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Chapter 40 - Un deber que no te pertenece

Un deber que no te pertenece

El lugar del encargo se encontraba cerca de los barrios bajos de aquel pueblo, por lo que había logrado escuchar, era un lugar lo suficientemente peligroso como para necesitar una guardia improvisada de aventureros para evitar muertes y robos.

Mientras caminaba por ese lugar, las miradas de los lugareños no tardaron en clavarse sobre mí. Quizá me veían como una presa fácil o talvez me tendrían miedo, era difícil saberlo.

Conformé me iba adentrando encontraba más basura esparcida por las calles y el aire lentamente se iba impregnando por el mal olor. Sin embargo, ese olor no llegaba ni a compararse a la podredumbre que emanaba la mazmorra, simplemente me causaba una leve repulsión, pero nada grave.

Continúe adentrándome en aquellos barrios, con mala cara por culpa del mal olor y las traviesas miradas de sus habitantes como siempre se dirigían a mi particular armadura y el parche.

Seguramente ese preguntarían como había perdido el ojo, l quizá pensaban que era un imbécil por no ir a buscar tratamiento a la iglesia de Lumis. Pero eso no tendría sentido, Aoi ya me había dejado en claro que no sería posible recuperar mi vista.

Aunque, un rasgo más sombrío era sin duda la oreja cercenada que decoraba el lado izquierdo de mi rostro. Aunque ellos tampoco tenían mucho de lo que estar orgullosos, sus ropas estaba raídas y a través de ellas se podían ver sus costillas.

Aún así, no era seguro confiarse de ellos, solo con una mirada era sencillo notar su fuerza, probablemente alguna vez tuvieron gloria y cayeron ante la enfermedad. Si bien no eran tan fuertes como para suponer una amenaza individualmente, juntos podrían acabar con mi vida en un instante.

Al final, el encargo me guío hasta una iglesia deteriorada con parches de madera mal hechos en un intento de mantenerla a flote. Nada más entrar pude sentir una fuerte sed de sangre y una daga en mi cuello.

Bloqueé el filo de aquella daga con el mango de la mía, aunque sin querer, fue un mero reflejo que se activó al sentir el peligro. El niño que sostenía la daga se sorprendió al ver que había bloqueado su ataque, suspiré mientras apartaba el arma y continúe caminando hasta el interior del lugar.

La sed de sangre no había disminuido, pero no parecía que ninguno de los niños tuviese intenciones de atacarme a menos que intentará algo. Cerca de una estatua corroída de Lumis se encontraba rezando una mujer con traje de monja y cabello dorado.

Pese a que estaba rezando, podía sentir su mirada, estaba claro que estaba en guardia. Tras unos breves momentos en los que esperé pacientemente ella terminó de rezar y se acercó a mi mientras sostenía un estilete.

—¿Qué te trae por aquí niño?

Suspiré ante su agresividad y rápidamente le mostré la solicitud del gremio que había estado todo el tiempo en mi mano izquierda. Su expresión de ira rápidamente se torno en una sonrisa.

—Finalmente un aventurero decente. Déjame guiarte, ha sido un dolor de cabeza por meses.

La monja tomó una linterna y me guío hasta el sótano de la iglesia. Bajamos con cautela y poco tiempo después llegamos hasta el lugar, había varias celdas con prisioneros que por su ropa parecían ser aventureros.

Sintiendo que algo estaba mal, rápidamente tomé una daga y concentrándome meramente en el ruido logré ubicar a una persona rezando, me apresuré y usando una fórmula similar al aliento de Aion rompí uno de los muros en los cuales se encontraba otra monja que estaba siendo bañada por la luz de Lumis.

En cuanto me vio interrumpió su cántico asustada, al sentir sed de sangre reaccioné rápidamente bloqueando un ataque por la espada de la monja rubia con mi daga y rápidamente la noquee usando el proyectil de viento que había usado para derribar el muro.

La monja restante empezó a rezar nerviosa, de alguna forma sabía que eso no era nada bueno y rápidamente arremetí en su contra con otro proyectil de viento dirigido directo a su estómago.

«¿Qué demonios está pasando?».

Tras asegurarme de que las monjas no causarán problemas me apresuré hacia las celdas y rompí sus candados con el proyectil. Todos me agradecieron mientras los iba liberando, hasta que solo quedó un grupo de tres, profundamente dormido.

Entre ellos, por alguna razón mi atención se desvío hacia una chica de cabello negro y corto, con ojos rasgados y una sonrisa coqueta… Antes de perderme en estupideces aparté la mirada y liberé a cada uno de ellos, el problema iba a ser despertarlos.

Cuando voltee a revisar si las monjas serían un problema pronto, encontré que los aventureros que había liberado ya se habían encargado de amordazarlas y meterlas en una de las celdas.

Mientras tanto me acerqué a uno de los aventureros dormidos, un hombre pálido y larguirucho que tenía pintas de sacerdote y le propine una bofetada para despertarlo.

Nada más despertar gritó de dolor y luego me miró con amargura.

—¿Quién eres? ¿Dónde están las monjas?

Señale la celda en la que las habían tirado y el soltó una pequeña carcajada que fue escalando hasta despertar a su compañero.

—Se lo tienen merecido malditas brujas. ¿Cómo se atreven a ensuciar el buen nombre de Lumis para embaucar a los aventureros? Me encargaré de que el gremio las haga arrepentirse de esto.

Ella apartaron la mirada, mientras que el compañero del aventurero, un hombre acorazado hasta los dientes con una armadura pesada se encargaba de despertar a la chica.

El sacerdote río hasta el cansancio para luego darme una palmada en el hombro.

—Hombre, debo agradecerte por ayudarme, quién sabe que le hubiesen hecho a mi precioso equipo de Silverina si hubiese llegado más tarde.

Simplemente asentí, todavía sentía algo de repulsión al ver a los lugareños al rostro, aunque esta vez su atención fuese por admiración y no por miedo. El caballero se sentó al lado del sacerdote y luego me observó por unos segundos.

—¿No eres el bicho raro que anda por ahí con una armadura ensangrentada y un parche en el ojo?

Al escucharlo no pude evitar tocar mi parche con algo de angustia. El simplemente continúo.

—No es por criticarte ni nada, pero últimamente hay aventureros que se ponen parches para aparentar, ya sabes…

Mi paciencia se detuvo y me quité el trozo de tela, el ambiente se puso extraño y silencioso nada más hacerlo, el sacerdote parecía querer vomitar. Tras eso volví a colocarme el parche, el sacerdote contuvo las náuseas y posó su mano sobre el parche.

—Oh, con qué es eso.

El caballero lo miró con curiosidad. Al verlo el sacerdote suspiró.

—Mira que eres metiche. Esa herida no la puede curar cualquiera, fue impregnada por el miasma del orgullo, se necesitaría de un sacerdote de la capital Acadiana para tratarlo.

El caballero asintió y el sacerdote suspiró cansado.

Mientras me concentraba en contener la risa por su dinámica, una presencia extraña se situó detrás de mí y me tocó en el hombro. Al voltear pude notar a la chica que estaba dormida en la celda hace no mucho, sonriendo coquetamente mientras parecía analizarme.

—¿Quién es este?~

El sacerdote le respondió antes de que yo pudiese decir algo.

—El tipo que noqueó a las brujas, agradécele.

Tras escucharlo ella se acercó a mí lentamente, sin saber de que se trataba retrocedí un poco, solo para repentinamente se abrazado.

—Gracias~

No podía procesar bien nada de lo que estaba pasando, voltee a ver al sacerdote en busca de respuestas, este sonrió maliciosamente nada más ver mi expresión.

—Ya déjalo Shizu, te he dicho mil veces que aprendas a mantener distancias.

—Ok~

Tras soltarme ella fue a sentarse justo al resto de su grupo, el caballero me observó y pese a que su casco no me dejaba ver bien, de alguna forma sentía que se estaba burlando de mí.

—Estás como un tomate.

Y así lo hacía…

Nada más calmarme, me levanté para irme del lugar, pero fui detenido por el sacerdote.

—Oye, ¿no quieres unirte a nuestro grupo? Nos vendría bien alguien con tus habilidades.

Los rostros de mis compañeros perdidos pasaron por mi mente, tras pensarlo un poco supe la respuesta.

—No. Agradezco tu oferta, pero, no me quedaré en este pueblo por mucho tiempo.

El sacerdote insistió, pero la respuesta seguía siendo la misma. Antes de que pudiese volver a rechazar la propuesta el caballero se interpuso.

—Ya déjalo, Sieg. Insistir nunca te llevó a nada bueno.

Sieg se indignó con su compañero nada más escuchar aquello.

—¿De qué estás hablando maldito? ¿Acaso es de aquella vez? Esa chica era mi alma gemela, de no haber sido por… Sabes qué, olvídalo.

Algo incómodo aparte la mirada.

—Bueno, tengo cosas que hacer, así que si ya no me necesitan, hasta luego.

Mientras me alejaba el caballero habló.

—Morgan.

Me detuve de improvisto al escucharlo.

—¿Qué?

—Morgan, ese es mi nombre. Cuídate, bicho raro de armadura negra.

No pude evitar enojarme al escuchar otro apodo.

—Me llamo Hayato.

El caballero me observó en silencio por un momento.

—Ah, qué bien. Cuídate bicho raro.

Contuve mi rabia a duras penas y me marché del lugar. Nada más salir me encontré con el caballero.

—Sorprendente, parece que no eres tan inútil como aparentas. Esas brujas han sido una buena trampa para tontos desde hace un par de meses, tendré que buscarme una nueva, pero es bueno saber que eres mínimamente competente. Quién sabe, quizá si logres completar todos los encargos a tiempo.

Apreté mis puños con rabia mientras forzaba una sonrisa.

—Gracias por tu apoyo. Si me disculpas.

El caballero me miró de reojo mientras me alejaba, por suerte no parecía que otro imbécil acorazado hasta los dientes tuviese ganas de molestar. Me dirigí directo al gremio y nada más llegar me quejé con la recepcionista.

Ella se disculpo por las molestias y como compensación me entregó una pieza de oro y unas cincuenta piezas de plata, también selló el encargo como completado y tras suspirar se disculpó nuevamente.

Usando la un poco de la recompensa, compré una pierna de pollo asado y una copa de sake, poco a poco le iba tomando el gusto y tampoco es que hubiese mucho más que alcohol en el menú del lugar.

«Monjas corruptas. Probablemente Aoi estaría quejándose de ellas si se lo contará, bueno, tampoco es que pueda hacerlo, ni siquiera tengo idea de dónde están».

Exhale con tristeza y luego tomé un sorbo del sake. Todavía podía sentir como se clavaban las miradas de la gente, toqué el parche lamentando no poder curarme las heridas de aquella masacre y con más pensamientos fatalistas escalando hasta mi pecho, tomé otro trago amargo del licor.

Repentinamente sentí que alguien se había sentado a mi lado y para mi sorpresa la chica de antes estaba ahí, junto al resto de su grupo. Sieg tomó un trago de su jarra de cerveza y me miró de reojo.

—¿Estás seguro de que no quieres unirte al grupo?

Morgan le dio un golpe con el codo.

—Este no aprende, no te preocupes, te puedes hacer el interesante todo el tiempo que gustes.

Aparté la mirada.

—Uhm, ya veo.

Sin prestarles mucha atención tomé las peticiones restantes y usé mi tiempo para planificar y seleccionar cuáles tendrían prioridad. La cacería de Kobolds había llamado mi atención, según los relatos del tío Yamato, no eran bestias a las cuales se le debería tener miedo, pues a lo mucho eran una molestia para los granjeros.

O al menos eso había dicho aquella vez.

Morgan se asomó para ver el cartel de la petición y se puso de metiche al instante.

—Kobolds. No te recomiendo ir a cazarlos solo, esos malditos tienen sus mañas y generalmente se requiere buena vista para distinguirlos entre la oscuridad del bosque.

Tomé un sorbo de sake.

—Si, bueno. No puede ser peor que…—dije para luego ser detenido por el miedo, la angustia y unas fuertes ganas de vomitar. —olvídalo, solo, voy a tomar precauciones a la hora de cazarlos.

Abandoné la mesa para ir a pagar la comida hasta la recepción, Morgan no apartó su mirada y cuando voltee a verlo pude notar que estaba discutiendo con Sieg y Shizu.

Antes de poder marcharme Sieg me gritó algo que me detuvo impotente.

—Oye, el viejo de la armadura me contó sobre los pétalos caídos. Ya pasas por mucho, no te sobre esfuerces haciendo algo que nadie te pidió...

Al escucharlo solo pude sentir rabia. ¿Quién se creía que era para decir esas cosas? No tenía ni un día de conocerlo. ¿Es qué acaso ya se creía mi amigo.

—Cállate, métete en tus propios asuntos.

Salí del gremio con un sabor amargo recorriendo mi paladar, probablemente por culpa del sake que había tomado.