Acero frío
—¡Maldita sea! —espetó un soldado antes de que su cuello fuese rebanado por un guardia de la caravana. Cayó al suelo de golpe, tratando de evitar su muerte, mientras se tapaba la herida con las manos en un intento de salvarse.
Los aventureros que viajaban junto a la caravana se apresuraron a robar cuanto pudieran del cadáver inerte, incluso mancillaban su cuerpo, arrancándole dientes, ojos e incluso huesos. Por culpa de la guerra, tal barbarie no era ajena a las filas del gremio, pero, verlo siempre me daba ganas de vomitar.
—¡Estamos a punto de llegar a la ciudad! —exclamó el conductor.
Escuché el sonido de una reja siendo golpeada, al ver a mi lado, logré notar a una pequeña vestida en harapos, llorando mientras el resto de esclavos apartaba la mirada. Aparté la máscara blanca que llevaba sobre mi rostro para brindarle una sonrisa, ella se apartó asustada y por suerte no hubo gran escándalo.
El carruaje se detuvo poco después, haciendo campamento a menos de un día lejos de la ciudad.
«Bueno, ya va siendo hora, ¿no?».
Esperé a ser el último en los carruajes, equipé mi máscara nuevamente y tomé la lanza que llevaba en la espalda. Dejando mi equipaje tirado en el suelo, acercándome lentamente hacia la comulgación de aventureros.
«No hay espacio para arrepentimientos ahora».
Sin decir una palabra, extendí el brazo y, con naturalidad, múltiples flechas de Sylph fueron generadas bajo una sola formulación rúnica. Bajo el pánico, las presas trataron de dispersarse, pero, sin tiempo para reaccionar, los más débiles terminaron muriendo y el resto terminó herido.
—¿Qué crees que haces? —gritó uno de los aventureros, el cual no tardó en ser atravesado por un proyectil de viento concentrado.
Por supuesto, no sería sencillo vencer a tantos aventureros, tomando en cuenta que, en su mayoría, eran de rango plata o superior, eso claro, para alguien que no los superase por mucho. Yo ya estaba al nivel si no es que por encima de un aventurero que portase una medalla dorado.
En parte no quería ascender de rango, era fácil camuflarse como alguien débil, en especial para alguien tan delgado como yo. Por mi equipo uno no pensaría que fuese un mago, ellos solían refugiarse en la última fila, buenos atacando, malos defendiéndose. Parecería, a sus ojos, que yo soy un guerrero que usa el chi o alguna otra arte no relacionada con el espíritu. Con solo saber como razonaba la mayor parte de aventureros solo podía pensar:
«La gente es fácil de engañar».
Preparé una nueva flecha de viento concentrado, apuntando contra el sobreviviente, que permanecía imperturbable, sin daños fuera de su armadura.
—¿Por qué estás haciendo esto joven? —preguntó el aventurero que portaba un espadón extraño, uno de madera.
Disparé el proyectil sin chistar, no tenía sentido mediar palabra en un combate. Él respondió al ataque desviando la flecha hacia un lado, la cual destruyó un par de árboles del terreno con su fuerza.
Luego, volteó a ver las jaulas de esclavos abiertas, con ellos observando detrás de los carruajes. Hizo una mueca, como si quisiese reír, apuntando su arma en mi contra.
—Ahora entiendo, se nota que eres joven. ¿Crees que eres un héroe? —comentó, para abalanzarse de un salto que concluyó en un tajo descendente que evité de un salto.
El viento rodeaba mi cuerpo, era mi aliado y esquivaba, cuál pluma siendo arrastrada por el viento. Eso era, en pocas palabras, lo que la técnica alas de Aleph permitía, al menos, hasta que lograse mejorar sus fundamentos.
Algo era claro, recurriendo meramente a fuerza bruta nunca podría darme, no con la velocidad que poseía. ¿Una distracción usando tierra? El viento era muy fuerte como para intentarlo, tardó en darse cuenta de su debilidad.
—No es nada personal —dije, declarando el fin del combate al atravesarle el tórax con la punta de la lanza. Por sí mismo, eso no era suficiente para matar a alguien tan resiliente como un aventurero dorado, por lo que, posando la mano izquierda enfrente suya, conjuré llamas azules que derritieron al hombre como si de un muñeco de cera se tratase.
Pude escuchar escombros siendo pisados por los esclavos, que trataban de mantenerse alejados de la masacre. Suspiré, desactivando la técnica de Yao para acercarme a ellos, por supuesto, trataron de alejarse, ahora mismo no era más que un monstruo ante sus ojos.
Incluso si había asesinado a esa escoria esclavista, todo dejaba en claro que yo simplemente era un demonio peor que ellos, uno sin cordura. Al menos para alguien que no conociera a los aventureros.
—¿Ahora qué hago? —pensé en voz alta, llevando a uno que otro a alertarse.
Mientras trataba de elegir mis palabras con cuidado, la niña a la que saludé extendió una muñeca de trapo maltratada.
—Gra-gracias, buen señor aventurero. Por favor, no nos haga daño —dijo vacilante, tratando de contener el miedo y las lágrimas.
Posé mi mano sobre su cabeza para desordenarle el cabello, luego observé al resto de esclavos y suspiré nuevamente.
—Mi trabajo está hecho, tomen las pertenencias de estos tipos y traten de vivir su vida.
Claro que, unas simples palabras no los apaciguaron. La ciudad más cercana, era una famosa por su red de esclavismo, incluso si la alianza no veía con buenos ojos esa práctica, eso no detenía a las viejas costumbres de entrometerse, no importaba el lugar, la región o sus riquezas.
«Hasta dan ganas de vomitar con solo pensarlo»
Aunque esa solo era mi opinión personal, como el joven poderoso, lleno de libertad en el que me había transformado. Atado solamente por el hilo de la moral y la cadena del deber. Me di un par de palmadas en el rostro, retornando así a la realidad. Devolví la muñeca a la pequeña, para luego tomar todas las medallas del grupo, ahora aniquilado, conmigo.
[...]
En cuanto la luna empezó a brillar con intensidad, logré llegar a la ciudad, estando ahí la masacre anterior finalmente rendiría sus frutos. Era ajeno a matar a otros humanos, pero, tras tres meses con el mundo estando en caos, uno debía hallar formas de ganarse la vida.
Al llegar, fui recibido por un hombre enmascarado al cual los guardias no se atrevían a dirigirle la mirada. Lo seguí sin mediar palabra, por supuesto, no había necesidad de hacerlo. Tras una caminata por las calles oscuras, vacías y frías, llegamos hasta un edificio de aspecto endeble cubierto de insultos escritos por los locales.
Su interior, sin embargo, era de alta clase. Los suelos tenían mosaicos diseñados al detalle para mostrar distintos tipos de flores al percatarse de los pequeños detalles, las paredes estaban adornadas por pinturas de grandes artistas, los muebles de caoba imponían clase, por último, la buena higiene y olor del lugar eran de remarcar.
Seguí a la figura hasta su oficina, en la cual, sacó varios documentos llenos de información, junto a una pluma con algo de tinta.
—Entenderá que su contribución a nuestra causa no ha de pasar desapercibida, joven aventurero. Ya hemos preparado documentos con toda la información sobre esclavos de la ciudad recaudada, nos tomamos la molestia de clasificarlos según su lugar de origen. —dijo el hombre, con una voz serena y a su vez escalofriante.
Tomé los documentos, dando un vistazo breve a los nombres de la lista, cada archivo estaba separado tal cual el hombre prometía: por su lugar de origen. Ordenando en orden alfabético cada uno de ellos.
—Esperamos contar nuevamente con su ayuda. Cómo ha de saber, las alas siempre estarán abiertas para cualquier participante. —recalcó el hombre.
Guardé la información dentro de mi gabardina, agradeciendo la ayuda del hombre. Tras dar un paso fuera de la oficina, otro enmascarado del personal se encargó de llevarme a la salida, observando con mirada fría hasta que logré alejarme del edificio.
«Esos tipos del ala están locos. Mejor evito relacionarme con ellos en el futuro».
Busqué algún callejón asolado, había uno con un par de cajas cubiertas por una manta en un edificio cercano. Me senté cerca de las cajas, sacando los papeles, ahora arrugados, que contenían información sobre los esclavos del lugar.
«Veamos… parece que el duque no tiene a nadie de la aldea, lo mismo parece ser para las águilas de sangre. Hmm, en verdad que es difícil encontrar a la gente del pueblo, en todo este tiempo no me he encontrado con nadie más que Hiyori y Kai».
Revisé cada página en busca de compatriotas, terminando de leer la información sobre la onceava organización delictiva, empecé a perder la esperanza. Eso, hasta lograr reconocer la descripción de uno de los cautivos en la doceava organización.
«¿Esto, como puede ser? He pegado con el premio gordo».
Primeramente, reconocí al hombre lleno de cicatrices descrito como un esclavo de alta calidad, solo podría ser él. Alfonse, un ex aventurero retirado de alto rango. Ella podría estar en el mismo lugar que él. Mientras pasaba los nombres, esperé de todo corazón no leer su nombre, pero ahí estaba.
Jessica, la chica de carácter fuerte con iris verdes en forma de espiral. No había mucha información relevante en cuanto al trato sobre los esclavos, pero, algo era seguro, ella estaba viva. Me bastaba con saber aquello.
—Es hora de devolverles lo que es suyo, por derecho —pensé en voz alta.
[...]
Las calles se habían cubierto de niebla.
El ambiente frío de la zona contribuía a aquello, al ver de frente podía contemplar el vaho escapando mientras respiraba. Tenía lista la lanza, fría al tacto, reposando en mi espalda, junto a una daga de estocada guardada en el cinturón, la cual compré en una tienda hace menos de una semana.
No tenía un rumbo exacto, solo recorría las calles mientras recolectaba información. Desde lejos, el sonido del fuego crepitando y un martillo siendo agitado llamaron mi atención. En una casa que parecía más bien una caverna, se encontraba una pequeña herrería, la cual también vendía abrigos y distintas ropas de invierno.
Los tenderos, una pareja de ancianos, observaron con una sonrisa mientras contemplaba un abrigo azul de diseño simple colgando de un tendedero. No tardé en alcanzar el monedero del cinturón, tenía varias piezas de oro, incluso se podría decir que de sobra.
—Me gustaría comprar este. —dije mientras lo admiraba.
El tendero se encargó de bajarlo, entregármelo y recoger dos piezas de oro por su producto. Caminé con el abrigo colgado de la mano derecha. Tras encontrar un lugar, tiré la armadura pesada que llevaba desde hace mucho.
Con el tiempo se había deteriorado, sobre todo, por mis acercamientos peligrosos durante los combates. No me importó mucho tirarla, dejé la cota de malla y por encima me coloqué el abrigo, con el cual, me sentía más cómodo frente al frío.
Dejé la tienda, todavía notaba el vaho emanando de mi aliento, ignoré aquello para centrarme en la calle que tenía enfrente. Un complejo de edificios de aspecto maleable, calles desoladas debido al frío y un destino claro en mente.
Los pasos resonaban, con cada uno de ellos mi mente se iba apaciguando. No había tiempo para ser llevado por una corriente de pensamientos negativos, mi deber, era otro. Encontrarme con los pétalos caídos y someter a todos los esclavistas del edificio principal.
Tomé unos guantes de lana negros que tenían uno que otro agujero en los dedos, colocándolos firmemente sobre mis manos conforme mi andar se iba acelerando.
—¿En serio haremos esto? —preguntó Shyun, algo incrédula ante la situación.
Sonreí al escuchar su voz, ella no era de hablar mucho, cumplía su propósito al guiarme, pero fuera de eso, se encerraba en su palacio, observando mientras estudiaba runas. Como un ratón de biblioteca, ella encajaría mejor en el estereotipo de mago que yo.
Aunque era mucho más que eso.
—Sí. Perdóname, Shyun. —repliqué, abriendo la puerta del edificio lentamente.
Shyun se quedó callada, podía sentir su presencia, me estaba acompañando, incluso si no aprobaba lo que estaba haciendo. Bajo su manto me sentía protegido, más allá de lo habitual.
—¡Pero qué mier-! —espetó uno de los traficantes, antes de que enviara a todos los presentes a volar con una ráfaga de viento.
Todos se quedaron observando perplejos al joven con el parche y la medalla plateada que se erguía con firmeza enfrente suya. Intrigados, asustados, acorralados. Buscando una respuesta al porqué de su presencia.
—Buenas tardes —dije en un tono alegre.
»He venido a reunirme con unos conocidos.