Ejecutor
La imagen sombría de ojos esmeraldas me observaba desde la distancia, una ilusión creada por culpa del desgaste mental. Por alguna razón que desconocía, solo verla lograba librarme de la distracción, despertando algo que dejé enterrado hace mucho tiempo.
«Ego…».
Esa sensación dominante y decisiva… severa. Nunca antes había logrado salir, era algo que consideraba desagradable tanto para mí como para los demás. Cuando era niño, generó suficientes problemas como para que solo Aoi, Jessica y Gell pudiesen soportarme, el resto solo me veía como el sobrino problemático de Yamato.
No recordaba mucho de mi niñez. Apenas y recordaba un par de sucesos previos a la muerte de mi madre, algunos eran borrosos, como la pelea que logré contemplar gracias a Shyun. Pero, desde que empezaron los despertares, las memorias que siempre estuvieron ahí regresaron, algo dentro de mí había logrado revivir.
«Pensándolo bien, era más confiado de niño».
[...]
—Oye, Hayato. ¿Qué haces? —dijo Shuuya, un niño arrogante que vivía al otro lado del pueblo.
En mis manos sostenía un arco de madera simple junto a flechas de práctica, uno que mi madre me había regalado al verme contemplarlo durante uno de nuestros viajes al pueblo.
—¿Acaso eres ciego? Estoy practicando arquería —respondí, disparando una flecha contra una valla del pueblo.
Shuuya pareció emocionarse al verme, disparar el arco, se acercó para tocar la cuerda con animosidad, para continuar diciendo:
—Oye, ¿me lo prestas?
Aparté su mano y cargué otro proyectil.
—¿Por qué debería? Solo arruinarás la cuerda, no es barato.
Shuuya se apartó un poco, recogiendo una rama del suelo y apuntando a mi rostro con la misma.
—¿Qué te parece si peleamos? Mi padre es un espadachín, ¿sabes? Con algo como un arco no podrás… ¡¿Eh?! —decía Shuuya, antes de que le disparará una flecha, golpeándole el estómago.
Escupió por culpa del impacto, podía escuchar como hablaba en voz baja por culpa del dolor y la falta de aire. Lo ignoré en busca de continuar jugando con el arco, parecía que se le iban a salir los ojos de la rabia.
En cuanto recuperó el aliento, se abalanzó a atacarme, bloqueé el ataque con el brazo izquierdo y, conteniendo el dolor, le di un golpe directo al mentón. Él se tambaleó ligeramente, por mi parte me dolía todo el brazo izquierdo y el puño derecho, del cual los nudillos se habían enrojecido.
—¡Hayato! —gritó Shuuya.
—Cállate. —respondí disparándole al estómago de nuevo.
Alisté otra flecha para asegurarme de que no se levantara. O ese era el plan, antes de que pudiese darme cuenta, alguien me golpeó la cabeza con la fuerza suficiente como para derribarme.
Al ver hacia arriba, pude notar al chico robusto de cabello rubio, acompañado de la noble hija de la amiga del tío Yamato.
—¿Cuál es su problema? —exclamó Shuuya, levantándose a duras penas mientras posaba su mano izquierda por sobre su estómago. —De no ser por ti, podría partirle la cara a ese engreído —le dijo a la chica, escupiendo al suelo antes de marcharse.
Al tratar de levantarme, el chico rubio me quitó el arco y suspiró.
—Siempre te metes en problemas, Hayato. Vas a preocupar a la señora Fumi. —expresó mientras miraba el camino que llevaba a la cabaña.
—¿Y tú que vas a saber sobre mi madre Lorgell? —respondí, tratando de golpearlo, solo para ser detenido por su acompañante.
—¿No crees que ya estás grande? —dijo la chica.
—Aoi… ¿Siquiera qué hacen aquí? Ustedes viven lejos. —pregunté aceptando que no podría hacer mucho más.
—Es que conocemos a un idiota que solo sabe meterse en problemas, además, la señora Fumi nos llamó para hacer un encargo. Es una buena maestra, deberías ir alguna vez. Shuuya no te hará nada —comentó Gell, jugueteando con el arco.
—No tengo por qué ir, sé leer mejor que- —dije, deteniéndome al observar a Aoi. —Bueno, mejor que la mayoría de ustedes.
Aoi me soltó la camisa y estiró los brazos con pereza, bostezando.
—Lo que sea, ven a ayudarnos, niño mimado. Vamos a ir a dejarle algo de comida a tu tío. —dijo Aoi, recogiendo una canasta llena de comida.
—¿Ese era el encargo? ¿Por qué no me lo habrá pedido a mí? —pregunté, ante lo que solo sonrieron como respuesta.
—La señora Fumi, es muy buena persona… Ojalá no estuviese enferma —mencionó Gell.
En ese momento, solo pude quedarme callado. Pese a que era un niño arrogante, entendía que no había sentido alguno en enojarse por una verdad, menos una contada por gente que la apreciaba. Mamá se había enfermado y ya no tenía cura, todo por culpa de un ser extraño, del cual nunca supe nada.
Continué siendo terco y engreído, me metía en problemas, peleas con Shuuya o con los chicos. Eso continuó por un tiempo, al menos hasta el día de su muerte. Tras su funeral, sepulté profundamente mi orgullo con ella, honestamente, no tenía ningún sueño en ese entonces. Los días posteriores me encerré a practicar con el arco en la cabaña, el tío Yamato se encargó de las cosas, poco después, trató de ayudarme ofreciendo guía, pero no teníamos una conexión real.
Un día, casi por el final de aquel año, los chicos llegaron a visitar. Aoi y Gell solo aparecían de vez en cuando y no hablábamos mucho. Ese día, llegaron junto a Jessica, era la primera vez que la conocía y también la primera vez que alguien se atrevió a detenerme.
Sostuvo la cuerda del arco evitando que la disparase, no dije nada y traté de hacerla ceder, pero su agarre era fuerte. Me empujó quitándome el arco y lo apartó, caí al suelo, pero aun así no dije nada y traté de recuperar el arco.
—¿Eres el hijo de la señora Fumi? —comentó mientras me observaba.
No pude evitar paralizarme al escuchar el nombre de mi madre, ella usó esa oportunidad para continuar hablando sobre ella. Seguramente hubiese sido su alumna.
—¿Sabes? Tu madre era una gran persona, ella siempre tenía una expresión triste cuando te metías en problemas. Siempre trató de ayudarte a hacer amigos, pero tú rechazabas a toda la gente y ellos tampoco te soportaban —continuó mientras se acercaba lentamente.
Me tomó del cuello de la camisa, obligándome a recomponerme y escucharla.
—Ella hubiese odiado verte así, no solo te estás lastimando a ti mismo, también lastimas a los demás. —exclamó, señalando a Aoi y Gell. Posteriormente obligándome a ver mis manos, llenas de callos y heridas.
Me soltó, tomando un momento para respirar. Finalmente, me digné a hablar.
—Lo siento…
Con la mente libre, no pude evitarlo, recordé a mi madre y no logré contener las lágrimas.
—Yo, pensé que viviría con ella por toda la vida. ¡Quería que me viera ser un gran aventurero! ¡Ella, ella siempre hablaba sobre sus aventuras, sobre el imbécil de mi padre! Si hubiese sabido que ella iba a morir. Yo, yo… —exclamé mientras perdía la fuerza de mis piernas, colapsando.
Jessica me ofreció ayuda para levantarme.
—Vamos, tampoco seas un llorica.
Aoi también lloraba, mientras que Gell simplemente reflejaba tristeza en su expresión. En ese momento nos hicimos amigos y juré en secreto que cumpliría mi promesa, que me haría el aventurero más grande que la aldea hubiese conocido.
—Incluso si la aldea es solo un recuerdo… —pensé en voz alta.
[...]
—Se-señor mago, ¿se encuentra bien? —preguntó la protegida de Astor.
—¿Eh? Sí, ¿por qué lo preguntas? —mencioné con una sonrisa.
—Es que está llorando —reclamó la joven.
—Oh —dije mientras limpiaba mi rostro. —Es cierto, pero estoy bien, lo juró. Volveré al campo de batalla en un santiamén.
»Por cierto, ¿qué haces aquí?
Ella bajó la cabeza. Señalando un lugar en el cual se veía volar sangre mezclada con tierra. Al enfocarme lo suficiente pude ver a Astor luchando con todas sus fuerzas, sin ayuda alguna.
—¿Él está bien? ¿Cómo termino esa bestia siendo un esclavo? —mencioné sorprendido.
La joven observó el campo de batalla.
—Astor era mi caballero, un escolta real entrenado por mi familia… al menos, antes de la caída de mi casa. Por eso no quiere ponerme en peligro… Odio no ser lo suficientemente fuerte.
—Ya veo, no te preocupes Merry, ayudaré a Astor, así puedes quejarte con él todo lo que quieras. —expresé, abalanzándome al campo de batalla con ayuda de las alas.
Astor estaba lejos, mi velocidad actual no era suficiente. Dudoso, modifiqué la fórmula, arriesgándome a quedar estampado contra el suelo. Al añadir la runa de Ifrit a la salida, la energía de la combustión me otorgó la velocidad suficiente como para llegar, aunque, a cambio, terminé ligeramente lastimado por culpa del fuego.
En el cielo del campo de batalla, ante los ojos incrédulos del enemigo. Usé el arco etéreo mejorado para liberar una flecha de fuego azul por sobre ellos. La combustión final despejó el campo, permitiendo abrirme paso con flechas de Sylph entre las filas del enemigo.
Logré llegar hasta Astor, ayudando a compartir la carga. Con nuestra cooperación, logramos barrer a dos escuadrones enteros, claro que, el guerrero agotado tuvo que regresar. Tras ayudarlo, llevándolo hasta el campamento, aprovechando el vuelo, regresé sin rechistar al campo de batalla.
Lo cierto es que era una masacre total, aunque casi una mitad de los aventureros del campamento había fallecido, los de alto rango reían en el combate, cada uno cerca de una montaña de cadáveres enemigos.
«¿No son muy débiles estos soldados?».
Removí el casco de uno de los cadáveres, pese a su fuerza, se les notaba desnutridos y en mala condición.
«Parece que no han comido bien en meses, estos demonios no se comparan en fuerza a los que atacaron la aldea. Deben ser carne de cañón para ganar tiempo, pero, ¿por qué?».
Grande fue mi sorpresa al contemplar miasma verde, sobreponiéndose ante la bruma roja. Consumiendo los cadáveres a su paso, condensándose todo en el campamento enemigo. No pude evitar erizarme por culpa del miedo, el niño al que había visto anteriormente en la montaña tenía a un hombre atado por cadenas, absorbiendo todo el miasma mientras se retorcía de dolor.
—¿Vaya? ¿Es eso un ejecutor? —dijo una mujer de pronunciadas alas negras que acompañaba al niño, estábamos a unos cincuenta metros y aun así ella podía observarme con claridad.
Hiyori fue la primera en reaccionar ante la bestia que estaban creando.
—¡Retirada! ¡Estaban cultivando una quimera, fuimos engañados!
La mujer alada atacó a Hiyori, reconociéndola como una amenaza. Ella reaccionó rápidamente, deteniendo las dagas de su agresora con el filo de su espada.
Antes de que pudiese reaccionar, una flecha de acero estuvo a punto de atravesarme, una lanzada por un arquero de armadura pesada y dorada, con el emblema del imperio Acadiano teñido de rojo por sobre un estandarte que cargaba.
Con la muerte respirando por sobre el cuello, bloqueé por instinto usando mi lanza, la fuerza del proyectil fue tal, que terminé siendo arrastrado de regreso al campamento, sobreviviendo por milagro.
El ser humanoide se liberó de las cadenas con pura fuerza bruta, los que quedábamos de alianza no pudimos evitar congelarnos al estar enfrente de una bestia de tal fuerza. La joven maga, acompañada de Astor, empezó a trazar una formulación rúnica.
Nayak, Cryon, Sylph, Aion.
El ether a su alrededor condensó la humedad del agua, un muro de la misma se formó, para congelarse al final, ofreciendo una cobertura ante los ataques del enemigo, ganándonos tiempo para pensar.
El galopar de unos caballos se pudo escuchar desde la distancia, su aspecto era casi etéreo y quien los comandaba tenía un aire familiar. Astor no pudo evitar soltar un comentario:
—Oye, ¿no sé parece a ti?
El comandante, que llevaba unos cien soldados bajo su mandato, me observó de reojo por un momento, se le veía sorprendido. Evitó detenerse y continuó marchando, dejando atrás a un par de sacerdotes que se encargaron de curar a los heridos.
Una sacerdotisa de ropajes negros se dispuso a ayudarme, seguramente por culpa del daño que había soportado mi cuerpo al manipular ether mientras ayudaba a Astor. Ella me ayudó a recuperar las fuerzas.
Caminé hasta el campo de batalla, siguiendo la estela del hombre que comandaba a aquel escuadrón. Incluso si no tenía sentido o era débil, solo verlo hizo despertar el ego enterrado en mi interior.