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Chapter 51 - Reencuentro fortuito

Reencuentro fortuito

La orden de cacería indicaba que las bestias merodeaban los alrededores de la ciudad, no eran muchos en número, eran peligrosos, pero no tanto como para requerir la presencia de los soldados.

Nada más salir de la ciudad, usé las alas de Aleph para desplazarme por sus alrededores. 

Desde el aire pude ver a las criaturas que deambulaban por los alrededores, por las fosas y el terreno irregular que rodeaba la zona cercana al muro de piedra impuesto por la fortaleza. Los susodichos lagartos humanoides eran geckos de brazos y piernas alargadas, postrados sobre dos piernas y con armaduras de cuero improvisadas, aun así, no se les podía subestimar.

Incluso podía recordar una historia contada por mi tío sobre su primer encuentro con las criaturas y el cómo subestimarlos llevo a la muerte de un novato en su grupo.

Bajé hasta una de las fosas y nada más llegar al campo de visión de aquellas criaturas, estas no dudaron en atacarme con rocas y lanzas improvisadas, las cuales fueron dispersadas con el viento generado por las alas de Aleph.

Estando ya en el suelo, aprovecharon para rodearme y luego se turnaron para atacarme con sus lanzas, mientras otros trataban de atraparme para retener mi movimiento. Por suerte, pese a su estrategia, ellos no eran la gran cosa. Bastó con una flecha de Sylph refinada para acabar con todos de un solo ataque.

«Hmm, son bastante inteligentes para ser simples monstruos».

Avancé aprovechando la velocidad proporcionada por la runa para moverme hasta otra conglomeración de bestias, las cuales no tardé en acabar gracias a las técnicas de viento refinadas.

Cuando acabé con todos aproveché para tomar un respiro, por desgracia bajar mi guardia logró que una flecha viniendo desde atrás rozará mi hombro. Al voltear a ver en esa dirección pude notar a una cuadrilla de hombres lagartos con arcos y lanzas más refinados, seguramente era equipamiento que robaban de cuerpo de aventureros.

Entre ellos resaltaba un lagarto robusto que llevaba una armadura de placas completa desde el cuello hacia abajo. Portaba una lanza monstruosa de la que usaban los guerreros de la zona, aquella conocida como woldo o espada de luna creciente en la lengua común.

«Vi una de esas en la colección de Hideaki, este debe ser un señor de las bestias. Creo que no me puedo dar el lujo de tomarlo a la ligera».

Apunté una punta del bastón en dirección al señor de los hombres lagartos, este no reaccionó a la provocación, limitándose a coordinar a los arqueros para que disparasen otro puñado de flechas.

Desvié todos los proyectiles con una flecha de Sylph sin refinar, el viento generado por esta levantó una pantalla de polvo, la cual aprovecharon para lanzar un ataque de vanguardia. Los guerreros lagarto formaban una falange de escudos de todo tipo de variedad y tamaños, sus incesantes ataques y marcha, acompañados por las flechas, lograron hacerme retroceder.

—Bien, no puedo perder todas mis energías en este combate. Shyun, te encargo la defensa.

El espíritu emergió, otorgando las alas de Aleph para darme movilidad, yo me centraría en los ataques. Lancé una flecha de sylph sin refinar directo al suelo, desconcertando a los guerreros lagartos y con un movimiento veloz cuya corriente casi dispersa todo el polvo, acabé con todos ellos por la espalda con una corriente de flechas de sylph refinadas.

Cuando la pantalla de humo se dispersó, los arqueros no dudaron en dispararme, pero, repelí todas flechas con facilidad e ignorando a su señor, acabé con todos ellas con mi nueva técnica.

«Ahora esta sí que es una verdadera flecha, aunque bueno, dejaré que Shyun le dé un nombre».

El aire se acumuló alrededor de las runas, conforme extendía la mano, la presión del aire causaba una sensación similar a tensar un arco. Cuando el aire finalmente llegó hasta la runa de potencia, dejé caer la flecha sobre la conglomeración de arqueros, acabando con ellos fácilmente.

El señor de los lagartos observó la escena maravillado, finalmente se animó a blandir su lanza en mi contra.

—Parece que te he subestimado aventurero, nunca pensé que un plateado sería enviado a lidiar con mis compatriotas. Se ve que tengo mala suerte.

Me desplacé hasta entrar enfrente suya, él se quedó quieto, en guardia, para desviar los proyectiles de viento que había usado contra sus subordinados. Caminé lentamente hasta su posición, no tenía idea de que tan fuerte sería.

—Aprendí mucho sobre ustedes en la montaña. ¿Tú ya no eres exactamente un hombre lagarto, no es así? ¿Eres un poseído o una anormalidad?

El señor lagarto suspiró al escuchar mis palabras.

—Mi nombre es Mika, soy un hombre lagarto que nace cada cien años, un monarca —expresó para luego cargar en mi contra.

Sobrepuse una runa de Sylph y otra de Ifrit dos veces. Esta vez aparté la runa hasta la punta de mi bastón, sosteniéndolo con una postura de espadón.

—Es una pena, Mika, si hubieses vivido más podrías haber sido tan fuerte como mi superior.

La runa generó una corriente de fuego lo suficientemente caliente como para hacer que el bastón se calentará en solo un par de segundos. Bastó con un solo balanceo para carbonizar por completo la piel del lagarto, dejando solo una armadura fundida sobre carne quemada, Mika apenas y lograba mantenerse con vida.

Tosió sangre y miró al cielo, mientras que yo me le iba acercando. Sus ojos se había estropeado por culpa de las llamas, seguramente ni podía verme.

—S-sabes, puede que yo sea un monstruo—dijo mientras trataba de no atragantarse con su propia sangre. —Pero. Ante mis ojos, ahora mismo… tú, te ves igual que un demonio.

Tomé su vida con una flecha de Sylph refinada y luego suspiré.

—Quién sabe, yo mismo siento que he cambiado—expresé para luego tomar su lanza, cavar un poco de tierra usando la técnica de viento y enterrarlo.

—Pero, si no puedo barrer el piso con un simple señor de las bestias, tampoco podré alcanzar mi meta—continué, enterrando su lanza al lado de su entierro.

Continué patrullando la zona, extrañamente ya no se podían ver hombres lagartos cerca.

«Deben haberse asustado por perder a su líder, bueno, eso me ahorra trabajo».

Lo siguiente eran las serpientes de tierra. Me tardó un par de minutos buscando por la zona encontrar el primer nido, por suerte sus escamas no eran rival para las flechas de sylph refinadas.

El mayor problema era encontrar los nidos, aunque, tampoco era tan molesto. Bastaba con encontrar los rastros que dejaban al moverse por la tierra y de no servir aquello solo había que buscar en agujeros cercanos a fuentes de agua.

—Bien, con esto van doce. 

«Lo malo de estos trabajos es que tengo que mutilar los cadáveres. Por suerte cada escama tiene su propio patrón, aunque, debo admitir que me siento mal llevando tantas conmigo, perdóname Mika, pero me aseguraré de que algún herrero logré hacer algo decente con todas estas escamas que llevo encima».

Continué cazando hasta llenar la bolsa de cuero, las escamas de serpiente de tierra ya no alcanzaban en la bolsa, por lo cual tuve que llevarlas a mano. Para evitar dañarlas regresé hasta la ciudad caminando, los guardias se asustaron al verme cubierto de sangre y cargando todos esos restos.

Cuando crucé la puerta pude escucharlos susurrar.

—Esos aventureros están locos, siempre que los veo me dan nervios.

Solo pude suspirar al escucharlos.

«Si creen que alguien como yo está loco, espero que no conozcan a Hiyori».

Continué caminando hasta llegar al gremio de aventureros, nada más entrar las miradas se clavaron en mí como de costumbre, aunque la mayoría provenía mayormente de los aventureros de rango bajo.

Esperé en la fila como era lo normal en aquel gremio. El sonido del reloj seguía siendo molesto y el olor a sangre que tenía encima era molesto, tanto así que los que tenía de frente en la fila tenían que taparse la nariz.

Claro, yo no era el único en ese estado, había uno que otro par que también estaban sucios después de realizar tantos trabajos. Conforme la fila iba avanzando no pude evitar bostezar al sentirme fatigado.

«Espero terminar con esto pronto, quiero ir a darme un baño en la posada».

Dicho y hecho, como era de esperarse. Estuve parado una hora entera esperando a que fuese mi turno. Nada más llegar al mostrador coloqué cada escama y el personal se encargó de examinarlas.

Al terminar me dieron el pago y regresaron todas las escamas, según lo que había podido escuchar mientras esperaba, el gremio de la ciudad solo se veía interesado por materiales que superaran por mucho la calidad del acero negro.

No me afectó en absoluto, quería quedarme con los materiales. Pero era algo curioso de aprender.

«Creo que Aoi hubiese armado una rabieta si no le compraran sus cosas, aunque bueno, quién sabe, puede que ella también haya cambiado en este corto tiempo… espero que estén bien».

Recibí el pago, en total eran veinte piezas de plata por cada hombre lagarto y cincuenta por cada serpiente de tierra. En total obtuve seis piezas de oro en bajas de hombre lagarto, siete en serpientes de tierra y cinco piezas de oro por acabar con un señor de las bestias.

Salí contento del gremio, con todo ese oro iba a poder pagar los gastos de alojamiento y comida por un buen tiempo. Incluso podría darme el lujo de comprar nuevo equipamiento por si el actual llegase a ser dañado a un punto irreparable.

Antes de reanudar mi búsqueda por la espada carmesí, caminé hasta la posada en la cual me alojaba. Nada más entrar el personal me pidió las prendas de armadura y me envió a quitarme el mal, el olor. Tenían un baño de agua caliente al que llamaban aguas termales.

Todo el estrés de mi cuerpo estaba saliendo, no sabía bien el porqué, pero esas aguas eran extrañamente relajantes. Me coloqué una toalla que me proporcionó el personal, para mi sorpresa en la habitación esperaba una muda de ropa limpia y la armadura fue pulida.

Por suerte era ropa de la que solía usar, una camisa de lino teñida en negro y un pantalón del mismo material y color. El conjunto de cuero parecía haber sido puesto en el sol mientras disfrutaba de aquel baño, ya no apestaba y la sangre había sido removida.

«¿Cuánto tiempo estuve metido ahí?».

Me apresuré a equipar el conjunto, el bastón también había sido pulido. Recogí el monedero y me aseguré de que todos los artefactos que llevaba en el cinturón se encontrasen en su lugar, con todo lavado, se sentía como si todo estuviese recién comprado.

Agradecido, dejé un par de monedas de oro como propina y marché con las escamas en busca de una herrería. Para mi fortuna, la mayor conglomeración de artesanos se encontraba en el distrito Noreste, no fue difícil dar con una.

La mayoría de negocios hacían gala de carteles escritos en el idioma de Murim, uno que personalmente me costaba comprender. Caminé hasta encontrar una herrería que parecía estar desierta, la única con un cartel escrito en lengua común.

Cuando me acerqué a la recepción, la cual estaba hecha de roca tallada y ladrillos de barro, pude escuchar a un hombre algo mayor gritando del susto y el estruendo de algo metálico cayendo.

«Bueno, no es problema mío».

Esperé hasta que apareció un hombre joven y barbudo, cubierto de tierra mezclada con hollín. Con solo verlo uno podría decir que era bastante torpe.

—Perdone por la demora, generalmente los clientes suelen con los artesanos de la zona —dijo mientras agachaba la cabeza en forma de disculpa.

—Eh, no te preocupes. Me gustaría saber que puedes hacer con esto —respondí mientras colocaba la bolsa llena de escamas en el mostrador.

Él observó los materiales maravillado, se quedó pasmado por un rato antes de regresar al mundo real.

—Si me das dos piezas de oro para costear los materiales, te haré una armadura de envidiar—expresó emocionado.

Le entregué de las monedas y él se fue corriendo a la habitación de la fragua, cerrando la puerta de golpe. Decidí regresar otro día a su local.

Mientras deambulaba por las calles, el sonido de una bolsa cayéndose me distrajo. Al comprobar la fuente me quedé anonadado. Un hombre joven de cabello plateado y puntiagudo, con armadura ligera hecha de silverina, una espada corta y una daga. 

Con solo verlo era inconfundible saber quién era.

—¿Kai?

Kai ni se molestó en recoger la bolsa de manzanas que se le había caído.

—¿Hayato?