados, quedaron en completo silencio, observando con atención mis acciones. Reconocí el olor a orina y vómito, el olor del miedo. Me excitaba de forma inquietante, sentía que tenía el control absoluto, nadie podía tocarme, me sentía invencible. Estaba seguro de que los acabaría, y al juzgar por sus rostros ellos sabían que serían los siguientes.
Hoy en día, admito que en aquel momento perdí por completo la cordura, dejé atrás mi inocencia y todo sentimiento de culpa se desvaneció. Fue como respirar aire fresco, como experimentar la libertad plena por primera vez. Realmente me sentía invencible, nadie podía hacerme daño.
Aunque sabía que el cuerpo debajo de mí ya no estaba vivo, no pude detenerme. Nada pudo alejarme del pequeño cadáver excepto los demonios que me habían llevado a la arena. Nunca estuve completamente seguro de cuántos eran, pero definitivamente no eran solo cuatro. De alguna manera, logré lanzar la cabeza que sostenía en mis manos hacia la vieja de mierda; cada vez que lo recuerdo, una sonrisa se dibuja en mi rostro. Los roles se habían invertido. Ahora ella era mi presa. Su rostro se desfiguró completamente al ver mi sonrisa, me tenía miedo, y estaba decepcionada de que aun seguía con vida.
Era la sonrisa de un psicópata, la más siniestra que mis labios pudieron esbozar, mis ojos abiertos al máximo sin parpadear. La recuerdo vívidamente. Recuerdo cómo el frío quemaba mis globos oculares, cómo mi piel se resquebrajaba debido a las lágrimas secas. Ellos me temían.
Temían al monstruo que habían creado.
Y sobre todo, cómo puedo olvidar que mi odio hacia esas personas creció cada vez más en el momento en que me cortaron las manos. Ese maldito dolor punzante aún me persigue quince años después.