El pánico se desató como una furia incontrolable en el preciso momento en que las noticias de la mazmorra resonaron en los oídos de la población. ¿Una mazmorra? Aunque no resultaba sorprendente en aquel tiempo, la persistente amenaza y la posibilidad constante de bajas civiles arrojaban una sombra ominosa sobre la normalidad de la vida. Los militares y la policía asumían el papel de guardianes de vidas, pero la dura realidad les recordaba que, a pesar de sus mejores esfuerzos, no todos saldrían ilesos. La tarea de proteger a la población se convertía en un juego de azar, dependiendo de que sus armas pudieran atravesar las defensas de las bestias; de lo contrario, la tragedia era inevitable hasta la llegada de algún salvador para enfrentar la situación.
Para el cuerpo policiaco, ya no se trataba únicamente de lidiar con ladrones y criminales; las monstruosidades provenientes de las mazmorras, junto con aquellas que deambulaban libremente en la superficie, añadían una capa adicional de complejidad y peligro a su labor. Aquello que alguna vez fue una crisis ahora, al menos en parte, se podía contener. Y cuando había avistamientos, algunos se rendían, huyendo con el rabo entre las piernas, mientras que otros luchaban hasta la muerte con sus armas en mano. No se podía juzgar, ya que la supervivencia personal se erigía como el objetivo principal en tiempos desesperados. La rutina cotidiana se veía amenazada, y la sensación de seguridad se desvanecía rápidamente en medio del caos inminente. El estridente rugido de helicópteros danzaba en el aire, una sinfonía caótica que se entrelazaba con los estampidos de los disparos y el retumbar de los cañones. La cacofonía de la pelea resonaba en cada rincón, tejiendo un tapiz de caos que envolvía la escena en un manto ominoso. Los gritos desesperados de ayuda y súplica se alzaban como una letanía perversa, cada lamento era tan grotesco que, al caer en los oídos de los presentes, provocaba una sensación de repulsión visceral.
Los sonidos metálicos de las armas se fusionaban con las exclamaciones angustiadas de la gente, creando una sinfonía de desesperación que se extendía por las calles desgarradas por la violencia. El hedor de la sangre ya se encontraba impregnado en el aire, mezclado con el humo y la pólvora que se elevaban en espirales retorcidas y, desde lo alto de un edificio distante, alguien observaba la escena con atención, un testigo silencioso de la turbulencia que se desplegaba en las calles. Una armadura de placas metálicas de color gris envolvía estratégicamente sus zonas vitales, mientras que una capucha de tela ocultaba con éxito su rostro al resto del mundo. En su cintura, balanceándose debido al aire que había, colgaba un extraño bastón de madera rústica. Este artefacto singular no pasaba desapercibido, con un diseño intrincado que serpenteadamente se extendía desde la base hasta culminar en la punta, donde había un núcleo azul resplandeciente, pareciendo ser la fuente misma de la energía mágica que lo animaba.
"Sí, es hora", soltó una bocanada de humo de su cigarrillo, estaba contemplando el paisaje caótico que se extendía ante sus ojos. La adrenalina flotaba en el aire, mezclada con la bruma de la guerra y la sangre que inundaba el escenario. Con un gesto aburrido, dejó caer la colilla y se lanzó al abismo desde lo alto de aquel imponente edificio. El viento silbaba a su alrededor mientras descendía, y la ciudad despedazada se extendía como un vasto campo de batalla debajo. A medida que caía, el resplandor azul del núcleo en su bastón destellaba, como una estrella solitaria en la negrura de la noche. En ese instante, se convirtió en la personificación de la esperanza en medio del caos, descendiendo hacia el epicentro del conflicto con la certeza de que su presencia cambiaría el rumbo de la batalla.
El salvador Terrus había llegado a la escena.
...
Pero antes de que Terrus llegara a la escena otros eventos se desarrollaban en paralelo. A pesar de las habilidades excepcionales de los salvadores, la realidad era que incluso con el poder militar y policial, no podían garantizar la supervivencia de todos. En medio del caos y la destrucción, Heim se dirigía al lugar de los hechos a toda prisa, quería llegar rápidamente hacia donde su madre trabajaba. "¡Mierda, contesta, mamá!" Heim exclamó con desesperación mientras intentaba comunicarse a través del teléfono. La llamada solo llevó a la frustrante respuesta del buzón de voz, una voz automatizada que, en ese momento le resonaba como la molestia más grande del universo. Su corazón latía a un ritmo frenético, y apenas podía reponer aire con cada paso rápido que daba.
Cada tono sin respuesta aumentaba la ansiedad de Heim. La sensación de impotencia crecía con cada segundo que pasaba sin obtener una respuesta de su madre. La imagen de la mazmorra y los peligros que acechaban a su alrededor se mezclaba con el temor de lo que podría estar sucediendo en el lugar de trabajo de su madre. Aunque intentaba mantener la calma, la incertidumbre se apoderaba de él, amenazando con desbordar sus emociones en un torrente de preocupación y miedo. "¡JAJAJAJA! Quiero llorar, esto es demasiado para mí", pensó Heim, una risa irónica que se mezclaba con la fatiga mientras continuaba corriendo. Sus piernas ya le dolían, y el oxígeno se volvía un recurso escaso en sus pulmones agitados. Cada paso resonaba en sus oídos, un eco constante de la desesperación que lo impulsaba a seguir adelante.
El caos en las calles se volvía más palpable con cada paso que Heim daba en dirección al lugar de trabajo de su madre. La escena era un hervidero de miedo y desesperación, donde la supervivencia era la única prioridad. La multitud se movía en una coreografía frenética de pánico, cada individuo luchando por su vida y la de sus seres queridos. Padres de familia, con rostros desesperados, cargaban a sus hijos, intentando alejarlos de la amenaza que se cernía sobre la ciudad. Madres cuidadosas corrían con los más pequeños en brazos, buscando refugio en cualquier lugar que pareciera seguro. Incluso los niños, en medio del caos, aferraban sus juguetes como si fueran escudos imaginarios contra el peligro que se cernía sobre ellos.
Los ancianos, con dificultades para moverse, eran ayudados por aquellos que aún tenían la fuerza para cargar con ellos. En esa marea de emociones, la solidaridad y el instinto de supervivencia se entrelazaban en una danza caótica. Sin embargo, en medio del pánico generalizado, Heim no podía dejar de notar la fealdad del egoísmo humano. El flujo humano se convertía en una marea de empujones y forcejeos, donde el ´salvarse a uno mismo´ se volvía la máxima prioridad. Heim era testigo de actos desesperados, donde la cortesía y el respeto se desvanecían ante la urgencia de sobrevivir. Adolescentes, en su afán por huir, no dudaban en apartar bruscamente a personas mayores, dejando a su paso rastros de desesperación y crueldad.
Aunque la amenaza principal provenía de las mazmorras, la verdadera lucha se libraba entre la humanidad misma. Cada individuo, impulsado por el miedo a lo desconocido, perdía temporalmente su humanidad en la carrera frenética por la vida. En medio de esa vorágine, Heim avanzaba con determinación, lidiando no solo con las bestias que acechaban, sino también con la fragilidad y la crudeza de la condición humana. Las personas suelen mostrar sus verdaderos colores cuando están en un peligro real, y había llegado ese día para las personas que vivían alrededor de la calle crepúsculo.
El grito de frustración y resignación resonó en el caótico escenario, encapsulando la realidad de aquel momento. "¡Maldita mierda! Esto es un todos contra todos, que se salve el que pueda", fue el lamento que flotó en el aire, pero pronto se vio eclipsado por el estruendo de pasos apresurados y el bullicio de la multitud en fuga. La cacofonía de sonidos creaba una atmósfera abrumadora, donde las voces se mezclaban con el murmullo constante de personas que corrían en todas direcciones. Heim, apenas visible entre la marea humana, luchaba por avanzar. Cada paso era una batalla contra la resistencia de la muchedumbre que huía, y el sonido de sus propios pasos se perdía entre los constantes murmullos y el clamor de la desesperación. Quizás fue todo el ruido lo que atrajo a la peor pesadilla para los civiles, ya que aún se podían distinguir el sonido de los disparos, pero en esa calle reinaban los coros de los llantos infantiles y de los gritos.
Pero hicieran lo que hicieran, en ese instante y en ese lugar, resultaba inevitable tropezarse con una bestia, y estas eran imponentes a los ojos de los humanos mundanos. La llegada inevitable de una aberración se hizo ver a lo lejos, al final de la calle, se perfilaba una monstruosidad que asemejaba a un alacrán desmesurado, con dimensiones que alcanzaban los dos metros y medio de ancho. Su cola se alzaba amenazante, y su aguijón robusto se abría paso entre la multitud, tejiendo un sendero de caos a su paso. El gigantesco alacrán se distinguía por su tonalidad negra, avanzando implacablemente con cada zancada, parecía herido en una de sus piernas, pero entre la multitud de gente y el pánico, nadie lo notaría. "¡Una bestia escapó!"
La distancia entre Heim y la criatura se desplegaba como la separación entre el sol y la tierra, pero en un parpadeo, se vieron cara a cara, tan próximos como el sol y mercurio en su danza cósmica. El encuentro era inminente, y la tensión en el aire se hacía palpable mientras ambos, hombre y bestia, quedaban atrapados en un momento en el que el destino se tejía con la misma urgencia que el aguijón del colosal alacrán. Las personas estaban congeladas viendo la masacre que ocurría a sus ojos a muy alta velocidad, apenas se podían ver los cuerpos partidos por la mitad y aquellos que eran atravesados tenían la suerte de morir rápido, no como aquellos que quedaron aplastados por el peso del alacrán gigante, pero, aunque intentaran huir era cuestión de tiempo a que la muerte llegara, empezaron a temblar y los niños pequeños junto a los bebés comenzaron a llorar, y entonces alguien gritó; "¡TODOS HUYAN!" era la cosa más obvia del mundo, pero sirvió para que algunos empezaran a actuar, y ninguno de ellos dudó. Lastimosamente no fue lo mismo para Heim, quien quedó helado en el primer encuentro con un monstruo que ni siquiera era una abominación, era algo mucho más débil que ello.
Heim, se encontraba en un duelo mental interno que lo hizo desconectarse de la realidad por unos momentos, "Pude irme a la escuela y evitar ver morir a estas personas, estaría a salvo y no en riesgo como ahora, que tonto fui. Es verdad, la empresa de mamá tiene guardias tan fuertes con un salvador rango uno, debí quedarme atrás, pero no. No soy tan inteligente como creía" Todos podían notar como la sangre estaba escurriendo del aguijón, los cuerpos volaban uno tras otro en una escena grotesca en los ojos del adolescente y sin duda era un hecho que le marcaría de por vida, pero no solo a él, a todos los demás supervivientes también. Es por eso mismo que ahora hay tantos voluntarios para el servicio militar; quieren proteger a las personas que aman con el poder que no tenían cuando fueron atacados. Heim se había quedado en blanco mientras observaba la escena, incapaz de despertar de la profundidad de sus pensamientos simplemente dejaba que la gente que corría de la bestia chocara con él, su mirada estaba fija en el alacrán gigante, su corazón palpitaba con fuerza y era el único sonido que lograba distinguir, lo único que le hacía saber que continuaba con vida. No fue hasta ver que el monstruo estaba a escasos centímetros de él que logró pensar y moverse, pero en ese momento ya era demasiado tarde como para intentar algo, él y otras más personas fueron golpeados duramente con la cola escamosa y chocaron contra una casa, atravesando la pared de concreto con fuerza y adentrándose en propiedad ajena.
No era difícil saber que con ese golpe le habían roto algunos huesos, giró por lo que parecía ser una cocina y paró de hacerlo hasta que chocó contra la puerta del refrigerador, el frío tacto de este hizo que su columna vertebral tuviese un escalofrío. Escupió un poco de sangre y agachó la cabeza, "a la mierda todo, no quiero morir" fue su único pensamiento mientras veía su cuerpo magullado, le dolía todo, pero no quería cerrar los ojos. Quizás era porque estaba medio inconsciente, pero cuando logró alzar la mirada, las cosas quedaron estáticas por breves segundos y después de ello Heim cayó profundamente desmayado, no era un misterio que había perdido la consciencia.