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Chapter 4 - La calma

El salvador Xavier, conocido también como Terrus, irrumpió en la escena con una entrada espectacular. Su figura se destacaba contra el cielo, una silueta imponente descendiendo desde lo alto de un edificio cercano. El estruendo de los helicópteros y los sonidos de la batalla se vieron momentáneamente eclipsados cuando Terrus aterrizó en medio del caos. Al dejar un hueco en el suelo y alzar la mirada, los presentes contemplaron con asombro la armadura grisácea que envolvía su cuerpo, resaltando su presencia entre la multitud que huía aterrada.

"Imaginar que aparecería tan rápido, maldita sea", murmuró con desdén mientras extraía un cigarro de una pequeña caja guardada en un bolsillo de su pantalón, como si las bestias no fueran más que simples inconvenientes para él. Llevó el cigarro a su boca y, con un ligero movimiento de su mano derecha, lo encendió. Su andar era sereno, y su bastón de madera rústica emitía una suave luz azul, señal de la energía mágica que fluía a través de él. -Es él, ¡Terrus! Las cosas se volverán mucho más fáciles- su oído captó las lejanas palabras de un policía; si Xavier se volviera para mirarlo, notaría una expresión sorprendentemente más tranquila en el rostro del agente.

"¡Idiotas, cubran el perímetro! Yo me encargo de las cosas aquí", exclamó con una voz que no resultaba agradable al oído, pero de alguna extraña manera, todos se sintieron inspirados a seguir sus órdenes. Los oficiales con armas incapaces de infligir daño profundo a las bestias se retiraron de la zona para brindar apoyo a los civiles, mientras que aquellos armados con equipos más potentes se posicionaron para ofrecer cobertura. Las habilidades de Terrus quedaron patentes cuando, agachándose, extendió la mano hacia el suelo mientras hablaba en voz baja, comunicándose con alguien en la distancia. "Salvador de rango 2, Terrus en la zona, procederé a abatir a los monstruos menores tal como dicta el protocolo."

El concreto vibró por unos segundos como si algo se estuviera moviendo desde debajo de la tierra. Pinchos extremadamente puntiagudos emergieron desde distintas locaciones y comenzaron a girar sobre su propio eje. "Adelante, salvador", apenas escuchó la respuesta, Terrus soltó una bocanada de aire antes de hacer que los pinchos salieran disparados de forma guiada hacia los monstruos que se encontraban cerca de los civiles.

Una vez que impactaban contra los monstruos menores, explotaban automáticamente para asegurar su eliminación. "Mmm, por suerte no han salido las abominaciones de la mazmorra", murmuró satisfecho mientras se levantaba y observaba la zona. Los monstruos que se acercaban a su alrededor eran aniquilados por gruesos pinchos de tierra que se desplazaban a alta velocidad. Daba la impresión de que Terrus era un mago, o al menos alguien con la habilidad de manipular los elementos según su voluntad, dándoles formas letales para enfrentar a las criaturas de la forma que él quisiera. Y con ello, menos de cinco minutos fueron suficientes para que aquella calle y otras más quedaran limpias. En ese momento, notó lo que claramente era la entrada de la mazmorra, la calle estaba completamente destruida. Y de inmediato supo la razón del por qué, no solo habían sido los monstruos.

La entrada de la mazmorra se erguía ante Terrus, como si acercarse significara ser absorbido por la oscuridad que se vislumbraba. El marco de la entrada estaba delineado por rocas ásperas, y una neblina misteriosa se arremolinaba alrededor de la abertura, dando la impresión de adentrarse en una cueva profunda. El entorno parecía vibrar con una energía mágica sutil pero inconfundible, conocida por todos los salvadores. Las paredes exteriores de la mazmorra estaban revestidas de musgo y raíces intrincadas que se extendían como venas a lo largo de la superficie rocosa. Una luz tenue y misteriosa emanaba desde el interior, aunque se veía eclipsada por la gruesa neblina que impedía una visión clara. A medida que Terrus avanzaba hacia la entrada, su presencia provocaba una reacción en la mazmorra. La fisura en la realidad parecía palpitar, y un destello momentáneo iluminó el pasaje subterráneo, revelando pasadizos oscuros y estancias ocultas. "Carajo, mínimo es rango dos." Mientras avanzaba, su bastón comenzó a resonar con energía, enviando pequeños pulsos continuos al cuerpo de Xavier, alertándolo de algo en la mazmorra.

En ese momento, cuando Terrus se disponía a explorar más a fondo, otra decena de bestias emergieron de las profundidades de la mazmorra. "¡Vengan, necesito dinero!" Parecía que Terrus estaba a punto de entrar en modo de ataque, ya que se quitó el bastón de la cintura, tomándolo con una mano. Sin embargo, las bestias lograron escapar; intentó evitar su huida atravesándolas con fragmentos de tierra y concreto, pero no contaba con que algunas tenían reflejos rápidos. Apenas logró eliminar a siete, mientras que otras tres lograron evadir su alcance. "¡Mierda, no!" Un alacrán, una tarántula y una serpiente. "... Al carajo, todos son bichos feos con veneno. ¿Tendrá algo que ver la mazmorra con esto? Ugh, con tal de que no salga la abominación." Se giró para observar la entrada de la mazmorra y luego corrió en dirección a una de las tres bestias, no sin antes bloquear la entrada para evitar que salieran más.

...

La secuela del ataque dejó tras de sí una estela de dolor y desesperación. Heim, lamentablemente, no fue el único en cargar con las cicatrices del encuentro. Algunos sobrevivieron, pero pagaron un precio alto. Entre ellos, se encontraban personas que habían perdido piernas o brazos, pero era mejor perder eso que la vida.

En el hospital, el ambiente era desagradable. Médicos y enfermeros se movían frenéticamente con pasos apresurados mientras movían camillas. todos podían ver pasar las batas blancas de aquí a allá mientras escuchaban los lamentos y sollozos provenientes de las personas que habían perdido familiares. El sonido constante de los monitores competía con el dolor palpable en los ojos de los familiares, quienes encontraban consuelo en que sus seres queridos, aunque malheridos, seguían con vida.

Las salas de emergencia era un caos viera por donde se viera, y donde los salvadores con habilidades médicas se convertían en la última esperanza de aquellas personas que colgaban luchando contra la amenaza de la muerte. El olor a desinfectante impregnaba el aire, y el tintineo de instrumental médico creaba una sinfonía rara. Entre el caos, algunos pacientes, marcados por heridas críticas, yacían como testigos mudos de la fragilidad de la existencia.

Los pasillos resonaban con sollozos contenidos mientras los familiares esperaban ansiosamente noticias. Cada puerta cerrada tras un médico llevaba consigo un eco de alivio o temor, y las vidas colgaban en la cuerda floja entre la esperanza y la desolación. "Despierta, joven salvador, tu pesadilla aún no inicia", resonó una voz aburrida en sus oídos, provocando una reacción inconsciente en el rostro de Heim, quien continuaba desmayado. La voz era sistemática y monótona. Y así, pasaron treinta minutos hasta que, finalmente, Heim tuvo una reacción física; había despertado.

"Uf, ¿qué?" Heim trató de articular palabras, pero lo que salió de su boca fueron meros murmullos incomprensibles. Su visión estaba borrosa, y la luz blanca de la sala de emergencias le perforaba los ojos. Intentó moverse, pero un dolor punzante invadió cada rincón de su cuerpo, aunque agradecía de que, al menos ya no se encontraba en estado crítico. Pasó unos momentos mirando al vacío hasta que sus ojos se adaptaron y lograron distinguir su entorno. Quién sabe cuánto tiempo había pasado dormido, pero sus heridas ya no eran tan graves como al principio; un simple roce contra las cobijas de la cama le causó un dolor agudo, pero nada comparado con la agonía inicial. 

Su cuerpo estaba sensible y experimentaba cierto frío. Estaba sin moverse, sin hacer nada, solo pensando, pero entonces se percató de un dolor que provenía de la parte izquierda de su cabeza y, al mover la mano para tocarlo, notó la presencia de una venda. "¿Me abrí la cabeza?" soltó un murmullo apenas audible, con la voz ronca. Se sentía cansado y percibía que todo a su alrededor se movía exageradamente lento, o al menos él se movía lentamente.

Como si una cascada cayera, todos los recuerdos de la mañana lo golpearon con fuerza: los mensajes, la mazmorra, el alacrán gigante y todas las muertes. Sin embargo, todo eso carecía de importancia cuando recordó a su madre. Vestía ropa de hospital y no sabía dónde estaba su teléfono, si es que no se había roto. Se sentía impotente al no poder hacer nada. "¿Cuánto tiempo ha pasado siquiera?" Heim no sabía nada y seguramente había dormido por un par de días, si es que no más. Curarse de heridas así, para un humano promedio, sería bastante tardado. Al menos no había visto los restos de los cuerpos, por lo que se había ahorrado los traumas que ello conllevaba. "Pensar que podría haber sido uno más, una simple estadística", reflexionó mientras se acomodaba en la cama. No había un enfermero y no sabía cuándo llegaría uno. Descansar era lo más apropiado en ese momento, pero no podía hacerlo. Los pensamientos intrusivos comenzaron a carcomerlo por dentro; quizás su madre había muerto en el accidente, quizás seguía con vida. Si fue así, entonces lo preocupó por su propia idiotez. Tal vez la mejor opción habría sido ir a la escuela, ahí hubiera estado seguro, tal como quería su madre. Al final, no tenía respuestas de absolutamente nada, se quedó viendo el techo blanco en silencio, únicamente acompañado por sus pensamientos. "Sigo vivo, es lo que importa", habló roncamente al aire, sin esperar a que nadie cruzara esa puerta.