La vi esa tarde en el mar. Sólo pude sentir celos de su bikini que rosaba su cuerpo. Yo que soy un hombre de mundo, solo quería saber a quién se le ocurre ir a la playa en traje de satén.
Mi madre era cubana y sólo la tuve a ella cómo símbolo de femineidad. Era tan perfecta, que no pensé nunca conocer alguien más fina, hermosa y angelical. Luego me fui al país de mi padre y me conecté con mis ancestros hispanos. Terminé enredado en su religión y amando su cultura.
Estudié su música, su lengua y me divertí muchísimo. Nunca pensé enamorarme en esta tierra tan caliente, tan alegre, tan culta pero tan carente.
Esa chica, me dijo su nombre y le solté una frase que no debí: "Eres mi tipo". Eso me salió del alma y hubiese querido que con la música no lo hubiera escuchado.
Me paró en seco, apartó mi rostro con sus manos y me dejó ahí parado como un tonto. Recogió su chaqueta y se fue tapándose un rollito zalamero que se escapaba por su espalda.
Me quedé hipnotizado, pensaba en las mil maneras de tocar ese rollito, de apretarlo con mis dientes. Quería hacerla mía pero no solo una vez. Quería entender y conocer todo sobre ella. Quería tocar cada uno de sus rizos. Quería hablar tan bien su idioma como para hacerla entender que era la elegida para cada plan futuro de mi vida.
Quería que fuera lo primero que veían mis ojos cada mañana y lo último que vieran en las noches antes de cerrarse.
Esos pensamientos me duraron 3 días hasta que tuve una idea genial. Decidí ir a buscarla.
Pasé por su oficina y esperé para sorprenderla, pero no tuve el valor de preguntar por ella como amigo. Como iba vestido de ejecutivo, por una confusión y por mi embeleso terminé en las oficinas del gerente ideando un plan para usar el servicio de intérprete de Amelia Losano.
Yo me iría pronto a Japón a trabajar con unos amigos, así que decidí preparar todo y que ella también fuera conmigo por un tiempo.