Con un notable rostro cansado, un chico pelinegro miraba sin mucho interés la clase que estaba pasando frente suya, el profesor no tenía la culpa para nada, ya que no era aburrido o algo así. Simplemente, lo que ocurría era que sus pensamientos, además de sus problemas, no dejaban que se lograra concentrar en lo que el viejo maestro ponía en la pizarra y les contaba a sus alumnos.
Heim siempre terminaba vagando entre sus pensamientos, aunque intentaba poner de su parte para lograr prestar atención, pero de todas formas sus intentos eran inútiles porque no lo lograba. Esto llevaba pasando desde hace un tiempo debido a que diversas situaciones en su vida lo empezaron a atosigar, esto hizo que empezara a cambiar y no fue para bien. Ya no encontraba satisfacción y gusto en las cosas que antes le daban ese placer y le quitaban el aburrimiento.
Soltó un bostezo y luego giró para ver a un amigo que tenía sentado a su lado derecho: "Puff, ¿qué estaba contando?", hubo un momento de contacto visual mientras esperaba una respuesta, Heim conocía a este chico porque fueron amigos de pequeños, aunque no se solían hablar ahora, ya que habían crecido ambos en distintos entornos. "Pues no mucho, estaba dando ejemplos de estadística, otra vez"
El contrario soltó un suspiro frustrado, era alguien a quien se le complicaban las matemáticas y todo lo relacionado con los números. "Ah, no olvides que hay examen el próximo viernes" Heim quedó un poco atónito. "¿Cómo así?", al final no había prestado atención en nada de clases por estar pensando en el examen y cómo pasarlo si no sabía nada.
...
La clase había terminado, pero apenas se fue el profesor de matemáticas, llegó el siguiente maestro que impartía la materia programada. Esta resultaba más llevadera, ya que siempre consistía en charlas aburridas a las que Heim apenas prestaba atención, al igual que en el resto de sus clases. Sin embargo, esta vez el aburrimiento estaba en juego. "Uch, más de lo mismo", sacudió ligeramente la cabeza para apartar sus pensamientos. Sin pensarlo mucho, sacó discretamente su teléfono e ingresó a internet, ignorando las notificaciones y explorando las noticias más recientes de su ciudad y luego del país.
[¡El famoso cantante Henry J. confirma su relación con la gran actriz Elisa Reyes!] [El presidente asegura que, con la nueva generación de Salvadores, el país será mucho más seguro y prosperará] [¡La famosa saga de videojuegos plata formeros mundialmente conocida, supera su antiguo y mayor récord!]
Entre otras cosas del mundo del entretenimiento, temas que mantenían a los humanos comunes lejos del aburrimiento. Siempre había asuntos candentes y novedosos, como qué nuevo Salvador era más fuerte, la última película del actor o actriz más popular, el juego más indicado para el título del año, entre otros temas en discusión.
A Heim le causaba gracia ver cómo la gente se atacaba mutuamente debido a diferentes formas de pensar. Lo único que no le gustaba era el tema de los 'Salvadores', personas con habilidades superhumanas y casi mágicas, de ensueño, algo que antes se consideraba imposible. "¿Qué les hace pensar que son tan buenos como aparentan?" murmuró en voz baja y siguió navegando, leyendo e informándose de los temas en general, aunque no tuviera con quién debatir como le gustaría.
No es que odiara a los Salvadores; al fin y al cabo, eran como los héroes de los cómics de antaño, personas con una doble vida que luchaban contra el mal para ayudar al mundo y a su gente. Aunque, en este mundo, su identidad era conocida. Se llamaban Salvadores por una razón: combatían abominaciones emergentes de una realidad alterna que, en su mayoría, elegían vivir en nuestro subsuelo y salían a la luz cuando querían causar estragos. También había las llamadas 'Mazmorras', construcciones cuyo origen era un misterio. Sin embargo, estas eran un problema menor en comparación con los 'Portales'.
Los Salvadores eran elegidos al azar de personas comunes, como si una ruleta dijera 'Vive, vive, muere', ya que no todos podían manejar el poder repentino en sus cuerpos. Este poder se otorgaba después de superar una prueba que el destino les imponía. Algo más allá de lo comprensible los teletransportaba a una mazmorra, ya sea solos o en grupo. Estas mazmorras no aparecían en ningún lugar de la tierra, y el único objetivo era salir, y, por supuesto, sobrevivir, aunque fuera con un pie menos. Pero no siempre eran enviados a una mazmorra; estaban los desafortunados que podían terminar en una dimensión alterna donde las abominaciones destruían y acababan con toda vida. Aunque, como todo riesgo, venía con una recompensa mayor.
Las abominaciones no estaban limitadas a las mazmorras; podían estar en cualquier lugar. Pero en las mazmorras habitaban las abominaciones más peligrosas; era como su hogar y los monstruos pequeños eran sus secuaces. "Uh, es una bendición que no sea uno", pensó Heim, ya que, después de todo, los Salvadores eran idolatrados y vivían en constante peligro. Heim quería vivir en paz, sin arriesgar su cuello en peleas. Volvió a sumergirse en las noticias y, entre ellas, escuchó un grito, seguido de un papel que le golpeó en la cabeza. Estaba un poco confundido, pero luego vio de quién se trataba: su maestro.
"¡Joven! No use el teléfono en mi clase", le advirtió con un rostro serio. A Heim, honestamente, le daba un poco de miedo. "¡Está bien, está bien! Como usted quiera, profesor", se vio obligado a guardarlo y prestar atención a la tediosa clase de historia, que más parecía "El profesor y su divorcio".
El día de clases había terminado, lo que significaba la vuelta a casa. Heim siempre tomaba la misma ruta, ya que no estaba demasiado lejos y podía llegar caminando. Era una actividad que le calmaba la mente; se sentía en paz cuando caminaba y escuchaba música de fondo. Era la única cosa que nunca le desagradaría. Simplemente, quería volver a casa para descansar, aunque no tuviera nada que hacer y se aburriera. Se colocó los auriculares y caminó en silencio, disfrutando del acompañamiento que la música le brindaba.
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"Ya llegué, mamá", anunció mientras se dirigía a la sala de estar, escudriñando la habitación en busca de su madre. Sabía que era su lugar favorito para pasar el tiempo cuando tenía un momento libre, aunque esos momentos eran escasos. "Por supuesto que no está, otra vez hasta tarde", negó con la cabeza y murmuró preocupado mientras dejaba la mochila en el sillón. Su madre siempre se quedaba hasta tarde en el trabajo para poder cubrir todas sus necesidades, pero esas horas extras indudablemente afectaban su salud. A pesar de tener menos de cuarenta años, Heim no consideraba que fuera saludable, ya fuera joven o no.
"Solo espero que no llegue hasta la madrugada de nuevo", comentó al aire antes de dirigirse a la cocina, pero no sin antes enviarle un mensaje a su querida madre informándole que ya había llegado a casa. "Sí, pero ¿qué puedo comer? No hay nada", observó los platos sucios con una mueca; se había olvidado de lavarlos antes de irse a la escuela. Sin tener mucho más que hacer, se puso a limpiar mientras ponía videos de fondo para mitigar un poco la soledad de su casa.
Después de terminar de limpiar, preparó una cena sencilla con lo que tenía y dejó un poco para su madre. El día de pago no llegaría hasta dentro de dos días; casi parecía un adolescente viviendo solo. Sus padres no estaban en los mejores términos, y solo vivía con su madre porque ganó la custodia al final de todo.
No es que alguno de los dos fuera abusador o algo así; simplemente, tuvieron problemas en su matrimonio y decidieron separarse por el bien de ambos. Cada uno siguió su propio camino en la vida y conoció a nuevas personas, o eso se suponía. En general, todo en su vida estaba bien, o al menos eso creía hasta que su teléfono vibró. Pensó que sería algo relacionado con la entrega que había solicitado hace unos días, pero era un mensaje de su padre, con quien no solía tener contacto diario debido a cuestiones laborales. Estaba a punto de revisar el mensaje, pero notó que aparecía como 'texto eliminado'. Quedó un poco confundido, pero poco después recibió otro mensaje de su padre que decía: [Perdón, hijo, me confundí de persona].
Heim movió rápidamente sus dedos y respondió con un [No pasa nada], retomando su cena. Tenía poca idea de que ese mensaje podría haber cambiado su vida, pero aún no era el momento indicado. "Uh, ¿otro mensaje? Extraño, casi nadie me habla", prefería las conversaciones en persona, pero tampoco iba a ignorar esos mensajes. Los abrió para ver que era de un tal... "Xavier". Mensaje que contenía solo dos palabras, [Hola, Heim].
Heim frunció el ceño al leer el mensaje de Xavier. No reconocía el número y mucho menos el nombre, se preguntó cómo este desconocido sabía su nombre y por qué estaba registrado en su teléfono. [Hola, Xavier. ¿Quién eres?] respondió Heim con cautela, sus dedos moviéndose sobre la pantalla del teléfono. El mensaje no tardó en llegar, lo leyó lo más rápido que pudo; [Soy alguien que ha estado observándote, Heim. Debes tener cuidado.] Un escalofrío recorrió la espalda de Heim. Observándolo, ¿por qué? ¿Y por qué debería tener cuidado?
[¿Quién eres y por qué debería creerte?] preguntó Heim, la desconfianza creciendo en sus pensamientos. No sabía si esto era una broma de mal gusto o algo más serio. [No tengo tiempo para explicaciones extensas ahora. Solo ten presente que cosas inusuales están por venir, y necesitarás estar alerta. Más información vendrá en su momento.] advirtió Xavier, dejando a Heim con más preguntas que respuestas. La sensación de intriga mezclada con nerviosismo se apoderó de él mientras miraba la pantalla del teléfono.
"¿Qué diablos está pasando?" murmuró Heim para sí mismo, sintiendo que su tranquila vida cotidiana estaba a punto de dar un giro inesperado, intentó mandarle un mensaje, pero no llegó ni se envió. "Eh, ahora soy un fichaje de alguna corpo malvada, ¿verdad?" Heim se quedó perplejo al ver que sus intentos de responder a Xavier no tenían éxito. Intentó nuevamente enviar un mensaje, pero ni siquiera se mostraba como enviado. La pantalla de su teléfono se apagó repentinamente, sumiendo la habitación en un silencio inquietante.
Solo pudo mirar su reflejo en la pantalla apagada. Cuando intentó encender el teléfono nuevamente, el número de Xavier había desaparecido por completo. "¿Qué mierda?" exclamó en voz baja, una mezcla de confusión y preocupación reflejada en sus ojos mientras observaba el dispositivo.