—Esperaba poder descansar al menos unos días.—Dijo el que debía ser el líder, un hombre afroamericano de cabello azúl.
El moreno los miró a la expectativa de ataques, usaban un idéntico uniforme militar negro. La bandera de Francia, les adornana el lado derecho del pecho. El resto del escuadrón eran tres caucásicos y dos de piel morena.
—La milicia francesa. Los saludo.—Mencionó él con un perfecto acento francés.
—En vez de saludarnos, danos información. ¿Quién eres? ¿Donde estamos?
Christian actuó un gesto de sorpresa.
—¿Esto no es Europa? Juraba que si. Aquí hablan medio raro, como un francés antiguo creo. Pero mucha información no puedo darte, me parece que estamos igual de perdidos.
El afroamericano sonrió intranquilo, de hecho, la intranquilidad cubrió el ambiente como niebla. Sus aliados tenían las manos metidas en los bolsillos, ninguno le quitaba la mirada a Christian.
—Sí, viéndolo bien, parece que estamos en la misma situación... Y aún así aquí estás, te diste cuenta de nuestra presencia y viniste a esperarnos.
—Oh vamos. Seguro se dieron cuenta apenas verme, que soy un Niquilo.
—Ahora ya estamos seguros.—Contestó el afroamericano, alteró despacio la postura a una ofensiva.
—Yo también estoy seguro de algo. Ustedes no son de la milicia francesa, ellos no usan la bandera de escudo en su uniforme. Le dije lo mismo a esos de ahí.
El moreno apuntó más haya, cerca de unos árboles. La arena formaba muchos montículos irregulares, rodeados de moscas.
—¡Maldito simio!
Una presión transparente distorsionó la playa, y un restallido anunció la pelea.
Los siete crearon un vortice de extrema velocidad, que se transportó por el campo, aparecían y desaparecían con el eco de sus golpes.
El intercambió dejó clara la superioridad de Christian, quién atajaba las maniobras del grupo con sencillez.
—¡No lo maten!—Exclamó frustrado el afroamericano.
El moreno se propulso, catapultado hacía arriba, hasta rebasar los veinte metros.
La Vitalidad abunda en todo ser viviente, está misma puede controlarse y crear un efecto al que nombran, técnicas.
—Garra...—Susurro Christian y compacto los dedos—Del Puma.
Rayó el aire y la playa tembló, azotada por un impacto desconocido.
El polvo se disipó instantes después, cuatro cortes gigantescos habían alterado la superficie de la tierra.
Dos mercenarios yacían muertos, partidos a la mitad.
—¡Sepárense!—Mandó el afroamericano.
Al dispersarse Christian tomó aire y sopló, uno de ellos fue atravesado del cráneo por una aguja, enseguida perdió la vida.
El moreno aterrizó sin daños visibles, avanzó a paso normal y una expresión relajada.
—¡¿Qué haremos, Calvin?!
El afroamericano giro donde lo llamaban, tenía las mandíbulas apretadas.
—¡Doig Foudre! (¡Dedo Relámpago!)
Calvin disparó del dedo índice un trueno.
Christian recibió el impacto, la explosión levantó arena y polvo, además de un ruido ensordecedor.
El afroamericano entendió su fracaso, en cuanto miró la cúpula de arcilla.
—¡¿Se cubrió?!—Exclamó uno de los mercenarios.
—Eso mismo. Prepárense, cuando salga, lo atacaremos en conjunto.
—Suena excelente, Calvincito.—Musito el tercer mercenario, un hombre, que de sus labios surgió una dulce voz de mujer.
—¿Orson? ¿Qu-
El segundo mercenario fue interrumpido, hubo un zumbido y de la nada, cayó decapitado.
Calvin volteó, cambió de escéptico a consternado.
—Puta mierda... Un traidor.
—Error.—Dijo Orson, su tosca figura empezó a reducirse, al mismo tiempo que las facciones cambiaron.
El afroamericano observó abatido la transformación. Orson había sido suplantado por una muchacha morena, baja de estatura y presumidos ojos verde oscuro.
El uniforme falso de Orson, un tipo de metro noventa, le queda enorme, excepto de las piernas.
—¿Desde cuando?—Preguntó desganado ante la cruda derrota.
—Dos meses.
La cúpula desapareció en ese precisó instante, Christian sonreía aliviado.
—Sabía que eras tú, Tamara.
—La que viste y calza.
El afroamericano trato de decirles algo, lo único que escupió fue un quejido ahogado, y empezó a retorcerse al sentir una súbita parálisis.
Tamara tenía un brazo alzado y el dedo anular, dentro de la palma.
—Trampa Silenciosa.—Susurro ella, cerró la mano y el afroamericano perdió todas las extremidades, también la cabeza.
—Eso quiere decir que el tipo no tenía información, ¿verdad?
—Nada. El único mensaje que les mandaron fue seguir tu presencia. Quienes sean los líderes, consideradan a estos tipos basura.
Un ruiseñor planeó por encima de sus cabezas. Christian lo vió y suspiró resignado, al intuir que los espiaban.
—Ojalá haber tenido más tiempo. Te iba a decir que te escondieras.
—¡Claro que no! Llevo dos meses haciéndome pasar por hombre, comiendo porquerías mal cocidas y sin sabor.
—Pues ya ni modo. Voy a enterrar a estos tipos y nos vamos.
—¿A donde?—Inquirió Tamara—. ¿Tienes una base?
—Algo mejor.
...
Como a diario, desayune lo que las sirvientas cocinaban. Pues cada que preguntaban que se me antojaba, me daba vergüenza pedirles algo distinto que desayunar.
Comí los huevos revueltos sazonados tan rápido, que casi me ahogó. Pasé la porción con jugo y tosí.
El grupo terminaba sus platillos personalizados sin fijarse en nadie.
—Seita-kun. Buenos días.—Saludo Aimi.
Al principio sentí emoción de verla, recordé lo pasado hace días y baje la mirada. Desde aquella vez me dispuse a evitarla.
—Buenos días...
Aimi tomó asiento al lado mío.
—¿Qué desayunas?
—Huevos con salsa y panceta de puerco.
—Suena delicioso. ¿Crees qué todavía tengan? Tuve problemas para levantarme hoy. Por cierto, no hemos hablado mucho.
—Sí. Los entrenamientos consumen mucho tiempo.
—¿Y cómo estas? Ayer nos golpearon bastante feo. Honestamente tuve algo de miedo.
—Estoy bien.—Respondí y Aimi pidió a gritos una plato de huevos revueltos.
—Yo también estoy bien eh. Es broma, pero ¿en serio estás bien? Estás muy callado.
—Lo peor ya pasó.
Actúe como un cobarde, recordarlo desplomó mis ánimos. Las palabras de Adreti Guesclin perforó mis oídos.
—Espero que si. Todo esto, no es para mi. Empiezo a sentirme cómoda aquí, pero pelear me pone nerviosa. Veo todo esto como un campamento. ¿Raro no?
—Supongo...
La sonrisa de Aimi perdió fuerza y, miró al comedor en silencio.
—Yo... Creo que-
—Buenos días sean.
Enseguida compuse mi espalda torcida, la noble Adreti dió sus saludos bien campante.
Aimi estaba tan sorprendida como yo.
—Buenos días. Eh...
—Adreti, Adreti Guesclin. ¿Cual es tu nombre?
—Washio Aimi.
—¿Tienen dos nombres? Vaya cosa. Deseaba saludarlos, convivir con los huéspedes del Varón Carzvurxt.
La amabilidad de Adreti calmó los nervios de Aimi, que rápido mostró curiosidad en ella.
—¿Cuantos años tienes?
—Tengo dieciocho fechas.
—¿Dieciocho qué? Ah... Cumpleaños.
—Saludados ya, ¿no gustan visitar la villa?
¿Nos está invitando a salir? Pensé entender mal, es más, yo no formaba parte de la conversación.
Busqué desesperadamente a Yasu. Lo vi pasar con esa mujer que vi en la fiesta, la de cabello marrón rojizo. La ayudaba a cargar unas mudas de ropa sucia y botas.
Por ende, no está disponible y mis opciones terminaron.
—¿Seita-kun?
—¿Qué?
—Adreti-san dice que si quieres venir.
El sufijo hizo torcer la cara a la muchacha.
—Dime Adreti solamente. Y eso, los invito a los dos. Hará nuestro paseo más ameno, que los típicos escoltas de dama Zsolin.
—Ahh... No sé.—Murmuró Aimi, una sirvienta llegó y le trajo huevos revueltos recién hechos—. Tenemos entrenamiento y luego clase con Izol.
Eso último captó mi atención. ¿Izol? ¿La hechicera? Sentí que ponía la pieza faltante a un rompecabezas. Claro, por eso las chicas nunca estaban en la sala en las tardes.
¿Qué es lo que les enseña?
—Nosotros no somos mecenas. ¿No es lo que dicen?—Tercie en tono seco.
Adreti me vió y llevo su mano a mi mejilla, dándome un leve pellizco.
—Ya sé. Quiero que vuelvan sencilla la convivencia.
—O sea que... Piensas llevarnos porqué no tenemos autoridad.
—Cuanta desconfianza Seita. Solo pretendo darles un grato descanso, pueden probar comida conmigo y Zsolin. A eso no se le puede nombrar trabajo o servir.
—Yo si quiero ir.—Dijo Aimi.
—Esta pactado. El paseo será en tanto Zsolin terminé sus ritos albaneros.