En un archipiélago al sur de Corea y Japón, existe un pequeño país insular llamado Dazán. Su existencia, apenas nombrada por algunos libros y portales de internet, lo relegaron a permanecer a la sombra de los grandes. Sus habitantes, enriquecidos por el mestizaje, viven apartados de los conflictos bélicos a su alrededor, en paz desde su independencia hace menos de dos siglos.
En mil novecientos ochenta y dos, su gobierno priorizó la educación y el desarrollo tecnológico en un esfuerzo de convertirlos en la capital tecnológica del mundo. Así se vendió a los medios aquel gran proyecto, y por unos cuantos años su nombre resonó a nivel global. Pero esta fama pronto decayó ante el avance de los gigantes, que lo opacaron hasta mil novecientos noventa y seis, cuando se anunció la compra de la pequeña isla Kusari, para la construcción de un hospital que rompería los paradigmas de lo que se entendía como un hospital.
Lo propuesto por su fundador dividió a la comunidad médica entre burlas, escepticismo, y curiosidad. Un hospital que sacase provecho de los grandes avances tecnológicos del país, pero que a su vez priorizase la salud mental de sus pacientes antes que cualquier otro aspecto; no como un elemento de apoyo, sino como un pilar en sus tratamientos. Donde no se distinguiera color, raza, nacionalidad, orientación o religión; sino que tratase de forma integral y personal a cada paciente; que no se sintiese como un hospital, sino como un hogar.
Fue en dos mil tres que Huimang abrió sus puertas al público, aun con extensas áreas en proceso de construcción. Ante las miradas escépticas de todos, poco a poco tanto el personal como sus pacientes, se convirtieron en la prueba viviente de que, de alguna forma, las utópicas ideas de su fundador daban frutos extraordinarios.
No obstante, pronto comenzaron a surgir testimonios y leyendas alrededor del centro; y casos extraños, así como crímenes documentados, obligaron al fundador a implementar estrictas medidas de seguridad que fascinaban y aterrorizaban a quienes las conocían.
Aun así, pese a todos los escándalos que tiñeron de sangre y misticismo el nombre de Huimang; miles de pacientes son internados mes a mes de todas partes del mundo, y otras decenas de estudiantes de medicina y psiquiatría se unen a sus filas gracias a su universidad, que a pocos años de su apertura, se volvió famosa por graduar a los médicos más destacados del mundo; los cuales, muchas veces, no tardaban en regresar a Huimang prefiriendo trabajar en él, al verse rechazados por sus prácticas, que no encajaban con el sistema tradicional. En especial por su manejo de la salud mental.