En casa, Bruno estaba sentado en una de las gradas en la escalera de su casa. Escuchaba a escondidas a sus padres en la cocina.
— No tenemos alternativa — susurró la madre — algunas familias quieren votarlo.
— Ya lo sé — siguió el padre.
En ningún momento se movió, invadido por la angustia y los nervios. Quería bajar y decirles que un acosador dijo que no se preocupara. Pero, ni siquiera él sabía si debería confiar en ese desconocido.
«Imbécil » se dijo así mismo. Y llevó su cabeza arriba, a ver a su hermano mayor a punto de lanzarle un borrador.
De una musculatura y mandíbula definida, Pablo su hermano mayor, un universitario y ex alumno del colegio Perla, hizo una señal para que subiera. Bruno negó y se agachó entre sus rodillas.
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Al día siguiente, en pleno receso del colegio, Rose veía a su compañera Andrea jugar con las niñas de primer grado. Se sentía un poco celosa de ese acercamiento, pero prefería solo verla.
Estaba a punto de irse, cuando vio a Bruno intentando entrar en el ingreso de la capilla. No lo pensó mucho y empezó a caminar al chico.
— Hola — saludo ella al inclinarse un poco hacia él — ¿quieres entrar? Está abierto todo el día.
Él no respondió.
— En tiempos desesperados, hasta el menos creyente busca en quien protegerse — susurro Rose al ver la cúpula del local.
— Hermana Rose — empezó él — dicen que usted escucha, siempre lo hace
— Si, si lo hago. ¿que tienes en mente?
Su voz era tan suave, romántica que podía calmar a cualquier persona y ese era Bruno. Él tragó el nudo de su garganta al verla y regresar a la capilla, queria hablar, era obvio pero balbuceaba al punto de enrojecer su rostro por los nervios.
No sabia como seguir, pero ella sabia que hacer.
— Oye, hablemos dentro — dijo al señalar hacia la puerta de la capilla.
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Mientras tanto, desde los pasadizos del ala sur, alguien provocaba miradas de otros. Con un tintineo metálico de dos muletas, esa persona se detuvo y entró al salón del 4 "B".
Thomas, Un chico en su último año de secundaria, hijo de un gran empresario de servicios de seguridad y capitán del equipo de baseball. Analizaba a cada uno de los estudiantes, hasta que se encontró con el par de gemelos, uno al lado del otro.
Con esfuerzo, aquel joven ayudado de dos amigos se hizo paso entre las carpetas en dirección a ellos.
— yesito — susurró Arthur, con un apodo al verlo de pies a cabeza.
— Gracias a la tonta pancarta que pusieron — escupió el adolescente, totalmente desgastado por las excesivas horas en la clínica y agresivo por el poco interés de los hermanos — Por su culpa, tal vez ni siquiera me presente en las olimpiadas.
— Preocúpate más por los exámenes — comentó Andrew. Su voz era ronca, al recordar su cólera.
— Tu familia tiene mucho dinero, debe ser fácil para ustedes — respondió enseguida uno de los dos chicos, con el mismo tono agresivo que su amigo.
— ¡¿Por qué enviaría a personas colgar un secreto mio?! — cuestionó Arthur enojado, al mismo tiempo la campana cubría el grito.
— Vámonos, Tom — dictó el tercer chico, para luego ayudar a mover sus muletas.
El grupo de tres se fueron del salón, mientras una profesora llegaba a clase y el par se calmaba. En algún momento estaban inmersos en la clase, cuando sintieron el vibrar de sus celulares.
Con la esperanza que no fuera el fantasma, alcanzaron a ver un mensaje.
«Solo quien con la victoria nació en la frente, le es imposible reconocer la victoria.»
No lo comprendieron en un inicio, Arthur lo leyó un par de veces, mientras que Andrew lo leía no solo dos, sino cuatro o seis veces hasta que un segundo mensaje apareció.
«Lo siento, olvidaba que su elocuencia es paupérrima comparada con niños de primaria. En resumen, son idiotas a la espera que el terreno sea llano para alcanzar la victoria »
— ¡AH! — exclamó Arthur al levantarse, sorprendiendo a todos en la clase — ¿quien mandó este mensaje?
— Arthur, ¿puedo seguir mi clase? o ¿es necesario llevarte a la dirección? — preguntó la maestra.
El joven moreno volvió a sentarse, mientras Andrew ojeaba a su hermano con tristeza.
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Pasaban las horas, en pleno primer receso de la escuela, Nicolas se encontraba echado en el sofá de su oficina, sus piernas alcanzaban su escritorio y sus manos peinaba su melena al recordar a Bruno.
«Ese chico es un cabeza hueca» pensó al recordar todas las interrupciones y explicaciones exageradas que daba en sus pobres intentos por escapar.
«Bruno Davila, tiene una mirada compleja. Pero no es peligroso» se dijo así mismo, como un recordatorio para mantener en pie su única regla etica "ayudar a quienes estén en peores problemas":
Sin duda necesitaba volver a hablar con él, y que mejor tiempo que ese. Con un esfuerzo sobrenatural y un gemido ahogado se levanto para luego enderezar su camisa dentro del pantalon y cambiar sus lindas pantuflas de oso por un par zapatos negro.
Ni siquiera dio un paso fuera de la puerta de su oficina cuando se tropezó con un joven.
— Jhonatan — se escuchó de repente, un tono firme de parte de Sofía, una de las amigas de Corni. Tenía una mirada sospechosamente ansiosa
— Hola, Nicolas. Yo y Jhon tenemos que hablar, perdón.
« Están ocultando algo» fue lo que pensó preocupado. Sin embargo, ya tenía algo que hacer y si eso significa interrumpir en cada salón, lo haría.
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Por otro lado, una rara escena cruzaba frente a los ojos de la hermana Rose con un par de tijeras de jardinería, veía asombrada a Tom y Talia, escondidos en el jardín detrás de la torre principal. Un lugar donde las cámaras no llegaban, conocido como el punto cero, y usado por los chicos de quinto de secundaria.
— No puede ser — susurro desde el puente de emergencias metálico de la torre principal.
¿Qué hacía ahí? pocos lo sabrían decir, pero era un gran atajo. Aunque terminará por encontrarse con Nicolas.
— Oye, no te buscaba a ti, pero — susurró él al acercarse — ¿estás muy ocupada? quiero ir a ese bar que me recomendaste
Ella interrumpió en un siseó con las tijeras alzadas y luego señaló hacia abajo, al par.
— Ok, este ha sido el día más raro de mi vida — comentó él, más como si fuera un reclamo que poco interesó a la adulta que suspiro al escucharlo.
— Vi a tu niña hablando con un profesor, parecía una pelea — dijo ella.
— ¿Quién ganó? — pregunto, sin dejar de ver al par un piso bajo a ellos.
— Era un profesor. Nicolas, por favor. Es hora de hacerte hombre — dijo Rose entre burlas al caminar hacia la puerta de la torre.
— Oh, es obvio que debemos ir a ese bar a hablar — reclamo él, con su misma sonrisa juguetona cada vez que hablaba con esa hermana cercana a su edad.
— Mi descanso es el viernes — comentó la adulta, pero al ver la mueca de su amigo detuvo su caminar.
— El viernes ya tengo planes. ¿el sábado?
— Veré mi agenda — jugueteo y entró a la torre.
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Mientras tanto, Talia hablaba con Tom, con un leve sonrojo al escucharlo hablar con tanta emoción. Era un chico extrovertido, un joven heredero y de los pocos que empezaba una conversación con ella.
— Muchas gracias, nos vemos — dijo el chico al despedirse con un beso en la mejilla e irse casi corriendo.
Ella se volvió a sonrojar, no podía evitar emocionarse siendo la chica soñadora y enamoradiza que era. Creía en su corazón, en el romance y en los cuentos que su madre contaba cuando solo era una niña. Creía en un amor verdadero.
"No debes caer rendida por un chico, primero debes conocerlo" es lo que decía su madre cada vez que terminaba uno de sus cuentos. Y estaba de acuerdo, quería conocer a Tom.