El barullo de groserías, risotadas y un ácido trago de cerveza, le ánimo los humores a Feuge.
Multitudes de mecenas relajaban las tensiones, matutinas y vespertinas, pasándose cuanto alcohol pudieran en la vieja taberna, La Arrimada.
—¿Cómo fue el combate con esos foráneos Feuge?
—Defender a Odbvill de su mujer pasada de curda me daría más dificultades.—Contestó él.
—Lodrei es mejor ahora, hace la comida y me baña como buena señora.—Replicó Odbvill, un hombre de pelo castaño, grandes entradas, robusto y de barba rizada.
—Repítete eso hasta creértelo.
—Los dioses orinen en ti Zira.
Zira el galante, considerado guapo por todas las mujeres que lo conocen, esbozo una perfecta sonrisa de dientes blancos.
—Al que amarraron no fui yo.—Retruco a Odbvill, acomodándose el cabello dorado—. Si sabes por donde voy. ¿O no?
—Si entiendo bien. Pasa que, uno busca tener señora y no una juntada. Esas no te cuidan, ni te hacen la papa o te lavan las trusas.
—Tenemos servidores para eso.
—No frieguen. Dicen puras bagatelas.—Tercio Feugel, frunció el ceño como siempre y se limpio la cerveza del mentón—. ¿Quién cuida a Dame Siamma?
—Diliv la cuida, por lo que supe... Esta de paseo con Luk Guesclin.
El caballero miró a Zira y asintió.
—Diliv es buena.
—¿Y de veras veciste a esos foráneos? Escuche que uno le ganó a muchos de la cuadrilla en peleas de puños.—Odbvill parecía muy sorprendido, un hombre versus veinticuatro jóvenes superhumanos.
—¿Te falla la memoria camarada? Bueno, es que tú no estuviste.—Dijo Zira, destacaba la información con cierta superioridad—. Yo jamás podría olvidar aquello.
Feuge pidió otra jarra. Las historias, así tratasen de él, le daban igual al punto de dejar de quejarse.
—Cuenta pues. Sabes que tengo cuatro temporadas de ortugoz que me uní.
—Cuatro años, si. Esto pasó hace siete... Muchas aldeas fueron quemadas, las cartas que pedían nuestra ayuda, no sabían decirnos que era. Pensamos que rebeldes locos, que solo querían matar y saquear. Pero esas cartas apuntaban a una cosa... Un monstruo.
—¿Monstrom? Esas cosas son puros cuentos.
—Sabrán los dioses. El Varón Carzvurxt mandó a Feuge y una cuadrilla a investigar, de ser necesario, matar a los culpables. Los días pasaron y no habían noticias, el Varón Carzvurxt me mandó a mi y más hombres para averiguar que sucedió. Seguí el rastro que los pocos villanos que quedaron vivos me dijeron. ¿Adivina qué?
—... ¿Q-qué?—Farfullo Odbvill, olvidándose de los sonidos exteriores.
—Ahí estaba Feuge, rodeado de cuerpos quemados hasta los huesos, el mismo estaba ardiendo, como una espada que forjan los herreros. Y tirado a sus pies, el monstruo. Grande, de largo no cabía en un corral, el cuero le brillaba con escamas, tenía cola, cuatro patas y alas. Estaba muerto, con las tripas afuera, Feuge nos miró y dijo "quiero un banquete con eso".
El caballero bufó irritado, como si recordarlo lo molestará.
—Y supo a mojón de caballo, no valió la pena que nos lo lleváramos.
...
Izol estudio el riguroso oleaje, topar el rugoso peñasco. La salada agua de mar mojó al Varón Carzvurxt, pero ni parpadeó, prosiguió a mirar austero la actividad del océano.
Las tupidas nubes grises se movían en voluntad de el viento, húmedo y oloroso a sulfuro.
Carzvurxt alejó los pies de la orilla, dignándose a hacer contacto visual con la hechicera.
—¿Dices que uno se está escapando?—Dijo el lord, faltó de emociones.
—Así es. Me di cuenta desde el principio, pero no podía encontrarlo.
—A ti no se te escapa nada.
«Eso creía yo», pensó Izol, no disimulo su disgusto.
—Así era. El muchacho tiene varias madrugadas yendo a la villa, se que va ahí, pero no hay villano que pueda decirme si lo vió.
—Semejantes hechos, no me tranquilizan, Izol.
—Encontré una manera eficaz de perseguirlo, en este momento la estoy poniendo en funcionamiento.
Carzvurxt no pregunto que truco usaría, estuvo erguido como tronco. Esperaba los resultados.
Entonces un ave canto. La resonante y cristalina voz, retumbó por encima de las olas.
Con su plumaje de tonalidades doradas y plateadas, el ruiseñor navegó la ventosa. Un susurro de expectación se apoderó del bosque, al reconocer la inconfundible presencia de magia.
...
Unas gaviotas removian guijarros cerca de la costa. Al toque huyeron espantadas,
Unas gaviotas revoloteaban inquietas, picando guijarros sueltos. Al toque, levantaron el vuelo espantadas y sus graznidos, pronto cesaron.
Lo que fuera la razón de que huyeran, surco las orillas del lugar; ágil, dinámica, enérgica. A una velocidad incansable.
Se detuvo tras la densa vegetación.
«Están cerca, son más de los que preví». Christian vigilo el horizonte, cauteloso.
Y en tan inadecuada situación, el recuerdo de lo pasado ayer, trunco su espionaje.
«No hablarás en serio», replico Gwen.
Ya tenían la costumbre, forzada, de platicar afuera de las habitaciones.
«Claro que sí. ¿No me irás a decir que ya te gusta eso de usar espada?». Quizo molestarla con ese comentario.
Gwen actuó como él ya esperaba, esbozó una sonrisa y alzó la ceja izquierda.
«Es en serio Christian».
Christian contestó que no bromeaba. Esas tonterías las hacía para acompañarla.
«¿Y qué sugieres? ¿Fugarnos de aquí?», Pregunto Gwen en tono mordaz.
«Buenísima idea, Colorada».
La pelirroja insistió a quejarse de lo mismo.
«Me llamo Gwen, Gwen Liana Delaney ¿Cuantas veces debo decírtelo?».
«Se como te llamas». Christian aprovechó y le puso el brazo en los hombros. «Ándale Colorada, hoy nos vamos de paseo».
«Estas demente, oye... ¡Christian!». Gwen prostesto no muy convencida, es más, dejo escapar una sonrisa emocionada.
Juntos escaparon de aquellos dominios, donde lord Carzvurxt los mantenía encerrados. Bien pudieron pedir permiso, la pelirroja se lo dijo, Christian respondió.
«Mas vale pedir perdón que pedir permiso».
Sin dinero no hicieron otra cosa que pasear, husmear tenderetes, saludar gente. Él y Gwen conversaron de meras banalidades.
La pelirroja revelaba poquísima información de si misma, datos triviales. De persistir, cambiaba la conversación.
«Ninguno de los dos somos sinceros», pensó mientras regresaban.
—¡!
Christian detectó actividad, seis energías, personas. Estar atrapado en un mundo alterno no alteraba estás reglas básicas. La Vitalidad abunda en todo ser viviente.
El moreno es capaz de percibirla y ubicarla. Aunque dicha eficiencia se vio interferida, aquí existía una energía peculiar. La hechicera, Izol, la emitía a grandes cantidades.
«Cuando vuelva le contaré todo a Gwen», decidió Christian.
El mar creo burbujas y asomaron exactamente seis individuos, que condujeron al único tramo de tierra firme disponible.