Bestia divina
Nos reunimos con Carlo justamente cuando llegó la medianoche, ya tenía preparado el carruaje y encima había comprado un par de caballos para Kaetia y yo, sabiendo que le tenía que dar privacidad a las chicas.
Cabalgaba al lado de Carlo y Kael, aunque el Jilk iba detrás, para resguardar la retaguardia.
—¿Quién conduce el carruaje? —pregunté observando el vehículo de reojo.
Él también volteó a verlo, como si pensara si revelarme o no la identidad de su trabajador.
—Es una aventurera —respondió secamente.
«Así que no necesito saber nada más, ¿eh?».
Suspiré, centrándome en seguir el camino. No era muy bueno con los corceles, como mucho era decente y solo gracias a que Hideaki me obligó a aprender a manejarlos. La noche era fría y se sentía eterna, podía escuchar el cabalgar de los caballos y el traqueteo del carruaje.
Repentinamente, el Jilk detuvo su corcel y se bajó de golpe, mi cuerpo sintió un escalofrío al ver el frente, había cadáveres apilados por el lugar y unos caballeros luchando entre sí, algunos con una armadura rojiza y otros con una de tono violeta.
«¿Qué está pasando aquí?».
Carlo suspiró, haciéndole una seña a Kaetia para qué regresara a su montura.
—No se detengan por cosas como esta, los caballeros no suelen meter a los comerciantes en sus conflictos.
Pude ver de reojo cómo la aventurera que conducía el carruaje tenía una mano por sobre la guarda de su estoque. Por suerte, Jessica y Shizu no se habían despertado, me pesaba un poco dejar ese conflicto atrás, pero tampoco ganaría nada.
Ya era peligroso llevar a Jessica conmigo, pero no había tal cosa como un lugar seguro en esta era, a lo mucho podría vivir entre ciudades y a duras penas. El imperio le había hecho un daño irreversible al mundo desde que permitió a los invasores llegar.
Nadie podría haber anticipado la rebelión y, la gente que vivía en puebluchos ni estaba enterada de la guerra. Cada vez que observaba el horizonte, no quedaba más que preguntarme si todavía existía un lugar seguro.
Nos alejamos de a poco, los caminos eran peligrosos, incluso más que en tiempos pasados. Los forajidos y bestias eran lo de menos, nadie sabía que aldea o asentamiento había sido tomado por los invasores.
Eran cómo plagas, esparciéndose por el continente, una peste que debía ser eliminada. Sin embargo, no podía dejarme llevar por el odio, al menos tenía eso claro.
Continuamos marchando, el galopar de los corceles ya me estaba cansando, generalmente me quedaba dormido en los viajes, al menos la mayoría del tiempo, pero ahora no tenía más opción que viajar sin descanso, quién podría saber que moraba en la oscuridad.
Me sentía extrañamente fatigado, con los hombros tensos y una molestia en la cabeza. Extrañamente, también me molestaba que Shyun se mantuviese en silencio. Aunque traíancierta paz, las noches tranquilas solo me hacían revivir tragedias.
Suspiré sabiendo que no sería acompañado por mucho más que el traqueteo del carruaje y el galopar de los caballos, Carlo no era muy hablador y el Jilk era aún peor. El tiempo pasó y como de costumbre fui atacado por toda clase de recuerdos deprimentes.
Apreté los dientes en un intento de soportar el peso mental, mi cuerpo siempre se sentía horrible cuando recordaba esa clase de cosas, pero, al menos, había aprendido a sobrellevarlo con el tiempo.
Sin darme cuenta, empecé a relajar el ritmo y mi corcel caminaba lentamente por detrás del carruaje, tenía una mano por encima de la cabeza, no sería bueno que mis recuerdos me consumieran como de costumbre, así que traté de tararear una canción y, cuando eso no funcionó: dibujé runas para calmarme.
—Mírate, todo serio —interrumpió una voz asomándose desde el carruaje.
Debido a la sorpresa, las runas se dispersaron y estuve a punto de caerme del caballo. Shizu estaba sentada cerca del borde del carruaje, apoyando la cabeza en una de las paredes.
—¿No puedes dormir? —dije al recuperar la compostura.
Ella sonrió levemente, luego volteó a ver hacia atrás y suspiró.
—Me temo que no suelo dormir mucho, es peligroso —volteó a ver a Jessica —. Además, ella ha estado sudando frío, debe tener pesadillas.
Aparté la mirada al escuchar aquello, quería estar ahí para Jessica, pero ella era la clase de persona que solía reservar sus problemas para no preocupar al resto, aunque, no es que yo fuese mejor que ella en aquello.
—Bueno, preferiría que descansen mientras puedan, el camino es largo y traicionero, preferiría no involucrarlas en el peligro —comenté, observando el carruaje, sin darme cuenta estaba fingiendo una sonrisa.
Para mi sorpresa, la reacción de Shizu fue arrojarme un pequeño trozo de madera que tenía a la mano, antes de que pudiese responder ella me guiñó el ojo mientras un poco la lengua de forma burlona.
—¿Siempre eres así? Puedo cuidarme sola y lo sabes.
Suspiré ante aquello, si bien era cierto que la fuerza inspiraba cierta confianza, con todo lo vivido hasta ahora, no podía concebir la mera idea de dejar a mis seres queridos luchar. Quizá era un sentimiento estúpido, pero, antes que perderlo todo de nuevo, preferiría la muerte.
Después de todo, siempre fui un necio.
—Mientras te mantengas a salvo —respondí tras un par de segundos.
Ella me observó con tristeza clavada en su rostro, era como si pudiese leer mis pensamientos, no me gustaba demasiado aquello, hacía que ocultar mis emociones fuese más complicado, nadie más tenía que cargar con mis remordimientos.
—Sabes —dijo ella —. No estás solo en este viaje, trata de recordarlo.
Sonreí levemente mientras la escuchaba.
—Sí, supongo que pensaré en ello —respondí.
Ella no le dio más vueltas al tema, pero se quedó a mi lado durante toda la noche. Hablamos sobre tonterías, cosas que me habían pasado en la aldea, relacionando cosas que hacíamos de niños pese a ser de orígenes diferentes, incluso logré escucharla tararear una suave melodía.
Agradecido por la compañía, contemplé el cielo estrellado después de un tiempo que sintió eterno, esa noche alguna vez aburrida se había transformado en uno de los momentos más tranquilos del viaje.
[...]
Durante la tarde del día siguiente, entrecerraba los ojos por el cansancio, estando a una hora del pueblo cercano. Cuando estuve a nada de quedarme dormido, fui interrumpido por Carlo, el cual acopló el ritmo de su montura al de la mía.
—Pareces cansado —dijo mientras observaba el camino —. Trata de aguantar hasta que lleguemos al pueblo, es peligroso acampar en los claros estos días.
Al escucharlo, me concentré para ignorar el cansancio. Carlo miró delante, suspirando y deteniendo su marcha.
—Bueno, parece que hasta ahí llegó la tranquilidad —dijo, observando una sombra en el horizonte.
Traté de enfocar la vista en ella, pero el cansancio mezclado con la falta de profundidad no me permitieron observar su aspecto.
Bajé del corcel, mi cuerpo se había llenado de adrenalina preparándome para combatir. Formé las alas de Aleph sin darme cuenta, recorría casi veinte minutos de distancia en un instante, acercándome lo suficiente como para observar a la bestia que obstruía el camino.
Era gigante, como del tamaño de una casa. Su piel negra y de aspecto escamoso estaba repleta de toda clase de herramientas artesanales y, en el lomo, tenía enterrado un espadón con el filo segmentado a forma de sierra.
Anonadado, no me di cuenta de que ya había posado su vista en mí, cargo en mi contra, acelerando el paso con sus cuatro patas elongadas y, abriendo la boca, desató un grito ensordecedor cuya fuerza fue suficiente como para llevarme lejos.
Arremoliné el viento para impulsarme en contra del estruendo y manifesté el arco etéreo mientras me desplazaba. Desató otro estruendo, el cual evité dejándome caer al suelo y, barriéndome a gran velocidad, disparé una decena de flechas de Sylph concentradas hacia sus patas.
La bestia pareció molestarse, apenas había logrado dañarle un poco la piel y el daño no era significativo, pese a que esas flechas podrían acabar con un aventurero de rango plata con solo un proyectil bien dado.
No importó demasiado, el adversario era poderoso pero lento. No sabía con certeza que clase de bestia era o a qué raza pertenecía, solo me preocupaba acabar con esa cosa rápidamente, su poder destructivo no era broma, si llegaba a atacar el carruaje, probablemente solo un par hubiese permanecido con vida.
La bestia cargó nuevamente, se movía a gran velocidad teniendo en cuenta su tamaño. De no ser por las alas de Aleph, probablemente hubiese estado corriendo hasta el cansancio y terminaría muriendo poco después.
Esquivé elevándome a los cielos. El combate se alargaba de más, cada uno se encargaba de disparar proyectiles que apenas y lograban hacer cierto daño, estaría a salvo siempre y cuando no estuviese cerca de alguna superficie con la que colisionar o entrara dentro del rango de sus ataques.
Habiendo malgastado mucha resistencia, logré escuchar un estruendo, Kael, Shizu y la conductora enmascarada habían llegado a la escena.
El Jilk no tardó en abalanzarse al combate, su fuerza física era tremenda, se desplazaba dando saltos que lo desplazaban por metros, mientras balanceaba un espadón de unos dos metros con una sola mano.
Aprovechando su distracción, centre toda mi fuerza en una flecha de Ifrit, el fuego se fue condensando de a poco, finalmente llevando a crear aquella estela de brillo fulgurante azul, el ambiente parecía retorcerse debido al calor, todo se distorsionaba alrededor de la llama.
Disparé sin dudarlo, el proyectil atravesó sin dificultades dos de las patas de la criatura, derribándola para que el Jilk pudiese darle un golpe fatal en la garganta. Sin embargo, las heridas que no fueron hechas por quemadura se le cerraron casi al instante, una especie de vapor fue emanado y de a poco se levantó como si nada hubiese pasado.
Dándonos cuenta de la efectividad del fuego, Kael se encargó de distraer a la bestia, mientras que la conductora le entregó una cuerda de acero a Shyun, la cual cruzó por las extremidades de la criatura para hacerla caer.
Atravesé la cabeza de la criatura con otro proyectil fulgurante, con ello logramos acabar con ella, al menos eso parecía. Con el tiempo Carlo y Jessica llegaron en el carruaje, ahora tendríamos que encargarnos del cadáver, pero llegaríamos al pueblo en poco tiempo.
Antes de continuar con el camino, Carlo se tomó el tiempo de cortarle las garras y cuernos a la bestia, según él, se trataba de una especie similar a los dragones en cuanto a fuerza, pero más débil en cuanto a resistencia.
No me interesaban demasiado los detalles, solo quería irme a dormir pronto, el cansancio se estaba haciendo insoportable.
—No te desesperes, los materiales de esta cosa se venden a buen precio y su carne es deliciosa —comentó Carlo mientras contemplaba a Kael y la conductora desmembrar el cadáver.
[...]
—Bueno, supongo que era de esperarse.
Carlo se tapó la boca al ver la escena, por mi parte, no estaba extrañado.
Los aldeanos estaban muertos, quién sabe hace cuanto. No parecían haber sido asesinados por la bestia, por el contrario, sus cuerpos tenían cortes de espada y terror impregnado en sus rostros.
—¿Quién pudo haber hecho esto? —preguntó Carlo mientras observaba la escena.
Suspiré dándole una palmada en la espalda, adelantándolo poco después.
—Demonios, bandidos, soldados, pudo ser cualquiera. De momento descansemos, no seré eficiente en combate si no cierro el ojo de vez en cuando.
Jessica apartó la mirada de la escena, por su parte, Carlo ordenó a su trabajadora encargarse de quemar los cuerpos, de alguna forma quería darles una despedida. Decidí ayudarlo a regañadientes, por suerte Kael obedecía órdenes sin rechistar, aunque aún no me inspiraba confianza.
Cargamos los cuerpos hasta un claro apartado de la aldea y les prendí fuego con una formulación rúnica. Tras aquello, entré a alguna vivienda aleatoria y me acosté en el suelo a descansar.
Pensé que finalmente podría descansar, pero, por alguna razón, todos se habían congregado no solo en la misma casa que yo había escogido, sino que también se quedaron dormidos en la misma habitación.
Teniendo a Shizu reposando tan cerca, mi corazón se aceleró y no pude descansar del todo, salí de la casa y me quedé dormido, recostado en una pared. Mientras me iba quedando dormido, recordé la muerte del tío Yamato por culpa de la ceniza.
Y entonces no pude evitar derramar una lágrima.