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Chapter 57 - Una prueba en el campo escarlata

Una prueba en el campo escarlata

Kai se encontraba de rodillas, tosiendo mientras sostenía su cuello, su acompañante, el Jilk tampoco se encontraba en buen estado. No tenía idea de que había pasado, la situación era repentina y Shyun se encontraba aturdida, Hiyori permaneció silente mientras nos observaba.

En ese momento, su mera presencia era más atemorizante que el fuego, explosiones y espadas colisionando más allá en el campo de batalla. Su espada permanecía envainada y no había ni rastro de sudor en su cuerpo y aun así no cabía duda de que ella había neutralizado a tres aventureros de rango plata.

—No has cambiado nada, ¿qué tan fuerte te has vuelto en estos meses? —pregunté mientras me erguía, por suerte no me había roto ningún hueso, un par de contusiones no eran nada.

—Sería mentira decir que no me alegro de que estén vivos, pero, ¿qué creen que hacen viniendo a este campo de batalla? —comentó para luego suspirar. —Peor aún, trajeron consigo a un mestizo, parece que en donde quiera que estés causas problemas —expresó con amargura.

Tomé un momento para respirar antes de responder. Shyun todavía permanecía inconsciente y Kai estaba lejos de recuperar el aliento.

—Solo estoy apoyando a este suicida, honestamente solo quería ver tu rostro para estar seguro, incluso tú podrías haber muerto ante un ataque de esos demonios… Claro, es un gesto inútil, pero, ¿para algo están los amigos no? —Contesté.

—Aunque me gustaría enviarlos de regreso, es cierto que a Kai le falta mucho por entrenar. Síganme, ayudaré a subir a sus compañeros en las monturas. —comentó. Colocó a los que habían caído inconscientes sobre los corceles y luego nos guio hasta el campamento donde se refugiaba.

El terreno que pisábamos era una mezcla de ceniza y escombros que todavía desprendía calor, una niebla rojiza era emanado de la arena y arrastrada por el viento. Podía sentir la presencia del ether en ella, quien había quemado todo el lugar, seguramente fue un manipulador de ether, uno inimaginablemente poderoso.

—Oye, Hiyori. ¿De casualidad sabes quién quemó estas tierras? —pregunté en un intento por conocer la identidad del mago.

Ella vaciló un poco antes de responder, luego dio un suspiro y señaló el lugar con mayor concentración de aquella bruma.

—Rin Crimson, bueno, ahora deberías llamarla: Merlín. —explicó.

—¿Rin? ¿La maestra de la academia? ¿Por qué debería llamarla Merlín cuando ni siquiera sabemos donde está ese viejo? —cuestioné vacilante, casi y levantaba la voz por una mezcla de ira y desconcierto.

—Bueno, es normal que no lo sepas, pero el nombre "Merlín" no es más que un título. Ella es la legítima heredera del título y… con su muerte. Merlín es ella. —continuó Hiyori con el mismo tono serio y despreocupado de siempre.

—¿El anciano está muerto? ¿Siquiera quién pudo vencer a…? Olvídalo.

Demonios, esa siempre sería la respuesta correcta. Si un niño entre ellos tenía la fuerza de un rango bronce, ¿qué detenía a un adulto sobresaliente de superar incluso al gran mago? 

Hiyori se detuvo frente a una cueva tapada con una roca, cuyo tamaño era similar al de una choza cubriendo su entrada, la movió como si nada, usando una sola mano. Revelando una fogata apagada y suministros apartados en una esquina.

Había marcas con nombres apuntados en la pared, seguramente de compañeros que cayeron en combate apoyándola.

—¿Estás luchando sola? ¿O solo te mantienes alejada del resto? —pregunté algo desconcertado.

—La mayoría de las tropas que ha enviado el clan Endou fueron asesinadas hace menos de una semana, hay otros campamentos, pero, no son aliados. Los restos del clan al que servía fueron erradicados durante la redada que nos dividió, y las pocas tropas que luchan son aventureros del imperio Acadiano, unos cuantos forajidos tratando de recuperar sus tierras, tampoco me gusta mucho estar cerca de ellos.

—Entonces la situación es peor de lo que creíamos, antes de encontrarnos contigo, tuvimos la oportunidad de ver un puesto de avanzada de los demonios evitando que los refuerzos lleguen hasta este lugar —comentó Kai, quien finalmente había recuperado la voz.

—Me lo temía —dijo Hiyori algo decepcionada. —Pero, me sorprende que se las hayan arreglado para pasarlos. Tres rangos platas no son nada impresionante. —comentó, ostentado la insignia de platino que quién sabe hace cuanto había conseguido.

—Si es que no fue suerte, quizá no pensaron que valiera la pena desperdiciar recursos en tres miseros rangos plata y un rango bronce. —expliqué ante su razonamiento.

—Por cierto, te ves más fuerte. ¿Has estado practicando? —comentó al verme más de cerca.

—Solo soy un poco más fuerte que el rango plata promedio —respondí.

—Sí, puedo ver esos signos de asimilación rúnica en ti, es raro que todavía no llegues al rango dorado. Te ha consumido el miedo, eres demasiado cobarde —mencionó decepcionada.

Respondí a aquello con un suspiro, ni ella ni Kai tenían nada que agregar. Me senté en una roca de superficie lisa de la cueva, probablemente Hiyori la hubiese cortado para hacerla más cómoda, por su parte, Kai se dedicó a hablar con ella sobre su rutina de entrenamientos, de paso pude escucharlo quejarse sobre nuestro breve duelo.

Cerré los ojos en un intento de descansar, manteniéndome atento ante el más mínimo sonido.

Y entonces un estruendo resonó, para cuando abrí los ojos, Hiyori y Kai estaban chocando el filo de sus armas, el metal resonante y el estruendo desprendido por su fuerza, fue tal que viento fue liberado hasta mi dirección.

—¿Eh? ¿Qué demonios? ¿Dónde estamos? —dijo el espadachín que hace poco estaba inconsciente.

Con el siguiente intercambio del combate, los otros dos también despertaron.

—Auch. Me duele todo el cuerpo, ¿dónde estamos, señor Astor? —preguntó la joven maga.

—Quién sabe —respondió mientras observaba la práctica de ambos guerreros. —Pero mejor mantenemos la cabeza baja, no nos conviene enojar a esa chica. —continuó. Parecía estar sudando solo por la presión que emanaban.

—¡E-ejecutor! —gritó el Jilk mientras me observaba, su rostro se arrugaba del miedo y desprendía sudor, mientras sostenía su cabeza gritando como un loco.

—No te voy a hacer nada, no seas dramático —dije para tranquilizarlo.

Por supuesto, él continuó temblando, con el tiempo, logró recomponerse lo suficiente como para interactuar con relativa normalidad con el espadachín y la maga. 

El combate entre discípulo y maestra continuó sin tener en cuenta sus alrededores, la cueva era tapadera suficiente como para que el revuelo no llamase atención indeseada. El sonido del metal colisionando, resonaba en la cueva, bastaba con ver los movimientos amplios, lentos y forzados de Hiyori para notar que ni siquiera se estaba esforzando, de quererlo podría haberlo derribado de un golpe.

Tras un último intercambio en el cual, Hiyori bloqueó con su espada para desviar una estocada de Kai, giró su pie izquierdo junto a su cintura, usando la motricidad del giro para propinarle un codazo en el estómago, desarmándolo y haciéndolo caer de espaldas.

En el suelo, Kai mantuvo su espada con firmeza, tosía por el dolor y su cuerpo se había llenado de moretones. Su maestra no tenía ni un rasguño.

—Tu técnica no está mal, pero tu fuerza deja mucho que desear. ¿Por qué no usaste ninguna técnica de Chi? —comentó Hiyori a su discípulo.

—Porque tú ni siquiera te molestaste en reforzar tu fuerza con el mismo, maestra. De por sí, era injusto que yo lo hiciera. —expresó Kai mientras se recomponía.

—Entiendo, después de todo, tienes esa mentalidad heroica que te enorgullece tanto. Ahora, me gustaría comprobar algo… Hayato, prepárate. —dijo con un tono monótono, observándome de reojo con sus iris vacíos.

«Maldita sea, mejor uso todo desde el principio. Quiere probar mi nivel».

Activé la formulación rúnica de mi cuerpo y ni siquiera tuve tiempo para sentir el dolor. Con las alas de Aleph me impulsé hasta el bastón de aleación y lo clavé en el suelo. Bloqueando parcialmente un tajo de fuerza descomunal.

El suelo se desgarró por el impacto, el cual deformó el bastón que fue golpeado justo en el centro y de paso hizo que todo mi cuerpo temblara. Hiyori no tardó en continuar su acometida con otro tajo mientras estaba en el aire, usé el bastón para detener el ataque, como resultado terminé impactando contra una de las paredes de la cueva.

Mi espalda golpeó de lleno la roca, me dolía todo el cuerpo, todos mis huesos crujían y empezó a costarme respirar.

«¿Está loca? A este paso me va a matar».

Extendí las alas hasta el punto más estable que recordaba manejar, activé el arco etéreo, mis manos, no, todo mi cuerpo temblaba. Mi mente me abandonó, podía sentir el cuerpo de roble del arma que alguna vez ostentaba reposar suavemente en mis manos, la cuerda de cáñamo era tal y como la recordaba. 

El proyectil de viento lo veía como una flecha de metal, y enfrente lo único que veía era un enemigo. La mística arma, que no necesitaba de fuerza alguna para tensarse, hacía que en vez de la sensación de un arma, sintiese como si estuviere tocando una lira.

Uno, dos, tres… ¿Cuántas flechas fueron? No importaba, ella había esquivado la mitad y las otras las había desviado con suma facilidad. En cuanto estuvo enfrente mía, hizo parecer que las alas de viento no existían y que yo estaba estático en un solo punto.

Continué moviéndome mientras distraía sus golpes con aquellas flechas de energía concentrada, en un momento ella logró darme un ataque que esquivé a duras penas, un corte en el puente de la nariz, aunque uno pequeño.

Incluso en el estado semiinconsciente tenía claro que ella se estaba conteniendo, eso me hizo enfurecer sin motivo, un orgullo olvidado fue despertado y me arrebató el control del cuerpo. Dejando que la técnica de Yao me consumiera más rápido, a cambio de un mayor control de ether, de más fuerza.

Sosteniendo el bastón por los aires con viento, mientras la espadachín carmesí observaba curiosa. Deformó el arma con una corriente de calor y luego, usando impactos de ether cuáles los de un martillo, bombardeó el trozo de fierro con ataques que lentamente deformaron una de sus puntas en las de una lanza. 

El cuerpo de lo que alguna vez fue un bastón se alargó para dar más alcance y por alguna razón la sensación al sostenerla era diferente.

—Qué truco más curioso. ¿Eso es lo que vio el maestro en ti? —comentó Hiyori sonriendo.

¿Qué clase de expresión tenía en ese momento? No podría recordarlo del todo, pero sentía en las mejillas que la mueca que estaba haciendo era la de una sonrisa.

—¡Ven a mí, Hiyori! —recitó mi yo controlado por el orgullo.

En el extremo opuesto de la lanza, por detrás de la misma, fueron colocadas múltiples formulaciones rúnicas de Ifrit que causaron un impulso sin igual. La espadachín ni se inmutó, ni siquiera cuando el suelo bajo ella colapsó por culpa de una explosión. 

Detuvo la lanza con el cuerpo de la espada, el lugar donde se encontraba parada permaneció intacto pese a la fuerza del impacto. Luego, de una patada, terminó haciéndome caer inconsciente.

Desperté poco después, con la luz de la diosa bañando mi cuerpo. No entendía muy bien lo que había sucedido, pero no estábamos en la cueva, sino en lo que parecía ser un campamento lleno de heridos y aventureros discutiendo.

Enfrente había un mástil con la bandera del imperio Acadiano colgada en él.

—Perdón por golpearte tan fuerte, parece que estás lejos de manejar tu nuevo poder. —comentó Hiyori, la cual estaba a unos pocos pasos, sentada en una mesa junto a Kai, Astor, la maga y el Jilk. El último estando cubierto con una capucha.

Las manos de alguien estaban posadas por sobre mi cuerpo, tardé un poco en verle el rostro. Era una sacerdotisa de Lumis con la mitad del rostro quemado, nuestros ojos hicieron contacto y ella apartó la mirada, tratando de oculta la marca de quemadura.

«No entiendo nada, es obvio en donde estamos, pero… No, es Hiyori. Se las habrá arreglado de una forma u otra».

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —pregunté, arregostándome contra una pared, el sacerdote persistía en terminar el tratamiento.

—Sé bienvenido al campamento de aventureros de la alianza estrella aullante. Tengo un par de conexiones en el lugar, descansa tranquilo.

Dijo, mientras parecía ordenarle a un aventurero que le trajese algo, este la obedeció de mala gana, trayendo unas brochetas de carne que asaban no muy lejos.